Los arcoíris en Boquete

La opinión del Ingeniero…

Carlos Eduardo Galán Ponce

Hay ciertos fenómenos naturales que solo ocurren en este pedazo de tierra chiricana. Y otros que si se presentan en otros lugares no podrían ser tan hermosos como los nuestros.

Uno de estos fenómenos son los arcoíris. Si estás en Boquete en un mes de diciembre, durante una hermosa noche de luna llena, podrás tener la suerte de apreciar en el firmamento, exactamente sobre el majestuoso volcán Barú, algo muy especial. Un arcoíris nocturno. Lunar.

Para ello tiene que coincidir la presencia de dos condiciones naturales. Una luna llena y ese tan propio bajareque boqueteño. Dado que la luna no irradia la misma intensidad lumínica que el sol y que los tonos de colores fuertes se proyectan en una longitud de onda diferente, esos tonos en este arcoíris son casi imperceptibles.

Y cuando la luna entra en su fase menguante, se van atenuando, hasta desaparecer. Pero persisten los tonos de menor intensidad, los colores más oscuros, que siguen dando una forma simétrica a ese arcoíris lunar sobre el volcán Barú. Es un fenómeno que solo se hace presente dos o tres veces al año.

En la luna llena de estas navidades, ese espectáculo se pudo apreciar en toda su intensidad. Y desde el Hotel Río Cristal, en la profundidad de las montañas vírgenes de Palo Alto, a mil 600 metros de altitud, donde no hay nada que obstaculice la vista. Con ese aire puro de las montañas y un cielo claro de fondo, apareció majestuoso, en todo su esplendor, ese arcoíris lunar. Era algo para recordar.

En horas de la tarde, tuvo lugar el característico arcoíris diurno. Solo que siendo este fenómeno causado por el reflejo del sol en la humedad del ambiente, sucede que en el centro de Boquete, con el sol, mil 50 metros más cerca de la superficie y donde su luminosidad se estrella, no con una humedad ambiental común, sino con el espectro que forman las finas gotas de nuestro bajareque, toda la gama de sus colores se mostraba en la plenitud de su intensidad. Es otro espectáculo fuera de lo común.   Frente al Hotel Ladera, ese día, una gran cantidad de visitantes disfrutó del extraordinario multicolor de ese fenómeno. Y quiero agradecer a su propietario y amigo, David Carballeda, por las fotos que me enviara de ese momento.

Los caballeros de la época afirman que fueron estos fenómenos lo que llevaron al doctor Arnulfo Arias a llamar a su finca cafetalera “Finca Arco Iris”.

Pero Boquete no se ha conformado con solo mostrar sus bellezas naturales. Sus autoridades municipales, con su alcalde Manolo Ruiz al frente, han logrado hacer una hermosa calle peatonal, la única en la provincia, adoquinada y alumbrada por faroles típicos de esos pasajes. El parque central fue remozado y embellecido con flores.   Se creó una plazoleta frente al Palacio Municipal donde podrán tener lugar esos espectáculos culturales, que ya se presentan en otros lugares de Boquete.

La Feria de Boquete es única en su clase.   Sin querer restarle méritos a ninguna otra del país, sencillamente, como decía mi recordado amigo, doctor Ezequiel Rodríguez Pedreschi, “para hacer buen pan, hay que tener buena masa”. Las condiciones naturales de Boquete, su clima, sus suelos, sus ríos, su temperatura y su bajareque, no coinciden en ningún otro lugar de esta nación.   Y su gente. Los orígenes y la vocación de sus fundadores.   Su dedicación y el cariño por el campo y su cultura por la conservación de los recursos naturales, también son virtudes que han hecho de este pedazo de la provincia lo que es.   Esa es “la masa” de donde nace Boquete y de donde surge su feria.

Es un lugar donde puedes escoger para disfrutar, acabados de cosechar, entre la dulzura de una dorada naranja injertada, o la de una copa de suculentas fresas, o de una jugosa chirimoya madura. O beber un refresco de naranjillas. O saborear unos filetes de trucha fresca. Y al terminar de saborear esos manjares, en cualquiera de los muchos restaurantes de primer orden que tiene Boquete, si pides una taza de café, que no puedes dejar de hacerlo, vas a encontrar no solo a “alguien” llevándote una simple taza de café.

Con nuestra típica hospitalidad regional, va a ser una bella chiricana la que te llevará a tu mesa una humeante taza de una aromática bebida, extraída de granos seleccionados, distinguidos entre los mejores del mundo. Un café de Boquete.   Y ya al final, cuando sea hora de retirarte a tu lugar de origen, debes hacer un alto en uno de los coffee shop, para que adquieras y te lleves de recuerdo, una bolsa de cualquiera de sus premiados cafés. Verás que cuando se te termine, la vas a extrañar y te hará recordar esta feria y planear el regreso a la próxima.

Nota: Como el MOP no repare, antes de la feria, el puente sobre el río Palo Alto, cosa bien sencilla de hacer, de vergüenza, no debieran ni asomarse por allí.

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Este artículo se publicó el 14  de enero de 2011   en el diario La Prensa, a quienes damos,  lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.

Mi pedido al niño Dios

La opinión del Ingeniero…

Carlos Eduardo Galán Ponce

Con el costo tan elevado del transporte, hay que procurar la mayor eficiencia al momento de llevar a cabo cualquier traslado.  Aunque el Niño Dios esté exonerado de estas minucias terrenales, podemos darle una mano y, en vez de solo pedirle que nos traiga regalos, pedirle que nos complete la alegría navideña, llevándose de paso –en su saco de regalos– algunas cosas sin las cuales la vida en este país sería más agradable.

Puedes comenzar por llevarte a ese caballero que funge como director de la Autoridad del Tránsito, entusiasta de practicar la explotación de la industria de las multas. Tráenos a un funcionario conocedor del verdadero concepto de orden vehicular y que no se dedique a salir a la calle solo a recoger plata.

Que promueva programas de educación vial por los medios de comunicación, la correcta señalización de vías, la colocación de puntos reflexivos en las divisiones de carriles. La prohibición de desconectar vagones y dejarlos donde sea.

No marcar las paradas de buses sobre las vías, como se hace en David. Tantas cosas que son un absoluto desorden. Que pida un espacio para educación dentro de esos programas millonarios de publicidad, en los que se anuncia a toda la cartelera del Gobierno.   Entonces, veríamos orden en nuestras vías y se podría justificar el cobro por las infracciones.

Llévate a los genios que alimentaron la base de datos del pele police, plagado de faltas absurdas. Y tráenos un programador que le ingrese los delitos de saco y corbata, como a los que se hayan mandado a hacer una ley para pagar menos impuestos con las ventas de sus acciones, y a cualquier procurador que le haya salido la casa gratis, por “vivo”, dejando prescribir su deuda, por no haberla pagado nunca. Burlándose, así, de los que pagan puntualmente sus deudas.

Llévate a todo el elenco de la Oficina de Ingeniería Municipal de mi ciudad y tráete, aunque sea prestado por pocos días, a un funcionario de ordenamiento urbano de una comunidad como Las Condes en Santiago de Chile o San Marino en California, Estados Unidos.    Entonces, podríamos aspirar a ver un entorno urbano hermoso y amigable. Y podríamos caminar por amplias aceras, como antes lo hacíamos en la ciudad de David. Obra de dos caballeros sin ínfulas académicas. Don Camilo Franceschi y don Arístides Romero.

Llévate al ministro y a los “cuatro michos” que se etiquetan de “los mineros somos más” y de paso, para ocupar la dirección de la Anam, nos traes a un profesional que valore las bellezas naturales del país y que crea y practique la protección del ambiente. Lo contrario, tener un yes man, al que de no aprobarle cualquier capricho al Ejecutivo lo botan, es como poner a la zorra a cuidar el gallinero.

