Autoritarismo

La opinión del Escritor y Catedrático….

NILS CASTRO

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Autoritarismo

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Los líderes y regímenes autoritarios se afanan por darse una imagen de gobernantes expeditos, de rápida y enérgica reacción. Un afán que, en la realidad, solo disimula una ignorancia: la de desconocer que las realidades y procesos sociales tienen una rica complejidad en la que abundan intereses, posturas e ideas contrapuestas que, en cada caso, apuntan hacia diversas alternativas de solución, con las que es preciso trabajar de forma incluyente.

Para el discurso de los autoritarios —que es un rosario de esquemas en blanco y negro—, lo que toca es escoger una opción y hacerla valer de un solo manotazo. Generalmente, una opción simplista que sirva para dar pie a un gesto espectacular. Sin embargo, ese método apenas si da resultados temporales, que solo podrán alargarse violando derechos ciudadanos y endureciendo la represión. Pero si la gente no se deja dar rejo, el gesto machista queda en un palmo de narices.

El autoritarismo se basa en ejercer el mando, no en el arte democrático de gobernar. Sobre esto, el pasado 19 de septiembre Martín Torrijos señaló algo que vale recordar. Dijo que no es lo mismo mandar que gobernar, puesto que quien manda impone decisiones sin consultar, razonar ni persuadir, mientras que gobernar implica construir consensos y estimular la participación. Porque el mando conduce a reducir a las personas a la condición de súbditos, pero gobernar exige desarrollar ciudadanía.

Al revés del autoritarismo, el método democrático reconoce que en todo conglomerado social hay una rica pluralidad de intereses y alternativas que lo dinamizan al competir entre sí. Eso puede dar lugar a conflictividades y a concertaciones. El mando autoritario supone que con su “ mano dura ” puede forzar la sociedad a portarse como él pretenda. De allí el conocido dicho del sátrapa cubano Fulgencio Batista según el cual “ hay que darle candela a la lata hasta que suelte el fondo ”? Ya sabemos con qué resultados.

En cambio, el liderazgo democrático propone un proyecto estratégico, sopesa las contradicciones en curso y convoca a los participantes para construir convergencias pactadas, de más amplia aceptación social. Esto es lo que propicia ir al desarrollo en vez de ir al conflicto.

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Publicado el 27 de septiembre de 2009 en el diarioLa Estrella de Panamá quien damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.

Populismo

La opinión del catedrático y escritor…..

NILS CASTRO

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Populismo.

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Populismo es un estilo político que puede envolver posiciones de cualquier matiz ideológico.   Es el estilo que proclama lo que el gran público desea escuchar, sin importar si eso es lo correcto y factible.   Un método que complace al gran auditorio, aunque éste haga peticiones insensatas.   Su problema no es satisfacer las demandas populares, sino usarlas en su discurso.   Es un estilo que haciendo lo que el grueso de la gente quisiera ver, de hecho sirve para disimular las marrullerías del político, que pasa gato por liebre, mientras entretiene a la gente con un espectáculo a su gusto.

De ahí que con frecuencia el populismo esté acompañado de otras perversiones, como la demagogia, la cacería de brujas y la denigración de los adversarios.   Además, de una forma teatral de escenificar las acciones políticas.    En el siglo XX, uno de los mayores exponentes de ese estilo fue Benito Mussolini, quien combinó el populismo, la teatralidad mediática y el autoritarismo para conseguirle apoyo popular a un nuevo programa de la extrema derecha y, a la vez, para silenciar a sus críticos.

Ahora el concepto de populismo está siendo sistemáticamente tergiversado, endilgándoselo a algunos gobiernos sudamericanos.     Para plantear una división entre los gobiernos progresistas de Argentina, Brasil, Chile y Uruguay, y los más radicales de Bolivia, Ecuador o Venezuela, se insiste en tildar a estos últimos de populistas.    En realidad, todos ellos expresan procesos sociopolíticos muy diferentes, y este uso frívolo de la palabra “populismo” solo refleja una ignorante incapacidad para percibir sus diversidades? O un malicioso interés por meter en el mismo saco a todo lo que se quiere atacar, ocultando que hoy estamos ante una renovada ofensiva del populismo de derecha.

