Educación y patria potestad

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La opinión del Empresario y Educador…

John A. Bennett Novey 

Muy contrario a lo que muchos piensan acerca del laissez faire –dejar hacer–, los liberales clásicos pocas veces argüían que el dejar hacer significara una independencia total del marco regulatorio estatal.
El vicio surge cuando los gobernantes se extralimitan en sus atribuciones, afectando el derecho natural de toda persona de hacer todo aquello que no dañe a otro. Los gobernantes no están en mejor posición que los gobernados para decidir qué conviene a su persona.

Lo que poco hacemos es meditar y discutir sobre el verdadero rol del gobierno. En tal sentido en su momento pensadores como Nassau Senior en el Siglo XIX lo presentaba así: “Detesto el paternalismo despótico que intenta suplir a sus súbditos con virtudes auto contemplativas, que les haga más sobrios, más frugales u ortodoxos. Sostengo que la función primordial y casi exclusiva del gobierno es la de dar protección.   Protección a todos, tanto niños como adultos, a aquellos que carecen de los medios para su propia protección, así como a los que sí los tienen”.

De hecho, Senior advertía que en particular los niños eran sujetos de la protección estatal en cuanto a su educación; pero ello no implicaba automáticamente que los gobiernos asumieran directamente la actividad educativa, sino más bien fuesen sus árbitros, actuando en contra de los abusos. Pero para ello es esencial que el gobierno no esté involucrado directamente porque entonces se pierde toda objetividad.

Esto nos lleva a la delicada e imprescindible responsabilidad de la patria potestad. La función esencial es la de respaldar a la familia en su rol natural y no la de suplantarla.   Han sido trágicos y notorios los casos de gobiernos que pretendieron separar a los hijos de sus padres. Están los ejemplos de EE.UU. y Australia que separaron a los niños indígenas de sus padres para “civilizarlos”.

Jamás debimos suplantar el rol de la familia en la educación, salvo en aquellas instancias en dónde existe clara evidencia de crueldad; que sería el caso de desatender su formación académica. De hecho, cuando hablamos del gobierno, este no es una entidad inmaterial, sino que está representada por individuos que jamás llegarán a estar lo suficientemente cerca de los niños para entenderlos, guiarlos y, sobre todo, amarlos.   Estas son funciones demasiado delicadas para delegarlas en funcionarios; en particular por aquellos que pretenden mejorar sus salarios no con el trabajo en las aulas sino cerrando calles.

Obviamente que se requiere un componente profesional pero esto no implica automáticamente que sea directamente estatal.   Lo importante en todo esto no está en la presentación de verdades absolutas sino en la presentación de aquellas preguntas que no se formulan. Preguntas que podamos abordar de forma objetiva, alejadas de la vorágine de la política criolla.

En fin, mientras no estemos dispuestos siquiera a discutir estas cosas, nuestros hijos seguirán siendo objetos de la inmensa crueldad que es el sometimiento a un sistema eminentemente estafador; peor aún cuando se trata del propio Estado.

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<>Artículo publicado el  19  de diciembre  de 2010  en el diario El Panamá América,   a quienes damos,  lo mismo que al autor,  todo el crédito que les corresponde.

La educación y el ¿por qué?

La opinión del Empresario….

JOHN A. BENNETT NOVEY
jbennett@cwpanama.net

Todos recordamos cuando nuestros hijos nos preguntaban: ‘¿por qué?’, y lástima que con el tiempo fuimos perdiendo esa costumbre. Cuando leo tantos artículos que abordan el grave problema de la deseducación, en la mayoría de los casos quedo con la impresión de que sus autores estaban más preocupados de pavonear las delicias de su prosa, que en abordar el ‘¿por qué?’.   Típicamente concluyen señalando que se requiere invertir más y reformar los programas, pero sin sustentarlo; de manera que regresaré a mi niñez y abusaré del ¿por qué?

¿Por qué debe ser el Estado o el gobierno quien eduque?   ¿Será que no podemos confiar esta tarea al ciudadano común?   ¿Por qué suponemos que si el Estado se repliega a su función de árbitro y deja de ser juez y parte, reduciendo la mar de impuestos que malgastamos en una educación enfermiza, los pobres saldrían perdiendo?   ¿No podríamos dar mejor uso a esos fondos?   ¿Solo a través de la intervención estatal podemos educar al común de la gente? ¿Verdaderamente piensan que la educación es gratuita?   ¿Acaso creen que los ricos les están pagando su educación? ¿O será que seguimos trillando el mismo camino retorcido que antaño demarcó una vaca ebria de hierbas alucinantes?   ¿Cómo es que cada año se gasta más y se logra menos?   ¿Alguna vez se han preguntado por qué se metió el Estado en la educación y si se lograron los cometidos? ¿O será que el sistema actual de embrutecimiento persiste simplemente ‘porque sí’?

