¡Hasta cuándo!

INDIGNACIÓN  –  La opinión del cardiólogo panameño…

Daniel R. Pichel

La indignación está de moda. El libro-folleto ¡Indignaos!, de Stéphane Hessel, se ha convertido en un best-seller en casi todos los países donde puede conseguirse. Hessel es un hombre de más de 90 años, que tiene el mérito de ser el último superviviente de los redactores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948.  Este ensayo de apenas 60 páginas, bien pudiera convertirse en un “manual del ciudadano decente” y producir profundos cambios sociales.

En la calle se percibe un grado de incomodidad que en cualquier momento puede hacer explosión. Y no es solo en Panamá. Parece ser igual en todos lados. Tal vez debamos considerar un “movimiento nacional de indignación”. No sería ni un partido político, ni una organización de la sociedad civil ni un think tank. Sería únicamente un grupo de personas que comparten la frustración que produce todo lo malo que nos rodea y que hace obligatorio no quedarse con los brazos cruzados viendo como todo sigue igual. Los interesados: enviar un mensaje a indignados.panama@gmail.com. Haríamos un censo para ver qué tantos indignados somos. Mientras, hagamos un inventario de razones de indignación.

Hasta cuándo… tendremos que seguir leyendo en los periódicos que cada licitación o contratación va metida en medio de un chanchullo. Me parece increíble que casi ninguna gestión gubernamental, se dé dentro de un marco de transparencia que no genere suspicacias de algún tipo.

Hasta cuándo… soportaremos una vergonzosa Asamblea Nacional, llena de tránsfugas que lo único que les interesa es estar cerca del poder para mantener esa cuota de clientelismo a la cual están acostumbrados y que les permite seguir cobrando salarios que no merecen.

Hasta cuándo… las autoridades de salud estarán más preocupados por construir hospitales (de lego o de verdad) o por pagar tratamientos de brujería a los envenenados por dietilene glycol, en lugar de desarrollar verdaderos programas de prevención de enfermedades.

Hasta cuándo… la educación será el patito feo de las administraciones públicas, permitiendo que la formación integral de los panameños esté secuestrada por una banda de “dirigentes” que en lo único que piensan es en su interés personal y se niegan a ser evaluados de acuerdo a los resultados académicos de sus alumnos.

Hasta cuándo… veremos que se gasta dinero en obras suntuosas mientras se escatima en la investigación científica y tecnológica.

Hasta cuándo… la Universidad de Panamá seguirá bajando sus requisitos de admisión para conseguir los fondos necesarios para pagar una abultadísima planilla que permite reelegir a un rector crónicamente.

Hasta cuándo… tendremos que escuchar, cómo “expertos en democracia”, a quienes se pasaron una buena parte de su vida lamiendo botas militares sin importarles un bledo los panameños ni sus derechos humanos.

Hasta cuándo… seguiremos creyéndonos el cuento de que la corrupción es un mal del Gobierno, cuando esos actos son patrocinados por ciudadanos y empresas privadas que solo buscan enriquecerse.

Hasta cuándo… el maleante que tenga dinero para pagar un abogado suficientemente hábil, seguirá impune, disfrutando de medidas cautelares cosméticas, mientras que a cualquier “ladrón de abarrotería” lo encierran en La Joya o La Joyita.

Hasta cuándo… al mencionar los embarazos en adolescentes y las enfermedades de transmisión sexual, las autoridades se limitarán a persignarse evitando tomar medidas reales confrontando a un puñado de fanáticos que viven en la Edad Media.

Hasta cuándo… “prestigiosos” bufetes de abogados, se prestarán para defender corruptos usando todo tipo de triquiñuelas y tecnicismos procesales para retrasar las audiencias y fallos que pudieran afectarlos.

Hasta cuándo… preferiremos ver una asquerosa crónica roja en lugar de un programa cultural o un documental educativo.

Hasta cuándo… seguiremos emparchando una Constitución que nació torcida y donde solamente se busca acomodar los intereses de alguien sin pensar lo que el país necesita.

Hasta cuándo… veremos que quien roba millones al Estado o paga coimas para obtener concesiones y contratos, es tratado por la sociedad como un distinguido empresario.

Hasta cuándo… toleraremos que se use el anonimato para dañar la imagen de quienescuestionan el estatus quo.

Hasta cuándo… tendremos un Órgano Judicial y un Órgano Legislativo protegiéndose entre ellos para que nunca sean investigadas las irregularidades y actos de corrupción en que son señalados.

Hasta cuándo… será necesario esperar para que se investiguen correctamente los escándalos del Fondo de Inversión Social y que duermen en un cajón para proteger a los involucrados.

Hasta cuándo… la justicia estará supeditada al “juega vivo” de un sistema donde se da más valor al tecnicismo que a los actos cometidos.

Hasta cuándo… seguiremos viviendo en el engaño de que nuestra economía crece casi 10% anualmente, si ese crecimiento no llega a quienes lo necesitan.

Hasta cuándo… vamos a permitir que los mismos cuatro pseudodirigentes de siempre se llenen la boca presumiendo de ser los representantes del “pueblo panameño” cuando lo único que buscan es obtener beneficios para ellos y sus secuaces.

Hasta cuándo… tendremos que elegir cada cinco años a los menos malos entre los malos.

Hasta cuándo… seguiremos siendo indiferentes.

Estos, son solo algunas razones para, tarde o temprano, formar un movimiento cuyo eslogan sería: “Los indignados somos más”.

<> Artículo de opinión publicado el 8 de mayo de 2011 en el diario La Prensa de Panamá,  a quienes damos, lo mismo que al autor,  todo el crédito que les corresponde.

El vaso se va llenando…

La opinión de…

Daniel R. Pitchel

Desde mayo de 2009, cuando ganara las elecciones Ricardo Martinelli, han pasado muchas cosas. Vale la pena, cuando se cumple más o menos un tercio de su mandato (según las reglas actuales del juego) hacer un alto y evaluar lo que ha sido su gestión y cómo la ven los ciudadanos.  No me refiero a las encuestas, sino a lo que percibo hablando con quienes convivimos en Panamá.

Desde el primer momento, el Gobierno tuvo un alto grado de aceptación. Si bien se benefició de unas elecciones en las que la alternativa era impresentable, la percepción de la gente era: “lo que se necesita aquí es gente que mande y tome decisiones”. Esto se vio respaldado por las acciones que se dieran contra los intereses particulares de los supuestos “intocables” de nuestro país.

El tema del relleno de Amador, la reapertura del caso Cemis, la manera como se comenzó, por primera vez desde que yo tengo memoria, un proceso judicial contra un ex presidente por supuestas irregularidades en la concesión de permisos para beneficio de sus allegados, las denuncias en el manejo de los dineros del FIS y la corrupción en las garantías para sacar de la cárcel a personas influyentes, hizo subir como la espuma la popularidad del Gobierno. No faltaron quienes denunciaban la gastada “persecución política” (argumento demasiado desprestigiado para ser tomado en serio), y la violación de los procesos normales por los que deben darse estas acciones. Sin embargo, todo esto fue percibido por gran parte de la población como “politiquería barata”, mientras se seguía apoyando al “gobierno del cambio”.

