Incitación a la cultura

Incitación a la cultura

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La opinión de…

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Manuel E. Montilla

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Tomaremos prestadas unas palabras escritas por Sábato en los 70 y que si bien se referían a la situación del país albiceleste, engarzan hoy de suerte profética con nuestra propia realidad: “Estamos atravesando una fase de enjuiciamiento general: desde nuestras instituciones políticas y sociales hasta nuestra literatura, todo está siendo analizado, elogiado, rechazado o hasta vituperado con iracundia. De un período de jactanciosa e irresponsable suficiencia (…), pasamos luego a un período en que nada nos pareció bueno, en que llegamos a la conclusión de que aquí no había nada que fuese auténtico ni verdadero (…): todo era postizo o prestado, apócrifo o producto de la mistificación”.

En buena medida, como colectivo nacional, hemos construido un país de mentiras y estulticias permanentes; donde para construir paredes defectuosas debemos arrasar con el pasado inmediato, vituperando el ayer más lejano. Sin héroes, próceres, prohombres o promujeres, somos seres atestados de prejuicios e ignorancias, siendo orgullosos de nuestra propia estupidez.

En este sentido no es de extrañar que los nuevos residentes del poder, al igual que los de antes, tengan la brillante, espectacular y frondosa idea de que fundir la cultura nacional con la venta de tortillas y empanadas, que son muy buenas y nutritivas, y que son otra cara de la cultura, pero no son la cultura, es lo necesario para hacerla rentable.

¡Qué idiotez!, como si lo que forja una nación fuese lo que se vende y no los imponderables que le dan su faz propia en el consenso de un universo que se distingue por su multiplicidad y no por la engañosa imagen de una globalización unitaria que únicamente se mercadea para manipular mejor a los gañanes sempiternos.

Hay que decirlo claro y alto, las instancias del poder político están aireando su galopante estulticia y es hora de decir ¡basta!; es hora de construir desde la inteligencia, es hora de compartir el legado más humano y permanente: una faz que como pueblo nos designe constructores de un presente donde la cultura sea un norte irrenunciable y de que, sin capillismos ni idioteces, exijamos al Estado, como tal, al pueblo, como soberano, y a nosotros mismos, como actores, la permanente búsqueda de la excelsitud en todas nuestras acciones.

De aquí que construir un estado cuyo corazón sea la cultura, nos abocará a esa sociedad participativa donde los hombres y mujeres sean justipreciados por su talento y no por sus denarios.

Con Tagore: “Permite, padre, que mi patria se despierte en ese cielo donde nada teme el alma, y se lleva erguida la cabeza; donde el saber es libre; donde no está roto el mundo en pedazos por las paredes caseras; donde la palabra surte de las honduras de la verdad; donde el luchar infatigable tiende sus brazos a la perfección; donde la clara fuente de la razón no se ha perdido en el triste arenal desierto de la yerta costumbre; donde el entendimiento va contigo a acciones e ideales ascendentes…

¡Permite, padre mío, que mi patria se despierte en ese cielo de libertad!”.

Imprescindible e impostergable es la concreción del Ministerio de Cultura, hoy más que nunca, ante la debacle humanista del panameño, no es un camino, es el único camino para transformarnos de esta sociedad hedonista e indolente a hombres y mujeres conscientes de su rol de constructores permanentes de esta patria que es de todos y que todos queremos mejor y más justa. Para todos y por todos.

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Publicado el 15 de agosto de 2009 en el diario La Prensa, a quien damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que le corresponde.