Si rehusamos abordar estas y otras preguntas tengan por seguro que estaremos frente al triunfo de nuestros prejuicios y a la aceptación del statu quo por simple hábito o mímica y no como el resultado de un propósito consciente y racional.

El inmenso problema de nuestras instituciones es que las damos por sentadas y ya no las escudriñamos a ver si las premisas que las originaron siguen siendo válidas. La triste realidad es que una vez que le damos vida a una institución estatal, la misma, como engendro maligno, va cobrando existencia propia, la cual típicamente se va alejando de su propósito inicial, hasta que perdemos la capacidad de dudar y dar marcha atrás.

En semejante escenario la educación misma deja de ser el tema central para ser reemplazado por las necesidades que imponen los emolumentos de sindicatos magisteriales y el cúmulo de funcionarios estatales que se engullen el presupuesto; una inmensa parte de él en gastos estériles.

Algunos se enfadarán por el simple hecho del ‘¿por qué?’ planteado, y en ese mismo enfado se desnuda el mal subyacente. Es como si se estuviera poniendo en tela de duda la maternidad o la ley de gravedad.   Y no crean que tacho por completo el papel de Estado, simplemente llamo a reevaluar dicho papel.

La premisa de fondo está basada en dos principios: Uno, que corresponde al Estado la protección del niño; y la segunda presupone que es preciso igualar a todos en la sociedad.  ¿Por qué?

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<> Este artículo se publicó el 14 de diciembre de 2010  en el Diario La Estrella de Panamá, a quienes damos,  lo mismo que al  autor,  todo el crédito que les corresponde.

Usurpando funciones de la familia

La opinión de...

John A. Bennett Novey

Mucho se habla de examinar los aprietos de la educación desde una perspectiva más amplia, pero sólo parece eso, “hablar”. Examinemos el tema desde su enfoque en la familia, ya que el tema educación, en esencia, corresponde al seno familiar y no al estatal; salvo que se profese la filosofía socialista o peor.

Desde 1870, cuando los gobiernos comenzaron a centralizar la educación en el Estado, dicha tendencia no se suscribió sólo al ámbito académico, también se fue volcando hacia muchos otros asuntos que, tradicionalmente y naturalmente, corresponden al seno familiar. De hecho, la única agrupación humana auténticamente social, y la única capaz de serlo, es la familia; en donde unos cuidan de los otros por amor y no por intereses pérfidos.

Desde entonces, la tendencia de incursión del Estado en los asuntos de la familia ha sido siniestra y acreciente. Antes de que los gobiernos se tomaran las funciones educativas y las monopolizaran en el Estado (al menos en el caso de los menos pudientes), las familias se encargaban de los suyos; fuesen estos ancianos, indigentes, discapacitados o retrasados.

Hoy día las presiones para endosar estas responsabilidades al Estado son inmensas, y con cada incursión adicional se va debilitando el rol del individuo y de la familia. Esto, a su vez, va creando una situación de dependencia enfermiza en la cual el Estado no tiene otra que aumentar su invasión. Todo ello se hace más evidente en países en los que el fenómeno de irrupción se ha hecho más notorio; países como Inglaterra, que ya llevan unos 140 años en esta ofensiva. La gran incógnita que queda sin respuesta es cómo dar marcha atrás para volver a potenciar al ciudadano y a la familia para que sean ellos mismos los conductores de sus vidas y no los politicastros.

Si insistimos en buscar soluciones a los graves problemas de la educación con la cabeza metida en el sacrosanto altar de estatismo, es posible que no encontremos solución sino hasta que el sistema termine de colapsar. Cada día los gobernantes se inclinan más y más por resolver el asunto ya sea tirándole más y más dinero, o contratando a alguna figura milagrosa que los conducirá fuera del desierto.