Llévate a los que van vendiendo el territorio nacional a trozos, a cuanto extranjero, deseable o indeseable, se aparezca con una bolsa de plata, no importa su origen. Y tráenos unos funcionarios con la mentalidad que ya se aplica en algunos países como Brasil, Perú, Uruguay, quienes viendo el peligro que se cierne sobre su territorio están legislando para ponerle fin a su pérdida paulatina a manos de extranjeros.

Tráenos a funcionarios que valoren y conserven los hermosos edificios de una época que forma parte de nuestra historia y te llevas, de paso, a aquellos que los destruyen, para darle paso a torres monstruosas que solo servirían para saciar su ego con el dinero ajeno e incomodar a toda la población.

Tráenos de regreso a la nacionalidad a todas las empresas emblemáticas de nuestro país y te llevas de vuelta a sus lugares de origen a todos esos consorcios extranjeros que nos han dejado sin personalidad empresarial propia.

Llévate a los generadores de energía que nos explotan descaradamente con nuestros propios recursos hídricos y devuélvenos a nuestro añorado y soberano Irhe. Tráenos de regreso a nuestro Intel y echas en tu saco de vuelta a esos explotadores de la telefonía que se llevan para su país el dinero de nuestros hogares.

Llévate a un sitio muy inhóspito a los inventores de la globalización, que no es más que un sinónimo del dicho sabio de nuestros abuelos: “El más grande se come al más pequeño”. Y ya sabes quiénes somos los pequeños y cuán grandes son los nuevos propietarios. Que cada día viene más y cada día nos dejan menos.

Por último, llévale algo de cultura y respeto a aquellos que quieren desvirtuar el verdadero significado de la Navidad, con ese mensaje de “felices fiestas”. La Navidad es la más grande celebración de la comunidad cristiana, conmemorando el nacimiento del hijo de Dios. Y todo aquel que llegue, sin pertenecer a la religión bajo la cual este país se formó, tiene el privilegio de no compartirla, pero ninguno tiene el derecho de demeritar su verdadero significado, refiriéndose a ella como a una fiesta cualquiera.

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<> Este artículo se publicó el 30 de diciembre de 2010  en el diario La Prensa, a quienes damos,  lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.

El ocaso de una cultura

La opinión del Ingeniero…

 

Carlos Eduardo Galán Ponce

 

Nuestros maestros de una época lejana –que la educación de hoy debiera añorar– con una sencilla norma que decía: “Piensa antes de hablar”, lograban que tuviésemos más cuidado al expresarnos.    Que cometiéramos menos errores y como decían ellos mismos, evitar decir “tantas tonterías”.

Y cuando había que referirse a alguien que no practicaba esa sabia teoría, se decía: “Ese tipo habla hasta por los codos”.

Se nos enseñaba que para hacernos entender correctamente y evitar que nuestro mensaje pudiese ser malinterpretado, era necesario hacer las pausas propias de las puntuaciones, en medio de cada oración.

Y de los que se expresaban sin tomar en cuenta este principio, se decía: “Ese tipo habla como una carretilla”.   O “ese tipo habla como cotorra”.

Mira una de las cosas que nos ha traído la globalización.   Empresas extranjeras, totalmente despersonalizadas, sin ningún apego ni interés por nuestras costumbres ni nuestra cultura se han hecho presentes aquí con un solo propósito: El lucro.   Culturalmente no traen nada bueno.

Si hablamos de cómo se anuncian, no producen nada agradable a los sentidos. Ya no ves esa publicidad atractiva que acostumbraban presentar las grandes empresas cuando eran “nuestras”.   La feroz competencia por sacarle hasta el último centavo al más humilde de los ciudadanos, en cada rincón del país, los ha llevado ha pintarrajear todo el país.   De unos colores espantosos y tan agresivos a la vista que en otros países más responsables, son indicadores de “peligro”.   No se ha salvado ni la comunidad más distante.

Edificios enteros, paredes pintadas de punta a punta, vallas escandalosas. Estaciones de gasolina a las que han pintado hasta las mangueras. Parques municipales y en donde han pintarrajeado desde el quiosco y las bancas, hasta el asta de la bandera. Se aprovechan de la falta de recursos de algunos municipios o de las “ofertas” que hacen a comerciantes por un beneficio extra –y como comerciantes panameños ya casi no quedan, poco les importa–.   Se resguardan bajo la indolencia de funcionarios que tampoco muestran respeto alguno por el aspecto de nuestras comunidades y de diputados que carecen de la cultura necesaria para legislar normando sobre prácticas como ésta, que son propias de civilizaciones atrasadas.

Y como una forma de burla a aquella sabia enseñanza de los maestros de otra época, con la que se procuraba un uso más correcto del idioma, una de estas empresas se promociona “empujándote” a que “hables hasta por los codos”. O sea, a volverte tonto. Alguien que habla sin parar no tiene tiempo para hacer nada útil ni puede producir algo que sirva.

Cuando escuchamos en los diferentes canales de televisión, a jóvenes de ambos sexos, narrando acontecimientos que tienen lugar en diferentes partes del país, los vemos cometer con mucha frecuencia un sinnúmero de errores de dicción. Ignoran las pausas, utilizan términos incorrectos. O a hablar “como una carretilla”. El cacofónico “hace años atrás”. Nunca he sabido que haya un “hace años adelante”.

El otro constante “yo pienso de que”.  Un de que está de más.   Y no se les puede culpar, si hasta en un programa televisivo, en el que estaban presente, un conocido comentarista de boxeo y un ex procurador de la Nación, ambos repetían constantemente esos dos errores de dicción.   Igual lo hacen muchos educadores, incluyendo a sus líderes gremiales. Y el resultado es que todo aquel que los escucha piensa que es la forma correcta de expresarse y tiende a repetirlo. Y el error se va extendiendo.

Lo que es una lástima es que esos medios de comunicación social, que tienen por su audiencia una gran responsabilidad social, no se preocupen por corregir esta situación y no ayuden a minimizar esas notorias deficiencias en la forma de expresarse de sus reporteros.

Por qué no contratar a una persona con un efectivo conocimiento del idioma, que ponga a estos jóvenes a escuchar nuevamente sus alocuciones e irles indicando sus errores y hacerles al mismo tiempo las correcciones pertinentes para que no las repitan. Se asombrarían de cuán rápido lograrían excelentes resultados. Porque esa es la mejor forma de enseñar. Salvo que lo que prive sea ese adagio mercantil de que “el tiempo vale oro” y, entonces, te califiquen mejor mientras más rápido empujes “la carretilla”.

A la prensa escrita se le hacen señalamientos constantes de los errores que aparecen en sus publicaciones. Y francamente creo que son un mínimo, comparados con los que se cometen en los medios hablados.

Solo que allí parecieran pasar desapercibidos. Probablemente por aquel dicho de que “a las palabras se las lleva el viento”. Sin embargo, por pura lógica, el número de personas y el tiempo dedicado a escuchar los medios hablados excede con creces al que se le presta a los medios escritos y, por ello, se le debe poner mayor cuidado en el manejo correcto del idioma. O vamos a terminar hablándonos por señas o sin entendernos entre nosotros mismos. Otra opción es dejarlo en una apropiada confusión y así, cada vez que un alto funcionario “mete las patas”, pueda después “sacarlas”, mientras nos dice que sus palabras fueron malinterpretadas.

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<> Este artículo se publicó el 26  de noviembre de 2010  en el diario La Prensa, a quienes damos,  lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.
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David y aquellos personajes

La opinión de…


Carlos Eduardo Galán Ponce

En el histórico barrio viejo de David, donde corre orgullosa nuestra famosa “Calle del Fresco” –Avenida 6 Este, en la nomenclatura actual– el placer diario de los niños comenzaba con el alegre tilín de la campana que avisaba de la inminente llegada de la carretilla del “Señor Asturias”.  Pintada de color amarillo, con un techo que la protegía del sol, llevaba en sus costados, con trazos irregulares de su propia mano, su marca: “Asturias”.