Luego, comenzaron las dudas sobre la injerencia del Ejecutivo sobre los otros órganos del Estado. La chapuza de la destitución de la procuradora y los desatinos de su sucesor, la selección de magistrados de la Corte Suprema de Justicia y la contralora entre allegados al poder, la brincadera de diputados hacia el partido gobernante (aunque de esa gente a mí nada me sorprende), la represión durante los disturbios de Bocas del Toro, las denuncias de contrataciones sin licitación, las dudas sobre los desatinos del Presidente y el canciller en los cables de Wikileaks, el torpe intento de poner en el tapete el tema de la reelección presidencial y las denuncias de persecución contra periodistas y críticos, han minado las “buenas vibraciones” de las que disfrutaba el Gobierno desde su instalación.

Sin embargo, es lo sucedido en el Centro de Cumplimiento de Menores el 9 de enero, lo que se percibe como un verdadero cambio de actitud de los ciudadanos comunes y corrientes hacia la gestión gubernamental.

La sensación es que se cometieron actos claramente violatorios de los más elementales derechos humanos y que el sistema no ha respondido correctamente. La existencia de una filmación ha sido un elemento decisivo hacia la crispación. Escuchar cómo se burlaban de adolescentes abrasados por el fuego y cómo los golpearon después ha generado una animadversión profunda hacia los responsables que se proyecta a toda la cadena de mando. A esto se ha sumado la actitud desafiante de las autoridades de seguridad, la tardía comparecencia pública (percibida más como una reacción al posible costo político que al mismo hecho), y la aplicación de una controversial ley en la que personas que a todas luces son responsables de una acción execrable terminan siendo tratados con inaudita suavidad y ni siquiera se les destituye ni se les formulan cargos de inmediato. Ante estos hechos, no hay que ser un sociólogo experimentado para percibir que, por primera vez, comienza a sentirse una incomodidad real hacia la administración Martinelli.

En lo personal, me cuesta trabajo aceptar que todo lo que ocurre en Panamá sea parte de alguna conspiración del Gobierno. De hecho, no creo que esto vaya a generar una respuesta masiva en las calles ni mucho menos. La inacción de los panameños ha quedado claramente demostrada ante la crisis del agua potable que lleva más de un mes y no ha generado protestas significativas. De hecho, me llama la atención que los miembros del “movimiento popular”, que dicen representar a “las grandes masas nacionales”, no hayan hecho nada ante un hecho que, en un país con sangre en las venas, hubiera generado una verdadera conmoción social. Su actitud me hace pensar que les preocupa más ver cómo se acomodan cerca del poder, que un genuino interés “en el bienestar del pueblo”.

Si bien aún no parece que estemos al borde de una crisis social, el vaso cada vez se llena un poco más… y, si no se hace algo desde ahora para enderezar el rumbo, corremos el riesgo de que en algún momento, se termine la paciencia… y cuando se derrame, será muy tarde para quejarnos…

Escuchar cómo se burlaban de adolescentes abrasados por el fuego y cómo los golpearon después ha generado una animadversión profunda hacia los responsables que se proyecta a toda la cadena de mando.

<>
Este artículo se publicó el 30  de enero de 2011   en el diario La Prensa, a quienes damos,  lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.

El discreto encanto de la tontería…

La opinión de…

Daniel R. Pichel
dpichel@cardiologos.com

No tengo la menor duda de que si Luis Buñuel viviera aún, y conociera nuestro país, se mandaría una obra de arte surrealista de esas que hubieran ganado innumerables premios en cuanto festival se inscribiera. Aunque, pensándolo mejor, pudieran no reconocerle esta obra maestra, por considerarlo un exagerado. Pero pensemos un poco en el guión de esa película que pudiera llamarse como la columna de hoy…

La película comenzaría con una escena a media luz, en la que se escucharía a lo lejos “panameño, panameño, panameño, vida mía… yo quiero que tú me lleves donde abunda tontería…” . En ese momento, se escucha la voz del cónsul en Miami diciendo, con acento afrancesado, que “la malaria, se llamaba fiebre amarilla en 1902 y que, por culpa de un mosquito, Lesseps no hizo el canal…”. Al aumentar la luminosidad de la pantalla, se vería la entrada de una esclusa, mientras retiran un aviso que dice “cerrado por exceso de agua”. Entonces, en el medio de una oscura noche se acerca, desde Corte Culebra, la luz producida por un barco radiactivo, que pasaría a tres centímetros de distancia de la estructura del Canal, mientras que en la cámara paralela, espera su turno un supertanquero con un letrero de “altamente inflamable”, escoltado, a su vez, por un crucero de pasajeros, en el que ocho mil personas estarían en la cubierta esperando tomar una foto en el mismo momento en que se produjera el hongo atómico… Mientras, un carro bomba, con un letrero que reza… “no hay agua, porque llovió mucho” es detenido por los custodios del centro de rehabilitación juvenil, mientras le gritan a los marinos del tanquero: “si son tan machos apaguen ustedes el fuego…”.

Según Cancillería, parece que la solución a los exabruptos de nuestros representantes es prohibirles hablar a los funcionarios del cuerpo consular y diplomático de temas que no dominan (lo bueno es que algunos callarán para siempre). Me tomo la licencia de sugerirle a nuestras máximas autoridades, que la solución a este problema no es mandarlos a callar. Es, simplemente, no nombrar en estos puestos a amigos, sino a personas con un mínimo de capacidad (no pido más, sólo el mínimo), para hablar en nombre del país si fuera necesario. Me cuesta trabajo aceptar que inventar un eslogan sea una credencial adecuada para ser nombrado representante de la Nación en el extranjero.

Otro capítulo de la película sería el que tiene que ver con el agua. Al aeropuerto de Tocumen llegan los turistas leyendo un letrero que dice: “Panamá, el país con la mejor agua del mundo”… francamente, no sé si es la mejor, pero sospecho que, hoy por hoy, es la más chocolatita. Mientras, el director del Idaan explicaría que se ha llegado a un acuerdo con Godiva Chocolatier para mezclar “el vital líquido” con un extracto de cacao al 72% para mejorar el colesterol bueno de los consumidores… Así, el Canal, el Idaan, el puente Centenario, los cultivos en Chiriquí y quién sabe cuántas cosas más, han dejado de funcionar por exceso de agua (en el trópico). Por un momento, ¿se imaginan lo que pasaría si nos azotara un huracán? ¡Aterrador! … En nuestra película se vería a los panameños, cada uno construyendo un arca y metiendo dentro diputados, cónsules, alcaldes y políticos, esperando el diluvio. Este capítulo de la película termina con una imagen en los culecos en los carnavales de Las Tablas y Penonomé, en el que cada persona moja a quienes están a su alrededor con botellas de Volvic, Evian, Boss, Mondariz y Perrier. Un camión cisterna rotulado por un lado, “Aqua Cristalina”, y por el otro, “Panama Blue”, rocía con una manguera a una ferviente multitud que grita entusiasmada “agua, agua, agua, weeeeee…”.

