Otra vez la reelección, otra vez no

La opinión de…

 

Guillermo Márquez Amado

En la Constitución que nos impusieron los militares, misma que vapulearon como les vino en gana, se prohibía la reelección, porque no era necesaria.  Solo por eso. Aquí se mandaba desde los cuarteles y, por supuesto, a comandante no se llegaba –ni se llega todavía– por los votos.

El primer miembro del PRD que después de la dictadura militar llegó al poder, buscó argumentos y apoyo para proponernos a todos que hubiera reelección y convocó a un referéndum para ello. Creía que los panameños nos chupábamos los dedos y tuvo su veredicto. Un no que fue abrumador, incuestionable.

Ahora, un par de diputados ajenos a la ciencia política y, en cambio, con abundante experiencia en la pobre política criolla, nos vienen a proponer lo mismo.

Como el presidente Martinelli no salga de inmediato a callarlos frontalmente, los panameños saldremos a adversarlos, a ellos y a él, enérgicamente.

No se trata de que sea buen gobernante, amigo, condiscípulo o lo que sea; se trata de que esa anaconda que significa la reelección y que termina sofocando a los pueblos, para luego engullirlos, no nos la pueden meter en nuestra casa.

Y comparto la siguiente experiencia.

Por allá por el año 2000, integré una misión de un organismo internacional para evaluar las condiciones en que se celebrarían las elecciones en Perú, en que Fujimori concurriría por tercera vez a elecciones –ese era el peligro que yo había anunciado que podía presentarse acá– y a él, cara a cara, le dije que el desarrollo de las elecciones no traería otra cosa, incluso si ganaba de verdad, que ilegitimidad a su gobierno y posteriormente, un estado de ingobernabilidad.   También le dije que ojalá no se repitiera la experiencia del presidente Leguía a principios del siglo XX, que terminó siendo apresado y murió en prisión, donde está ahora Fujimori.

Y es que las veleidades del poder son así, cuando se está arriba, sobran los cánticos de sirena y las voces de alabanza; cuando ya no se está, sobran los que, envalentonados, quieren hacer leña del árbol caído.

No, el tema no es nuevo ni los acólitos dejan de intentar hacer sus méritos. Son la misma clase de acólitos que mataron a Hugo Spadafora para quedar bien con su amo, los que se deshacían en alabanzas al narcotraficante Noriega, para recoger migajas, los que aconsejan a los presidentes hacer desatinos con el ánimo de ganar su favor para ordeñarle los favores del poder los cuatro años que aún faltan.

No caiga el Presidente en atender los desatinos de semejantes  consejeros.

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<> Este artículo se publicó el 12 de diciembre  de 2010  en el diario La Prensa, a quienes damos,  lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.

Instituciones fuertes

La opinión de……

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GUILLERMO MÁRQUEZ AMADO

En mayo de 1968 ingresé al primer año de Derecho en la Universidad de Panamá. Ese año fue de elecciones y, con mis 18 años y tres amigos, fui al interior a ver allá el evento traumático que siempre habían sido las mismas desde antes de la independencia de Colombia.  Escogimos la provincia de Herrera por ser la más pequeña y donde más facilidades teníamos.

Fue mi primera experiencia de observación electoral y durante su celebración vi casi todo lo que había que ver para saber que todo lo institucional era fingido, en tanto que la participación ciudadana era real.

Después de las seis de la tarde, ya avanzada la noche, regresamos a la capital. Durante ese día y hasta las siete de la mañana del siguiente, vimos o nos enteramos de primera mano de la compra de votos, escrutinios mal hechos, juntas de escrutinios inoperantes, robos de urnas, intimidación con armas, con látigo y con caballos.

Después hubo toda clase de maniobras fraudulentas de los principales contendientes políticos y, al final, se instaló un gobierno concebido en una atmósfera de truculencia e ilegitimidad, aun habiendo obtenido la mayoría de los votos.

Once días más tarde, el presidente fue derrocado y la Guardia Nacional, que muchas veces había sido árbitro real en las cosméticas contiendas electorales —y reales batallas por el poder— asumió el rol de principal actor en el Gobierno Nacional.

Las instituciones habían fallado por 65 años desde el inicio de la República y la electoral por 10 desde su establecimiento.

Las pocas protestas que pudimos hacer los estudiantes ese año, a partir del 11 de octubre, fueron acalladas con lacrimógenas, encarcelamientos, toletazos y balazos.

Para mí era obvio que la Universidad no permanecería mucho tiempo abierta y entre el 11 de octubre y el 12 de diciembre de 1968, fecha en que fue cerrada, solicité e hice los exámenes de admisión en la Universidad Javeriana en Colombia.

Allá fui en enero de 1969 a reiniciar mis estudios con la extraordinaria suerte de encontrarme en ella un grupo de compañeros que sería la envidia de cualquier joven idealista sediento de transformaciones para mejorar nuestra sociedad y nuestro tiempo.