En cualquier caso, la característica del populismo es atribuirse acciones complacientes con las demandas más populares del momento, en vez de orientar y formar opiniones mejor informadas, y construir soluciones duraderas.   El populista omite considerar si esas demandas son correctas, factibles y sostenibles; lo que le interesa es jinetear su popularidad en beneficio de su propio interés de grupo.

Así, el populismo es un estilo político que implica adoptar medidas sin consultarlas ni razonarlas, acompañándolas con una intensa publicidad repetitiva, para hacer ver que se tomaron en interés popular. Lo que también implica descalificar y acallar a quienes señalen los errores que ese estilo conlleva. Motivo por el cual la difamación, la intimidación y el soborno son asiduos acompañantes del populista.

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Publicado el 22 de septiembre de 2009 en el diario La Estrella de Panamá a quien damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.

Defender derechos y libertades

Defender derechos y libertades


La opinión de…

NILS CASTRO


Mientras han sido gobierno, las oligarquías nunca han concedido espontáneamente derechos democráticos ni sociales. Ni siquiera en los tiempos en que un pasado liberalismo progresista llegó a gobernar.
Tanto en Europa como en América, a lo largo de los siglos XIX y XX, las conquistas sociales como el derecho de asociación, la jornada de ocho horas y los demás derechos laborales, los derechos de seguridad social, la eliminación del trabajo infantil, la libertad de palabra, las restricciones a la detención temporal, el Habeas Corpus y el derecho al debido proceso, el derecho de los trabajadores a votar y a tener candidatos, el voto femenino, el derecho a la privacidad, etc., siempre han sido el resultado de duras luchas del movimiento popular y las clases medias.

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Invariablemente, las oligarquías han disfrutado de mayores oportunidades de dominación social y política, y de prosperidad económica, mientras esos derechos sociales han podido negarse o restringirse.

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Asimismo, mientras las creencias y opiniones de los ciudadanos han podido ser formadas y dirigidas por los medios de comunicación social (y los comunicadores) que sirven a las oligarquías, para que la opinión pública y los comportamientos sociales sean más dóciles ante las decisiones oligárquicas.

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Por consiguiente, la oligarquía siempre se desenvolverá más a gusto cuando hay oportunidad para que esos derechos y libertades puedan ser limitados y revertidos. Este es su modo natural de existir y prosperar.

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Solamente el sostenido esfuerzo del movimiento popular y de las clases medias hace posible que esas conquistas no sean recortadas o suprimidas. A esa experiencia, tan reiterada a lo largo de los tiempos, se debió la conocida frase del general Omar Torrijos Herrera, señalándole al movimiento popular que “bien pendejos serán” si se dejan quitar los derechos ya obtenidos.

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Por eso tales derechos y libertades sociales nunca deberán tomarse ingenuamente como “clavo pasado” , o cosa lograda de una vez por todas.
La oligarquía, sobre todo cuando recobra la iniciativa y se siente “pechona” , siempre buscará cómo limitarlos y revertirlos. Solo una sostenida presión popular los puede mantener, consolidar y ampliar.

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Por consiguiente, la democratización política, social y económica nunca dependerá solo de la organización territorial y la capacidad electoral de los partidos populares, sino especialmente de la consistencia de su organización sectorial.

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Esto es, de su capacidad para organizar, alertar y movilizar a los sectores populares, a fin de defender y ampliar sus derechos y libertades democráticas.

