Minería en Panamá, ¿dilema?

La opinión de…..

.

Marco Tulio Guillén Herrera


Es la primera vez que escribo en un diario y lo hago motivado desde muy lejos de mi terruño, pero estimulado por la inquietud de muchos buenos panameños que ven con preocupación el desarrollo de la actividad minera en nuestro país, especialmente en los últimos años.   Sobre todo ahora que se ha anunciado la posibilidad de cambiar la legislación minera para atraer a los inversionistas extranjeros.

Por ello he decidió compartir, a través de este espacio, mis reflexiones sobre el particular esperando que a quienes les corresponda tomar decisiones al más alto nivel lo hagan pensando en los mejores intereses para nuestra Nación.

Panamá ha sido desde su descubrimiento un lugar de tránsito.   Su economía se ha basado, fundamentalmente, en su posición geográfica, de allí que haya entrado al siglo XXI con el desarrollo de un sector primario un poco limitado y con escasa producción industrial. La explotación de sus recursos minerales en muchos renglones espera para proporcionarle un mayor auge económico y un nivel de vida a sus habitantes más acorde con los avances de la modernidad, a la par que sirve a las necesidades mundiales.

En este sentido, sus riquezas minerales están prácticamente intactas, cuando sabemos que estos recursos que extraemos de la tierra representan en muchos países, un renglón muy importante de su PIB, con los consiguientes beneficios para sus habitantes. Por otro lado, las exigencias mundiales de productos mineros son de primer orden; porque constituyen, en gran medida, los cimientos de la civilización moderna y porque al tratarse de recursos no renovables, se han venido agotando, por lo que se requiere tanto trabajar con acierto los yacimientos existentes, como descubrir nuevos.

Actualmente en nuestro país se conoce la existencia de importantes yacimientos, entre ellos: Cerro Colorado (Chiriquí), que constituye el sexto depósito de cobre más grande del mundo sin explotar; Santa Rosa (Veraguas), explotado durante 10 años para extraer oro;  Cerro Petaquilla (Coclé), ya explorado y a punto de ser explotado; Cerro Quema (Los Santos), aún en etapa de exploración, por mencionar algunos ejemplos.  Estos yacimientos pueden cumplir un papel social y económico significativo en tanto sean aprovechados, sobre la base de un trabajo de explotación altamente científico, que encare con responsabilidad la protección del ambiente.

Ante esta realidad y ante la posibilidad de que existan otras fuentes minerales que esperan ser descubiertas, resulta imperativo que los panameños nos preparemos en los niveles tecnológicos; pero también en los de investigación.   De este modo, será factible ofrecer al país sobre cómo se originaron los procesos que dieron lugar a la formación de un yacimiento y asegurarle que el impacto ambiental que ocasiona la explotación tenga el debido trámite y el manejo racional desde la etapa inicial al trabajo hasta su posterior abandono.

Es evidente que en este país, carente de tradición minera, se impone la formación de especialistas y profesionales que tengan los conocimientos de la ciencia de la tierra y los del medio ambiente, en estos momentos en que se abre esta actividad que involucra una parte sensitiva para los panameños: nuestro futuro como planeta.

Mi interés por forjarme como investigador deviene, entonces, no solo de mi experiencia como profesional que exige llegar a esta etapa, o de mi interés por realizar este tipo de actividad que tanto me atrae, sino por encima de ello ofrecer a mi país un aporte necesario a su economía, a su seguridad social, así como contribuir a que el pueblo panameño muestre confianza en una actividad viable técnicamente, por todo lo que los resultados de un proceso investigativo serio pueden arrojar como saldo positivo para Panamá en el terreno del aprovechamiento de sus riqueza mineral.

El problema no es la explotación de los recursos minerales, sino la forma en que lo vamos a hacer. ¿Estamos preparados para hacerlo? Juzgue usted, querido lector.

<>

Este artículo se publicó el  8  de abril de 2010 en el diario La Prensa, a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.