Disturbios y penas

La opinión de…..

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Alfredo Ernesto Pascal


El ejercicio estatal de determinar qué conductas humanas son merecedoras de una sanción penal, desde que existe la conciencia social, ha sido un tema polémico. El penalista alemán, Claus Roxin llamó al procedimiento penal como el sismógrafo de la constitución del Estado. En nuestro caso, la reciente criminalización del uso de la violencia durante una manifestación o reunión ha prendido las alarmas en algunos círculos.

Obviamente, para los usuarios cotidianos de métodos violentos y sus acólitos reivindicadores de la lucha armada esta medida fue un golpe a la yugular. Dicen ellos que este gobierno es ilegítimo, que la democracia es solo una idea vana y propia de una burguesía adicta a su blackberry y centros comerciales; y todo acto, aunque sea violento, se ve justificado ante el contexto político-social actual.

Para muestra un botón, es la alérgica reacción a la reciente criminalización del uso de la violencia, donde argumentan, falazmente, que pronto seremos víctimas de un gobierno opresor y que la bota militar nos hará crujir nuestras tráqueas mientras damos gritos de libertad. Obviamente, lo que no quieren es abandonar la utilización metódica de la violencia. Por lo que argumentar que en la República de Panamá se justifica el uso de la fuerza para hacer valer sus derechos, es como siempre, un ejercicio estéril y provocador.

Dicen que la democracia es una idea vana, pero ahí están sus derechos, es más, el discurso de alguno de los dolidos por la sanción penal antes descrita, es igual o más violento que sus actos, pero nadie los persigue, ninguno está detenido ni perseguido ni mucho menos exiliado y al menos en el caso de los opositores sistémicos, la razón principal es que por 40 años en vez de consolidarse como un proyecto político viable, se profesionalizaron como defensores de la sustracción sistemática de libertades, cuya única forma viable de captar atención fue la de hacer retenes ilegales en las carreteras, de apedrear a quienes tuvieron la mala suerte de encontrárselos y en algunos casos, sujetos a toda clase de vejámenes; mientras devotamente hacen venia a dictadores tropicales que en sus feudos no permiten ni siquiera las reuniones sin el consentimiento estatal.

Los que justifican la violencia sacrifican los derechos de todos, dan discursos cargados de ira y envidia para luego, cínicamente, exigir paz y equidad social. Esto es inaceptable, por ende, todo desdén al Estado de derecho debe ser criminalizado; tampoco podemos aceptar la idea de que para obtener algo se deba crear un ambiente de zozobra sobre aquellos que están en desacuerdo.

Debemos entender que cualquier agresión, ya sea contra una parada de autobús, un automóvil o un policía, es un acto contra todos como sociedad.

No es el hecho de expresar una inconformidad en la calle, es utilizar la violencia. En palabras de Fernando Savater, “la convivencia democrática exige la derrota inequívoca de la violencia, de la ideología legitimadora de la violencia y de la cultura hagiográfica de la violencia”.

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Este artículo se publicó el  5  de mayo de 2010 en el diario La Prensa, a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.

La opinión de…..

Del Leviatán y cruzadas morales

La opinión de……

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Alfredo Ernesto Pascal


Los recientes eventos en la rama judicial parecen ser indicios de un peligroso, en el caso particular de Panamá, populismo de derecha, cuya base es la consecución de un orden institucional, protector de la propiedad privada y guardián de la moralidad.

Es entonces ya una vieja costumbre en las prácticas políticas panameñas pedir un Leviatán hobbesiano, dueño absoluto del poder para castigar, centralista y abnegado guerrero contra todo lo que esté de moda criticar en periodos electorales para que destruya el antiguo régimen corrupto y decadente, sus instituciones y, sobre todo, la imagen más visible y maleable para la creación de un gobierno funcional de acuerdo a las premisas electorales, funcionarios nombrados, como diría Ricardo Arias Calderón, digitalmente, es decir, de a dedo.

Y en la práctica política panameña esto no debería sorprender a nadie, ni mucho menos causar asco, pues ha sido precisamente lo que el presidente Martinelli vino prometiendo desde hacía ya mucho tiempo.

