La opinión de….
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En días pasados CNN presentó el tema del escándalo de pederastia en la Iglesia católica. La periodista Glenda Umaña entrevistaba a Bernardo Barroso, experto en religiones. Me alarmaron sus comentarios mordaces: según la periodista urgía la renuncia del Santo Padre y parecía culparlo de los abusos sexuales. Barroso comentaba sobre las “ínfulas de la Iglesia de creerse la autoridad moral del mundo”, discurrían sobre la urgencia que la Iglesia tenía de adecuarse a la modernidad. Me llamó la atención que mientras atacaban a la Iglesia por ocultar la pederastia de algunos curas, lo que más les indignaba era su radicalidad en el tema de la sexualidad. Hasta culpaban al celibato sacerdotal de estas aberraciones, como si la pederastia fuese exclusivamente de solteros. Me dejó la sensación de que buscaban obligar a la Iglesia a transar con el mal enraizado en la sociedad, porque su radicalismo se hacía insoportable.
No pretendo justificar conductas aberrantes de pedofilia en sacerdotes y religiosos católicos, reprochable en el ciudadano común, inaceptable cuando se trata de consagrados de la Iglesia católica. El papa Benedicto XVI les ha dicho a esos: “Habéis traicionado la confianza depositada en vosotros por jóvenes inocentes y por sus padres. Debéis responder de ello ante Dios Todopoderoso y ante los tribunales debidamente constituidos”.
La pederastia es un trastorno sexual cuyas víctimas son niños inocentes. Hoy día el 15% de niños y el 25% de niñas son abusados por adultos. Si sacamos cuenta, son millones de niños abusados diariamente. Lo doloroso es que existan organizaciones como Nambla, cuya meta pretende legalizar la pederastia en Estados Unidos. Por otro lado y felizmente, en Holanda se desestimó el intento de legalizar un partido político que ofrecía legalizar la pederastia y hasta el sexo con animales. La Iglesia católica no permite ni aprueba estas aberraciones.
Lo que llama la atención es que siendo un flagelo tan terrible, no se persiga efectivamente y solo les preocupe cuando sacerdotes católicos, violando los principios de la Iglesia y de Dios, lo han hecho. El papa Juan Pablo II dijo “cero tolerancia ante la homosexualidad y pedofilia”, y saltaron las minorías protestando por la intolerancia de la Iglesia. El papa Benedicto XVI ha sido igual de enérgico, pero eso no importa mayormente, cuando lo que se busca es bajar a la Iglesia de su pedestal moral y aniquilarla, porque sus principios chocan con lo políticamente correcto.
Los católicos sabemos que igual que sucede en cualquier sociedad humana, dentro de los bautizados católicos hay todo tipo de enfermedades mentales, la Iglesia no es una excepción con más de mil millones de fieles. Algunos hombres, escondiendo sus tendencias sexuales enfermizas, se alojaron en las filas sacerdotales para hacer sus fechorías. Situación que nos avergüenza terriblemente. Sabemos que nuestra Iglesia es pecadora por estar formada por seres humanos, pero santa porque su cabeza es Jesucristo. La buena noticia es que hay una lista interminable de sacerdotes y fieles santos que hubo, que hay y que habrá, que con su testimonio de amor a Dios nos guían por el camino a la bienaventuranza eterna.
Por eso podemos enfrentar las adversidades, también porque estas desdichas fueron advertidas por nuestro Señor en muchas parábolas, entre ellas la del trigo y la cizaña (Mateo 13, 24-30) y cuando pronunció en el monte la terrible amenaza a aquellos que escandalizasen a uno solo de sus pequeñitos (Marcos 9, 42). Por último, sabemos que la Iglesia es de Dios porque fue instituida por el mismo Jesucristo, quien imponiendo sus manos sobre Pedro proclamó: “yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia; y las puertas del infierno jamás la podrán vencer”. (Mateo 16, 13-18).
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Este artículo se publicó el 30 de marzo de 2010 en el Diario La Prensa, a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.
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