La opinión de…..
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Richard Morales
El Gobierno ha propuesto reformas superficiales al sistema educativo, aplazando las profundas transformaciones urgentemente requeridas. Peor aun, las reformas buscan relegar la educación a la formación profesional, despojándola de su espíritu humanista. Es indudable que la educación es el cimiento sobre el cual se forja el temperamento de la juventud y, por ello, no hay tarea que exija mayor atención que su refundación. El fin debe ser el de formar ciudadanos y para lograrlo debemos abocarnos a una revolución de la educación en Panamá.
El problema fundamental radica en la pedagogía de enseñanza, lo cual incluye la metodología de instrucción y la relación estudiante–maestro. El salón de clases es un reflejo a pequeña escala de la sociedad, representando el comportamiento que ejemplificará el joven al salir de la escuela. ¿Qué tipo de seres humanos formamos en nuestros salones?
Nuestros salones de clases son dogmáticos y autoritarios. Las lecciones le son impuestas dogmáticamente al estudiante, quien no es inducido a analizar, simplemente recibe instrucciones, las memoriza, y después repite como autómata en un examen. Se representa una sola perspectiva de todo tema, siendo el estudiante forzado a aceptarla como verdad universal. El estudiante no está expuesto a una visión dialéctica de la realidad, sino a una imposición monolítica.
El estudiante no posee derechos democráticos, debiendo comportarse como súbdito sin voz o criterio. La relación maestro–estudiante es autoritaria, con el maestro imponiendo su verdad autocráticamente a los estudiantes.
Los individuos formados en este sistema son proclives a ser dóciles ante la autoridad, sin pensamientos críticos y carentes de cultura democrática.
¿Qué diferencia pueden hacer las reformas superficiales propuestas, como reducir el número de materias o bachilleres, cuando el problema medular continuará latente? Pero lo más perverso de la reforma es su intención de orientar la educación meramente hacia la provisión de las herramientas técnicas requeridas por empleadores, convirtiendo las escuelas en fábricas de mano de obra barata. La educación es más que capacitación laboral, es la elevación del ser humano mediante el desarrollo del pensamiento, conocimiento y espíritu.
La urgente realidad que padece nuestra Nación hace necesaria una profunda revolución educativa.
Revolucionar la educación, creando un aprendizaje que no esté basado en la memorización sino en el pensamiento crítico y creativo, donde los estudiantes analizan desde distintas perspectivas un problema y se forman un criterio propio al respecto, el que después es expuesto en un diálogo con el resto del salón, donde las diferentes perspectivas de los estudiantes se encuentran, contrastan y nutren, logrando ensayar una dinámica democrática; donde lejos de solo repetir información mecánicamente, expandamos y creamos conocimiento como individuos y colectivo.
El maestro no imprimiría coercitivamente su verdad al estudiante, sino que lo orientaría a racionalizar sobre los temas, con el fin de inducirlo a pensar libremente. El maestro ayuda a crear un ambiente donde los estudiantes aprenden a dialogar entre sí y a alcanzar entendimientos en comunión con sus condiscípulos.
Esta revolución debe extenderse a universalizar la educación, con estudiantes de todos los estratos sociales y áreas geográficas, teniendo igual enseñanza.
Con estas bases fundamos una educación que provee a los jóvenes de la capacidad para desenvolverse en la vida pública como ciudadanos íntegros; a estar plenamente estimulados intelectualmente para continuar sus estudios superiores en el campo de su elección, a desempeñarse como trabajadores sobresalientes en cualquier rama o a emprender una iniciativa empresarial innovadora y socialmente responsable.
La esperanza del progreso de Panamá radica en una revolución educativa que libere el potencial transformador de nuestras juventudes, abriendo las puertas a nuevos rumbos de justicia, dignidad y bienestar social.
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Este artículo se publicó el 23 de abril de 2010 en el diario La Prensa, a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.
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