Y detrás de ella, “empujándola”, su creador. Un artesano de origen español, originario de esa región de la madre patria. En su interior, en tubos de acero inoxidable, conservados en hielo y sal cruda, rodeados con sacos de henequén, el producto de su esfuerzo diario. Helados. Sabrosos helados de su propia receta y fabricación, en sus sabores predilectos de coco y tutifruti.

Los niños pequeños se paraban en los rayos de las ruedas traseras para poder alcanzarlos. Los servía en “barquillos” de su propia confección, tan dulces y crujientes que aún no han podido ser igualados. Todos coronados con la tradicional “ñapa”.   Todo por “un real”.   Ya no existe Asturias, con su deceso todo terminó. Ningún niño supo su verdadero nombre. Y aunque es más hermoso recordarlo sencillamente como “Asturias”, a muchos les gustará ahora saber que su nombre era Félix Diez Martínez.

Cuando nuestros padres querían “bajar las pipas” de las palmeras que entonces abundaban en los patios de las casas, había que llamar a “Cantinflas”.   Nadie sabía su nombre, nunca se supo la razón de su apodo, salvo que alguien le hubiese encontrado algún parecido con el famoso comediante mexicano. Pero era el experto en esa habilidad especial. Arremangándose las perneras de sus pantalones, con una soga al cuello y un filoso machete al cinto, subía a esas palmas a la velocidad del rayo, algunas tan altas que daba miedo verlas. Allá cortaba los racimos y los bajaba sin que se rompiera una sola.

En las tardes cuando pasaban los muchachos voceando los diarios locales de entonces, Ecos del Valle y La Razón, los padres de familia, cuando querían ahorrarse el real, les decían: “No, yo escucho a Ramón Guerra y allí me entero de todas las noticias”.

A un muy conocido chofer de taxi no le gustaba nada que le dijeran “Chupeco”.   Se volvía una fiera. Un día tenía estacionado su auto cerca de la estación del ferrocarril esperando por los pasajeros que venían de Armuelles.   De pronto de un viejo cedro se desprendió una rama que fue a caer precisamente encima de su taxi. Enterado don Santiago Anguizola Delgado de tan catastrófico suceso, se sintió obligado a hacerlo del conocimiento público a través de su muy escuchado radio periódico. Y con su característico humor poético relató: “Cayó un pilón y mató a un ratón, cayó una teja y mató a una vieja, se cayó un palo seco y aplastó a Chupeco”. Clin. Al enterarse “Chupeco”, exclamó enardecido: “Viejo hijo de la …a”. Le asolearon la abuelita a mi condiscípula Lía.

Decirle “Kangarú” a ese conocido personaje que vendía paletas en su carretilla, era como hurgar en un avispero. Y como nunca nadie le conoció su nombre, para evitarse problemas y adquirir una paleta, llamaban su atención con un sencillo: “hey, una paleta”. Un día Kangarú estaba donde don Pablito Contreras comprando uno de sus famosos raspados.

En la acera de enfrente estaba Erasmo Franceschi, el gran “Machete” y ¿qué inventó? Llamar a un muchacho que pasaba por allí y darle dos reales diciéndole. “Anda allí donde Pablito y te compras dos raspados, uno para ti, de lo que tú quieras y a mí me traes uno de kangarú. El muchacho fue muy diligente a ganarse su raspado y llegó a hacer su pedido: “Uno de piña y uno de kangarú”.   Al escuchar don Pablito aquel “horror” y ver cómo se desfiguraba “Kangarú” y se atragantaba con el raspado, solo alcanzó a gritarle al “pelao”:   Huye, que te matan. No volvieron a verlo nunca más. Y “Machete”, doblado de la risa, dio por bien invertidos sus dos reales.

Aplaudir a la vez que le gritabas “plas plas”, o gritar “Águila Picapiedra”, al ver cerca a los personajes que se enfurecían al verse llamados con esos epítetos, requería de mucho valor y piernas muy ligeras.    Y lo de mi apreciado amigo, Iván Osorio, con mis recordadas vecinas, sobre una mensura, quedará para otra ocasión, por falta de espacio.

Decirle “Pilatos” a Alcides Alvarado era peor que mentarle la madre. Actuaba de árbitro en los juegos de basketball aquí en el gimnasio Rafael Hernández L.   En una ocasión, como en otras tantas, cantó una falta, pero luego de reanudado el juego, alguien de la barra penalizada gritó “Pilatos, vendido”.   El hombre, lleno de ira, suena el pito, detiene el juego, todo queda en silencio y reclama furioso: “Que sea hombre el que dijo eso”.

Silencio.   Nadie contestó.   Ningún “hombre” en la barra. El juego continuó y no habían pasado cinco minutos, cuando viene otra falta y se repite lo mismo. “Pilatos, vendido”, suena el pito, el juego queda detenido,   No hay “hombres” en la barra. Entonces se levanta Nikito Contreras, personaje de gran verbo y estatura. Y dice: “Yo vine a ver el juego y si es por hombres, con tal de que este siga, bueno, aquí hay uno”.   Don Alcides, satisfecho, se lleva el pito a la boca para dar inicio al juego. Pero Nikito, antes de sentarse, agrega: “Pero yo no fui el que te gritó Pilatos”.

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<> Este artículo se publicó el 29  de octubre de 2010  en el diario La Prensa, a quienes damos,  lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.
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El cómodo sendero de las fechorías

La opinión de…

Carlos Eduardo Galán Ponce

En este país ocurren las cosas más inverosímiles. La percepción ciudadana, junto a una realidad que sus protagonistas no parecen tener el menor interés en ocultar, es la mejor muestra de la forma descarada en la que algunos funcionarios –y parientes y amigotes– se enriquecen al calor de sus cargos.

Pero ahora resulta que el actual gobierno, luego de haber ganado las elecciones con una extraordinaria mayoría de votos, en gran parte por la promesa de pedirle cuentas a los que “entran limpios y salen millonarios”, se encuentra con una situación de lo más curiosa.

Si el PRD hubiera ganado las elecciones, todo continuaría igual por aquello de que “son tú mismo”. Pero como las perdió, si se le piden cuentas a sus miembros por posibles actos de corrupción, resulta que se trata de “persecución política”.   Bueno, es que las mordidas al gran pastel de los negociados no se las iban a dar miembros de la oposición.

Antes se hablaba de los pactos de no agresión en los que los partidos, al alternarse en el poder, se cuidaban de hacerse “los chivos locos” ante los actos deshonestos de sus antecesores y así, como en un cuento de hadas, todos vivían felices.

No pasaba nada. Ahora que la situación parece haber tomado un rumbo diferente y se inician ciertas investigaciones sobre una serie de “cosas” que huelen mal, los involucrados recurren a toda clase de argucias para evitar una rendición de cuentas. Primero, tienen la ventaja de que son tantos que si es por turno les tocará “el día de la pera”.

Larga es la fila. Y si se comienza por los más “cocotudos”, estos cuentan con la mayor cantidad de recursos que les brinda nuestro famoso “estado de derecho”.   Esos derechos de cuya sepultura se beneficiaron todos durante los años de la dictadura. Se enferman, ellos o sus consejeros, se les muere una tía. Se cobijan bajo una inmunidad que tuvo su origen y tenía toda su razón de ser cuando los funcionarios poseían otro concepto del honor.

Cualquier cosa, menos demostrar su inocencia de la manera más sencilla y convincente. Haciendo gala, al término de su mandato, de una fortuna y un estilo de vida semejante al que tuvieron al inicio de su gestión. Al mejor estilo del presidente Guillermo Endara Galimany.   Muy sencillo.

Los términos más frecuentes que nos exhiben los dictados de los encargados de administrar justicia son: archivar el expediente, archivar la denuncia, sobreseimiento definitivo, prescripción del delito. Y si por fin son pescados en algo, entonces la moda es recurrir a las cortes internacionales, cuyos magistrados no poseen vínculos de ninguna clase con nuestra sociedad, ni sus fallos tienen efecto alguno sobre los tributos fiscales de donde proceden.