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Publicado el 20 de agosto de 2009 en el diario La Estrella de Panamá, a quien damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que le corresponde

El PRD: un revés por omisión

En opinión de…

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NILS CASTRO

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El PRD: un revés por omisión

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Como antes hemos comentado, los éxitos iniciales del PRD resultaron de su condición de partido que expresaba un nuevo proyecto nacional, y de su capacidad de movilización social para impulsarlo. Pero eso no lo libró de ciertas tentaciones propias de una organización política creada desde el poder. Poco más tarde esos éxitos atraerían ya no solo a los torrijistas, sino también a arribistas ajenos a dicho proyecto, pero interesados en escalar posiciones en el partido para hacer carrera personal.

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Al soslayarse la conveniencia de tener mecanismos que velasen por la calidad cívica de los nuevos miembros, se facilitó la incorporación de personas de dudoso perfil político. A esto se añadiría la rutina de llevarse los mejores cuadros al gobierno, quitándoselos al partido. Y, adicionalmente, el cáncer del clientelismo —asociado a una forma viciosa de implementar la democratización interna—, que dio lugar a las inscripciones masivas, que hincharon al partido en desmedro de su eficacia, al extremo de llevarlo a tener más afiliados que votantes.

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Ciertamente, los períodos de adversidad contribuyeron a depurar las filas del PRD —en particular bajo las persecuciones judiciales y laborales desatadas tras la invasión, y durante el mireyato— y esos procesos selectivos enseguida llevaron al partido a lograr nuevos éxitos. Sin embargo, no se realizaron por iniciativa del propio partido, sino a consecuencia de las agresiones de sus adversarios. Al revés de las organizaciones sociales eficientes, en el PRD los mecanismos de autodepuración son flojos, tortuosos e inoperantes.

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La primera época del movimiento torrijista —aún antes de la fundación del partido— se caracterizaron por la intensa vida ideológica que construyó su identidad y objetivos. Los seminarios, debates y publicaciones eran pan de todos los días, en una dinámica que le dio vivacidad a una nueva cultura política. También los primeros años del PRD tuvieron esa característica.

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Pero después de la desaparición de Ascanio Villalaz y de Omar Torrijos, esa virtud empezó a declinar, con la corrosión ideológica que resultó de la subordinación a los coroneles, la insistencia oportunista en aliarse a políticos tradicionales y, luego, la viciosa inclinación a conciliar los principios, el programa y las políticas del partido a los dogmas neoliberales (esos mismos que le causaron tantos daños sociales a América Latina y que ya se han desacreditado).

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¿Qué características tuvo —y mantiene— la cultura política torrijista? Como lo señala el preámbulo histórico de la Declaración de Principios del PRD, el torrijismo es heredero y continuador de los ideales y demandas del movimiento popular panameño, como los manifestados en las gestas de 1947, de 1958 y de enero del 64. Demandas antioligárquicas y antiimperialistas de justicia social e integridad e independencia nacionales, que además de repudiar al enclave colonial y militar extranjero expresaron las reivindicaciones de los trabajadores urbanos, del movimiento campesino, de la clase media y los intelectuales, así como del empresariado industrial y agroindustrial.

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En aquellos años los mentores de la socialdemocracia europea aún no se habían interesado por América Latina. En su lugar, en el plano económico se contaba con una propuesta teórica y metodológica mucho más completa, la ofrecida por la CEPAL de la época de Raúl Prebisch, mientras que en el ámbito ideológico gravitaba el ejemplo del nacionalismo revolucionario mexicano, las ideas del aprismo y los ejemplos del figuerismo y del gaitanismo.

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En los años 70, cuando Omar asume el liderazgo de lo que desde entonces sería el proceso revolucionario (el Golpe de octubre de 1968 estuvo lejos de ser un acto revolucionario), esa cultura política ya se nutría del clima internacional de su tiempo. Éste era el de las luchas africanas y asiáticas de liberación nacional, el movimiento de no-alineación, la solidaridad con el pueblo vietnamita, los movimientos sociales norteamericanos contra la guerra y por los derechos civiles, y las agitaciones liberacionistas centroamericanas.