Para terminar, unos invertebrados genuflexos, ante un montón de policías con uniformes, charreteras y rangos rimbombantes, gritan, desaforados: ¡no a la extradición!, ¡no a la reelección! y ¡no al autoritarismo!, en una manifestación en la que llevan pancartas con una foto de Billy Ford, ensangrentado, y dicen “defendamos la democracia y la libertad de expresión”. Al pasar por la Plaza 5 de Mayo, se escucha a un grupo de inquilinos del Palacio Justo Arosemena, que propone una ley que condena a cuatro años de prisión a todo aquel que vilipendie a cualquier funcionario que ocupe un cargo de elección popular. En ese momento, uno de ellos pregunta: ¿qué significa vilipendiar? … y otro contesta: “yo qué sé,  pero suena bien…”.

<>
Este artículo se publicó el 16  de enero de 2011   en el diario La Prensa, a quienes damos,  lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.

Buses y mafias…

La opinión del Médico…

DANIEL   R.  PICHEL
dpichel@cardiologos.com

Termina 2010 y la última semana del año, nos trajo varias noticias interesantes que comentar. El 28 (curiosamente celebración de los Santos Inocentes), entró en operación el Metro Bus.

Al leer las crónicas de lo que fueron los primeros dos días de funcionamiento, se puede llegar a la conclusión de que los panameños tenemos tal grado de alergia al orden, que todo aquello que intente poner reglas confrontará muchísimos problemas para implementarse.    Interesante que en un país donde se vota por cualquier pelafustán, cuyo mérito comunitario es prometer un saco de cemento o regalar una cerveza, los usuarios del Metro Bus argumenten utilizando la pregunta “por qué”.

Entre las “quejas” más originales vi cosas como el cuestionamiento a que se tenga que entrar por la puerta delantera del autobús y salir por la trasera. La respuesta es muy simple. Una dice entrada, y la otra dice salida… Se critica que “hay que ir de pie”, mientras olvidan que, 24 horas antes, en los diablos rojos estaban acostumbrados a ir comprimidos, unos contra otros, con un calor infernal. No respetan los asientos destinados para embarazadas y discapacitados (del panameño no debe extrañarnos).

Consideran injustificado que el autobús se detenga tantas veces y que no frene estrepitosamente cuando alguien grita “¡parada!”. Aunque es normal que siempre exista una cierta reticencia a los cambios, lo que dijera el ministro Papadimitru es el argumento más lógico… “hay que tener paciencia” para ir arreglando los detalles hasta poder ofrecer un servicio como es debido. Eso sí, hay tres cosas que ojalá no cambien.

Que se pague al subir (que es la forma en que funcionan todos los sistemas de transporte público en el mundo normal), que los conductores cometan el “pecado mortal” de dar los buenos días (según algún usuario “es ridículo”) y que los asientos son muy duros para poder echarse la siesta mientras se llega al destino final (mejor no comentar).

Al margen de todas estas quejas, esperemos que este nuevo sistema permita no solo ofrecer mejor servicio, sino terminar con el monopolio que mantuvieron por tantos años el cartel de mafiosos que se ha dedicado a traficar con cupos, mientras tratan a los conductores casi como si fueran sus esclavos.

Y hablando de mafiosos… el jueves desayuné con la estupefacción que me produjo leer el titular que, con fotos en la mano, gritaban a voz en cuello que “estamos gobernados por una mafia”.   Si buscamos la definición de esta palabra en el diccionario de la RAE, encontramos tres acepciones:

1. Organización criminal de origen siciliano, 2. Cualquier organización clandestina de criminales, y 3. Grupo organizado que trata de defender sus intereses. Si vamos a la primera acepción, sospecho que no aplica por razones geográficas, mientras que la tercera, clasificaría como “mafia” a casi cualquier gremio en el mundo.

Sobre la segunda; me pareció de un cinismo descarado que sean precisamente ellos quienes denuncien semejante cosa.    Francamente, nunca en la historia de nuestro país hubo una organización criminal más organizada que la banda de gorilas y rastreros civiles que violaron cuanto principio ético existiera, durante los 21 años de dictadura.

Ahora, simplemente se limitan a hablar de “reconciliación”, “paz”, y “pasar la página” cada vez que alguien les recuerda sus fechorías.   No sé si da risa o náusea escuchar hablar de “democracia” y “respeto a los derechos fundamentales” a los mismos invertebrados que firmaban fallos en la Corte Suprema, exonerando a Noriega y su pandilla de cualquier vinculación con el narcotráfico, a quienes defendían las acciones de los militares en la OEA y la ONU, a quienes apaleaban “sediciosos” para congraciarse con la “gorilada” de turno y a vulgares pandilleros de barrio que se sentían muy valientes, mientras los protegía el statu quo.   Ahora, mucha de esa escoria se aprovecha de la democracia que nunca les interesó respetar, para “alzar su voz de protesta ante los abusos de un gobierno autoritario”.

Y no malinterpretemos… hay que defender las instituciones y los principios democráticos para que tengamos una sociedad que funcione. Por eso hay que escuchar cuando personas que en su momento atacaron lo que hacía la dictadura ahora manifiestan preocupación ante lo que perciben como abusos contra el sistema democrático.

Pero, escuchar discursos de “valores democráticos” de quienes nunca demostraron el más mínimo respeto por ese sistema, me parece totalmente falto de ética… Aunque en verdad… tampoco se le puede pedir peras al olmo…

Esperemos que el año 2011 nos traiga salud, libertad y prosperidad a todos en Panamá. Especialmente, a quienes más lo necesitan…

<>
Este artículo se publicó el 2 de enero de 2011   en el diario La Prensa, a quienes damos,  lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.

Sobre fines y medios…

La opinión de…

 

DANIEL  R.  PICHEL
dpichel@cardiologos.com

A toda persona normal debe preocuparle que se violenten las normas de la convivencia democrática. Temas como la separación de poderes, los mecanismos de control y la transparencia en la gestión pública son esenciales para que la democracia funcione correctamente. Muchas veces decimos que no podemos vivir bajo la esencia de las doctrinas de Maquiavelo, según la cual, “el fin justifica los medios”.

Sin embargo, olvidamos cómo nos quejamos amargamente cuando, aplicando los medios que establece el manual democrático, se hace casi imposible alcanzar los fines.   Si nos detuviéramos un momento a pensar qué queremos y cómo puede conseguirse, tal vez nos diéramos cuenta de cuáles deben ser nuestras prioridades a futuro. Trataré de ilustrarlo con ejemplos reales.