El asunto no es si existe un deterioro de la familia y de la educación sino, ¿por qué? ¿En qué basamos nuestra creencia de que la educación de los menos pudientes sólo puede ser atendida por el Estado? Esta misma noción disminuye al individuo y a la familia. ¿En qué basamos la creencia de que si el Estado se retira de la educación oficial y se da una consecuente reducción de los ingentes impuestos que todo ellos representa, los niños estarían peor parados? ¿Acaso la única solución yace en la intervención? ¿Verdaderamente creemos que la educación es gratuita?

Todas estas interrogantes fueron planteadas por Edwin G. West en 1965, y vistas hoy en 2010, resultan proféticas y perturbadoras. ¿Seguiremos apegados a estos viejos y retorcidos senderos?

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<> Este artículo se publicó el  8  de diciembre de 2010  en el diario La Prensa, a quienes damos,  lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.

Mismo auto por la misma vía

La opinión del Empresario….


JOHN A. BENNETT N.
jbennett@cwpanama.net

La falta de autoridad de la ATTT en las vías es patente, y no hace falta sino remitirnos a lo que vivimos todos los días en las calles, en donde el juegavivo es la norma y no la excepción.   En días pasados las filas de los dos paños viales en el Corredor Norte estaban estancadas, menos la del hombro por donde circulaban a gran velocidad autos y diablos rojos. Pero a esa hora los agentes de tránsito están escondidos o parados como estatuas en algún sitio que todos conocen.

La etimología de término ‘autoridad’ viene de autor y se refiere a quien tiene el poder o autoridad moral de mandar o actuar, ordenar o hacer cumplir, no necesariamente en virtud de un poder políticamente otorgado, sino en virtud del respeto, opinión, estima y entereza de carácter; que son las cosas que deben caracterizar una verdadera autoridad y no un título que a la luz de la realidad no se sostiene.

¿Qué clase de autoridad es aquella que mantiene límites de velocidad que convierten al 100% de quienes transitan en infractores y fuerzan a los conductores a desobedecerlos, porque de lo contrario pondrían sus vidas en peligro?   Ejemplos sobran, pero algunos son más chocantes que otros, tal como el límite de 25 kph en pleno Corredor Norte.   Esto se repite por casi todas las vías del país, en mayor o menor grado.   Tal parece que el propósito no es el de ordenar el tránsito, sino de servir como ardid para las coimas, pues, es mucho más fácil sentarse frente a las trampas de velocidad que corretear a los verdaderos y peligrosos infractores.

Lo sensato es encuestar la velocidad a la cual conduce el 80% de los vehículos que transitan por una vía, incluyendo los de la propia y supuesta ‘autoridad’, para escoger ese límite; de manera que en adelante el 80% de quienes transitan por allí dejarían de ser infractores.   Ahora sí que los agentes pueden enfocarse en ese 20% de quienes van por encima de un límite razonable.   Lo que señalo tiene un alcance mucho mayor, y es que con esos límites absurdos lo que hacemos es inculcar el irrespeto a las normas.

En síntesis, podría escribir un libro entero de ejemplos de mala administración vial. Nuestra realidad es que tenemos una inmensa deficiencia institucional, que incluye el conflicto entre la ATTT y el DOT de la Policía. Se requiere rediseñar por completo el tema de la administración vial. El metro, semáforos, sobrepasos y tal, son todos buenos, pero serán menos útiles en la medida en que los cimientos sean endebles.

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<> Este artículo se publicó el 14 de noviembre de 2010  en el Diario La Estrella de Panamá, a quienes damos,  lo mismo que al  autor,  todo el crédito que les corresponde.

Regulando plátanos

La opinión del Empresario…

John A. Bennett Novey

El título de una noticia de La Prensa del domingo 3 de octubre pasado, sugiere que el “IMA debe regular el precio del plátano”, lo cual llama a la pregunta: ¿por qué? o ¿para qué? El artículo sugiere que esta medida obedece a la preocupación que sienten los productores ante el drástico bajón que ha sufrido el precio del producto, y añade que no saben a qué se debe, si a abundancia o carencia.

Comencemos por señalar que si no saben el porqué del bajón menos deben meterse a regular precios.   Cualquier estudio somero de la historia humana mostrará que todos los intentos de usar la regulación de precios como medio de protección de algunos, desfavorece a otros y termina afectando negativamente a todos.

Muchas de las hambrunas más horribles a través de la historia fueron atribuibles a la regulación de precios, y el mero hecho de que existen funcionarios que se creen capacitados para intervenir en procesos de un mercado que no entienden es manifestación de soberbia.

