Espero no haberme equivocado dos veces

Espero no haberme equivocado dos veces

Rolando Binns Halman

En mis años de escuela secundaria pude vivir la traumática toma del poder por parte de los militares, quienes usurpaban el sistema democrático para librarnos de la oligarquía que gobernó en franco contubernio con la Guardia Nacional. Menuda farsa. A lo largo de dichos años, muchos panameños fueron encarcelados, masacrados y expatriados. Mientras este nuevo orden discurría, algunas instituciones fueron creadas para favorecer a los grupos más necesitados.

Muchos jóvenes pobres con sueños fuimos beneficiados por ellas para lograr la superación académica. Como el poder no corrompe, sino descubre lo que llevas dentro, la lucha por el dominio trajo los trágicos 21 años que vivimos a merced de uno u otro jefe castrense, sus títeres de palacio y sus ejecutores civiles. Fuimos víctimas de un ataque desproporcionado y sin precedentes contra un pequeño e indefenso país. Algunos le llaman invasión; otros liberación. Y entre promesas y burlas a la dignidad de los electores, giramos otra vez hacia una incipiente democracia. En estos 19 años se han sucedido en el poder ambas fuerzas.

Quién hubiera creído que este amado pueblo confiaría la conducción de su aparato estatal al hijo de quien, con desaciertos y oportunidades, emblematiza el proceso octubrino y sus consecuencias históricas. Me avergüenza admitir que a esos cándidos me sumo al creer que este joven político entendería el gran mensaje que un pueblo herido, golpeado en las calles, azotado por los pitufos, cuyos mandatarios legalmente elegidos fueron apaleados en Santa Ana, ante la indiferencia de las Fuerzas de Defensa, civilistas muertos por huestes paramilitares. ¿Qué nos han dado? Muchas cosas buenas, dignas de aplaudir, pero no han podido resolver un aparato gubernamental sumido en la más ofensiva y desafiante corrupción; un pueblo agobiado por las dificultades económicas, que si bien en parte se deben a fuerzas globales incontenibles, serían más llevaderas si hubiera mejor distribución de la riqueza en nuestro país. No se trata de dar salpiques a los pobres para tenerlos tranquilos, millones para el desenfreno de los carnavales, sino respetar a cada panameño en su más esencial dignidad, sin burlarse de su desgracia, poniendo un mendrugo en sus bocas, y ostentando toda suerte de beneficios y prebendas, despreciando así al humilde que lucha por sobrevivir cada día. Los que asaltan la cornucopia y desafían la justicia, se ríen de todos nosotros, y se lo permitimos. Funcionarios ineficientes con salarios exagerados, presumiendo facilidades, comodidades, autos, seguridad personal y abusando de los desafortunados de este país. Ni hablar de la inseguridad en que vivimos quienes no gozamos de guardaespaldas y protección institucional. Y, encima, nos afrentan colocando en cargos públicos a individuos por todos conocidos que con su acción o silencio contribuyeron a la vejación de un pueblo desamparado.

En una manifestación sin precedentes ese mismo pueblo acude masivamente a las urnas en una fiesta democrática que servirá de ejemplos a las siguientes generaciones. Decide en simple aritmética, y en forma abrumadora, abismar cualquier posibilidad de fraude. Elegimos a quien creemos puede conducir las derroteros de nuestra nación el próximo quinquenio. Su gabinete está compuesto por una gama de profesionales de conocida trayectoria; varios en los primeros pasos de la responsabilidad de gobernar y otras figuras destacadas en la vida pública. Comparto con algunos que puede haber corrientes de uno u otro partido “tradicional” inmerso en este nuevo gobierno.

No estoy de acuerdo con las declaraciones de un consejero quien señalara que les falta experiencia política. ¿Para qué han servido? Para dirigir a un pueblo hacia mejores días solo hace falta la voluntad de emprender, depurar las manzanas podridas y arrojarlas al fuego, y ser honestos en el manejo de las arcas que nos pertenecen a todos.

Una cualidad que solo se aprende de nuestros padres, en el hogar y con los buenos amigos es el respeto a la dignidad de todos los panameños. No creo a ciegas que todo será maravilloso. Permitamos que demuestren que son posibles mejores días, sin corrupción, evaluemos el balance entre promesas y resultados. Critiquemos con fuerza sus desatinos. Cooperemos para darle mejor futuro a nuestros hijos. Un legado que las bayonetas no podrán arrancarnos … ¡Y ojalá no me equivoque de nuevo!

Publicado el 21 de mayo de 2009 en el diario La Prensa