Sí, es cierto, algunas maniobras para colocar personal de su confianza parecen más bien salidos de algún manual de contrainsurgencia que de la finura propia recomendada por un paisano del presidente, Giambattista Vico, quien dijo que “mediante leyes inteligentes las pasiones de los hombres que están preocupados por alcanzar su propia utilidad se transforman en un orden civil que permite a los hombres vivir en sociedad”.

Esto quiere decir que la emoción y la razón, a veces tan disímiles, han estado fundidas en una sola desde hace mucho tiempo, el proceso “ilusión–desilusión–voto castigo” tan propio del electorado panameño es una fórmula que poco a poco debemos ir quitando de nuestro imaginario.

Si queremos gobiernos serios y un entorno cívico–político propio que aleje los fantasmas que tanto aquejan a nuestros vecinos latinoamericanos, que son muchos por cierto, debemos ir exigiendo mejores propuestas y metodologías de nuestros candidatos.

Si queremos controlar al Leviatán, debemos primero que todo no pedirle a gritos a los candidatos que se conviertan en uno, y segundo, en vez de criticar, se debería más bien observar más detenidamente qué tan fácil se ha vuelto legalizar maniobras politiqueras, de conveniencia personal para el Leviatán, sea la etiqueta que sea.

El error histórico de mantener la estructura jurídica propia de gobiernos autoritarios y populistas que tanto daño hicieron a la mentalidad del votante de a pie, y cuyas memorias son alegremente recordadas, que crearon la noción del Estado paternalista y la promoción de ideas morales perversas.

El presidente Martinelli ha hecho precisamente lo que dice Foucault sobre el derecho a castigar, utiliza su arbitrio entre dos partes, replicando contra quienes le ofendieron; prerrogativa propia del gobernante, pero de ahí a que otros colectivos políticos, de cualquier ideología, quieran aprovechar este contexto político para recuperar fuerzas y crear un clima de confrontación, es ya otra cosa totalmente distinta, debemos más bien criticar la maleabilidad de nuestras leyes y no acusar al gobernante de precisamente utilizar dicho esquema que por más de dos décadas hemos soportado silenciosa y gustosamente.

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Püblicado el 7 de febrero de 2010 en el Diario La Prensa, a quien damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que le corresponde.

Delincuencia y cultura de legalidad

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La opinión de….

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Alfredo Ernesto Pascal

No hace más de un año, un grupo de investigadores colombianos publicó sus ideas sobre cómo en el cerebro humano en ocasiones no detecta actos de corrupción. Luego de una reflexiva y bien argumentada posición, se derrumba la noción de que el ser humano es corrupto por naturaleza y que la ley solo sirve para controlar lo incontrolable.

Fracasan estos intentos, no por ambiciosos ni tampoco por faltos de capital financiero, humano o moral sino porque el público a quien se dirige no está en capacidad de hacer una diferenciación entre los vínculos causales de conducta delictiva. Por ejemplo, que un empleado público sin capacidad académica, empírica o técnica haya obtenido un puesto por tráfico de influencias y que, aunado a ello, no trabaje, pero se siente un panameño de bien porque no roba ni mata. O, por ejemplo, quien orgullosamente exige empleos o contratos, como cuotas políticas con el gobierno, porque dice que el dinero del Estado es de todos, desconociendo que dicho presupuesto se surte en base a una recolección fiscal que debe ser impoluta, justa y equitativa.

Estos son síntomas de los bajos niveles de autorregulación de la sociedad panameña cuando el ciudadano desconoce los actos corruptos; con esa misma facilidad una ama de casa puede servir como mula, traficando heroína en su estómago; un abogado puede servir como testaferro para un narcotraficante, y un joven de un barrio popular, servir como un sicario para el mismo jefe criminal del abogado y la ama de casa, ejerciendo todos el mismo auxilio a la estructura criminal que debe tener una capacidad creíble de manipulación judicial y policial para que pueda prosperar.