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Los acontecimientos del Mayo francés y la Primavera de Praga renovaron el interés mundial por la posibilidad de un socialismo democrático y pluralista, diferente del modelo soviético. Una idea que en América Latina tomó cuerpo con Salvador Allende —como iniciativa civil y constitucionalista—, a la par de la alternativa militar-popular encabezada por Juan Velasco Alvarado. Fue a consecuencia de todo ello que dos eminencias de la Internacional Socialista tomaron interés por los pueblos del Tercer Mundo y los latinoamericanos: Willy Brandt y Ölof Palme. Un interés que, tras la muerte de ambos y bajo la posterior política de conciliación con el neoliberalismo, después decaería.

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La identidad del torrijismo, como opción panameña de ese torrente mundial, vino de los reclamos de las comunidades populares y las iniciativas desarrollistas, las recomendaciones de la CEPAL y las demandas de la solidaridad internacional —un respaldo indispensable ante las negociaciones con Estados Unidos—. Eso requirió la estrategia de sustituir importaciones, estatizar empresas estratégicas y crear empresas mixtas, fortalecer los derechos laborales y sindicales, reforma agraria e integración de las comunidades rurales a la vida nacional, universalizar los sistemas de educación y de salud, y crear un nuevo régimen democrático que promoviera la consulta y participación populares, así como dignidad y flexibilidad en las negociaciones internacionales, relaciones con todos los países del mundo y no-alineamiento, etc. Una opción nacional-revolucionaria, que con el tiempo encontraría varios campos de coincidencia con la socialdemocracia.

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¿Acaso éstas eran ideas de una época? Todo lo contrario. Cuando ahora observamos el panorama latinoamericano, así como a los nuevos inquilinos de la Casa Blanca, vemos que esas líneas de pensamiento y acción han vuelto a prevalecer en la mayor parte del Continente. Las políticas de autodeterminación nacional, integración regional y desarrollo con equidad, en interés popular, señalan la ruta de nuestra América. Si en este nuevo contexto el PRD sufrió un severo revés no fue por tener esas convicciones, sino por haber perdido su identidad al dejar de llevarlas al corazón de su pueblo.

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Publicado el 13 de agosto de 2009 en el diario La Estrella de Panamá, a quien damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que le corresponde.

Torrijismo: la mano y el guante

Torrijismo: la mano y el guante


NILS CASTRO

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Para explicarse la alharaca que se busca agitar sobre la situación del PRD es indispensable, entre otras cosas, diferenciar dos aspectos que se relacionan, pero tienen distinta naturaleza: uno es el torrijismo y otro es el partido. Sin pretender una definición formal, lo resumo así:

1. El torrijismo es la concepción ideológica con largas raíces en la historia panameña que en los 70 expresó las demandas de justicia social, las reivindicaciones nacionalistas y el reclamo de cambios que animaron al “proceso revolucionario” de esa época. Es la cultura política que condensa el conjunto de valores, ideas y métodos plasmados en los éxitos, los aprendizajes y las tareas pendientes que vienen de aquella experiencia.

2. A su vez, el PRD es una organización política que, enseguida de lograrse los Tratados del Canal, se constituyó para continuar ese proceso de cambios por medios civiles. Esto es, para continuar el proceso revolucionario por medios democráticos, a eso debe su nombre, mediante la movilización comunitaria y gremial de los sectores populares y la clase media, contando con un partido capaz de defender los avances ya logrados, ganar elecciones y dirigir el gobierno en esa dirección.

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En esta dupleta la cultura política o concepción ideológica es como la mano que empuña el guante. Por muy bueno que sea el guante, nada saldrá bien si lo calza una mano equivocada.

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En su día podremos recordar cómo y quiénes —tras la prematura muerte de Omar Torrijos— frustraron el proyecto de instaurar un nuevo tipo de democracia accesible, popular y participativa (en vez de retroceder a la democracia oligárquica y excluyente), y cómo y quiénes han insistido en frustrar al partido destinado a liderizar ese proyecto de desarrollo con autodeterminación nacional y equidad social. Hoy el tema es otro.

