La cabeza de Roosevelt

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La opinión de….

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Mario Van Kwartel Vélez

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Cuando en 1990 apareció la cabeza decapitada de Roosevelt en poder del gobierno de entonces, inmediatamente pensé que, en señal de desagravio, se le debió colocar en un bello pedestal adaptado a sus condiciones actuales y elaborado por uno de nuestros escultores nacionales, con el fin de ponerlo en exhibición en un lugar adecuado y a salvo de los depredadores que así la separaron para llevarse el resto del cuerpo y la silla que componían el monumento.  Es que, como todo ser humano, el pensamiento de Franklin Delano Roosevelt provenía de su cerebro y éste se encontraba en su cabeza.

Ese fue el hombre que, al llegar a la presidencia de los Estados Unidos en la década del treinta por primera vez, sacó a su país de la peor crisis económica que haya sufrido. Fue también uno de los artífices de la victoria obtenida en la Segunda Guerra Mundial en contra de las huestes hitlerianas, salvando así a la humanidad, quizás, de una de sus peores barbaries.

Pero, además, fue el hombre que recibió en la Casa Blanca al doctor Harmodio Arias, Presidente de Panamá, el 9 de octubre de 1933, a quien escuchó y asintió que los argumentos de éste le dejaron convencido de que las estipulaciones del Tratado Hay-Bunau Varilla de 1903 eran sumamente lesivas a la dignidad y prosperidad del pueblo panameño, por lo que había que hacer algo al respecto.

Esto dio como consecuencia la Declaración Conjunta de 17 de octubre de 1933 y, por último, el Tratado General de 2 de marzo de 1936, de paz y amistad, en el cual se reconocieron justos beneficios correspondientes a nuestra República y trascendentales declaraciones acerca de la soberanía de la misma.

En tal virtud quedó claro que Panamá dejaba de ser una nación garantizada por los Estados Unidos y muy destacadamente se abrogó la oprobiosa autorización contenida en el artículo VII (Siete) del Tratado Hay-Bunau Varilla según la cual dicha potencia podía intervenir en las ciudades de Panamá y Colón para restablecer el orden público. Fue este un hito de la mayor importancia en el camino para la recuperación de nuestra plena soberanía y dignidad. La visión y comprensión de ese gran norteamericano, en nada regateó las aspiraciones de nuestros compatriotas que, dentro de las circunstancias que vivieron, visualizaban nuestra plena independencia.

Pero los bárbaros vándalos que decapitaron una pobre escultura de bronce y se llevaron el tronco del hombre allí representado, para comerciar con el mismo y conservar la cabeza como trofeo, so pretexto de un falso nacionalismo, seguramente eran ignorantes de lo que significó ese Presidente Roosevelt en nuestro devenir histórico.

Por esto, espero nuevamente que el actual gobierno proceda a colocar esa pieza decapitada en un adecuado pedestal y exhibirlo, por ejemplo, en el Museo del Canal.

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Publicado el  3  de diciembre de 2009 en el diario El Panamá América, a  quien damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que le corresponde.