En Panamá, constantemente nos estamos quejando del irrespeto a la institucionalidad democrática. El nombramiento de allegados al Ejecutivo en puestos de control, la metamorfosis de políticos de la oposición que, de la noche a la mañana, comienzan a ver el mundo en la misma línea que el gobierno, la sospechosa aprobación casi genuflexa de las iniciativas legislativas que respaldan la gestión presidencial, las contrataciones directas para obras estatales y ahora el posible proyecto que permitiría la reelección hacen pensar que la democracia panameña está muy lejos de ser a lo que aspiramos.   Seguimos cometiendo el terrible error de confundir el votar cada cinco años en una elección en la que se respetan los resultados, con vivir en un sistema verdaderamente democrático.

Si bien es cierto, hay razones para preocuparse, lo más importante es analizar qué estamos haciendo para resolver estos temas de que tanto nos quejamos. La pregunta relevante es: ¿qué haríamos si mañana fueran las elecciones, sabiendo por adelantado el estilo del actual gobierno?   Pues, me atrevo a asegurar que, si las alternativas que tuviéramos para escoger fueran las mismas que nos presentaron en mayo de 2009, la grandísima mayoría votaríamos nuevamente por los mismos.

Ante esta perspectiva, tenemos que entender que la prioridad en Panamá es que se comiencen a identificar líderes con miras al futuro. Líderes que representen los valores primordiales de un sistema democrático, en el que la forma de ejecutar sea tan importante como la ejecución misma. Líderes que surjan de partidos y grupos con ideologías sólidas y con proyectos basados en las reales necesidades de la gran mayoría de la población y no de grupos particulares.

Lo triste es que estos líderes no garantizan tampoco mejorar las cosas. Y allí tenemos el mejor ejemplo en Barack Obama. Durante la campaña, Obama presentó un discurso basado en valores y principios que permitió una movilización sin precedentes de grupos que habitualmente son ajenos a la actividad política, especialmente jóvenes.

Así, Obama gana las elecciones con un apoyo general, gracias a que sembró la esperanza de que cambiaría la forma de hacer las cosas. Pero lo que pasó después fue que esas buenas intenciones se estrellaron de frente con el sistema político de Washington, donde la “institucionalidad democrática” permite todo tipo de triquiñuelas para bloquear las iniciativas que choquen contra los intereses particulares de partidos y grupos de influencia. Entonces, ese pueblo que apoyó masivamente el plan de Obama no está dispuesto a respaldarlo en la implementación de soluciones. De ese modo, el hecho de “no cumplir las promesas de campaña” termina ejerciendo un efecto negativo sobre la opinión pública.

Entonces, ¿qué le quedaría a alguien que quiere cumplir con la implementación de cambios? … Pues, tratar de utilizar lo poco que permite el sistema para garantizar que se puedan ejecutar proyectos y programas.   Para eso, hay que estirar el sistema hasta el límite de lo que permite. Entonces, cuando se hace eso… Se está “debilitando la institucionalidad y la democracia”… Si queremos entonces ver lo que sigue, volvamos al principio del artículo.

Ante esta perspectiva, la única opción posible es comenzar a pensar en líderes que entiendan bien el sistema democrático bajo la perspectiva de que los fines y los medios deben conjugarse a favor de las mayorías y de ninguna manera ser un obstáculo al desarrollo social. Porque, si solamente nos quejamos, le hacemos la campaña a gente exactamente igual a quienes criticamos… o quien sabe si aún peores…

<> Este artículo se publicó el 19 de diciembre de 2010  en el diario La Prensa, a quienes damos,  lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.

Charlatanes, potingues y hechiceros…

La opinión del Médico…

Daniel R. Pichel

No se cómo, pero hay que controlar la proliferación de charlatanería que atenta seriamente contra la salud de la población al margen de ningún tipo de autoridad competente.

Con encender la televisión a horas nocturnas o en algunos canales de cable, escucharemos anuncios promocionando productos, sustancias y “suplementos” que, mientras adelgazan la barriga del usuario, engordan la cuenta bancaria a algún vividor.

No me refiero a equipos de ejercicio que favorecen dejar la vida sedentaria y mejorar la salud pública. Un aparato donde se hacen abdominales mientras se contrae la espalda, los rectos anteriores, los oblicuos, los pectorales o los maseteros es más o menos lo mismo. Finalmente, quien haga ejercicio y lleve una dieta baja en calorías (fíjense que estos aparatos vienen acompañados de una “guía de alimentación”) perderá peso, a menos que tenga algún otro problema.

Lo que me preocupa es cómo anuncian descaradamente tratamientos absolutamente empíricos, que se han ensayado en estudios controlados y que, por ser llamados “suplementos” no pasan los controles sanitarios a que debían someterse todos estos compuestos antes de usarse en humanos.

Así, cualquier hijo de vecino recomienda que se tome tal o cual cosa para perder peso, controlar la glucosa, “curar” la hipertensión o el asma o, casi invariablemente, mejorar la potencia sexual y la líbido. Como decía un profesor de medicina interna, cuando algo “sirve para tanto”, seguramente “no sirve para nada”. Lo peor es que, estos vendedores, que muchos de ellos, de medicina solo saben enfermarse, recomiendan tomar cualquier cosa con tal de vender productos que, sospechosamente, ellos representan.

Por lo general, esto implica alguno de esos sistemas de negocio multinivel, donde no hay ningún control en quien recomienda tal o cual cosa, bajo la barata excusa de que “es completamente natural”… Pues claro tan naturales como los hongos alucinógenos, la cicuta, el veneno de las culebras o del pez león, letales a dosis relativamente bajas.

Nadie se entrena para recetar productos “para tratar enfermedades” entrando en la página de internet de Herbalife o 4Life y leído tres o cuatro páginas que allí aparecen prometiendo beneficios médicos, además de casi infinitas ganancias para quien entra en el remolino comercial de estas empresas. Así, cuando se pregunta por evidencias científicas de estos potingues, nos refieren a una página de internet o a un folleto, editados por quienes fabrican el producto lo cual, desde el punto de vista científico, le resta toda validez. Y encima, cuando estos hierberos aficionados recomiendan estas cosas, no toman en cuenta otros aspectos importantes. Hace tan solo una semana, atendí a un paciente diabético, hipertenso, obeso, con insuficiencia renal, con cinco by-passes coronarios, que tomaba anticoagulantes a quien, uno de estos vendedores, le había agenciado un “batido natural” para perder peso el cual, por su alto contenido de fibra, interfería con la absorción y metabolismo de, por lo menos, tres de los 14 medicamentos “de verdad” que estaba recibiendo. Mi pregunta es, si uno de estos pacientes muere por una complicación derivada del uso de estas cosas, ¿el vendedor puede ser demandado por “mala–práctica? … Espero que sí…

Lo malo es que la radio y la televisión presenten toda esta superchería para obtener “audiencia” y mejorar “el rating”. Da vergüenza como, durante horas de la tarde, se exhiben curanderos y hierberos explicando cómo “curar el mal de ojo” y “sacar los malos espíritus” restregándose un huevo en la barriga o tomando un té de patas de gallo negro.