Siempre creí que la violación de los derechos humanos se tipificaba por el abuso a la integridad física del individuo. Que nacieron como institución, para proteger al ciudadano de la violencia y la crueldad de los regímenes represivos. Como el caso de la actual Cuba comunista, saturada de presos políticos.

Como las prácticas que dejara para la historia la dictadura de Omar Torrijos, inventor local de la eliminación física de los adversarios políticos. Pero ahora todos los “botados” recurren a esas cortes, que se demoran lo que les dé la gana –total nada les cuesta– para, al final, cobrar los “salarios caídos”. ¿Cuáles salarios? ¿Caídos de dónde?  Ni los trabajaron ni guardaron ayuno durante ese período. Antes, a un tipo lo botaba un gobierno entrante y salía tranquilo a buscar trabajo en otra parte y encontraba normal que le tocara el turno a otro.

Nunca estaremos seguros de cómo va a terminar la actual gestión. Hay que predicar con el ejemplo, aunque desafortunadamente ya comienzan a percibirse indicios de fisuras en la modalidad de adecentamiento de la cosa pública. “Negocitos” que lejos de acabarse, solo pasan de manos. Informantes con las orejas paradas para darle curso raudos a lo que escuchan, al mejor estilo de los tristemente célebres “sapos”, de una era que creímos superada. Pero el resultado solo lo sabremos al final, cuando veamos quienes lograron inflar sus fortunas y quienes saldrán de sus cargos con la frente en alto. Ese es el mejor, sino el único termómetro que mide la corrección del desempeño en un puesto público.

Pero el país ha ganado con este proceso de adecentamiento, de llamar a rendir cuentas a los que han atentado contra el patrimonio del Estado, porque de esa manera, los que actualmente tienen la responsabilidad del manejo de la gestión pública, guardarán la cautela necesaria para que no tengan que ser llamados luego a rendir las mismas cuentas que ahora le exigen a sus predecesores. Es hora de que tengamos una sociedad que no crezca en el país dónde no pasa nada.

<> Este artículo se publicó el 24  de septiembre de 2010 en el diario La Prensa, a quienes damos,   lo mismo que al autor,  todo el crédito que les corresponde.

Los varios aspectos de la codicia

La opinión de…

Carlos Eduardo Galán Ponce

Este pecado capital no es un producto de las actuales generaciones ni exclusivo de parte alguna del universo. Nació con la humanidad. Solo que hoy, las políticas de globalización, de la desmesurada promoción al consumismo, unidas a la sumisión vergonzosa de gobiernos moralmente vulnerables han exacerbado el culto al dios dinero.

Con la venia de gobernantes carentes de todo nacionalismo, los poderosos intereses de países más grandes y desarrollados les han caído “en pandilla” a los más pequeños.   Con todas las ventajas.

El dinero que para ellos es una bicoca, para cualquiera de nosotros es una fortuna, y encima los encargados de proteger nuestro patrimonio lo salen a mercadear.

Comprar el territorio nacional a trozos, a precios irrisorios para la capacidad económica de estos nuevos conquistadores, ha puesto “nuestra tierra”, la tierra que nos vio nacer, fuera del alcance de la inmensa mayoría de los nacionales.

Y se van regando por todo el país. Apoderándose de playas, islas, montañas, haciendas ganaderas, áreas comerciales.   De todo. Y allí es donde se inicia la concentración de fortunas y la verdadera inflación. Porque del valor de la tierra depende directamente el costo de todo.

De los alimentos, de las viviendas, de los arrendamientos de los locales para todas las actividades de ventas de bienes y servicios, de los servicios médicos.   Bueno, ni el transporte aéreo se salva, pues no puede permanecer por siempre en el aire.   Las tierras que antes eran de todos, ahora han quedado solo al alcance de extranjeros y algunos grupos minúsculos locales.

Sobre el famoso “desarrollo”, la mayoría se pregunta a quién le ha llegado.   Porque lo que sí ha traído es una mayor concentración de fortunas a manos de unos pocos. Antes lo normal era que los personajes más adinerados se encontraran en los países con grandes economías.   Lo cual es muy lógico, hay más gente a quien sacarle.

Pero parece que este pequeño país ya no solo produce campeones en deportes, sino que ya contamos con individuos codeándose con los “más ricos y famosos”.    Que en un país como México, con su índice de pobreza y violencia, alguien se pueda jactar de ser el hombre más rico del mundo, es una vergüenza. Y no menos vergüenza es que en un pequeño país como el nuestro, con su grado de pobreza extrema, comiencen a surgir personajes a esos niveles.

Ese afán insaciable de mayores riquezas ha llegado a los extremos de derribar las más elementales barreras morales. Un supermercado local promociona la presencia de un cliente “en cueros”, parado frente a una cajera que lo admira “muerta de la risa”.   Una televisora local promueve grupos de niñas de escuela, a contorsionarse al grito de “muévelo”.   Y no el cerebro. No imagino de qué intelectuales es la idea de este “extraordinario” aporte a la cultura y las buenas costumbres. Ir de compras “pelao” y “moverlo” en la escuela.

Pero mientras esto ocurre aquí, en Viena un coro de 400 niñas escolares canta a los acordes de música de violines, y el alcalde de Medellín, con la formación de coros similares en las escuelas, ha logrado disminuir la violencia en su ciudad. Y luego nos quejamos de las causas de la violencia y la “patanería” de los jóvenes. O de encontrar a niñas menores de edad, uniformadas, en actitudes impropias en los buses o en discotecas a pleno día.

Todo el cuento lo justifican con lo de “generar empleos”. Pero resulta que en Canadá, un país a extremo ordenado, el 60% de los puestos de trabajo tiene lugar en empresas que poseen menos de nueve empleados.   La libre empresa es la mejor opción para una paz social y lograr un razonable nivel económico para la mayoría de los habitantes de un país. Tampoco hay nada malo en que el éxito vaya aparejado a una bien merecida fortuna. Y los frenos a la concentración excesiva de bienes son prácticamente imposibles.

Esto se viene intentando en Estados Unidos desde la presidencia de Teodoro Roosevelt con resultados poco claros. Los únicos frenos que existen son morales. Y un poquito de sentido común que debe indicarle a aquellos que más tienen, que son precisamente ellos los que más tienen que perder si cundiera el caos. Quizá por eso es que se ha reunido, precisamente en ese país, un grupo de los más ricos, para regalar la mitad de sus fortunas para propósitos sociales. Igual viven con la otra mitad.

A cualquier individuo, que vivió con ese apego enfermizo a los bienes materiales, le llega el momento, aunque sea a un paso de su tumba, en que se ha de preguntar ¿para qué hice tanto? Haber afectado a tanta gente. Haberse “comido” a tantos desdichados. Haber participado sin ningún remordimiento en la destrucción del planeta, solo para tener más. Y finalmente, quedarle prohibido saborear un buen filete. Los mariscos les son veneno.

Nada de sal ni de buenos vinos (ni tampoco de los malos). A conformarse con ingerir a diario verduras sosas y sopas aguadas, cubierto con una cobija hasta el cuello para calmar el frío permanente. Y los que te rodean. Esperando tu partida para escudriñar en tu testamento. Y si no dejaste alguno, o no repartiste a gusto de los que esperan en fila, a liarse a golpes para deleite de los abogados.

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Este artículo se publicó el 27 de agosto de 2010  en el diario La Prensa,  a quienes damos, lo mismo que al autor,  todo el crédito que les corresponde.

Cómo se disipa nuestra historia

La opinión del Ingeniero…

Carlos Eduardo Galán Ponce

La gula ha sido ilustrada, con mucho acierto, con un individuo obeso, frente a una mesa atiborrada de viandas, posesionado de la pierna completa de una res, que en su mano parece un muslito de pollo, mientras la ataca a grandes mordiscones hasta hacerla desaparecer.

Para luego tomar otra. Pero, bueno, allí lo que desaparece solo es el cuarto de la res y probablemente algo de la longevidad del comensal. Y las reses no paran de reproducirse. Pero en estos tiempos, aunque el propósito final de esa práctica es el mismo, el acaparamiento de bienes para uno solo, su manifestación ha tomado formas diferentes y desaparece lo que no ha de volver.