Si ni los mismos economistas se pueden poner de acuerdo respecto a los fenómenos del mercado, ¿cómo creen los “burrócratas” que ellos tienen la capacidad de intervenir exitosamente?

Supongamos que mañana todos los panameños decidimos sembrar plátano; es obvio que los precios se irían a pique. Quizás el mercado estaría informándonos que: existe una sobreproducción de plátanos; o que los precios estaban tan altos que la gente comenzó a sustituirlo por otros productos más asequibles a su bolsillo; o que de pronto todos los panameños perdieron el apetito por esta fruta.

El deseo de “planificar” las cosas y lograr una mejor redistribución de las riquezas, por más lindo que suene, trae más problemas que remedios, tanto para productores como para consumidores. Lo que para uno es un “precio justo” para el otro no lo es, y al final terminamos con un intervencionismo opresivo y descontento generalizado.

Lo esencial aquí es que ningún funcionario es el manantial del estándar ético que le permitiría decidir sobre estas cosas; ya que su verdadera función es la de evitar abusos y no la de jugar a Dios.

No es nada fácil decidir cómo lograr los reales, y recién vimos que los precios del plátano habían estado escalando. Obvio que esto envió un mensaje a los productores de que el momento era ideal para sembrar plátano y quizás se les fue la mano. Frente a ello, ¿tiene algún sentido que el Gobierno diga que no se puede vender a menos de tanto o a más de tanto?

Si un productor tiene toneladas de plátano que no puede colocar, ¿acaso no tiene el derecho de venderlo a menor precio para no perder tanto? Y si otro produce los mejores plátanos del país, porque se las ingenió para ello, ¿acaso no tiene el derecho de cobrar más por su ingenio?

En cuanto al intermediario, este presta un servicio al igual que los productores. Resulta fácil echar culpas, pero a menudo no hay “culpables” sino situaciones fortuitas, tal como sequías o lo contrario, y no tenemos otra que lidiar con ello, sin la necesidad de conjurar al Chapulín burócrata para que juegue a ser un rey Salomón. Y en todo caso, el tiempo que pierden en lo que no deben es tiempo que desaprovechan para pillar a los juega vivo.

No existe otra alternativa que el sistema competitivo y cualquier intento que procura igualdades termina produciendo desigualdades. Además, si eliminamos la competitividad, por más que esta sea dura de tragar, flaco favor nos hacemos.   Si hay alguna realidad de este mundo que es imperativa es la de la competencia por la supervivencia, y ningún funcionario puede apagar a su albedrío este mecanismo. Cada uno de nosotros vino a este mundo porque se dio una competencia contra miles en la fecundación del óvulo.

Siempre habrá un platanero que podrá lograr ganancias a menor precio y sería injusto quitarle la ventaja que logró con ingenio y trabajo. Aun bajo un régimen socialista ideal en donde el producto económico del trabajo fuese repartido por igual a todos, habría áreas de producción más exitosas que otras en donde la repartición crearía desigualdades entre estos y otros grupos menos productivos.

El resultado de manipular mercados, tal como fue sugerido en el artículo mencionado, es que quizás se pueda beneficiar a algunos plataneros, pero siempre quedarán por fuera otros, y ni hablar de los tomateros, ñameros, etc.   En algún momento los esfuerzos de unos se verán afectados por circunstancias imprevisibles, ya sea a favor o en contra, y si se intenta proteger a unos contra inclemencias, mientras que se previene que otros logren mayor ganancia “inmerecida” porque fue fortuita o basada en su mayor habilidad, la remuneración dejaría de ser el factor determinante y quedaríamos todos en manos de los “burrócratas”.

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<> Este artículo se publicó el 1  de noviembre de 2010  en el diario La Prensa, a quienes damos,  lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.
Más artículos del autor  en: https://panaletras.wordpress.com/?cat=20457758

‘Burrocracia’…

La opinión del Empresario….

JOHN  A.  BENNETT  NOVEY
jbennett@cwpanama.net

Uso el término ‘burrocracia’ para no ofender el vocablo ‘burocracia’, que se refiere a un mal necesario tal como lo es el gobierno, que en su justa medida es funcional, pero jamás en su exceso; porque cuando un gobierno se excede, los problemas de la comunidad dejan de ser los que antes fueron para ser reemplazados por los que crea la extralimitación de funciones.

