Violencia y ausencia de valores

Violencia y ausencia de valores

Margarita Erne Morales – Abogada
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Cada día que enciendo el televisor para ver las noticias locales, lo primero que saltan son aquellas noticias fatalistas, las que están llenas de sangre, llenando de luto y dolor a muchas familias panameñas; deudos que lloran por la pérdida de sus seres queridos, que seguro fueron víctimas de la inseguridad ciudadana que se vive en el país y que es generada por los elevados índices de violencia perpetrada, en su mayoría, por miembros de pandillas, sicarios de carteles de drogas que están sembrando pánico en Panamá y enrolando en sus filas a jóvenes inadaptados con crisis de identidad.

Sólo hace unos días vimos, a través de un canal de televisión local, las imágenes en vídeo captadas por un teléfono móvil, en las que dos jóvenes, en edad escolar, se agredían a la vista de todos sus compañeros. Y no conforme con eso, se subió a Internet esa contienda física para degradar aún más a las protagonistas.

Cada vez es mayor el clima de violencia que se vive en nuestro bello Panamá; estamos secuestrados por el miedo, y no hablo de un miedo infundado, sino de aquel que se ha producido por la falta de respuesta del Estado en proteger a sus ciudadanos, la falta de cooperación entre los organismos de Inteligencia locales para manejar la información sobre el crimen organizado y sus principales actores: los delincuentes y traficantes que viven en el país; la falta de preparación de nuestros uniformados en el ejercicio de sus funciones, que en ocasiones rayan en el exceso y caen en lo antijurídico, tal como aconteció con los difuntos pescadores Dagoberto y Ricardo Pérez, en altamar.

Los constantes homicidios, suicidios, agresiones, robos, secuestros express, no son más que producto de la pobreza, de una sociedad deteriorada que hace tiempo perdió lo que se llama respeto a la vida, a la propiedad privada, a la tolerancia que debe existir entre seres pensantes; a la ausencia de valores desde el seno familiar; a la pérdida de autoridad de los docentes para corregir a sus alumnos y a las leyes flexibles a favor de los menores de edad.

Aún recuerdo los regaños de mis antepasados cuando interveníamos en una conversación de adultos, las hincadas sobre maíz cuando habíamos hecho algo indebido, los reglasos y haladas de orejas de nuestro maestros cuando nos salíamos de sus directrices, convirtiéndonos hoy en día personas de bien.

¿Qué ha pasado con los padres de familia, en qué momento perdieron el rol protagónico en la educación de sus hijos? Hoy los muchachos tienen una agenda independiente a la de sus padres, aunque vivan bajo el mismo techo; ya no piden permiso para salir, sino que salen como “Pedro por su casa”; pasan horas en el Internet; no existen los domingos en misa, y menos las visitas y almuerzos en casa de los abuelos. No se están comunicando.

Es evidente que los tiempos han cambiado, pero no con ello la forma de educar al niño hoy para evitar castigar al hombre mañana. Señores padres de familia hablen con sus hijos, establezcan niveles de confianza con ellos, investiguen quiénes son sus amigos, dedíquenles tiempo.

Un elemento adicional de esta crisis de violencia es la falta de educación; estamos casi a mitad de año, y existen escuelas que no están aún habilitadas para impartir clases, docentes sin nombrar, y el año lectivo pasando. La pobreza y la violencia son dos variables que van muy interrelacionadas y sólo una buena educación es la que sacará a nuestros niños de la pobreza, de esos barrios marginales, de ese mundo de carencia de donde provienen y al país del subdesarrollo.

El reto del Ministerio de Educación es grande, porque su tarea no es sólo administrar las escuelas y a sus docentes, sino formar maestros proactivos, brindarles capacitación psicopedagógica para que puedan atender los casos que se les presentan en sus aulas dependiendo del perfil del niño, organizar actividades familiares que involucren a todo el núcleo familiar, evitar aquellos docentes que no sienten pasión por educar.

Padres de familias, maestros y sociedad en general, trabajemos de la mano por rescatar nuestra niñez de las garras del mal; de lo contrario, la falta de atención, cariño, educación, y nuestra indiferencia ente la problemática social serán llenadas por las pandillas y carteles que seguirán robándonos a nuestros jóvenes, ofreciéndoles a cambio odio, violencia y poder que, al final del camino, lo único que traerá será, en los mejores casos, el hacinamiento en las prisiones; y, en el peor escenario, una estadística más en la lista de decesos del país.

Cierro citando Eclesiástico 30 “El que ama a su hijo, le castiga sin cesar, para poder alegrarse en el futuro”. Sólo educando preventivamente podremos hacer de nuestra juventud hombres útiles para nuestras familias y para la sociedad.

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Publicado el 13 de junio de 2009 en el diario el Panamá América