Torrijismo: la mano y el guante
NILS CASTRO
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Para explicarse la alharaca que se busca agitar sobre la situación del PRD es indispensable, entre otras cosas, diferenciar dos aspectos que se relacionan, pero tienen distinta naturaleza: uno es el torrijismo y otro es el partido. Sin pretender una definición formal, lo resumo así:
1. El torrijismo es la concepción ideológica con largas raíces en la historia panameña que en los 70 expresó las demandas de justicia social, las reivindicaciones nacionalistas y el reclamo de cambios que animaron al “proceso revolucionario” de esa época. Es la cultura política que condensa el conjunto de valores, ideas y métodos plasmados en los éxitos, los aprendizajes y las tareas pendientes que vienen de aquella experiencia.
2. A su vez, el PRD es una organización política que, enseguida de lograrse los Tratados del Canal, se constituyó para continuar ese proceso de cambios por medios civiles. Esto es, para continuar el proceso revolucionario por medios democráticos, a eso debe su nombre, mediante la movilización comunitaria y gremial de los sectores populares y la clase media, contando con un partido capaz de defender los avances ya logrados, ganar elecciones y dirigir el gobierno en esa dirección.
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En esta dupleta la cultura política o concepción ideológica es como la mano que empuña el guante. Por muy bueno que sea el guante, nada saldrá bien si lo calza una mano equivocada.
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En su día podremos recordar cómo y quiénes —tras la prematura muerte de Omar Torrijos— frustraron el proyecto de instaurar un nuevo tipo de democracia accesible, popular y participativa (en vez de retroceder a la democracia oligárquica y excluyente), y cómo y quiénes han insistido en frustrar al partido destinado a liderizar ese proyecto de desarrollo con autodeterminación nacional y equidad social. Hoy el tema es otro.
Respecto a la alharaca sobre lo que pasa en el PRD, cabe recordar que éste empezó con una importante correspondencia entre la ideología o cultura torrijista y la membresía del partido. Pero, a la larga la fortaleza de su convocatoria social y eficacia electoral lo hicieron más y más atrayente como maquinaria para obtener cargos por votación popular y puestos gubernamentales, y no solo como organización portadora de ese proyecto nacional.
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Esto ha acarreado dos dinámicas deformadoras:
Una, que el PRD atrae a arribistas políticos no comprometidos con el pensamiento y el proyecto torrijistas, que se adhieren al partido para hacer carrera. Incluso, ciertos viejos cuadros se desentienden de los objetivos torrijistas y se focalizan en controlar posiciones para aprovecharse del partido y obtener cargos, privilegios e inmunidades personales.
Otra, la pésima idea clientelista de emprender inscripciones masivas, sumando montoneras carentes de identidad ideológica ni ubicación definida, lo que infla la organización al costo de rebajar su calidad política. Esas malas dinámicas se agravan cuando una parte de la mística originaria del partido es desgastada al asumirse políticas contrarias a sus principios y objetivos.
Por ejemplo, al desacatar el “repliegue” —la orden de regresar a los militares a sus cuarteles y devolver toda la responsabilidad política a los líderes civiles—, y la consiguiente subordinación de la dirigencia del partido a las decisiones de unos coroneles políticamente impreparados, y la subsiguiente crisis de 1987-89. Asimismo, al plegarse a la ofensiva neoliberal y las arrogancias imperiales adoptando políticas contrarias al Programa del partido en los años 90.
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Tales experiencias tuvieron efectos corrosivos sobre las convicciones y la firmeza moral —efectos ideológicos— de una parte minoritaria, pero muy visible de la dirigencia perredista. Pero también probaron el tesón y la capacidad de lucha de miles de cuadros, mucho más numerosos, pero menos percibidos, que superaron dignamente esas y otras pruebas.
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Si nos fijamos en el asunto que nos ocupa, quedan a la vista por lo menos tres cosas, entre otras:
1) que mientras peor es esa corrosión y desideologización, mayor es la pérdida de eficacia política, como lo demostraron la reciente campaña electoral y la actual alharaca;
2) que la disputa tiene lugar en el ámbito del partido y se focaliza en la lucha por tomarse posiciones de control del partido, pero elude discutir en el campo ideológico, puesto que los querellantes están desideologizados. Es decir, tanto cuadros honestos como notorios arribistas buscan cómo tomarse la estructura del PRD, pero evitan examinar su situación ideológica, la que, sin embargo, está en la base del problema, como la mano en el guante; y finalmente,
3), que lo que así se dirime es quiénes podrán retener o tomarse las posiciones de control de la máquina político-electoral, sin considerar la naturaleza y la reactualización del proyecto torrijista, que es lo que antes le dio vida, convocatoria y eficacia al partido. Se pelea por la máquina sin discutir cuál uso deberá dársele para que ella le rinda mejores servicios al pueblo, con lo cual a la postre el guante podrá quedar en la mano más inapropiada.
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Para evitarlo, la primera pregunta debería ser: ¿Qué es el torrijismo? y ¿Cómo deberá constituirse el torrijismo en el siglo XXI? No cabe la excusa —de la que tanto abusan unos y otros— de que torrijismo equivale a socialdemocracia. Primero porque el torrijismo es bastante más que eso y, segundo, porque hoy tampoco está nada claro qué entender por socialdemocracia. Si ese nivel de descuido o falta de coraje ideológico no se corrige, al cabo alguien podrá quedarse con el control de una organización políticamente extraviada y moribunda. Pero lo más probable es que ésta sea, precisamente, la intención de los titiriteros mediáticos y gubernamentales que azuzan esta alharaca.
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Publicado el 6 de julio de 2009 en el diario La Estrella de Panamá, a quien damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.
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