La historia se repite en forma de espiral

La opinión de….

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Richard. M. Koster

Adolf Hitler llegó a ser jefe de gobierno tras una elección popular. Se creyó destinado para ser amo del mundo, pero estaba lejos de tener mano libre en Alemania. La Constitución alemana garantizaba las libertades civiles y limitaba severamente las acciones del Estado. A pesar de esto, Hitler pudo tomar el paso decisivo hacia el poder absoluto en marzo de 1933.   Se aprovechó de un incendio para pasar una ley que le quitó a la ciudadanía gran parte de sus derechos y le permitió gobernar como dictador.

El incendio destruyó el parlamento (Reichstag). Se trató de un acto de un desempleado y desequilibrado holandés que había dimitido del partido comunista porque el código de disciplina del partido prohibía actos terroristas.   La policía lo detuvo en los prados del Reichstag la misma noche del incendio, y era obvio que había actuado solo, pero Hitler pintó el incidente como parte de una conspiración inmensa, como la apertura de una revolución bolchevique. La propaganda nazi sembraba pánico en el país.

La ley se denominó oficialmente «Ley para Remediar la Aflicción del Pueblo y de la Nación» -el caso clásico de un remedio peor que la enfermedad.   Se conoció como el «Acta de Capacitación».    Suspendió las libertades de expresión y de asociación.    Autorizó a la policía para allanar y encarcelar sin una orden judicial.   Permitió a Hitler legislar sin el Parlamento. Acabó, en fin, con la democracia por medios democráticos.

Los alemanes, asustados por las mentiras de Hitler, accedieron a su propia esclavitud. Hitler hizo sufrir a millones de inocentes, pero los alemanes merecieron la destrucción que él les produjo.   Ellos la buscaron.

Haber leído la historia es una espada de dos filos.   Ilumina el presente, pero a veces la luz duele.   Por ejemplo, el que sabe lo que pasó con el incendio del Reichstag, ve lo que está pasando con el incendio de Curundú con pavor.

Las reacciones gubernamentales a los dos incendios han sido iguales: primero sembrar pánico y luego aprovechar del mismo para imponer medidas dictatoriales. El Gobierno nacional ha pintado a los pandilleros juveniles como una amenaza más temible que los hunos de Atila. Ahora proponen una serie de medidas, supuestamente, para proteger nuestra seguridad.

1. Quitar la PTJ del control de la Procuradora para regalarla al Ministerio del Gobierno -es decir removerla de control independiente y ponerla bajo el control del partido oficialista-, es exactamente lo que hizo Hitler bajo el «Acta de Capacitación», al entregar la policía alemana al mando de Goering y de Himmler.

2. Autorizar a los corregidores para invadir y allanar el hogar de cualquier persona cuando el capricho le viene encima.

3. Consolidar los servicios nacionales aéreo y marino bajo el mando de una persona, es hacer imposible que un servicio limite o balancee al otro.

Estas tres medidas, con las restricciones de la libertad de expresión impuestas por el nuevo Código Penal, producirán un paraíso nazi. Lo que hay que ver ahora es si los panameños accederán a su propia esclavitud.

Hay que defenderse contra los pandilleros, pero hay también que distinguir entre ellos. Los pandilleros que infestan Curundú son malos, pero no le llegan a los tobillos a quienes infestan al Estado.

No hablo solo del PRD. La mayoría de la clase política son pandilleros sin distinción de partido. Por ejemplo, tenemos entre nosotros actualmente dos ex directores del Banco Nacional de partidos distintos, uno culpable, otro acusado de peculado, ambos protegidos por el pandillerismo común que comparten con los pandilleros del Estado.

Cuando los pandilleros de turno proponen leyes, no son para protegernos a nosotros, sino a ellos mismos. Las restricciones a la libertad de expresión no tienen nada que ver con honra, cualidad muy escasa en los pasillos del poder.

Panamá ya ha sufrido una dictadura, pero fue impuesta por un golpe armado. Sería muy vergonzoso dejar a unos pandilleros crear otra por medios democráticos.

He oído que un ex banquero ha venido de México, como Juan Bautista del desierto, para abrir camino a uno más grande que viene después.

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Artículo publicado el 9 de abril de 2010 en el Diario La Prensa, a quienes deamos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.