Respecto a la alharaca sobre lo que pasa en el PRD, cabe recordar que éste empezó con una importante correspondencia entre la ideología o cultura torrijista y la membresía del partido. Pero, a la larga la fortaleza de su convocatoria social y eficacia electoral lo hicieron más y más atrayente como maquinaria para obtener cargos por votación popular y puestos gubernamentales, y no solo como organización portadora de ese proyecto nacional.

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Esto ha acarreado dos dinámicas deformadoras:

Una, que el PRD atrae a arribistas políticos no comprometidos con el pensamiento y el proyecto torrijistas, que se adhieren al partido para hacer carrera. Incluso, ciertos viejos cuadros se desentienden de los objetivos torrijistas y se focalizan en controlar posiciones para aprovecharse del partido y obtener cargos, privilegios e inmunidades personales.

Otra, la pésima idea clientelista de emprender inscripciones masivas, sumando montoneras carentes de identidad ideológica ni ubicación definida, lo que infla la organización al costo de rebajar su calidad política. Esas malas dinámicas se agravan cuando una parte de la mística originaria del partido es desgastada al asumirse políticas contrarias a sus principios y objetivos.

Por ejemplo, al desacatar el “repliegue” —la orden de regresar a los militares a sus cuarteles y devolver toda la responsabilidad política a los líderes civiles—, y la consiguiente subordinación de la dirigencia del partido a las decisiones de unos coroneles políticamente impreparados, y la subsiguiente crisis de 1987-89. Asimismo, al plegarse a la ofensiva neoliberal y las arrogancias imperiales adoptando políticas contrarias al Programa del partido en los años 90.

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Tales experiencias tuvieron efectos corrosivos sobre las convicciones y la firmeza moral —efectos ideológicos— de una parte minoritaria, pero muy visible de la dirigencia perredista. Pero también probaron el tesón y la capacidad de lucha de miles de cuadros, mucho más numerosos, pero menos percibidos, que superaron dignamente esas y otras pruebas.

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Si nos fijamos en el asunto que nos ocupa, quedan a la vista por lo menos tres cosas, entre otras:

1) que mientras peor es esa corrosión y desideologización, mayor es la pérdida de eficacia política, como lo demostraron la reciente campaña electoral y la actual alharaca;

2) que la disputa tiene lugar en el ámbito del partido y se focaliza en la lucha por tomarse posiciones de control del partido, pero elude discutir en el campo ideológico, puesto que los querellantes están desideologizados. Es decir, tanto cuadros honestos como notorios arribistas buscan cómo tomarse la estructura del PRD, pero evitan examinar su situación ideológica, la que, sin embargo, está en la base del problema, como la mano en el guante; y finalmente,

3), que lo que así se dirime es quiénes podrán retener o tomarse las posiciones de control de la máquina político-electoral, sin considerar la naturaleza y la reactualización del proyecto torrijista, que es lo que antes le dio vida, convocatoria y eficacia al partido. Se pelea por la máquina sin discutir cuál uso deberá dársele para que ella le rinda mejores servicios al pueblo, con lo cual a la postre el guante podrá quedar en la mano más inapropiada.

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Para evitarlo, la primera pregunta debería ser: ¿Qué es el torrijismo? y ¿Cómo deberá constituirse el torrijismo en el siglo XXI? No cabe la excusa —de la que tanto abusan unos y otros— de que torrijismo equivale a socialdemocracia. Primero porque el torrijismo es bastante más que eso y, segundo, porque hoy tampoco está nada claro qué entender por socialdemocracia. Si ese nivel de descuido o falta de coraje ideológico no se corrige, al cabo alguien podrá quedarse con el control de una organización políticamente extraviada y moribunda. Pero lo más probable es que ésta sea, precisamente, la intención de los titiriteros mediáticos y gubernamentales que azuzan esta alharaca.

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Publicado el 6 de julio de 2009 en el diario La Estrella de Panamá, a quien damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.