La opinión de…..
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Mercedes Arias
Hay quienes afirman que la historia podría escribirse desde antes y después del caballo y que la llegada de los españoles a América no fue tan importante como la llegada del animal. Sirvieron para conquistar y avasallar, como bestias de carga, y en tiempos de paz para sembrar y como medio de transporte y diversión.
Hoy la diversión parece que llegó para quedarse. Playa Blanca, en la provincia de Coclé y dentro del arco seco es, desde la construcción de un conocido hotel de playa, meca de turismo masivo. Turismo que innegablemente ha traído dosis de bienestar a la provincia por la cantidad de empleos que ha generado en el sector. Y por brindar como pionero, un lugar de esparcimiento para locales y para extranjeros. Pero el progreso debe ir de la mano con un autocontrol para que los huevos de la gallina sigan siendo dorados.
Traduciendo significa que el hotel debería ser el primer interesado en proteger los recursos naturales, porque si las playas se mantienen limpias y si no están contaminadas, ellos a la vez protegen su millonaria inversión.
Personalmente me ha tocado ver a turistas, cartucho en mano, llevándose su buena libra de conchas por cabeza. En Bonaire, por ejemplo, meca del buceo, los lugareños cuidan tanto sus corales que para bañarse hay senderos en el agua delimitados por sogas para proteger las algas y otros recursos naturales. Y quienes viajan allá para practicar el submarinismo no pueden llevar pesas en sus correas pues irse más al fondo pudiera implicar daños a los corales. Pero aquí, queriendo apostar al turismo, vivimos a años luz.
Ahora nuestras playas se contaminan por el excremento de los caballos que ofrecen el servicio de paseo sobre sus grupas a los turistas del hotel y aunque consuelo de tontos es decir que los caballos solo comen y defecan hierba, lo cierto es que los caballos que operan como negocio, recorren los mismos metros de playa cientos de veces al día. Y son estos caballos, propiedad de microempresarios, la manzana de la discordia entre residentes del sector y los administradores del hotel, pues los equinos criollos permanecen en la arena justo en el área en donde se ofrecen los servicios de alquiler de jet ski del hotel para captar con facilidad su clientela.
Hace años, cuando el hotel no existía y cuando los habitantes del sector eran una cantidad minúscula, un hombre para todos conocido simplemente como Juan, el del Caballo, era quien se dedicaba al negocio de pasear a los niños por la playa, pero recuerdo que en ese entonces se trataba de tres gatos y no de todo un hotel a capacidad llena. Hoy son casi 17 los caballos con los que se presta el servicio de paseo a los turistas por la playa. Que fácil y económico sería levantarles la cola y guindarles una bolsa que funcionara como receptáculo de desechos… Y el hotel bien pudiera hacerles la donación de los receptáculos.
El decreto No. 7 del 12 de febrero de 2009, en su artículo 3 reza así: “Se decreta prohibir el paseo de caballos a lo largo de las playas en lo que es la bajamar del distrito de Antón; asignar áreas especiales donde los dueños de caballos puedan brindar el servicio a turistas y nacionales sin perjudicar a los bañistas, evitando así la contaminación de nuestras cristalinas aguas con la orina y heces de dichos equinos”. El mismo decreto prohíbe las motos y four wheels en las playas, pero eso ya es motivo de otro artículo.
Sin embargo, por instrucciones del hotel a sus turistas no los pasean a lo largo y ancho de la playa, porque ¡qué fastidio que un caballo fuera a hacer sus necesidades justo donde se asolean sobre tumbonas los turistas! Y aunque el hotel no los apadrina, lo que sí ha logrado es que no monten justo enfrente del hotel. Esto significa que los “regalos” son entonces religiosamente depositados ante las casas de los residentes del lugar, cuatro, seis y 12 veces al día. Álvaro Pardo, gerente del hotel, asegura que ellos tampoco quieren los caballos allí y el alcalde del distrito, Jorge Cáceres, aunque conoce el problema, no tiene, él solo, cómo hacer cumplir la ley.
Los policías del sector hacen caso omiso a su lema de proteger y servir, es decir, no hacen nada al respecto. Mientras tanto, los caballos siguen contaminando la Playa Blanca, y al paso que va mejor sería cambiarle el nombre por uno que es mejor no mencionar.
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Este artículo se publicó el 27 de marzo de 2010 en el Diario La Prensa, a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.
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