Sin embargo, mi máxima sorpresa fue cuando hace como un mes recibí un correo electrónico anunciando el “Manual de maestros hechiceros”. Esta cosa (me niego a llamarle libro), contiene la forma de “cumplir todos tus sueños de una vez por todas sin gastar dinero en fórmulas que no funcionan”. Tienen hechizos para atraer el amor, detener un divorcio, bajar de peso, mejorar las ganancias de la empresa (supongo que lo escribe Bill Gates) y alejar la mala suerte. Ah, y como si fuera poco, por la bicoca de 99 dólares, que cuesta el manual, se obtiene “gratis” el infalible libro sagrado de conjuros… En fin… ¡una ganga!…

*

<> Este artículo se publicó el 5 de diciembre de 2010  en el diario La Prensa, a quienes damos,  lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.

Educación ‘al tamborazo’

La opinión del Médico…

Daniel R. Pichel


Para salir del subdesarrollo hay que educar a nuestros habitantes. Viendo nuestro sistema educativo, tomará un par de generaciones (como mínimo) hasta que las modificaciones se traduzcan en progreso. Que yo recuerde, han sido muchos los diálogos que han tratado de lograr esos cambios.

Tristemente, se logra poco, pues cada grupo intenta imponer agendas particulares, sin pensar las consecuencias. Así, entre maestros, estudiantes, padres de familia, gobiernos, religiones y políticos, están garantizando un Panamá de ignorantes fáciles de gobernar y manipular.

Para comenzar, tuvimos la discusión de los “desfiles patrios”. Obligar a las escuelas y a los estudiantes a marchar con tambores y cornetas, luciendo uniformes tipo militar, con galones, charreteras, sables y fusiles, no mejora la educación.   Me parece válido hacer del saludo a la bandera una ocasión para resaltar hechos relevantes de nuestra historia.

El mes de noviembre debería usarse para promover actividades culturales y concursos académicos sobre historia y valores nacionales que permitan conocer mejor nuestro país. Este año, el valor del “Concurso de Oratoria” se pierde, cuando escucho que algunos participantes dejaron de asistir a sus clases regulares para preparar el concurso. Y, encima, parecía más un concurso de declamación, donde los participantes se limitan a memorizar como loros sus temas, mientras los adornan con manoteos y morisquetas, ajenas a lo que debe ser un buen orador.

La verdadera forma de hacer un concurso de este tipo, sería dando una lista de temas y que no sea hasta el momento de la presentación que cada estudiante sepa cuál le tocará desarrollar. Así, veremos la capacidad que tienen como oradores. Ojalá que en el futuro se adicionen concursos de redacción, fotografía, canto, declamación, bailes típicos, pintura y oratoria de verdad durante el “mes de la patria”. Y que los premios, más que efectivo y electrónicos, incluyan becas o viajes que desarrollen los horizontes culturales de los ganadores. Eso sería más útil.

Y hablando de educación, he sobrevivido el ataque de migraña que me produjo el artículo “Fracaso Educativo: ¿Dónde está la falla?”,   de Ana Teresa Benjamín, publicado en La Prensa el domingo 14 de noviembre. Me sorprendió la manera como la subdirectora general de Educación del Meduca aborda nuestros problemas educativos.   Comento algunas frases inauditas que leí ese día (que dirán fueron “sacadas de contexto”):

“A los muchachos ahora nada les resulta interesante”… Eso no es cierto. Durante la niñez y adolescencia, el cerebro humano está en pleno desarrollo. Lo que hay es que generar interés y, en el mundo globalizado de hoy, fomentar el pensamiento analítico y la investigación como herramientas para aprender.   Seguir anquilosados en los cuestionarios y los libros “obligatorios” se contrapone a la educación del Siglo XXI.

“En las escuelas no hay problemas de enseñanza”, “se les da el desayuno, el almuerzo, el pasaje, los útiles, los libros y el uniforme. ¿Qué más podemos hacer? … Que tal si les dan clases de buen nivel académico y comienzan a ver a los muchachos como la razón de su trabajo. Cada deserción o fracaso escolar (salvo casos muy puntuales), significa deficiencias. Buscar excusas no resuelve nada.

Pero las dos respuestas más aterradoras fueron las relacionadas con los embarazos en edad escolar. Eso de que deben ser aisladas del resto, porque “no tienen de qué hablar”, y que “la gallina sigue siendo polla hasta que ponga huevos”, dicho por alguien que ocupa un cargo tan importante en el sistema, es para salir corriendo y cerrar las escuelas para proteger a los muchachos.   Y encima, al cuestionarla sobre la propuesta de salud sexual y reproductiva, contesta que “no va a comentar porque no está muy empapada todavía”. Con este panorama, mejor seguimos educándonos al son de los tambores…

*

<> Este artículo se publicó el 21  de noviembre de 2010  en el diario La Prensa, a quienes damos,  lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.
Más artículos del autor  en: https://panaletras.wordpress.com/category/pichel-daniel-r/

‘Halloween’, independencia y soldaditos

 

La opinión del Médico

 

Daniel R. Pichel

Todos los años se repite la misma historia. Cuando se acerca noviembre, entramos en las mismas discusiones absurdas al margen de nuestros verdaderos problemas…

Lo primero es la eterna polémica sobre el Halloween y las fiestas patrias.   Yo creía haber oído todo sobre este tema, hasta que me desayuné con la brillante idea de que el Ministerio de Educación pretendía prohibir la celebración de la “noche de brujas” porque no es una fiesta propia de los panameños.    Francamente, me parece un argumento ajeno a toda lógica.   Ante la presión natural que producen las comunicaciones masivas y la globalización cultural y comercial, hoy todas las fiestas son propias de todo el mundo.

Además, desde que la especie humana existe, hay una natural tendencia a seguir aquello que genera diversión, a lo cual los panameños siempre hemos sido particularmente propensos.   Lo interesante, son los argumentos que esgrimen los “anti-brujas” considerando pecaminoso celebrar “fiestas paganas”.    Esta “paganofobia” me parece ridícula cuando en realidad, gran parte de las fechas de importancia religiosa son adaptaciones de celebraciones que nada tenían que ver con creencias y deidades.

Cuando uno comienza a atar cabos alrededor de estas medidas, es difícil que no levante suspicacias la afinidad de las autoridades educativas con el Opus Dei que pretende hacernos vivir a todos bajo los parámetros medievales que defienden el Vaticano y sus secuaces.    Honestamente, si dejaran de prohibir las calaveras, calabazas y vampiros y se dedicarán a propiciar una adecuada educación en salud sexual y reproductiva, harían bastante más por la sociedad en su conjunto.

Después, vuelven las curiosas manifestaciones de “amor a la patria” a que nos someten durante estas fechas.    Que conste, no encuentro nada malo en que se celebre nuestra historia, ni que todos participemos de una u otra forma en esa celebración.    Sin embargo, me da la impresión de que cada vez se olvida más el significado del evento que se celebra, frente a los absurdos de que somos testigos año tras año.

