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Al Dr. Alberto de León Laurenza, lo que se hereda no se hurta. La opinión del Abogado y Ex Presidente de la República….
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Aristides Royo
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El 3 de diciembre de 1910 nació en Chitré Roque Javier Laurenza, hijo de un fotógrafo de Potenza, Italia y de una sobrina del General Rafael Aizpuru. De cómo una persona que no tuvo casi educación escolar, se convirtió en uno de los hombres más cultos que ha tenido Panamá, es fenómeno que solamente se puede explicar por dos factores: el de su natural inteligencia y el de su pasión por el aprendizaje por adquirir vastos conocimiento de arte, historia y literatura. Su legítima curiosidad intelectual y una enorme capacidad para el asombro, le abrieron puertas en todas partes. El 17 de enero de 1933 cuando acababa de cumplir apenas veintidós años pronunció en el Instituto Nacional una conferencia titulada “Los Poetas de la Generación Republicana”. Fue una entrada escandalosa en la gens cultural panameña que escuchó atónita en ese gran templo del saber, cómo ese “enfant terrible”, cual Lutero en las puertas de la catedral de Wuttemberg, rasgaba las vestiduras sagradas de la poesía romántica y modernista y procuraba vestirla con el ropaje del vanguardismo, así como de los poetas que respiraban y perspiraban sentimientos patrióticos envueltos en rebeldía contra las injusticias de un tratado leonino y el despojo de la soberanía efectiva e integral sobre nuestro territorio. Como bien dice el poeta y también historiador y crítico de la poesía, Aristides Martínez Ortega, en su última obra titulada Poesía en Panamá, cuya lectura recomiendo, el impacto posterior de la conferencia de Laurenza no fue notorio debido a que no produjo polémicas ni reacciones a favor de los críticos planteamientos de aquella noche de enero de 1933. Octavio Méndez Pereira señaló a Laurenza como “tal vez el más enterado aquí de literatura de vanguardia”. Agustín del Saz, catedrático de la Universidad de Barcelona se refirió a esta charla como “una pieza imprescindible para el estudio de la nueva poesía panameña”. Roque Javier, autodidacta como Diógenes de la Rosa, escogió el camino de la diplomacia y no el de la política, como medio para adquirir cultura, idiomas y amistades hasta que se acostumbró a vivir con su obra y su pensamiento ubicados en su lar nativo, pero físicamente fuera de él. Su primer puesto en el exterior lo llevó a Brasil, donde vivió casi diez años. Como funcionario de la UNESCO, pasó muchos años en París, donde contrajo matrimonio y nacieron sus dos hijos. Participó en el salvamento de los monumentos de la civilización egipcia con motivo de las inundaciones que produciría la construcción de una hidroeléctrica. En la Ciudad Luz cultivó amistades como las de Octavio Paz, Carlos fuentes, Pablo Neruda, y muchos más. Dominaba el francés, italiano, portugués e inglés, idiomas que hablaba, leía y escribía con fluidez.
Donde a mi juicio se encontró como pez en el agua fue en Madrid. Tenía entrañables amigos españoles nuevos y viejos conocidos. Formó parte de varias tertulias a las que tuve el gusto y el honor de acompañarle en los tres últimos años de su vida. Escucharlo hablar de Góngora y de Ortega era como descubrir un mundo ancho pero no ajeno. Me presentó a los esposos Miessner, dueños de la conocida librería de igual nombre. Roque, a pesar de que como él mismo decía, era poseedor de un paladar de champaña con bolsillo de cerveza, gastaba casi todo su dinero en libros que los ancianos libreros suizos le vendían a precio de costo. Era un noctámbulo para la lectura y muchas veces lo sorprendió la luz matinal mientras leía. Pasaba así noches en vela tal como Alonso Quijano con las obras de caballería, antes de convertirse en Quijote. Aunque hablase horas enteras sobre el Harold Childe de Byron, y de “La condición humana” de Malraux, era un panameño raizal cargado de recuerdos de su patria lejana pero siempre presente. En su poema “Oda simple”, invoca lebreles que reconocen el rostro de su dueño y “humildemente lamen, para calmar la sed de su destierro, un recuerdo de mieles y tinajas con sabor de tamal y tamarindo”. Añadía: mi voz no “se viste de rutilantes vestes ditirámbicas, sino del pobre manto de nostalgias con que vuelve cubierto el hijo pródigo”.
Sobre el país amado, escribió “El Caudillo de Levita”, un análisis crítico sobre la personalidad de Belisario Porras, pero también del auge y decadencia del liberalismo de las tres primeras décadas del siglo XX. En un ensayo dedicado a “Patria”, de Miró, analiza los últimos versos alejandrinos del poema y reflexiona sobre el panameño y lo nacional cuando señala que la patria se lleva en el corazón. Lo grave, es que “el hombre típico está dispuesto a morir por la patria y no sabe aún vivir por la nación”. Concluye que si la patria se lleva en el corazón, tal como dice el famoso poema vernacular, “la nación se lleva en la cabeza, que es el centro de las objetivizaciones axiológicas con las cuales se concibe y levanta la nación”.
Es cierto que Roque publicó poco, pero todo lo que escribió sigue siendo valioso y útil para el alma, los sentidos, y el entendimiento.
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<>Artículo publicado el 3 de diciembre de 2010 en el diario El Panamá América, a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.
Más artículos del autor en: https://panaletras.wordpress.com/category/royo-aristides/
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