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La opinión de…
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Roberto Brenes P. –
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El Presidente y la ministra de Educación han advertido sobre la obligación de los colegios y escuelas de desfilar los días patrios para “honrar a la patria”. Mala onda.
Los desfiles además de onerosos para las familias, son muestras de prepotencia del Gobierno, resaltan valores marciales y militares que son ajenos a la democracia y son el ego trip de una burocracia entarimada, endiosada por una pleitesía obligada, haciendo marchar a menores de edad que ni siquiera han cometido la insensatez de elegirlos.
Todo en un estado de tortura física y mental; causada por las inclemencias del tiempo y la estridente cacofonía de las bandas “de guerra”.
¿No es tiempo acaso para que repensemos el valor patriótico de esta aberración castrense?
Cierto es que por generaciones los panameños hemos desfilado en los días patrios. ¿Pero, es esa una tradición que ensalza y fortalece nuestros ideales nacionales? ¿O, por el contrario, la tradición marcial de nuestros desfiles donde las escuelas tienen “batallones” armados y “estado mayor” no fomentan más bien el militarismo y el autoritarismo? ¿Y dónde está el objeto del desfile? ¿O es que se honra a la patria desfilando ante un grupo de burócratas (algunos de los cuales debían estar presos) y no que están allí por designio divino, sino solo porque los papás de los que marchan los eligieron? ¿O es que como empleado público entarimado de verdad se siente la representación abstracta o concreta de la nación o del Estado?
Si de honrar a la patria se trata, nuestras efemérides deben dedicarse a ensalzar valores nacionales y fomentar la democracia de mil y una formas más modernas, imaginativas y más civilizadas… y seguramente con mejor música de fondo. En una democracia activa, donde tenemos la fortuna de tener días seguidos de celebración patria, las posibilidades de honrar los valores –y en el proceso educarnos y perfeccionar nuestras ideas patrióticas– exceden el exiguo valor (si alguno) de marchar.
Empecemos por el ruido. En vez de fomentar la proliferación de bandas “de guerra”, fomentemos y cultivemos las bandas de música y de paso rescatamos una materia importante en vías de extinción de las escuelas: la educación musical. Además le brindamos a los educandos una disciplina y quizá hasta una profesión como músico; bastante mejor que tamborero de comparsa, que es a lo que aspiran y llegan los cracks del redoblante y el tambor. Una actividad de las fiestas patrias sería, entonces, a todo nivel los concursos y competencias de bandas de música en teatros, parques y espacios adecuados, que además de cultivar al muchacho serían el deleite de los asistentes y ¿por qué no?, embrión de competencias internacionales.
La patria, su origen, su presente y su futuro, debe ser un tema obligado de las festividad. Más concursos de oratoria, concursos de ensayo, conferencias y seminarios a todo lo largo y ancho del país. Que la escuela y universidades se engalanen con actividades históricas y culturales de acceso público. Cada ciudad, barrio y escuela podría ser un centro de difusión de valores históricos, de principios, de democracia y de amor al país, a su gente y a sus tradiciones. En fin, ideas e iniciativas no nos faltarán.
Y lo mejor de la propuesta es que tendríamos plata de sobra, si los recursos dedicados a los desfiles, desde las tarimas, los adornos y todos los parafernales que conlleva tener de invitados a la alta burocracia en los desfiles, se reorientaran a conceder premios a los múltiples concursos y competencias, a pagar buenos conferencistas, a financiar obras conmemorativas con valor histórico o democrático ya sean gráficas, de radio, internet y cualquier medio masivo.
Con un programa nacional así cambiaríamos radicalmente el interés de la juventud por las fiestas patrias. En vez de verlas como una obligación odiosa, costosa y sudorosa para rendir pleitesía artificial al Gobierno, las fiestas patrias serían verdaderos festivales de conocimiento y diversión, en los que los muchachos serían los protagonistas, fomentando un círculo virtuoso de conocimiento, amor a la patria y valores democráticos. Y toda la población pasaría de ser un espectador pasivo a un participante activo en el conocimiento, preservación y difusión de los valores nacionales.
Y si el Presidente y la ministra insisten en que hay que marchar, propongo que invirtamos los papeles: que marchen los funcionarios y que el resto ocupemos la tarima. ¿No les parece justo que desfilen frente al pueblo que los eligió, la plana mayor del Gobierno? Todos, con sus guayaberas blancas, lejos de sus carrazos de vidrios teñidos, sin guardaespaldas, sin “esepeis” y sin la consabida estela de manzanillos.
Así los ciudadanos tendremos oportunidad de verlos, al menos, moviéndose (y hasta tendremos la rara ocasión de verlos sudar). Y que los de la tarima les dediquemos, entonces, los aplausos o los abucheos que se merezcan. ¡Eso sí es un ejercicio democrático!
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<> Este artículo se publicó el 15 de noviembre de 2010 en el diario La Prensa, a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.
Más artículos del autor en: https://panaletras.wordpress.com/category/brenes-p-roberto/
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