Ese apetito insaciable ya se ha trasladado a los rasgos de nuestra historia. Se la están comiendo. Los monumentos que la encierran. Esas estructuras que el solo caminarlas nos hace sentir, como si el tiempo no hubiese transcurrido. Que nos transportan a evocar las vivencias en esos interiores, de cinco siglos de generaciones, mientras la memoria nos trae los recuerdos de las enseñanzas en nuestras clases de historia.

Cosas que en otros lares se preservan como oro en polvo, aquí tienen que salir las organizaciones civiles de panameños a luchar para evitar que sean botín de extranjeros insaciables, con los que no nos une ningún lazo histórico. Solo vienen por el dinero. De ejemplos de cómo es arrasada nuestra historia, por la “gula” de esos individuos, dan fe cada día nuestros medios de comunicación.

Yo no sé exactamente cuál es la gracia de ese pregón de “crisol de razas”.   Más heterogeneidad en sus orígenes hay en países como Estados Unidos y nadie hace una “alharaca” de eso.    Pero lo que sí es una realidad, que se puede ver con solo acceder a ciertos canales de televisión por cable, es que en otros países, no importa su ideología política ni su régimen económico, los gobiernos hacen causa común para la preservación de su historia y de los monumentos que la simbolizan.

Cuando escuché a un ministro decir que había que demoler la antigua embajada de Estados Unidos, para hacer allí un mamotreto de concreto, y que los estudiantes gustosos lo ayudarían a derribarla, por aquello de “las luchas”, pensé que alguien se había fumado “un pito”.   Con esa sapiencia se podría tener un canciller que fuera llevándole al mundo esa genial teoría.

Pudiera comenzar por alentar a los rusos a demoler en Petesburgo el Hermitage, porque fue la residencia de invierno de los zares hasta la caída de la monarquía y a hacer un “desarrollo urbano” de sus jardines, porque allí recreaban su vista las zarinas.

A los franceses bien podría convencerlos de demoler el Palacio de Versalles, porque desde allí los oprimieron Luis XIV y sus sucesores. Y convencer a los mexicanos de “volarse” el Palacio de Chapultepec, porque desde allí disponía el emperador Maximiliano, durante la dominación francesa. Y de paso que hicieran en sus jardines una barriada estilo “áreas revertidas”, porque en ellos se exhibía Carlotita, sin mucho pudor, en sus mañanas.

Oye, ni en Haití, el país con el mayor índice de analfabetismo de América, se le ha ocurrido a nadie demoler las hermosas estructuras de la época de la dominación francesa. Qué barbaridad.

En una ocasión, cuando departía con la familia de una amiga mexicana, Elena Izquierdo (entonces diputada federal), en su residencia en Tenancingo, estado de México, llegó de visita otro colega. De pronto surgió el comentario, de que un prominente empresario había adquirido “ese” rancho ganadero, muy cercano a la ciudad, cuyas edificaciones venían de la época de la dominación española. Y a ninguno le preocupaba el destino que se le daría a la propiedad, porque, además de que la ley la protegía, quien tiene allí el dinero para adquirir una propiedad tan hermosa y contada, lo hace para disfrutarla. Por el orgullo de poseer de un inmueble irremplazable, parte de la historia del país. Estilo. Elegancia.

Si un día tienes la oportunidad, te recomiendo pasar unas vacaciones en Guanajuato, México. Vas a encontrar hoteles como el Parador San Javier. Qué diferencia. Un antiguo rancho ganadero, con todas sus estructuras básicas conservadas tal como fueron construidas hace más de 100 años. Acondicionadas para ofrecerte todas las comodidades en un ambiente de espacios abiertos y de historia, para deleite de propios y extraños.

Y la provincia chiricana no podía dejar de hacer su aporte al cariño por las estructuras de los personajes ilustres que nos antecedieron y que la hicieron grande.    Si un día tienes la suerte de ser invitado en David a una recepción en la residencia construida por don Toto y doña Anita Tribaldos a finales de los años 40, en su residencial de Balvuena, por nada del mundo dejes de ir. Una residencia señorial, conservada como en su primer día. Joya de la arquitectura de la época y tesoro incalculable de nuestra historia local.   Vas a recrear tu vista contemplando un estilo de vida de una época. Del buen gusto y de una familia creativa, donde los estratos sociales no causaban escozores. Hoy, descendientes de esa pareja conservan la casa impecable y, en acontecimientos especiales, los presentes, además de degustar de excelentes viandas, tienen el placer de recrear su vista en un retazo de nuestra historia.

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Este artículo se publicó el 30 de julio de 2010 en el diario La Prensa, a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.

¡Intrusos!

La opinión del Ingeniero….

Carlos Eduardo Galán Ponce

Pudo deberse a las distancias, a las precarias vías de comunicación de la época. O quizá fue que llegaron inmigraciones diferentes.

Lo cierto es que en ambos extremos del país fueron surgiendo culturas muy distintas. Aquellos que poblaron originalmente esta distante provincia de Chiriquí, llegaron atraídos por sus bellezas naturales, sus climas, sus bosques, sus ríos de abundantes y cristalinas aguas.

Por la fertilidad de unos suelos que se ofrecían generosos para el desarrollo de su vocación agropecuaria. Y cautivados por ese entorno natural, se quedaron e hicieron de esta tierra su hogar. Y ocurrió lo que fue imperante en todos los asentamientos humanos que surgieron en condiciones similares.

Las dificultades para llegar a sitios más lejanos y subsistir en condiciones difíciles, exigieron de sus pobladores una mayor disciplina y un manejo ordenado de los recursos naturales del lugar.

Pero eso no significó permanecer en el pasado. La provincia se esforzó por modernizarse e ir cubriendo sus necesidades. Y en muchas áreas fue más allá. El distrito de Boquete se proveyó su propio acueducto que aún hoy administra, y en 1925 ya contaba con una planta hidroeléctrica privada local que le suministraba energía.

Comunicaciones, S.A., empresa chiricana, en 1956 ya había conectado con telefonía automatizada a la provincia, integrando luego en una red de larga distancia a todo el país.  Empresas Eléctricas de Chiriquí, S.A., en 1960 ya le suministraba luz y energía a toda la provincia, habiéndole agregado a su parque cinco megavatios de la planta hidroeléctrica de Caldera.

Era todo lo que necesitábamos, y que lejos de perturbar la naturaleza, parte de su captación hídrica la convirtió en un riachuelo que corría regando las tierras altas de El Francés, hasta entonces yermas. Igual corría “la acequia” en la planta de Dolega. Y nos suministraban energía eléctrica a $.02 el kilovatio hora.

Por otro lado, las poblaciones que fueron conformando lo que es hoy la capital de la Nación llegaron atraídas por las actividades comerciales que allí tenían lugar y luego, por la construcción del ferrocarril y del Canal.

Una vez terminadas esas obras, la ciudad capital, además de la sede del Gobierno, fue proyectándose como el centro comercial y de servicios del país, con la gran ventaja de verse provista de todos sus servicios básicos por la Compañía del Canal y otras empresas extranjeras, agua potable, luz eléctrica, telefonía, calles, carreteras, recolección de basura, ofertas de alimentos, etc. Y eso les hizo las cosas mucho más fáciles. Pero los personajes que originalmente construyeron las calles y barrios de su ciudad, se cuidaron de hacerlo siguiendo un concepto urbanístico hermoso y elegante, que era el orgullo de propios y extraños.

De repente, a alguien se le ocurrió que Panamá debía ser como Hong Kong,   donde andan en bicicleta y viven uno encima del otro. Y comenzó la debacle. Empresarios insaciables, en contubernio con funcionarios indolentes o corruptos, cambiaron las normas de uso de suelo y tomaron “por asalto” los hermosos barrios de la capital.