El 3 de noviembre, me dejó patidifuso el “despliegue de fuerza de choque” que trataron de demostrar los “estamentos de seguridad del Estado”.    La fotografía de unos soldados portando bazookas, cañones y armas de grueso calibre como parte de nuestro “servicio de protección de fronteras” me ocasionó un aterrador deja vú de aquellos años donde nos gobernaban desde los cuarteles.

Es difícil para los que vivimos aquella época, no recordar cómo se dilapidaron millones y millones de dólares armando a un ejército que “nos defendería de cualquier agresión” y que terminó siendo un simple escudo de pacotilla que solo servía para reprimir a civiles comunes y corrientes.   Todos recordamos cómo, el día que llegó el momento de los balazos de verdad, gran parte de aquellos “soldados de la patria”, que desfilaban en ropa de camuflaje, tanquetas, helicópteros y armas de guerra, salieron huyendo despavoridos como gallinitas en ropa interior, para no ser identificados.

Luego, los colegios siguen haciendo un despliegue absurdo de imágenes pseudomilitares que no tiene ningún sentido en un país donde, por orden constitucional, no hay ejército.   Y encima, al son de las marchas de aquella época.   Por momentos, desfiles que debían ser sencillos y con gran fervor patriótico, parecen más aquellas demostraciones de poder nuclear que se organizaban en la Plaza Roja de Moscú, durante la guerra fría.

Creo que, lo ideal, sería que durante el mes de noviembre se presentaran actividades académicas y culturales enmarcadas en la celebración de nuestras fiestas patrias. Concursos de redacción, pintura, oratoria, declamación y fotografía, pudieran encajar perfectamente en el marco del “mes de la patria”, con mucho más sentido que estos desfiles absurdos llenos de galones, charreteras, sables y fusiles.

Tampoco pidamos mucho en un país en el que se presenta un reality show llamado Mi Talento y donde creí se presentarían cantantes, artesanos y músicos, resultó ser un espectáculo en el que uno de los competidores demostraba cómo era capaz de comerse una navaja de afeitar mientras otro metía un gusano por una fosa nasal y lo sacaba por la otra. Ante estas manifestaciones de “talento”, tampoco podemos pretender que eliminemos las charreteras y los “pasos de ganso” de nuestro homenaje a la patria.

<> Este artículo se publicó el 7  de noviembre de 2010  en el diario La Prensa, a quienes damos,  lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.
Más artículos del autor  en: https://panaletras.wordpress.com/category/pichel-daniel-r/

 

De frauditos y fraudotes

La opinión de…

Daniel R. Pichel

Miremos al futuro y no mencionemos el pasado porque “no nos lleva a nada”… Esta conclusión es una de las que leí en los comentarios que aparecieron en laprensa.com sobre el artículo de Betty Brannan Jaén (10/10/2010) en relación a la manera como Estados Unidos legitimó el fraude electoral de 1984. Igualmente, sacan conclusiones tan limítrofes como “entonces, si Torrijos no ganó unas elecciones, el tratado del canal debe anularse”.

Cuando leo estas cosas, comienzo a entender por qué la gente usa pseudónimos para puja de estos análisis.   Cinco días después del escrito de Betty, apareció en la “Página del Lector”, una airada respuesta de quien fuera el beneficiario (¿o la víctima?) de ese chanchullo electoral.   Trataré de hacer un resumen de lo que recuerdo de aquella época.   Igualmente, parto de la base que me parece irresponsable, pretender que, con la excusa de “mirar al futuro”, simplemente ignoremos hechos históricos que, a la larga, tuvieron como una de sus consecuencias la invasión de 1989.

En 1984, estudiaba medicina en la Universidad de Panamá, viví de cerca la reacción a aquellas descaradas elecciones desde la directiva de la Asociación de Estudiantes de Medicina.   Después del “veranillo democrático” y las reformas constitucionales de 1983 autorizadas cuando Rubén D.Paredes dirigía la Guardia Nacional, se organizaron unas elecciones directas (las primeras desde 1968), mientras ocupaba la presidencia Jorge Illueca (también designado por los militares).

El candidato del gobierno militar (en una coalición llamada Unade y que formaban el PRD, el Frampo, el Pala, el Partido Republicano y el Partido Liberal) era Nicolás Ardito Barletta y el de la alianza de oposición (agrupada en la ADO Civilista y conformada por el Partido Panameñista Auténtico, el Partido Demócrata Cristiano y Molirena) era Arnulfo Arias Madrid. Además, hubo otros cinco candidatos, que obtuvieron pocos votos porque la prioridad era votar por quien pudiera vencer a los militares.

Entre ellos, estaban el mismo Rubén D. Paredes por el Partido Nacionalista Popular (a quien supuestamente le habían prometido la candidatura del PRD cuando Noriega lo relevó en la jefatura máxima de los cuarteles) y Carlos I. Zúñiga por el Papo, y a quien muchos considerábamos el mejor candidato pero sin opción de triunfo.

El Tribunal Electoral lo presidió el Dr. César Quintero, vendiendo la idea de que las elecciones serían transparentes, dada la credibilidad que “don Checho” inspiraba en muchos panameños.

Hasta donde recuerdo, las elecciones fueron bastante normales pero, al instalarse la Junta de Escrutinio en el Palacio Justo Arosemena (como que siempre ha sido “tierra de tramposos”), comenzaron las irregularidades. Los resultados de las mesas de votación comenzaron a conocerse individualmente. Según la ley electoral, la Junta de Escrutinio sería la encargada de sumar las actas circuitales. Sin embargo, las actas de los circuitos no llegaban y, temiendo un fraude, comenzó a pedirse que se sumaran las actas de mesa.    En una sesión donde cada partido tenía un voto, los representantes de los partidos allegados a los militares se opusieron al recuento de las actas de mesa por ser “contrario a la legislación electoral que los autorizaba a evaluar solamente actas circuitales”.

La crispación aumentaba hasta provocar un tiroteo en las afueras del palacio legislativo donde hubo por lo menos un muerto y varios heridos.

La incertidumbre siguió, simultáneamente con una marea de impugnaciones que buscaban anular mesas completas. Al final, casi 20 días después de las elecciones, se anunció que Ardito Barletta (el candidato de los militares), había ganado por mil 713 votos.

En la proclamación del Tribunal Electoral, don Cesar Quintero salvó su voto destacando que en el circuito 4–4, de Chiriquí, se percibían irregularidades que modificaban el resultado electoral.    La incomodidad fue tal que, durante el tiempo que duró su presidencia, en Panamá nos referíamos al presidente como “Fraudito Barletta”.

Como es lógico, Ardito Barletta, defiende que “él está convencido que ganó las elecciones”, que tiene las actas (pues en ellas basaron el fraude) y usa como argumento que fue destituido por los militares cuando cometió el atrevimiento de proponer una investigación independiente del crimen de Hugo Spadafora.

Encima, en su última nota a La Prensa, sugiere que las leyes aprobadas durante su gobierno tendrían que ser invalidadas. Que me perdone pero eso es totalmente absurdo. Es como pretender que todas las vacunas desarrolladas a partir de datos de los aberrantes experimentos cometidos en humanos durante la Segunda Guerra Mundial tengan que dejar de utilizarse.