En 1944 Ludwig von Mises escribió un libro con el título que lleva este escrito de opinión, y sus observaciones no han variado en nada hasta este día en el cual tantos claman por más planificación e intervención gubernamental en todos los ámbitos del quehacer.   Y es que tantos buscan que sus vidas les sean regimentadas, pues, ellos mismos rehúyen esa responsabilidad, lo mismo que el esclavo rehúye la libertad.

En los EE.UU. esta tendencia hacia una mayor centralización del poder ha ido mutando y quizás su mayor manifestación ha sido la de tantos grupos de presión que hoy se disfrazan bajo el apodo de ‘progresivos’.    Ya no les satisface haberse birlado el nombre de ‘liberales’ y quieren uno más potente; posiblemente porque a ellos mismos les resulta incómodo llamarse lo que no son.

Tal como señala Marcia Sielaff,   ‘la burocracia no es el problema sino el síntoma del mismo’. Mises contó que una sociedad solo tiene dos formas de organizarse: una basada en la propiedad privada, el capitalismo y la libertad; la otra basada en un control gubernamental de tipo socialista que invariablemente degenera en un totalitarismo.

Aunque se requiere un sistema burocrático para las funciones de gobierno, el mismo es disfuncional en el sector no gubernamental.   Ello se debe a que las burocracias funcionan en un ámbito de estrictas reglamentaciones y ordenamientos jerárquicos. Aquello que administran no les pertenece, como tampoco existen grandes alicientes hacia la eficiencia.

El organismo burocratizado aborrece el progreso, porque altera el balance de poderes que tanto les costó, por aquello de las ‘conquistas’.    Pero lo más desconcertante, y que ya Ludwig advertía, es que los estadounidenses, desde la época de Roosevelt en los años treinta, han optado por abandonar de manera voluntaria sus derechos constitucionales.

Mucho se critica al ‘libre mercado’, pero la única alternativa es la de delegar a una minoría en el gobierno la toma de decisión en cuanto a los precios. Sin embargo, la realidad es que dichas minorías son tan o más propensas a cometer errores como lo pueden ser las personas que conforman el mercado.   La democracia se altera con cada nuevo funcionario que se añade a la planilla estatal; porque pocos están dispuestos a votar en contra de quien les dispone la mesa. En fin, resulta irónico que quienes se denominan ‘progresivos’, sean precisamente los afectos a un régimen ideológico que no puede sobrevivir sino en un sistema aterosclerótico, rígido e inflexible.

No duden que el mundo entero se enfrenta a la guerra más dura de toda la historia; aquella entre los que aman la libertad y los que no aspiran a más que un buen amo.

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<> Este artículo se publicó el 28 de octubre de 2010  en el Diario La Estrella de Panamá, a quienes damos,  lo mismo que al  autor,  todo el crédito que les corresponde.
Más artículos del   autor  en:   https://panaletras.wordpress.com/?cat=20457758

Repensar nuestros claustros académicos

La opinión de…

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John A. Bennett Novey

El Hoy por Hoy del domingo 26 de septiembre nos llama a la reflexión sobre el grave problema de la educación de nuestros hijos, la que todos sabemos anda manga por hombro. El problema lo hemos plasmado al querer delegar en el Estado, en sus gobiernos y sus políticos, la delicada e indelegable labor de la educación. ¿Qué sabe el Estado, sus gobiernos y gobernantes de educación, más allá de su insaciable apetito por los votos y también por las monedas? ¿Qué más pruebas de ineptitud necesitamos?

Nos gusta hablar de los “hijos de la Patria”, pero antes de ser eso son hijos de la íntima relación hombre-mujer, la cual conforma la unidad fundamental de toda sociedad, la familia, esa que está herida de muerte. Geniales estudios han demostrado que los niños aprenden por sí solos, si tan sólo no les extinguimos la llama de la curiosidad; que es precisamente en lo que se especializan las cárceles que nos atrevemos llamar “escuelas”. Bueno, sí son escuelas, pero… ¿de qué?

El profesor Sugata Mitra nos advierte que nuestros hijos no son cántaros vacíos que debemos sentar en un cuarto lleno de contenido curricular, y lo demostró con un extraordinario y único experimento. Sugata no se limitó a emitir vagas exhortaciones sobre el problema de la perversión educativa que observaba; particularmente en los sitios más abandonados del mundo. Mitra alquiló un auto y manejó a través de la India rural para administrar una novedosa prueba a los jóvenes en áreas remotas, en donde la educación es la más pobre.