Reemplazaron sus elegantes chalets por enormes moles amorfas de vidrio y cemento. Los bellos jardines del Hotel Panamá, imagen emblemática de la ciudad, ya habían sucumbido a la gula de los “torrijistas” de esa época.

Fueron acabando con cada área verde. Y continuaron. Le cayeron encima desde el primer día a las áreas revertidas de la Zona del Canal y no han parado de ir arrasando con sus bosques. Sin planificación alguna, crearon una ciudad saturada solo de enormes edificios que se pueden tocar uno al otro. Sin áreas públicas, con calles insuficientes, que se inundan cuando llueve y se sumergen a ratos en aguas fétidas.   Ruidosa, agresiva y hostil, sumida en la basura y la violencia.  Donde escasea el agua potable y el transporte público es un caos. Donde trasladarse en automóvil es tan difícil como andar a pie.

Pero bueno. Hasta allí, pudiéramos decir: total, yo no vivo allí. Pero el caso es que cuando llegó el momento de suplir el derroche de energía de que hacen gala esos mamotretos diseñados para desperdiciarla y para el boato de unos cuantos, los mismos que crearon la debacle vieron en el mapa nuestros ríos y le han caído en pandilla. Intrusos atrevidos e insaciables que han llegado aquí a acabar con lo que ya no hay donde viven. Han venido a deteriorar nuestro entorno natural, a ofender la idiosincrasia de nuestros hombres del campo.

A pisotear sus medios de subsistencia y a burlarse de su sencillo estilo de vida. Armados del “derecho” que le dan las concesiones que regalara el gobierno de Martín Torrijos a sus compinches, para instalar aquí sus hidroeléctricas. Como filas de dominó en cada tramo de nuestros ríos. Hasta al millonario mexicano le tocó del botín, en un viaje “de gorra” en su avión.

El otro Torrijos se trajo al Sha de Irán y le sacó 14 millones de dólares, que se embolsaron los “Todo por la Patria”.   Esta vez no sé cómo fue el asunto. Pero hay una provincia lacerada por la codicia desmesurada de unos cuantos, con su complicidad. Y si un castigo le va a tocar, será allá arriba cuando parta, porque por lo de “entrar limpio y salir millonario”, no lo veo.

Pero no hay que cejar en la lucha por detenerlos. ¿Y el próximo capítulo de los depredadores?… las minas.   A pararse firmes, o nos la van a “zurrar”.

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Este artículo se publicó el 17 de junio de 2010 en el diario La Prensa, a quienes damos, lo mismo que al autor,  todo el crédito que les corresponde.

La pata coja del Gobierno

La opinión de…..

Carlos Eduardo Galan Ponce

Era la 1:00 a.m. del 7 de marzo. Un auto circulaba por el tramo de El Francés sobre la vía Boquete-David.   Su velocidad era moderada, todas sus luces estaban en regla, su placa de circulación, al día.   En países donde a los policías de carretera se les instruye a utilizar eficientemente el tiempo y los recursos para la seguridad de los contribuyentes, ese auto nunca hubiese sido detenido.   No había ningún motivo para ello. No iba violentando ninguna norma de tránsito.   No constituía un posible riesgo para nadie.   Pero quizá el aburrimiento, o la novedad de utilizar el nuevo dispositivo de que han sido provistos, llevó al policía de Tránsito, apostado en su patrulla a orilla de la vía, a detener el auto.

Dado que la pareja ocupante del vehículo venía de asistir a una celebración, donde abundaron las buenas viandas y los licores finos, el vehículo iba operado por la esposa del propietario del auto, que adoptando el programa de “conductor designado”,  no había ingerido una gota de licor.   Mala suerte.   Su licencia de manejar había sido olvidada en el auto que ella utiliza a diario y que se encontraba en su residencia, a solo dos minutos del sitio del incidente.

A pesar de que el agente pudo fácilmente haber cotejado en su nuevo dispositivo que la conductora sí tenía licencia vigente, o haberle permitido ir a traerla.   Razonar como un ser humano y no aferrarse como autómata a un tecnicismo.   No. La única opción que ofreció fue levantar una infracción sobre la licencia de su esposo por “ceder el manejo a persona no autorizada” o llamar a una grúa para que se llevase el auto. Lo de las grúas, lo sabe todo mundo.

El cargo en esencia es falso. La señora maneja automóviles desde hace más de 40 años y no portar en un momento determinado su licencia, no le restaba su habilidad para manejar.   No pasó una semana, cuando se perdieron dos vidas jóvenes en ese mismo tramo de la carretera en un confuso incidente de imprudencia en el manejo y allí donde sí se ameritaba, no hubo ningún agente de Tránsito procurando seguridad.

En esa zona son frecuentes espesas neblinas y lluvias torrenciales. Yo invito a cualquier medio a obtener un video de los vehículos transitando sin luces bajo esas condiciones de clima, o en las noches circulando con luces defectuosas, ante la mirada impávida de los agentes de Tránsito.

Como los afectados se dieron cuenta de que no era posible tratar de lograr un razonamiento humano del agente, optaron por solicitar luego una reconsideración ante el juez de Tránsito.   Esperando que una mayor formación profesional pudiera ver el caso con un criterio más amplio. El caballero en mención se apersonó a las oficinas de la Autoridad del Tránsito en David con una formal nota de reconsideración, dirigida a la juez de Tránsito, aduciendo sus razones.

Se le selló recibida y al solicitar una fecha para una audiencia, se le contestó que la recién nombrada juez estaba apenas viendo los casos de 2009.   Volvió el viernes 9 de abril y se le contestó que volviera el próximo viernes 16.

Así lo hizo y cuando esperaba de pie por su audiencia con la juez, otra joven, de una pila de resoluciones, sacó la que correspondía a su caso, con una lacónica confirmación de la infracción de $150.   Tarifas descabelladas que pasarán a engrosar las cuentas impagables. Todo esto ocurrió a mi esposa y a mí. Yo traigo una formación que me enseñó la importancia del sentido común.  Que escuchando se aprende.

Que no puedes tener una idea clara de un hecho, si no conoces todas las circunstancias que pudieran variarlo. Me enseñaron que para que se reparta justicia real hay que escuchar a las partes. Así eran los juicios de Salomón, que no era universitario.   Muchas veces creemos tener la verdad en la mano y de repente, con solo escuchar una frase, nos damos cuenta lo equivocado que estábamos.   Para mí fue de gran frustración que la mencionada juez se negara a recibirme.   Era mi derecho ser escuchado. Pero ella no lo consideró así.  Volvimos a cuando la palabra de la policía era la ley.

Con mucha frecuencia te encuentras en la calle a agentes de la policía amables, de trato agradable, a pesar de lo difícil de su tarea, pero por alguna razón puedes ver en su expresión que esa afabilidad es más el producto de sus hogares o del lugar donde se criaron que del ejemplo o las directrices de sus superiores.  Porque la prensa libre de hoy nos permite enterarnos del tráfico de influencias para la obtención de cupos de taxi.   Negociados en la emisión de costosas licencias.   Absurdas tarjetas de registro vehicular con fotos de autos de los que hay miles “igualitos”.

Soy asiduo del programa televisivo Quién quiere se millonario, donde se aprende mucho y se palpa en cierta forma el nivel de cultura general de la población.   En uno de sus programas, a una joven abogada le tocaba contestar si el cacique Atahualpa había pertenecido al imperio Inca o al imperio Azteca.

La joven se cargó al cacique desde Perú, lo sentó en México, a 4 mil kilómetros y contestó: “azteca”.   En ese instante se me iluminó el horizonte.     Vi todo con claridad.     El origen de mi frustración.     Con ese “sencillo” incidente, comprendí por qué mi caso había tenido ese desafortunado final.

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Este artículo se publicó el 28   de mayo de 2010 en el diario La Prensa, a quien damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.

Servicios públicos, en manos privadas

La opinión de…..

