La “suprema” sentencia

La opinión de…

Itzel Velásquez 

El reciente fallo de la Corte Suprema de Justicia marcará en la historia panameña el inicio de la era de la indignación en el país.   La más clara exponente de esta indignación nacional fue la propia Ana Matilde Gómez cuando dijo, durante una entrevista de televisión, “Estoy sentida con el sistema porque he podido ver la voluntad de un solo hombre convertirse en sentencia”.

La nación entera tiene claro el nombre de ese hombre. El mismo que convirtió en vasallos a los cinco magistrados que deberían velar únicamente por la magistratura de las leyes y la ética pública.   El incivilizado fallo de la CSJ que condena a seis meses de prisión a la ex Procuradora de la Nación, Ana Matilde Gómez, nos quitará a partir de ahora el sueño a los que no renunciaremos a oponernos a la “suprema” sentencia, pues sabemos que se actuó aprovechando las zonas grises de algunas leyes y por sometimiento al poder personal inoculado en todo el sistema. Sino obsérvese la diferencia en cómo se está tratando el caso Ceville. Y a nadie con rigor moral le sienta nada bien semejantes diferencias judiciales.

La indignación nacional es contra todo un sistema. Pues la actuación de los cinco magistrados, expresados en esta “suprema” sentencia condenatoria, es una condena también contra la democracia. Panamá vive una peligrosa regresión institucional a tiempos oscuros, en donde todo se transforma en una cuestión de poder, no de derecho.

El “yo acuso” implícito en la réplica postfallo de Ana Matilde es contra un sistema controlado por un solo hombre.   La esencia de la manifiesta frustración de Gómez radica en que se trata de una importante advertencia sobre los peligros de lo que se está viviendo Panamá: el poder absoluto concentrado en un cargo y un hombre.   Un poder que no se rige por la autoridad moral o intelectual, sino únicamente por la autoridad política.   Un poder basado en viejas retóricas y viciadas prácticas, todas superadas por la vigencia de una verdadera democracia basada en sus reales leyes. Por otro lado, tras décadas de dictaduras, creíamos que se habían resuelto en el país los totalitarismos. Especialmente luego de las luchas civilistas y del sangriento precio que supuso contra Panamá la cruel invasión norteamericana del 89. ¿Por qué ahora todos se preguntan si el caso Gómez es análogo a lo que en aquellos tiempos sucedía?

La conclusión es clara. Para no pocos la respuesta la hallan en San Felipe, donde se ha entronado un poder extremo que intenta mantenerse en pie conjurando silencios de la clase política y social que lo acompaña, de muchos intelectuales y de ciertos medios.

Pero el pueblo panameño aprecia su libertad cuando está amenazada. La conciencia nacional se subleva en estos días pues se resiste a ver morir su democracia sin hacer nada, ya que saben todos los panameños que es lo mejor que tenemos, aunque vaya mal.

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Este artículo se publicó el  15  de agosto de 2010 en el diario  El Panamá América,  a quienes damos, lo mismo que a la autora, todo el crédito que les corresponde.

El gobierno unipolar de Martinelli

La opinión de la periodista……

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Itzel Velásquez

El presidente Martinelli está haciendo cosas graves y poco serias. Se toma a broma el enredo político en que ha colocado al país luego de la designación cibernética, incluso cuasi anticonstitucional para dar a conocer en Panamá –una nación que ya nadie entiende-, mediante los novísimos comunicados decretos de prensa, que Giuseppe Bonissi sería “su” procurador suplente.

Así ha sido.   El inocultable interés presidencial de sacar a Ana Matilde Gómez del cargo es a grosso modo la última novedad de un gobierno que, en poco tiempo y sin ninguna visión de Estado, está malgastando aceleradamente la ilusión de los que votaron por él.

Muchos están espantados de las “berlusconadas” del presidente, a quien la sátira popular le ha puesto el mote “el Duce”.   Están justificadamente alarmados por el más reciente desprecio oficial a la precaria autonomía judicial del Ministerio Público, decapitada mediante acciones jurídicas mal disimuladas y poco claras que afectan la independencia de los órganos del Estado.

Pero esta historia no empezó ahí. La principal razón del ascendente poder de Martinelli no se originó por su insistente habilidad para llegar a la presidencia y, a partir de entonces, ignorar las formas propias de gobernar en democracia, sino debido a la decadencia de los partidos políticos tradicionales.   Además, supo conectar con la indignación popular cansada de cargar con la corrupción descarada y generalizada de los políticos.   Sobre esta premisa, el presidente está forzando en el electorado ingenuo que lo apoyó   el populismo de derecha    que está creando el caos que viene.

Existe una peligrosa anomalía en el país, ausencia de rivales políticos.   El hecho explica el silencio cómodo que acompaña los actos del presidente y las tímidas reacciones. Pero es mucho más lo que está ocurriendo. En estas dos últimas décadas, Panamá vio crecer su régimen de voluntades ciudadanas, el que se cristalizó en un vigoroso (y positivo) incremento de la participación de la sociedad civil en la política. Sin embargo, este sector ha quedado igualmente burlado, víctima de la forma en que el mandatario nombró a los nuevos magistrados de la CSJ.

Martinelli está cerrando el círculo del poder. La tendencia de su subterránea estrategia se encamina a fortalecer principalmente su partido, Cambio Democrático, moviendo sus invisibles hilos para sostener sometida la precaria alianza, tanto con el imprevisible Partido Panameñista como con Unión Patriótica, que al igual que el Partido Liberal está a punto de desaparecer si se concreta la fusión con CD.

Por otra parte, el partido MOLINERA no se entera por quién doblan ahora las campanas, aunque algunos tratan de resistirse a la fusión propuesta por Martinelli, están destinados al círculo de los indolentes que dejan hacer y se abstienen.

Contra la instalación de un régimen unipolar, en el que la pluralidad desaparece, quedan en el mapa los partidos de oposición.  Pero el PRD agoniza y anda huérfano de líderes, sólo cuenta con voceros opacos y sombríos que nada aportan.

El Partido Popular no termina de crecer. La esperanza son sus líderes políticos aún neonatos, que -aunque sinceros- tienen mucho que andar. Es decir, Martinelli está políticamente solo.   No tiene rivales (sean éstos de oposición o aliados), ya que los dirigentes tradicionales que deambulan ante él se hacen los invisibles; unos para no perder el puesto o los negocios y otros para evitar la cárcel.

El panorama confirma una grave preocupación: Martinelli avanza inequívocamente hacia un régimen autocrático, unipolar y con remanencias feudales con las que pretende gobernar sin consensos, acuerdos o pactos. Existen poderosas razones para advertir que lo que el presidente está poniendo en juego es el futuro de Panamá como Estado de derecho.

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Artículo publicado el 11 de febrero de 2010 en el diario El Panamá América, a quien damos, lo mismo que a la autora, todo el crédito que le corresponde.