Las cometas que el viento se llevó

La opinión de….

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Ananías Alberto Montenegro Correa


En los años 1960-1962, desde noviembre se sentían los vientos alisios o brisas navideñas acariciar nuestro litoral colonense.    Era el aviso de que ya la Navidad estaba a la vuelta de la esquina y con ella la entrada del fresco verano y la terminación de las clases en febrero.   Le pedíamos al Niño Dios bicicletas Raleigh, patines Winchester, escopetas de balín Daysi (BB Gun), rompe–clavos Levy’s, zapatillas pumps Converse, etc.

Siempre hubo consenso entre los miembros de la pandilla con respecto a qué íbamos a hacer para las vacaciones. Las entretenciones más comunes de la época eran la pesca, jugar “farandilida” (following the leader), “roldón” (run down) la lata, ringalillo, etc.

Pero una de las vivencias más apasionantes era el vuelo de cometas. Estas se hacían de virulí, papel crespón, goma e hilo pabilo. Primero se armaba el esqueleto en forma de cruz y luego se le pegaba el papel con la goma. Se le amarraba una cola o tira de trapo de unos tres metros y un rabito más corto para controlarla mejor.

Artesanos más diestros las dotaban de zumbadores o run run armándoles una entrada curva a manera de toma de aire en la parte delantera atravesándoles un hilo entorchado en papel espiral, y en su parte trasera un espacio libre entre el virulí y el papel. Todo esto con el propósito de lograr más aerodinámica y acústica del zumbador.

Entre las variedades de cometas existían los panderos que no eran otra cosa que cometas gigantes. Los olvidados “gallinazos” que se confeccionaban con una hoja de cuaderno y se volaban solamente con el hilo. No tenían colas. Era un simple origami.

La imaginación y creatividad de los voladores de cometa los llevó a inventar la técnica de “envío de mensajes”. Esta consistía en insertar un pedazo de papel redondo con un orificio en el centro desde la salida del hilo en la carretilla. Con la fuerza del viento los “mensajes” subían, subían y subían hasta llegar a la propia brida de la cometa. Cuando esto se lograba, la satisfacción era indescriptible. El mensaje había llegado al cielo.

Otros, con mentalidad más desafiante y malévola, amarraban hojas de afeitar Gillette al final de la cola de la cometa y con extrema destreza las acercaban a cometas vecinas con el propósito de cortarles el hilo terminando así con su vuelo o con su vida derribándolas. Basado en esto sobrevinieron entonces los “kaitfait” (kite fight) o peleas de cometas. Ahora cada cometa tenía su Gillette y empezaba el desafío en las alturas. La cometa “bitopiada” (beat-up) o derrotada era rescatada (o no) por su dueño dependiendo del lugar y la distancia de su caída final. Obviamente las que más alto volaban, caían más lejos, en ocasiones a varios kilómetros de distancia. Unas terminaban en los cables eléctricos, techos, árboles o en el titilante Caribe colonense, y ahí morían derrotadas. Los voladores inconformes regresaban donde los cometeros a pedirles cometas más fuertes con la intención de vengar sus derrotas.

Cuarenta años después vendrían las de tracción para los más fuertes, pasando por las acrobáticas de dos hilos para los habilidosos, pero ninguna como aquellas peleadoras, mensajeras y zumbadoras que surcaron el cielo colonense.

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Artículo publicado el 15  de marzo de 2010 en el diario La Prensa, a quienes damos, lo mismo que al autor,  todo el crédito que les corresponde.