Uno de ellos, Carlos Pizarro Leongómez, con quien tuve la oportunidad de establecer una excelente amistad, sería más tarde jefe del M-19,  grupo rebelde alzado en armas contra el status-quo , quien, como me había dicho que haría, puso en jaque el establishment, firmó la paz en 1990, propuso una nueva Constitución, misma que se hizo y hoy rige a Colombia y, cuando en su breve vida de menos de 40 años cumplía su compromiso, fue asesinado.

Pero ahí están las instituciones. Esas mismas que hoy le dicen al presidente Álvaro Uribe que no puede volver a correr para presidente y a las que el presidente, respetuoso de la institucionalidad, no puede más que acatar, si bien lo hace con grandeza.

Y ahí va Colombia, arrastrando sus males de violencia, que datan de antes de su independencia en 1812, pero caminando hacia la paz ahora con esperanzas, gracias a las instituciones y, en ese mismo marco, hecho un país de verdad, con tasas de crecimiento, de desarrollo, de combate a la criminalidad y a la pobreza envidiables, con un gran sentido de la importancia de la educación y hasta de las buenas maneras.

Cuánto debemos aprender las naciones que una vez, junto con la que fuera Capitanía General de Venezuela y las audiencias de Santa Fe, Panamá y Quito todas dependientes del Virreinato de Santa Fe en tiempos de la colonia, fuimos un gran proyecto de una gran nación, y revivirlo.

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Publicado el 4 de marzo de 2010 en el Diario La Estrella de Panamá a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que le corresponde.

Loor al héroe

La opinión del Abogado y Ex Magistrado del Tribunal Electoral…

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GUILLERMO MARQUEZ AMADO

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Loor al héroe

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Al terminar la dictadura militar en 1989, nuestro pueblo estaba ávido de democracia.   El gobierno militar de veintiún años, había agotado hacía ya mucho tiempo las razones que para algunos justificó que hubiera accedido al poder, así fuera al margen de la Constitución de la República.   Sus crecientes desmanes y comprometidos actos delincuenciales desde el asesinato hasta el narcotráfico constituían un yugo del que anhelábamos desesperadamente librarnos.

Tengo la certeza de que tal situación influyó decisivamente en que después de infructuosos esfuerzos, tanto civiles como militares, cuando una invasión extranjera, hollando una vez más nuestro territorio, se llevó encadenado al tirano, con todo y su uniforme, que fue lo único que pidió como para confesar que también el militarismo se iba con él, tantos y tantos panameños salieran a aplaudir a aquellas tropas, situación que no debe ocurrir nunca más, si actuamos con apego a nuestras instituciones, a nuestra democracia y al respeto que nos debemos a nosotros mismos.

Después, cuando el nuevo gobierno se enfrentó a la monumental tarea de hacer volver a la Nación a los cauces de la institucionalidad, de la Ley y de la democracia, poco a poco, pero con una energía inaparente extraordinaria fue acercándonos unos a otros a todos los panameños y haciendo posible que Panamá fuera otra vez, una sola nación y un solo pueblo.

En esos tiempos fui distinguido con la honrosa designación de magistrado del Tribunal Electoral, entonces la más desacreditada de las instituciones del Estado, luego de las vergonzosas elecciones de 1989, y por ello soy testigo de que en más de una ocasión nos encomendó a los tres magistrados, no soslayar esfuerzos en reconducir al país a la democracia.

Cuando hubo carencias de recursos, tomó medidas para que no faltaran; cuando tomamos decisiones en ejercicio de nuestras funciones que no compartía, se empinó para hacer respetar las instituciones y la Ley sobre sus gustos e interpretaciones personales, fortaleciendo la institución electoral.   Con Panamá se comprometió a fondo y francamente en que la democracia fuera un hecho.   Ante el pueblo, muchas veces expresó, asociándose con la democracia al hacerlo, que el mundo nos miraba, recurriendo a nuestro amor propio para que un valor positivo privara sobre cualesquiera argumentos de otra índole para organizar bien las elecciones.

Su apoyo fue determinante para que la institución electoral se consolidara como un árbitro imparcial.

Después, cuando concluyó la primera elección presidencial en democracia, con unos resultados que contrastaban grandemente con los comicios que hasta entonces habíamos tenido en Panamá, con solo dos honrosas excepciones a lo largo de la historia, por su libertad, honradez y eficacia, principios que siempre habían estado escritos sin aplicar, su satisfacción llegó a tal punto que nos otorgó importante condecoración en expresión de su agradecimiento por haber llevado a cabo su voluntad, siempre compartida por todos los panameños, de haber logrado materializar su deseo de una organización electoral envidiable para la Región y el mundo.   Él, más que nadie y en mayor grado, la merecía.    Bien ha hecho el presidente Martinelli en otorgarla.

Loor al héroe. Loor a Guillermo Endara Galimany.

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Publicado el 11 de octubre de 2009 en el diario La Estrella de Panamá, a quien damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que le corresponde.