Compartimos con ustedes uno de los artículos de opinión que hemos coleccionado de la Honorable Diputada de la República….
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Marylín Vallarino de Sellhorn –
Sí, entendió usted bien mi estimado lector. El “calentamiento social” es el equivalente al global, con consecuencias que igualmente estamos padeciendo y que a la larga propiciaría el fin de la raza humana, sólo que más atroz, por esa especie de “darwinismo social” que se está generando, donde sobrevive no el más apto, sino el mejor armado.
La diferencia estribaría en que el “calentamiento social” puede encontrar atenuantes que no dependen de terceros, de corporaciones poco amigables con el ambiente o de la inclemencia de los desastres naturales producidos precisamente por la falta de una mayor conciencia ecológica; depende exclusivamente de la corresponsabilidad que cada individuo debe tener para actuar produciendo una actitud de cambio para que de manera escalonada vaya adquiriendo más aptitudes y así poder tener las herramientas necesarias para lidiar con las estadísticas de inseguridad que actualmente están en nuestra contra.
Lamentablemente hemos obviado lo obvio (valga la redundancia). La familia, raíz y fruto, esa célula básica que conforma la sociedad, tristemente y ante una indiferencia generalizada, cada día ha ido perdiendo protagonismo; pareciera que con el devenir de los tiempos, de la modernidad, del auge tecnológico, de la prisa, de lo fashion; la familia (con todo su componente de valores, modelaje y referentes), ha quedado relegada a museos (o anticuarios), por decir lo menos.
Como no es prioritaria, no vende, no goza de esa publicidad avasallante que tienen las estrellas hollywodenses bien y mal portadas, o el fútbol, o los reality shows, inclusive no puede competir con el morbo de exponer con lujo de detalles las cifras rojas, como garantía de un buen rating.
Las consecuencias por mucho que nos golpeen en la cara, aún no terminamos de asumirlas con la urgencia que merecen, y es que se nos han escapado de las manos. Sancionar el crimen ya no amedrenta a los malhechores; las cárceles son escuelas de delincuentes más que centros destinados a la resocialización, la familia, per sé desamparada, atrapada entre lo acelerado de una vida cotidiana que solo da para trabajar y para “vegetar” en la rutas de ida y vuelta que se hacen interminables, ya no se da abasto para atender las necesidades básicas, mucho menos para crear una especie de escudo defensor contra los ataques de un entorno igualmente enfermo, invasivo y agresor.
He allí las causas que han originado ese “calentamiento social”, la poca tolerancia, la falta de paciencia, la pérdida de la cortesía, de la urbanidad, de las buenas costumbres, de los valores más elementales que se nos deben inculcar en nuestro seno familiar y complementar en las escuelas.
Los jóvenes sin brújula, sin respaldo familiar consistente por una disfuncionalidad producto de los tiempos modernos, luego entran a un recinto escolar donde son recibidos por maestros, que carentes de una verdadera vocación para una formación integral de sus alumnos, hacen que se siga engrosando esa espiral de incomprensión, resentimiento e intolerancia, que sólo encuentra alivio en la más cruda de las violencias: la violencia intrafamiliar o doméstica porque es atentar contra su propia sangre.
Meter preso al que maltrata o delinque es la respuesta inmediata; pero si hacemos una proyección a la ligera y no tomamos acciones verdaderamente preventivas a un mediano plazo nos veremos en la necesidad de construir más centros de reclusión que hogares y escuelas.
Para aquellos casos en los que los jóvenes ya están en situación de riesgo, hay que trabajar desde la resiliencia, esta condición de actitud y aptitud ante los retos que les impone la vida se fomenta con la presencia de adultos accesibles, responsables y atentos a las necesidades de niños y jóvenes, no importando su nexo, porque inclusive pueden ser padres, tíos, abuelos, maestros u otras personas que muestren empatía, capacidad de escucha y actitud cálida que expresen su apoyo de manera que fortalezca en los niños y jóvenes un sentimiento de seguridad y confianza en sí mismos.
Se hace necesaria la apertura de oportunidades de participación; los denominados “adultos protectores” deben ser modelos de competencia social en la solución de problemas, pudiendo proporcionar alternativas para que los niños y adolescentes participen y en conjunto aprendan de los errores y contribuyan al bienestar de los otros, como parte de un equipo solidario y participativo.
Yo he tenido la grata experiencia de ver la efectividad de generar esta condición de confianza y apoyo, inclusive a corto plazo (tres meses), con un grupo de 30 niños que forman parte del programa “Paso Seguro”, que en alianza con el Mides, la Fundación para el Desarrollo Integral de la Mujer y la Familia (Fundader) está llevando a cabo en Arraiján desde hace cuatro meses.
Debemos crear una red solidaria en torno a nuestros niños y jóvenes en situación de indefensión, un programa educativo integral desde las escuelas básicas que logre llenar los espacios que la disfuncionalidad familiar no pueda; se debe garantizar la salud física, mental y emocional de esos líderes del mañana; es la única forma de ser congruentes con los augurios de nación próspera que soñamos para Panamá. Bien lo decía el sociólogo Karl Mannheim, autor del Diagnóstico de nuestro Tiempo: “Lo que se hace a los niños, los niños harán a la sociedad”.
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Este artículo se publicó el 13 de agosto de 2010 en el diario La Prensa, a quienes damos, lo mismo que a la autora, todo el crédito que les corresponde.
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