Sugata cortó un orificio en una pared e insertó una pantalla y teclado de computadora a la altura apropiada para niños, y se puso a ver qué pasaba. El resultado fue asombroso y quien desea verlo escriba “Sugata Mitra” en la web.   Lo cierto es que se vio que los niños lograron, en poco tiempo, aprender a usar las computadoras sin supervisión alguna, sólo armados de una inmensa curiosidad.   En escuelas locales en donde han llevado computadoras, son los niños quienes enseñan a los profesores a usarlas. ¿Qué hay detrás de todo eso?

Se trata de lo que Sugata denomina “educación mínima invasiva”, y sus hallazgos han sido presentados en seminarios de la Unesco, pero todo indica que la realidad tiene que rompernos la cabeza antes de poder penetrar.   Ya muchos están siendo influenciados por los experimentos de Mitra, incluyendo el diplomático Vikas Swarup, quien escribió la novela que luego llegó a las pantallas como Slumdog Millionaire.

Mitra merece ser escuchado, comenzando por sus investigaciones sobre la computación orbital molecular y el descubrimiento de la estructura de moléculas orgánicas que determinan sus funciones más que los átomos de su constitución. Esto y mucho más atestigua la idoneidad de Mitra para que le prestemos atención.

Si queremos romper el ciclo vicioso de la inseguridad y otros males que aumentan, mejor vayamos explorando por donde tradicionalmente no hemos explorado.

 

<> Este artículo se publicó el 29  de septiembre  de 2010 en el diario La Prensa, a quienes damos,   lo mismo que al autor,  todo el crédito que les corresponde.

Gobierno limitado

La opinión del Empresario…

JOHN A. BENNETT NOVEY

Indistintamente de si una persona o grupo se incline a favor de una mayor o menor intervención gubernamental en los asuntos de los ciudadanos, hay una verdad que ninguna de estas dos tendencias pueden soslayar; y es que existe un límite de gobierno que una vez transgredido va anulando al gestor esencial de nuestra sociedad… el individuo.

Por lo señalado, el argumento se reduce a determinar cuándo es mucho y cuándo poco, lo cual nos lleva al siguiente punto de referencia común, el que toda intervención debe ser la mínima posible, y este es el gran enfrentamiento que caracteriza al movimiento del Partido de Té o ‘Tea Party’ en los EE.UU.

Para unos solo se trata de una moda pasajera con poca o ninguna trascendencia, pero ya los perspicaces comienzan a despertar a la realidad de que este movimiento será una gran fuerza durante las próximas elecciones de los EE.UU., y debido a la preponderancia de dicho país, ello no dejará de tener sus repercusiones sobre el resto del mundo.

Tal como señala Matt Kibbe, el economista presidente de la FreedomWorks en un artículo publicado en el National Review Online. Y todo esto no es solo un tema que atañe a los EE.UU., pues la misma dicotomía es la que caracteriza las divisiones políticas en todo el mundo.

Otra cosa que no pueden negar ni siquiera los adeptos a una mayor intervención estatal, es que el camino de grandeza de los EE.UU. se produjo no en un sistema caracterizado por el intervencionismo, sino todo lo contrario, y este es el estandarte del movimiento del té.

Ya pocos están al tanto del momento histórico en que se dio el gran vuelco hacia el intervencionismo exagerado, que fue durante la Gran Depresión. Ya antes que eso venían los grupos más económicamente preponderantes buscando la forma de afianzar sus inmensas fortunas y lo lograron en una perversa coyunda con los políticos del momento, con Franklin D. Roosevelt al frente.

Lo triste es que pocos reconocen que el fenómeno que cambió la naturaleza independiente de los gringos hacia una abierta intromisión no fue uno liderado por el pueblo, sino por los intereses de los poderosos; tanto del sector empresarial como del político, y luego el estandarte fue recogido por quienes hoy enarbolan el estandarte del progresismo, enarbolado por el partido Demócrata en portaestandartes como Nancy Pelosi y Barney Frank.

El argumento del progresismo es que corresponde al gobierno (léase ‘a los políticos’) ser los campeones de lo ‘justo’ y del igualitarismo, tendencias reflejadas en todas esas legislaciones que dictan a las empresas cómo deben pagar a sus empleados y hasta cuánto deben cobrar por sus servicios; y si esto no es intervención exagerada, no quiero saber cuándo sí lo sea. En general, estamos hablando del Estado paternalista o nana; esa patología que condena a nuestros pueblos hispanos a una salida torpe del subdesarrollo y la pobreza.

