La opinión de…..
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Darisnel Sanjur R.
A diario vemos en los medios de comunicación, situaciones de escándalos morales, violencia y otros hechos en los que se ven involucrados nuestros jóvenes. Crean leyes, como si esto fuera el remedio. Las mismas pueden ser un paliativo en su momento, pero no la solución. Sería mejor reforzar la familia como espacio donde se pueden educarlos en valores, con campañas a favor de la excelencia de la unidad familiar.
¿Quién inicia esta tarea? Teniendo presente lo anterior, podríamos encontrar jóvenes dispuestos a asumir un compromiso en la vida.
A través de este escrito pretendo ofrecer al lector y en especial, a los jóvenes, reflexiones sobre el tema del noviazgo en los jóvenes.
Todos somos responsables de educar a los jóvenes en valores iniciando en la familia, es necesario enseñarles el significado profundo y correcto de la palabra “noviazgo”.
Ciertamente, que el noviazgo es la etapa de un hombre y una mujer, que inician un proceso de discernimiento y conocimiento recíproco de lo que Dios quiere y por consiguiente lo que espera de su pareja, donde compartirán momentos alegres como también dificultades y pruebas, sin embargo no es el momento culmen de ese conocimiento. Pretender que hemos conocido a la otra persona es prueba de que no hemos conocido.
Los jóvenes tienden a querer formar un hogar, que es el sueño de todo joven. Siempre los encontramos en los colegios, universidades y barrios. Los podemos apreciar cuando abordamos un autobús o caminamos por los alrededores de los parques, centros educativos, etc. Parejas tomadas de la mano u otro gesto como manifestación de un cariño especial.
Sin embargo, es necesario tener presente que no podemos quemar etapas a la ligera, con responsabilidad podemos aprovechar nuestra juventud, debemos educarnos y crecer como persona, teniendo presente que ese otro también merece respeto.
Velar por la familia es el mayor testimonio que le podemos dar a nuestros jóvenes, de que es posible asumir un compromiso basado en la unidad y la indisolubilidad.
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Este artículo se publicó el 2 de junio de 2010 en el diario El Panamá América, a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.
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