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Carlos Eduardo Galán Ponce


Habría que ser muy iluso para pretender que el fin primordial de una empresa privada no sea el obtener el mayor beneficio al menor costo. Hasta suena lógico en el marco de la libre empresa. Pero aun en ese sistema y en el país que mejor lo simboliza, desde los tiempos del presidente Roosevelt y robustecido durante la gestión del presidente Kennedy, ya se legislaba en contra de los monopolios. Y es que solo la “competencia”, puede crear un balance que permita al consumidor obtener productos y servicios a precios razonables. Cuando ese factor deja de existir, surge la debacle. Y eso es lo que ocurre cuando servicios públicos caen a ser prestados en forma exclusiva por manos privadas. Bueno, generalmente no es que caen, sino que alguien se los da.

Y lo peor del caso, es que la cacareada “eficiencia” de la empresa privada, utilizada para vendernos la idea, no pasa de ser más que una pantomima. Si quieres divertirte, para no decir pasar un mal rato, marca el 123 de Cable & Wireless. Ármate de paciencia y siéntate a escuchar la publicidad de todos los servicios que ofrecen, para luego ponerle mucha atención a un rosario de números a digitar. Si ninguno coincide con tu problema, te queda solicitar un operador, que generalmente resultará que está “atendiendo” a otros clientes. Y si finalmente logras informar que tienes un daño en tu línea telefónica –que es lo único que tú querías hacer– y lo van a atender. Resulta que “el daño es adentro”. Arréglalo por tu cuenta.

Nuestro antiguo y amado Intel, instalaba todas las líneas internas, reparaba los daños y proveía todos los aparatos que necesitaras, a cambio de una tarifa residencial de $10.00 mensuales, más $1.25 por cada extensión. Las llamadas locales eran ilimitadas y a pesar de contar con una planilla abultada, pero de panameños, le reportaba anualmente al Estado más de 60 millones de dólares de ganancia. Y dio hasta para la inmoralidad de “indemnizar” a su director general de cuando lo vendieron.

Los call centers son una “maravilla”. Si están robando en tu barrio, en David y marcas 104, te va a contestar una persona de la ciudad de Panamá, donde no han ni oído hablar de tu barrio y que inicia preguntándote dónde queda eso. Si marcas el número de atención al cliente de telefonía celular, te va a contestar un tipo en Chile o en México, que a veces “de a vaina” le entiendes. Si en una hacienda de ganado lechero, falla el suministro de energía eléctrica, al reportarlo te contesta un individuo a cientos de kilómetros de aquí, que no sabe ni de qué lugar le hablan. El antiguo IRHE tenía cuadrillas de reparación con teléfonos directos, en sitios estratégicos de la provincia, que se conocían a palmo su área de cobertura, lo que les permitía acudir con premura a solucionar el problema.

Leí con interés las aclaraciones de don Guillermo Chapman, sobre las circunstancias que rodearon la construcción de los corredores y las diferentes condiciones bajo las cuales estas obras son pactadas en diferentes localidades. Y con esa actitud responsable que lo acompañó en el desempeño de sus funciones ministeriales, aclara las consideraciones económicas, que no le correspondían ni emanaron de su despacho. De haber sido así, quizá hoy la realidad fuera otra. Porque cuando cierran en San José, Costa Rica, el aeropuerto de La Sabana, lo convierten en un parque, pulmón de la ciudad. El antiguo aeropuerto de Iguazú en Argentina es hoy un hermoso parque donde caminas en rampas elevadas para no afectar las especies menores que allí habitan. En este querido Panamá, al aeropuerto de Paitilla lo regalaron para tapizarlo de cemento. Como hacen los “inversionistas” con cada fracción de área verde que encuentran.

Una modernísima autopista que unía la ciudad de México con Acapulco, resultó en tan rotundo fracaso que la prensa mostró a un tipo que se pasó una hora acostado en ella sin perturbar en absoluto el tráfico. El viaje en avión resultaba más económico. Creo que fue obra de ICA. El peaje de la que conectaba el centro industrial del DF con la frontera norte, poco más de mil kilómetros, costaba para los camiones de carga, a comienzos de los 90, alrededor de $500.00.

Y la única forma que encontraron para forzarlos a utilizarla fue darles, como opción libre, un intrincado laberinto de calles con semáforos, tan inteligentes como los de aquí, a través de cada ciudad en su ruta.

En contraposición, estando el país en la condición ruinosa en que lo dejó la dictadura, el gobierno del presidente Endara encontró la forma de construir la segunda etapa de la hidroeléctrica de La Fortuna en Chiriquí, sin recurrir a financiamientos externos. Pero ya no hay un IRHE que construya mega hidroeléctricas del Estado, hoy es un negociado de “concesiones” privadas, que hasta las revenden, para que alcance para repartir los ríos de Chiriquí, a partes iguales, entre los más amigos y los más codiciosos. Destruyendo aquello que aún nadie ha podido construir: Ríos.

También como gestión oficial, hoy vemos, aquí en David, a la dirección del Ministerio de Obras Públicas, con recursos y personal propio, llevando a cabo un completo trabajo de restauración de calles y de dotación de nuevas vías, en los barrios del norte de la ciudad. Todo es un asunto de funcionarios que quieran trabajar con honestidad y no poner el país en subasta.

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Este artículo se publicó el  29  de abril de 2010 en el diario La Prensa, a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.

La cara fea de la ciudad de David

La opinión de…….

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Carlos Eduardo Galán Ponce

En épocas pasadas, para llevar a cabo contravenciones al orden público, sus autores procuraban que tuviesen lugar dentro de la mayor discreción posible. Y bajo ese mismo concepto, la oscuridad de la noche se convertía en el mejor cómplice para cometer aquellos actos que iban a quebrantar la tranquilidad y las buenas costumbres de la sociedad.

Pero parece que con el paso del tiempo, esas circunstancias han ido cambiando y hoy, para violentar las normas del respeto ajeno, el ocultismo ha dejado de ser necesario.   Ya han pasado a ser exhibidas sin el menor asomo de discreción y a plena vista de las autoridades llamadas a evitarlas.

Esta ciudad de David, como mi generación la conoció, era un ejemplo de ordenamiento urbano. De ello fueron responsables, primordialmente, dos chiricanos:  don Aristides Romero Chávez, entonces ministro de Obras Públicas,  y don Camilo Franceschi,  alcalde municipal.    Ambos sin una mayor formación académica, pero con una gran visión y un claro amor por su ciudad, la proveyeron de amplias calles y avenidas de concreto, en ordenadas cuadrículas, bajo un plan normativo que no toleró favoritismos.   En su orden, fueron instaladas, soterradas, las tuberías para la conducción de agua potable, así como las recolectoras para aguas pluviales y servidas.   Simétricas aceras, con sus cordones y áreas verdes, de medidas reglamentarias, ubicadas, como dicta la norma universal, en constante paralelismo a su calle, complementaban el hermoso entorno urbanístico de nuestra ciudad.

Y es que desde los tiempos de los coches de tiro animal, las sociedades, al irse ordenando, sintieron la necesidad de proveer a los ciudadanos de a pie,  que siempre han sido la mayoría,   de áreas por donde pudiesen caminar con seguridad –sin que un caballo les pasara por encima–.

Con una lógica elemental, para hacerlas funcionales, las ubicaron a la vera de las calles y por ello recibieron el nombre en inglés de sidewalks.   Traducido, “caminar al lado”. ¿Por qué su nombre? Bueno, porque para eso se hicieron, para caminar. ¿Y por dónde? Pues, al lado de cada calle, no donde a cada uno se le ocurriera ubicarla, con o sin permiso de las autoridades normativas, adosadas a la pared de cada inmueble, como vemos aquí.

Esas áreas, donde antes a nadie se le ocurría ni amarrar un caballo, ni trepar un coche, hoy se destinan a estacionar autos, convirtiendo al peatón en una especie extinta.