Tristemente, la inmensa mayoría de los panameños creemos que en 1984 se cometió un descarado fraude patrocinado por los militares para favorecer a su candidato (supuestamente confesado por Díaz Herrera al negarle su pedacito de poder). Dada esa opinión generalizada, al Sr. Ardito Barletta, solo le diría que nunca olvide que, “quien con perros se acuesta… con pulgas se levanta…”

*
<> Este artículo se publicó el 24  de octubre de 2010  en el diario La Prensa, a quienes damos,  lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.
Más artículos del autor  en: https://panaletras.wordpress.com/category/pichel-daniel-r/

El ‘quejómetro’

La opinión de…

Daniel R Pichel

Hace poco estuve en Canadá y me llamó la atención como, en uno de los países más “primermundistas” de todo el planeta, los ciudadanos comunes y corrientes, viven quejándose de las mismas cosas que nos quejamos los tercermundistas latinoamericanos. Los canadienses se quejan de que las listas de espera en los hospitales son muy largas, de que los políticos solo piensan en ellos y que los servicios públicos han decaído en calidad.

Escuchando esto, se me ocurre que en esta época de mediciones “objetivas”, se hace necesaria la implementación de una escala de qué tan conforme está cada ciudadano con el país en que habita. El nombre de la escala sería “El quejómetro” y comprendería una serie de preguntas estandarizadas, sobre distintos temas, que pudieran aplicarse a todos los países de igual manera.

Aún así, creo que Panamá marcaría números muy altos, dadas las situaciones que vivimos día tras día. Pongo algunos ejemplos para demostrar que tenemos razones de sobra para estar entre los primeros, en lo que a índices “quejométricos” se refiere.

El asunto de la basura en la ciudad capital, ya se pasa de castaño oscuro. Al margen de cuál sea excusa para tenernos viviendo en un gigantesco tinaco, no me parece justificable bajo ninguna circunstancia que llevemos tanto tiempo sin que se recojan los desechos. Que si el presupuesto, la falta de repuestos, o la ridícula pelea entre alcalde y Consejo Municipal. El caso es que los ciudadanos estamos rodeados de basura por todos lados, sin que nadie haga nada concreto. Hace unos días, no recogieron la basura en mi calle por casi una semana.

Lo más desesperante fue que, después de que un vecino hiciera varias llamadas a “personas con influencia”, el camión de Aseo pasó por la calle preguntando por “el administrador” buscando literalmente quien les daba “un salve” para cumplir con su trabajo.   Realmente deprimente… Si este asunto de la basura sigue, propongo una solución. Todos nos ponemos de acuerdo el mismo día, y conseguimos camiones, camionetas y carretillas y llevamos la basura frente al edificio Hatillo o en la calle donde vive nuestro alcalde. A ver si así se enteran del problema que vivimos quienes pagamos sus salarios.

Otro tema que nos aumentaría la quejometría es todo lo que se refiera a la percepción que podamos tener sobre el sistema de justicia que opera en Panamá (si es que existe del todo). Entiéndase bien que dije “justicia” y no “ley” pues lo que nos sobran son leyes que, o no se aplican, o quedan sumergidas en medio de una avalancha de recursos inauditos que tienen como único objetivo evitar que algún día impere la justicia en nuestra sociedad. Así, leer lo referente al repugnante caso Cemis es una de las mejores maneras de producir vómitos que pueden encontrarse.

Hace tan solo una semana, leía que el abogado de uno de los implicados, a quien se tiene en una grabación explicando cómo fue que se repartieron los billetes de los legendarios sobrecitos amarillos, ha presentado algo así como una docena de recursos que buscan archivar todo el caso, basado en que nadie le pidió permiso para grabar su detallada explicación de cómo se reparten coimas. Por supuesto, el sistema está obligado a perder un montón de tiempo con los recursos de este maleante, pues definir si fue cierto o no que se repartieron millones es totalmente secundario si se puede obstaculizar la justicia.

Y en esta misma línea, la inaudita sentencia por la que condenaron a dos periodistas por dar una noticia. Aunque no entiendo mucho de legalismos, el concepto aplicado es, en principio, aberrante, pues demuestra claramente que informar puede ser peligroso si tomamos en cuenta que, tarde o temprano, las denuncias podrían llegar a una instancia judicial que condenará a los periodistas. A ver si alguien entiende que la libertad de expresión es un derecho fundamental prioritario en cualquier sistema democrático.  El hecho de que el Presidente haya indultado a los condenados, parece tener sus aristas pues esa medida tiene que llenar una serie de criterios técnicos–legales que aún habrá que definir. La verdad es que, por momento, pareciera que nuestra democracia se debilita en lugar de fortalecerse como la lógica indicaría.

Y así andamos… solo basta abrir el periódico en cualquier página y seguramente encontraremos razones para seguir aumentando nuestros números en el quejómetro.

<> Artículo publicado el 10  de octubre de 2010 en el diario La Prensa, a quienes damos,    lo mismo que al autor,   todo el crédito que les corresponde.

¡Paren el mundo!

La opinión de…

Daniel R. Pichel

No sé qué está pasando, pero parece que hubiera una competencia para ver quién encuentra una forma más eficiente de acabar con la humanidad.   A diferencia de lo que se esperaría, la especie humana radicaliza cada vez más sus posiciones.

Desde el 11 de septiembre de 2001, la geopolítica mundial cambió para siempre. El culto al miedo originado por la destrucción de las Torres Gemelas ha cambiado como vivimos.   Es, más o menos, lo que pasó después de Hiroshima y Nagasaki, cuando los seres humanos sintieron lo efímero de su existencia si algún loco decidía apretar el supuesto botón rojo y consumirnos a todos en un gran hongo atómico.

Eso, propició la esquizofrénica guerra fría donde todo dependía del miedo a un cataclismo nuclear. Por supuesto, esto nunca ocurrió porque   “los locos” (los nucleares, no los nuestros), sabían perfectamente las consecuencias que tendría un desliz con el dichoso botoncito.

Pero, cuando todo aquello parecía haber pasado, resurge otro origen para el miedo. Mucho peor, porque está mediado por concepciones que, en su esencia, supuestamente se originan en la interpretación antojadiza de “textos sagrados” que Dios (que se supone es el mismo, aunque se llame y se comporte diferente) reveló a interlocutores proféticos.    El problema es que, esos libros, al no tener un glosario de interpretación, cada quien los manipula como le cuadra. Así, papas, rabinos, imanes o pastores manipulan a su “rebaño” para agendas particulares.

Resulta que los atentados a las torres gemelas y a los trenes de Londres y Madrid son parte de un designio divino que busca un mundo islámico.   Los ataques a la población palestina, según los ortodoxos, “buscan proteger el estado de los elegidos de Dios”.