<> Este artículo se publicó en 9 de septiembre de 2010 en el diario Estrella de Panamá, a quien damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.

El camino de la riqueza

La opinión de…

John A. Bennet Novey 

En 1971 un grupo de empresarios guatemaltecos fueron más allá de la contribución social que constituye su aventura empresarial creadora de riqueza,   tanto personal como comunitaria y crearon la Universidad Francisco Marroquín (UFM), en memoria del primer obispo de Guatemala, protector de los derechos indígenas al igual que del resto de las personas.

La UFM se orientó hacia la enseñanza y diseminación de los principios éticos y jurídicos de cada ser humano en el marco de una sociedad más abierta, llegando a ser una de las universidades líderes en Latinoamérica, y bien vale atisbar este singular hecho.

La figura central del esfuerzo fundador de la UFM, don Manuel Ayau, quien solía relatar que se trató no sólo de “una ilusión hecha realidad” sino del descubrimiento o epifanía de una verdad transcendental, que muy a menudo resulta contra intuitiva y se pierde en la vorágine del vivir.

Esa verdad gira en torno a los derechos inalienables del ser humano como individuo.   Ayau solía destacar que cuando se respetan los derechos a la vida, a la palabra vertida en contratos y a los derechos fundamentales, entonces allí existe un mercado.

Muchos han querido darle al concepto de “mercado” un sentido siniestro que no le cabe por ningún lado, ya que se trata de la actividad natural de intercambio que constituye el único camino hacia la repartición de la riqueza del ser humano.

Algunos enojados con los valores individuales gustan señalar que “el interés general priva sobre el particular”, pero Ayau, o Muso, como le conocían sus amigos, agregaba que “no priva sobre el derecho individual”, ya que no es posible adjudicarle a un conglomerado lo propio de la persona humana.

Pero quizás uno de los aspectos que más vale destacar en cuanto a los fundadores de la UFM, y como ya he mencionado, es que se trataba de empresarios industriales y otros, que no se contentaron con lograr fortuna económica sino que también dedicaron sus vidas a la búsqueda de la mayor de todas las riquezas, la de un mundo en donde se respetan los derechos de cada quien, ya que de ello deviene la mayor riqueza. En un mundo sin libertad no puede haber riqueza.

El Muso hacía hincapié en que el auténtico liberal es, por su propia naturaleza, una persona humilde, pues entiende muy bien que ninguna persona u organismo centralizado es capaz de manejar toda la información y así dirigir la economía de un país.

Y es que demasiados intelectuales viven de las ilusiones de un mundo que sólo existe en sus mentes y se alejan de la realidad del mundo viviente. Así vemos que las personas tienen la libertad de hacer todo lo que es su derecho, tal como comprar o vender sin que les sean impuestas condiciones de precios, salvo que se vean afectados los legítimos derechos de otros.

El gran problema se presenta cuando los estados pretenden controlar a priori un delito u ofensa que todavía no se ha cometido o, peor, que podría cometerse sólo en las enfermizas mentes de adeptos al control centralizado.

Mentores y amigos de la de la UFM y de Manuel Ayau fueron personajes de la talla de Friedrich Hayek, Ludwig von Mises y otros líderes de la Mont Pelerin, instituto de renombre mundial del cual Ayau fue presidente; y uno de sus principios fundamentales es que el liberalismo es inseparable de la ética, tal como lo vio el propio Hayek, en el conjunto de valores de una sociedad.

Destacaba Ayau que el socialismo no existe como sistema, mientras que el mercado sí, ya que se basa en el intercambio de derechos propios. A través de este sistema surgen los precios, sin los cuales no podría existir un sistema de libre intercambio y sin ello todavía viviríamos en una sociedad muy primitiva. Los soviéticos para poner precios a sus productos consultaban los catálogos de Sears; y eso lo dice todo.

El papel del Estado debe limitarse a la protección de los derechos básicos y los gobiernos que no son capaces de cumplir con esto menos podrán cumplir con todo lo demás que han ido recogiendo por malos caminos en la conducción de la cosa pública. El Estado jamás debe entrometerse en los asuntos privados, so pena de anular a las personas pues con ello se afecta el principio de la subsidiaridad.