David posee hoy muchos nuevos y costosos edificios, pero en ordenamiento, es una caricatura de lo que fue esta viable y hermosa ciudad.   Cada nueva edificación parece hacerse sus propias reglas. Ya apenas quedan restos de esas aceras que permitían a las familias caminar cómodamente, desde la barriada de El Vedado –la única existente entonces–, hasta el actual estadio Kenny Serracín. Y las pocas que quedan, en el centro de la ciudad, comerciantes desordenados, las han convertido en escandalosas extensiones de los locales que arriendan.

La Avenida 3 de Noviembre, más conocida como calle Cuarta, ha sido siempre el centro del comercio davideño.  En épocas pasadas, sus almacenes y las aceras enfrente, eran un oasis de orden y tranquilidad. Los Sánchez, Contreras, Horna, Romero, Olivares. Los Arias, Osorio, Tribaldos, Cabrera, Juanita Mendizábal, Rodolfo Angulo, el chinito Yilin. Los Zebede, los Cohen, Anguizola, Chichi Maleck y otros, que escapan a mi memoria. Chiricanos e inmigrantes de diferentes orígenes, pero todos con un denominador común.  Una cultura de orden, de buenas costumbres y de respeto por los demás, que además le trajeron buenos ejemplos a nuestras sencillas costumbres.  Y unas autoridades municipales con una dosis de cultura similar.

Recuerdo que en mi época de infancia, cuando alguien se quería referir a un sitio como la imagen del desorden, decía: “eso parece un bazar”. Bueno en eso es en lo que han convertido algunos comerciantes, nuestra otrora ordenada y tranquila calle Cuarta.   Además de adosarse las aceras para su uso particular, las han cubierto como carpas y les han instalado un infernal y ensordecedor ruido al que llaman “música”, que todo el que pasa tiene que soportar.   Y de noche, el sitio se convierte en un basurero, con el que hasta al servicio de recolección de basura de SACH, le cuesta lidiar a diario.  Todo bajo la mirada impávida de nuestras autoridades municipales. Situación similar ocurría en las áreas del centro comercial de la hermana ciudad de Santiago de Veraguas, hasta que el nuevo alcalde municipal, Gonzalo Adames Isos, decidió poner orden e hizo despejar la servidumbre pública. ¿Le costó? Parece que sí, pero lo hizo. Prueba de que solo es cuestión de voluntad, de deseos de cumplir con el deber con la comunidad y de saber vivir ordenadamente.

Si las divisiones políticas no permitieron que hubiese un cambio en la administración municipal de esta ciudad, estas son nuestras autoridades legalmente constituidas y de ellas debemos procurar la solución a este estado de cosas, que tan mal aspecto ofrece a nuestra ciudad. O saber si existen otras razones, que desconocemos, para que esta situación persista.

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Artículo publicado el 24 de marzo de 2010 en el diario La Prensa, a quienes damos, lo mismo que al autor,  todo el crédito que les corresponde.

Cómo procurar un cambio

La opinión de…….

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Carlos Eduardo Galán Ponce


La tarea de gobernar, para cualquier hombre que no llegue a la más alta magistratura de la Nación con la intención de enriquecerse sino con el firme propósito de hacerle frente a la delincuencia, entre otros problemas, no es ningún “confite”.

Los pocos, llamados de cuello blanco, a los que se les logra, después de mil y quinientas, armar un caso, cuentan con tantos recursos legales para dilatar interminablemente los procesos en su contra. Y hasta para al final salir indemnes. No importa que los beneficios económicos de los hechos que se le imputan estén ostentosamente a la vista. Cuando es claro que el propósito de la corrupción, invariablemente, es el enriquecimiento material –ni sueñes que va a ser el intelectual–. De allí aquella sentencia universal que reza: “Las propiedades cuyo valor superen los ingresos legítimos se considerarán un bien ilegítimo”. Y parece ser tan sencillo hacer ese escrutinio.

Por otro lado, los procesos contra los de cuello de otros colores o de los “sin cuello” no despiertan interés y se estancan en los escritorios, en tal forma que muchos individuos se “pudren” en las celdas por períodos más largos de los que les corresponderían si fuesen culpables de los actos que se les imputan.

A esto, súmale los que son capturados in fraganti y por una u otra razón, al día siguiente andan libres por las calles planeando algún otro desafuero. Y solo faltan en esta ensalada, los menores de edad, cuya condición es suficiente para que con sus manos aún empapadas de la sangre de sus víctimas salgan, pavoneándose de sus hazañas, a esta selva de inseguridad.

Y por el lado de “los buenos”, las cosas no andan mucho mejor. Pululan jueces hurgando en cada caso por tecnicismos que van desde un error ortográfico hasta un número de finca o de cédula equivocado para declarar nulos los procesos contra los que a todas luces han violado la ley. Un tipo entra a un sitio público, le pega 10 balazos a un parroquiano indefenso delante de todo el mundo y luego tienes que referirte a él como “el presunto homicida” si no quieres arriesgarte a que un abogado inescrupuloso te demande por maltratar la honra de semejante despojo.   Pareciera que los hechos, que son la única y verdadera realidad, no cuentan. Y para reafirmarlo, ahora se inventaron otra.   “Lo que no está en el expediente no existe”.   Qué bonito.   Si se te olvidó apuntar a un muerto, el tipo está vivo. Y lo máximo. La Procuraduría General, el fiscal mayor de la Nación, “presumiendo” que todo mundo es inocente.

Entonces, cuando un Presidente, preocupado por la seguridad de sus ciudadanos, le pide a los encargados de aplicar la justicia que no se amilanen, que no les tiemble la mano para pedirle cuentas a los delincuentes de alto perfil y que para ello cuentan con su apoyo, eso parece ser un pecado.   Te revisten con el mote de dictador en ciernes.    Y lo curioso es que el epíteto proviene, precisamente, de los incubados en una cruel dictadura, manchada de sangre inocente, a la que aplaudieron a rabiar.

En México, sin negarse su estado de derecho, el presidente Felipe Calderón, al tomar posesión de su cargo, le advirtió públicamente a los secuestradores de infantes que su gobierno se iba a encargar de encerrarlos cinco pisos bajo tierra. Y a nadie se le ocurrió decir que eso era “violar la separación de los poderes”.

En Estados Unidos, cuna de la democracia, durante el gobierno del presidente Kennedy, su hermano Robert, procurador general de la Nación, se encontró en una ocasión en el lobby de un hotel al mafioso del transporte Jimmy Hoffa.   Se le acercó y señalándolo con el dedo le dijo “yo voy a hacer que te pudras en una cárcel”.    Y en esa civilización nadie salió a acusarlo de violar la “presunción de la inocencia”.    Poner a un individuo de esa clase a buen recaudo era el deber de su cargo.   Pero el tipo tenía tantos enemigos que finalmente nadie supo a ciencia cierta dónde se pudrió.   Solamente desapareció y la sociedad quedó con un peligro menos.

No soy versado en temas legales, pero como un ciudadano formado en otra disciplina se me hace difícil comprender el porqué de una serie de normas que no parecen dirigidas a hacerle a los delincuentes difícil evadir la justicia. Todo lo contrario. El menor error en un documento sirve de asidero para anular un proceso, mientras el delincuente se puede equivocar todas las veces que le dé la gana.   Si le falla al primer balazo, puede ir corrigiendo la puntería hasta que te acierta en la cabeza.

El “debido proceso” a que tenía derecho la víctima se va con ella a su fosa en el cementerio (¿Y el victimario?).   Festín para sus defensores que no dudarán en tratar de convertir el hecho en suicidio y devolver al pistolero a las calles a repetir la hazaña. “Presumir de inocentes” a asesinos irredimibles, confesos, con expedientes kilométricos y un rosario de víctimas, hasta ejecutadas frente a testigos, es un exabrupto.   Pero así, la delincuencia parece ir arrinconando a la justicia.   Y los que tienen que vivir encerrados son los ciudadanos decentes por temor a lo que les puede esperar en las calles. ¿Queremos que esto siga así? No. Algo debe cambiar. Y parece que ya comenzó.

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Publicado el 26 de febrero de 2010 en el Diario La Prensa,  a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que le corresponde.