Llamar las cosas por su nombre

Llamar las cosas por su nombre
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Jorge Montalván
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Siempre es saludable llamar las cosas por su nombre. Por ejemplo, hace poco más de un mes nos dieron una pateadura. El cielo de la boca duele todavía pero, a fuerza de entereza, la humillación no se tradujo en indignidad. Sin embargo, creo que no todos han identificado adecuadamente la naturaleza de la pérdida sufrida. Esta es algo mucho mayor y más importante que unas elecciones. Hemos perdido el partido de los principios, la estructura y el accionar torrijistas. Las elecciones solo sirvieron para evidenciar nuestra real desgracia. No fueron solo nuestros candidatos los zurrados por la ciudadanía, fue al PRD mismo al que mandaron al demonio.

Hace 20 años nos dieron otra pateadura, pero pronto el partido se recuperó, a tal punto que no perdimos otra votación en 10 años. En aquella ocasión el CEN se reagrupó después de la invasión e integró en un solo mazo todas las iniciativas que fueron surgiendo. Eludieron la tentación de reeditar capillas, excluir competidores, recompensar fidelidades y compromisos caciquistas. Innovaron en la política nacional desarrollando inéditamente la democracia interna, sin exclusiones infantiles. Pusieron a funcionar las estructuras de la organización en todo el país y fomentaron su autonomía. Esto, mientras en el gobierno de turno crecía la ferocidad de las dentelladas y la voracidad de sus grupejos.

Sin embargo, ya durante el gobierno de Pérez Balladares empezó la muerte lenta del partido de Omar Torrijos. Los afanes por transformar la sociedad hacia el futuro se concentraron exitosamente en la acción gubernamental, pero al costo de ya no tener un partido que fuese capaz de discernir, e impedir, el error garrafal de la aventura reeleccionista. Y así nos enfrascamos en la campaña del 99.

El partido, desmovilizado durante años, no pudo superar el reto. Como no desarrollamos un partido moderno y aguerrido, mal podíamos ganar contra los partidos adversarios y contra el gran movimiento de manipulación de masas, ese sutil partido muy moderno de las tres “M”. El final fue que tuvimos que presenciar la entrega del Canal desde las aceras, pero el CEN aceptó su responsabilidad y renunció sin discusiones estériles, celos, proyectos personales o cálculos politiqueros. El PRD estaba débil, pero vivo. Murió durante los 10 años que siguieron.

El nuevo CEN se concentró en elegir a Martín Torrijos y en reelegir a Juan Carlos Navarro en el año 2004. Hizo un maravilloso congreso programático, y luego se sentó sobre el informe final. Renovó estructuras, pero ya con una visión meramente electorera, inmediatista, excluyente, intolerante con cualquier atisbo de pensamiento independiente, con cualquier actividad no tutelada. Las luchas sociales se ignoraron o se supeditaron a la conveniencia del afán electorero. Además, se rellenaron los libros con firmas de montoneras, captadas al ritmo de la definición de las candidaturas y de la abjuración de los principios del torrijismo. Ganamos la elección, por supuesto, pero perdimos definitivamente el norte. Así que la elección del 2009 se perdió ya con los hábitos adquiridos para la de 2004.

Por lo tanto, no hay escapatoria: solo saldremos del cenagal refundando el PRD. Ya tenemos programa, lo que nos falta es gente capaz de llevarlo a la práctica. Para esto necesitamos un nuevo CEN, producto de un consenso muy amplio, integrado por personas con gran autoridad moral, pero sobre todo creado con el compromiso de hacer que el partido reasuma el liderazgo de las reivindicaciones sociales de los panameños, que debe ser nuestra única razón de ser.

Un CEN que mida las lealtades hacia el programa, no hacia dirigentes ensimismados en sus ombligos. Que ponga a funcionar las secretarías y los frentes de masas, y que impulse la actividad política de las bases con amplitud, tolerancia, ecuanimidad y autonomía. Que incorpore nuevos cuadros a la lucha política. Pero la escuela de cuadros, después, cuando haya dirigentes salidos del trabajo, no cooptados por el dedo de nadie por amiguismo o para acrecentar su poder y sus ambiciones.

Un CEN con la autoridad suficiente para dirigir realmente el trabajo legislativo, para frenar el desarrollo del caudillismo y para erradicar las tentaciones electoreras. Que entienda que el proceso electoral es importantísimo, pero tiene su momento y no es lo más importante. Que lidere por ello una reflexión sobre el país que sea científica, constante, seria, profunda, objetiva y fijada tercamente sobre el bienestar de las grandes mayorías. Y que esa reflexión sea la que oriente la actividad partidaria, y no los designios personales de ningún dirigente mesiánico. ¿Podrá empinarse el CEN actual sobre sus evidentes limitaciones y permitir la regeneración imprescindible?

Publicado el 16 de marzo de 2009 en el diario La Prensa