La opinión de….
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Luis Rubén Paz Mollah –
Hace algunos días escribí un artículo denominado “Dominios de Dios”, en el que compartía mi idea sobre Dios y sus circunstancias de forma sencilla y sin complicaciones, pues no soy un filósofo, sino un humilde mortal, pecador como cualquiera. En esta oportunidad me atrevo a escribir sobre el mal, que algunos definen como demonio, maldad, lo maligno y otros muchos términos aceptables.
Al igual que la bondad, el amor o el Dios universal que todo lo mueve y puede, el mal existe desde el principio eterno. No es más que la fuerza que se opone al bien, un concepto que de forma muy simple podemos entender por medio de la física. El bien es lo positivo, el mal lo negativo. Y de la misma forma está en todas partes, procurando hacer el mayor daño posible. Es por esto que muchos afirman que el infierno está presente en nuestro mundo y, guiándonos por la lógica, debe ser igual en todas partes.
Aunque es más que posible que existan mundos en los que prevalezca el amor sobre el odio y viceversa. Cada cual puede catalogar el sitio en el que se coloca el nuestro, lo que va a depender de las experiencias y el sufrimiento propio. Pero el mal lo corroe y daña todo, es causa de desgracias y tristezas, dolor y sufrimiento.
Y siempre ha sido así. ¿Qué diferencia hay entre los refinados métodos de interrogatorio –léase tortura– de la Gestapo de Hitler y los de la Inquisición de Tomás de Torquemada? ¿Y entre los descuartizamientos del gallardo escocés William Wallace y el valiente y noble emperador inca Atahualpa? ¿Acaso las guerras civiles de Estados Unidos, España, África o Irak no son iguales de crueles y dolorosas?
Las muestras de maldad a través de los siglos son tan interminables, como brutales y sangrientas. ¿Acaso un pedófilo rico no es igual a uno de uniforme o sotana que a uno pobre? Nombrar los ejemplos sería una tarea sin fin.
El eje del mal no se define donde lo ubicó un presidente norteamericano de corto y poco lustroso nombre; está en todos los países y se compone de mal uso del poder, codicia extrema, corrupción rampante y egoísmo. Ese es el eje del mal de las naciones, que causa tanto sufrimiento a las personas. Buddha lo definió muy bien cuando afirmó que la causa del dolor era el deseo, corto pero verídico axioma.
El final de la humanidad que conocemos es incierto pero seguro, como lo es su futuro inmediato. La tierra ha sido muchas veces lastimada y exige justicia. Pero volviendo a la física, me gusta creer en la transformación de la materia y, por ende, en la reencarnación. No por fanatismo, sino porque es una idea de esperanza. Y lo cierto es que el mal, con su cubierta de dolor y odio, no puede acabar con el bien, porque este último es como un diamante refulgente y puro que brillará por siempre con la luz del amor eterno.
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<> Este artículo se publicó el 22 de octubre de 2010 en el diario La Prensa, a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.
Más artículos del autor en: https://panaletras.wordpress.com/category/paz-mollah-luis-ruben/
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