Y, encima, los cristianos, si bien no tienen una manifestación tan bélica (durante la Edad Media y la inquisición ya llenaron su cuota de salvajismo), se oponen a cosas tan elementales como que los seres humanos planifiquen cuándo tener hijos, se protejan contra enfermedades de transmisión sexual, o permitan que cada quien tenga su propia preferencia sexual, sin ser discriminado por ello. Estas ideas corresponden a una pequeñísima minoría de la totalidad del grupo, pero desgraciadamente son los más beligerantes.

Esas agendas conservadoras, van a acabar con el mundo.    Por un lado, tenemos un pueblo milenario como Irán, gobernado por una banda de fanáticos que niegan el holocausto y que insisten en que Israel no debe existir.   En Israel, cada vez adquieren más poder los ortodoxos, al punto que hace poco sugerían limitar derechos a personas nacidas en su territorio de padres no judíos, porque “atentan contra la integridad del Estado hebreo”.

En Estados Unidos, todo indica que en las elecciones parciales de noviembre, los cavernícolas agrupados en el Tea Party ganarán mucha fuerza política, al punto de que se ha llegado a pensar que Sarah Palin (más o menos la versión americana de “Confucia”), pudiera ser la candidata republicana. Esta gente atenta, detrás de un inocente discurso de “defensa de la familia y la vida”, contra el progreso y la convivencia pacífica.

Se oponen a la educación sexual, aspiran a permitir la posesión indiscriminada de armas de cualquier calibre a particulares y pretenden que se deje de enseñar la evolución en los colegios, para reemplazarlo por creacionismo o eso que llaman “diseño inteligente” y que no es ni una cosa ni la otra.    Lo más grave, hacen de la “islamofobia” uno de los elementos primordiales de su discurso ideológico. ¡Y están ganando apoyo popular!

Mientras, en Panamá, los retrógradas del Opus Dei han logrado suficiente influencia política para infiltrar el gobierno y bloquear cualquier iniciativa de cambio a los parámetros sociales que ellos consideran “obra de dios”.   Los viernes en la noche vemos policías de tránsito asignados (o pagados) para detener el tráfico cada vez que alguien que celebra el Sabbath tiene que cruzar la calle ese día que Dios veta el uso del automóvil.

Estas agendas conservadoras, mediadas por variopintas ortodoxias, no contribuyen en nada al progreso ni a la convivencia pacífica de los seres humanos. Debemos defender el derecho a la espiritualidad y las creencias individuales. Pero, si estas comienzan a afectar a los demás hay que hacer un alto y analizar hacia dónde vamos.

Ante esta gran locura colectiva, por momentos apetece gritar como Mafalda: ¡Paren el mundo… que me quiero bajar!

<> Este artículo se publicó el 26 de septiembre de 2010 en el diario La Prensa, a quienes damos,   lo mismo que al autor,  todo el crédito que les corresponde.

La historia de Terry Malloy

La opinión de…

Daniel R. Pichel

¿Recuerdan la película de 1954, por la cual Marlon Brando ganara su primer oscar? Una obra maestra de Elia Kazan cuyo título original es: On the Waterfront,  basada en un reportaje ganador del Pulitzer en 1949, escrito por Malcolm Johnson.

Es la historia de un estibador portuario que debe confrontar al jefe de la mafia del puerto (un inolvidable Lee J. Cobb) y denunciarlo por corrupción y asesinato. Por supuesto, este repugnante mafioso utiliza todo lo que tiene a su alcance para amedrentar a Terry Malloy (el personaje de Marlon Brando) y obligarlo a callar.

Todo esto, vino a mi mente al ver las noticias sobre el sainete que se montaron con la aprobación del presupuesto de la Caja de Seguro Social. Honestamente, cuesta trabajo soportar a esa banda de mediocres, cuestionando cosas que no entienden pero que, como “representantes del pueblo” (pobre pueblo, que asco…), pueden argumentar cualquier leguleyada con tal de hacerle la vida imposible a quien desafíe su sistema de clientelismo a cambio de apoyo para cualquier gestión.

Yo no domino temas financieros, pero sospecho que estos tipos tampoco saben mucho de presupuestos. Algunos de ellos, cuando pasean sus exiguas neuronas, dan la impresión de que no saben ni balancear una chequera.   Eso sí, hablan de “ejecución presupuestaria”, tasas de retorno y calidad de atención como eruditos en la materia. Me atrevo a asegurar que muchos de ellos, de salud, solo saben enfermarse.

Estos dantescos espectáculos, parecen naturales cada vez que se presenta un presupuesto. He escuchado que, en empresas que manejan planillas de miles de empleados, se atreven a recomendar ascensos y aumentos salariales a individuos, solo porque ellos los conocen.

Esas actitudes, confirman la sospecha de que los panameños somos muy conformistas para votar por semejantes adefesios. Eso es consecuencia de aberraciones como el voto “en plancha”.   Debemos votar selectivamente por quien consideremos el mejor (o como decía Cantinflas “el menos pior”) de los candidatos.   A mí, eso de votar por una manada de tipos porque los propone un partido, me parece una imprudencia. Aunque, pensándolo bien, debía ser válido sumar los IQ de todos los “planchados” a ver si lograríamos algo mejor de lo que tenemos.

Lo interesante, fue cómo la jauría se silenció cuando les preguntaron si todos esos cuestionamientos eran porque no los reciben cuando van a recomendar a sus amigotes para embotellarlos en la Caja de Seguro Social.   Aparentemente, estos individuos no están acostumbrados a que se ventilen a los cuatro vientos sus “buenas costumbres”.

Por supuesto, la impresión duró pocos minutos porque, momentos después, volvían a criticar como si supieran. Parece mentira que se atrevan a cuestionar los sueldos del Seguro Social, cuando ellos pertenecen a la profesión a la que más se le critican sus abultados salarios y sus escasos resultados.   No sé cómo pretenden que los ejecutivos de una institución con 26 mil empleados y un presupuesto anual de más de 2 mil millones de dólares no estén bien remunerados.

Pero el problema es mucho más profundo. La mayoría de nuestros políticos muestran una ofensiva indiferencia a los problemas de quienes dicen representar, si chocan con los mezquinos intereses suyos o de sus anónimos donantes de campaña.

Así, no solo cuestionan presupuestos sino que se demandan unos a otros, se niegan a participar en discusiones para resolver problemas e ignoran todas las opciones que no sean lo que ellos manipulan. ¿Que tal hacer una campaña de vallas publicitarias denunciando con nombre y foto a todos estos corruptos? ¡Sería divertidísimo! …

Y hay oscuros nubarrones en nuestro futuro. Mientras la mal definida “sociedad civil” cada vez se parece más a los políticos que critica, otros proponen refundar el país por una “constituyente originaria” que seguramente conformarían ellos y algún representante de Hugo Chávez.

Esperemos que nuestra historia termine como On the Waterfront, donde la justicia, la ética y los valores se imponen sobre la corrupción y el delito. De no ser así, entendería por qué en Panamá esa misma película se llamó “Nido de Ratas”…

<> Artículo publicado el 12 de septiembre de 2010 en el diario La Prensa   a quienes damos, lo mismo que al autor,  todo el crédito que les corresponde.