Es en estos casos que la delincuencia, en todas sus facetas se vuelve tan imperceptible, tan irreprochable que la ley se vuelve la enemiga. La idea de autocontrol, desde el irrespeto de las normas de tránsito hasta el sicariato, tienen la misma raíz de desconocimiento total de las normas, a nivel racional y neurológico, descalificando toda teoría propia de la criminología crítica, tan arraigada en nuestros criminólogos criollos y periodistas amarillistas.

Por lo que, al buscar una forma eficiente de lucha contra las empresas criminales, la corrupción y la criminalidad común se podría más bien buscar la relación causal en por qué es más fácil percibir como delito el homicidio y el acceso carnal violento, y por qué no otra serie de conductas ilegales que son invisibles para la sociedad.

Se debe, entonces, focalizar en la cadena de eventos, sus consecuencias emocionales y materiales en cada uno de los actores, victimarios y víctimas, directas e indirectas de sus actos para que se ejercite en el público una empatía con las emociones generadas por el dolor y sufrimiento ajeno; es decir, la política criminal se volvería un asunto de todos y no una frase de cajón para colocar en vallas publicitarias en días de elecciones.

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Publicado el  20 de diciembre de 2009 en el diario LA PRENSA, a  quien  damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que le corresponde.

Panamá: entre el populismo y la prosperidad

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Panamá: entre el populismo y la prosperidad

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Alfredo Ernesto Pascal
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Algunas voces han dicho que este gobierno practica un “populismo solapado”, que entre carteles y acciones donde el Presidente es el protagonista se esta inoculando el virus del caudillo populista. Sin embargo, este gobierno está lejos de serlo, pero para los opositores de oficio, toda acción que busque derrumbar los esquemas perniciosos de gobiernos anteriores merece un peyorativo, cuanto más tendencioso, mejor.

En las pocas semanas que tiene este gobierno se puede notar un sincero ímpetu de cambio, de transformar al Estado, que deje de ser una vil bolsa de trabajo a convertirse en un ente eficiente desburocratizado. Un Estado cuyo presupuesto para inversión sea superior al que se destine a la planilla, donde el derecho no sea utilizado para legitimar “tramoyas”.

Se peca de ingenuo al asumir que este gobierno tiente tintes populistas, solo porque en las vallas aparece el vocablo “pueblo” o porque el Presidente prefiera estar en la primera línea a la hora de tomar acciones. Populismo fue la pésima reforma agraria, el contubernio que ha existido con el criminal sistema de transporte público, el pérfido sistema de nombramientos para el servicio civil, donde tener botellas es preferible a invertir en universitarios educados para el puesto vacante y la creación de la noción en que el Estado debe ser una caja menuda para intereses partidarios.

El pseudo capitalismo practicado en las últimas administraciones, con monopolios, con regímenes especiales donde la seguridad jurídica era un mito, donde la ley era maleable ante las necesidades de un particular, la existencia de caciques políticos y que toda inversión debe beneficiar a largo plazo, al gobernante de turno y su séquito, no son constitutivos de un régimen donde existe la libertad económica y que las influencias prosperan en gobiernos que sufren una metástasis burocrática.

Lastimosamente este fenómeno ha allanado el camino al populismo rabioso y autoritario, mejor conocido como el socialismo del siglo XXI, cuyos adeptos, armados de slogans rescatados de la guerra civil española, atacan cuanto hecho que, desde su trastocada e irreal percepción tengan como “neoliberal”.

Envalentonados por el apoyo de ONG nacionales e internacionales, y ojalá que no, gobiernos extranjeros; verbigracia, el escándalo efectuado contra la construcción de hidroeléctricas, proyectos mineros y la ampliación del Canal, contra todo lo que traiga desarrollo y prosperidad.

Este gobierno tiene la oportunidad histórica de enmendar errores, de corregir malos hábitos y reformar al país, antes de que el rancio tufo marxista, enemigo de la seguridad inversionista y que tanto ha machacado las libertades de vecinos países tome lugar y tengamos entre nosotros un verdadero populismo, de boinas rojas y sombreros blancos.

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Publicado el 30 de julio de 2009 en el diario La Prensa, a quien damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que le corresponde.