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La opinión de…
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Omar Jaén Suárez –
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Desde hace algún tiempo se debate sobre la conveniencia de crear una décima provincia con el territorio de la de Panamá, al oeste del Canal. También, crear un distrito capital que agrupe a los cuatro municipios de Panamá, San Miguelito, Arraiján y La Chorrera que componen el gran Panamá y su extensa área urbana y suburbana. Quizás sea necesario, primero, explicar de dónde surgen nuestras provincias actuales.
Las provincias panameñas son un legado histórico que se remonta a la época colonial. Todas, salvo la de Bocas del Toro, creada en 1903, fueron gobernaciones o territorios administrados por los principales cabildos hasta 1821: Darién, Portobelo, Panamá y Veragua eran gobernaciones, y las provincias actuales de Panamá, Colón, Coclé, Los Santos–Herrera, Veraguas y Chiriquí correspondían grosso modo y en su orden a los cabildos coloniales de Panamá, Portobelo, Natá, La Villa, Santiago y Alanje. En 1915, Los Santos se divide en las provincias de Los Santos y Herrera, aunque esta última existiera ya en el siglo XIX, y en 1922, la comarca del Darién se convierte de nuevo en provincia.
Así, esta división provincial corresponde a una época antigua cuando la mayoría de la población estaba fuera de la zona de tránsito entre Panamá y Colón y cuando no había comunicación ni transporte fáciles, antes de la construcción de la carretera central en la década de 1920. La lejanía –varios días por tierra o por mar– con la capital del istmo favoreció la constitución de autoridades regionales, en este caso provinciales, que representaban al poder central.
Hoy, la situación es diferente. El país se ha achicado por la distancia–tiempo. Las comunicaciones y el transporte son fáciles entre la ciudad de Panamá y el resto del país que no está –en su punto más distante– a más de siete horas en auto (Bocas del Toro) y a menos de una hora por avión. Desde el punto de vista funcional, casi todo el territorio podría administrarse sin la estructura provincial actual que sería un recuerdo histórico anclado en el alma de los pueblos del istmo, parte del folclor nacional. Al contrario y en aras de la eficiencia se han definido, desde hace medio siglo, solo cuatro regiones de planificación: oriental, metropolitana, central y occidental.
El Estado actúa más en base a esta realidad que a la provincial. Cada institución estatal ha creado, por su parte, su división regional que se acerca más a la de planificación. Ni siquiera para la elección de diputados existen ya las circunscripciones provinciales, como sucedió hasta fines de la década de 1960. En verdad hay una onerosa estructura burocrática provincial de la que casi se puede prescindir sin que sufra mayormente la administración regional. Sin embargo, el contribuyente lo acepta como parte de una larga historia, como muestra de sus raíces más profundas.
En el debate para añadir una décima provincia debería considerarse el costo beneficio de la creación de una administración provincial artificial, puesto que no tendría ningún sustento en la historia ni en el alma del pueblo. Al contrario, los fenómenos de urbanización prevalecen sobre los regionalismos parroquiales de antaño, igual que sus problemas y posibles soluciones.
Durante el siglo XX tres fenómenos sociales fundamentales ocurrieron en Panamá: la población se multiplicó por 10, de mayoritariamente rural se convirtió en 65% urbana y emigró en gran parte a la ciudad de Panamá y sus suburbios. Así se constituyó, rápidamente, una gran y pujante aglomeración alrededor del Canal que contiene hoy cerca de un millón 500 mil habitantes.
Además, se integró jurisdiccional y efectivamente, gracias a los tratados Torrijos–Carter, toda la geografía nacional añadiéndose el territorio de la Zona del Canal a las provincias de Panamá y Colón, especialmente sus áreas urbanas. Mientras tanto, la capital continuó creciendo a un ritmo tres veces superior a lo que sucedía en el resto del país hasta albergar casi la mitad de la población y generar más de tres cuartos de la riqueza nacional. Surgió en el último medio siglo una extensa aglomeración de 60 km frente al mar, la mitad en cada dirección, a partir del eje del Canal, hacia el este hasta Pacora, el oeste hasta La Chorrera y el norte, hasta Chilibre.
Ella sigue extendiendo y poblando con cierto desorden, por no tener un ente que la administre como un todo, de un distrito capital con recursos, atribuciones y responsabilidades que correspondan a las necesidades inéditas de una estructura espacial diferente, que carece de una planificación y un ordenamiento territorial integrados. Por ello, los geógrafos y planificadores urbanos han estado debatiendo sobre la necesidad de crear este distrito capital o distrito metropolitano, semejante a los que administran otras ciudades de Latinoamérica que crecen con el vigor de nuestra capital.
Crear el distrito capital no exige ningún cambio constitucional, solo la adopción de legislación para modificar la estructura político administrativa y dotarla de los recursos y las atribuciones necesarias para funcionar de manera óptima, en beneficio del gran Panamá y del país entero.
Para recuperar el espacio público, brindar ornato eficiente, buena seguridad y transporte públicos, saneamiento ambiental, promover la cultura, hacer parques urbanos y estacionamientos municipales, proteger el patrimonio histórico y ofrecer educación ciudadana masiva, por lo menos. Resolver el problema de la capital y sus suburbios aliviaría mucho las tensiones sociales y espaciales en el país. Lograrlo requiere visión, conocimientos y voluntad de estadistas para actuar frente a los inmovilismos y resistencia al cambio de los panameños y de los intereses creados locales, municipales y parroquiales.
Esperamos que las autoridades reúnan un grupo de estudio con los mejores expertos en este tema para abordar los problemas y sus soluciones, en base a lo que ya se está haciendo con éxito entre nuestros vecinos y lo factible de acuerdo con nuestra realidad. El feliz resultado hará que el ciudadano del gran Panamá, quien es el que hoy decide sobre nuestro futuro, tal como lo hemos vivido en las últimas contiendas electorales, sepa reconocerlo oportunamente.
<> Este artículo se publicó el 6 de octubre de 2010 en el diario La Prensa, a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.
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