Hoy día los grandes debates en contra del liberalismo clásico no llegan a ser más que forcejeos de grupos de interés o rentismo que buscan un mayor pedazo del triste pastel que sobra luego de que los más poderosos han dejado la mesa del banquete. Así, los tratados de libre comercio, entre otros, no son más que la constatación de la ignorancia de lo que es un mercado; al cual sobra llamarle “libre”.

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Este artículo se publicó el 9 de agosto de 2010  en el diario La Prensa,  a quienes damos, lo mismo que al autor,  todo el crédito que les corresponde.

Envidia destructiva

La opinión de…

John A. Bennett Novey

Helmut Schoeck, en su formidable obra La Teoría del Comportamiento Social, nos trae a colación que son raras las sociedades que no han reconocido y nombrado los fundamentales problemas de su existencia, y uno de esos graves problemas es el de la “envidia”; tanto el ser envidioso como sufrir la envidia de otros.

El problema surge desde el instante en que adquirimos la capacidad de mutua comparación y así el ser humano ha llegado a ser un ser envidioso, maligna condición que sólo es atemperada por nuestros comportamientos sociales más elevados. La envidia es un comportamiento destructivo y curiosamente es uno que pocas veces es aireado en los medios, quizás por ser políticamente incorrecto; pero, en ello está el problema, pues si no lo entendemos, mal podemos enfrentarlo.

Efecto dañino de la envidia es dejar de hacer algo por temor a ser envidiado, lo cual afecta al desarrollo. ¿Quién no ha escuchado el chiste de los que se encuentran en un pozo inmundo y en vez de colaborar para ir saliendo, halan por los pies a todo el que intenta salir, a punto que ya pocos lo acometen?

La envidia es gran motivadora de torcidas políticas. Y por otro lado vemos que los pueblos que han logrado mayor desarrollo son aquellos en los cuales la sociedad ha reconocido y rechazado.

La envidia se arraiga en el resentimiento, acarreando malevolencia. El resentimiento está latente cuando se odia la buena fortuna de otros a tal punto que se está dispuesto a sufrir con tal de que el odiado también sufra. Muchos que atacan al capitalismo bien saben que bajo cualquier otro sistema su situación sería peor; pero, aún así, abogan por reformas socialistas, no porque crean que con ello prosperarán sino porque también sufrirán los objetos de su envidia.

Los comunistas se oponían a la religión precisamente porque a través de la fe se le brinda al ser humano un mecanismo de compensación que nos liberaba del sentimiento de la envidia. Sin embargo, la envidia moderada es parte intrínseca de nuestro comportamiento que nos motiva a la superación evitando que seamos avasallados.

Por otro lado, a veces nos limita, como el caso del trabajador que se siente aludido cuando le dan un aumento o una posición de mayor jerarquía y ello le enfrenta a sus pares.

La envidia no tiene cabida entre los sentimientos más elevados, tales como la admiración, la amistad y el amor. Gran parte del rechazo que sufrimos de parte de otros es motivado precisamente por el sentimiento de envidia que nos guardan; y aunque el envidioso rechaza ser envidiado, no es raro que dos envidiosos se envidien mutuamente.

Quizás lo más curioso y temible del envidioso es que típicamente no se afana en la superación personal sino en la destrucción del objeto de su envidia. Como ya dije, estos son temas que debemos reconocer y ventilar, si es que vamos a superar la difícil situación socioeconómica en que nos han colocado nuestros malos caminos.

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Este artículo se publicó el 15 de julio de 2010  en el diario La Prensa,  a quienes damos, lo mismo que al autor,  todo el crédito que les corresponde.

¿Cuál progreso?

La opinión del Empresario…

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John A. Bennett Novey

La mayor obra de gobierno es aquella que desarrolla al hombre y a su entorno; pero, desafortunadamente, a través del tiempo nos hemos sumido en gobiernos que ven el progreso en términos de obras materiales y no humanas.

A los efectos que señalo presento algunos ejemplos que denotan esta terrible situación, que si no logramos superarla tirará al traste cualquier otro supuesto avance que se puede lograr, ya que no será sostenible.

El progreso implica el perfeccionamiento de lo moral, que sería la verdadera distribución de riqueza a la cual tantos aluden, ya que no existe mayor riqueza que la del alma. Bien lo señala Benegas Lynch en su libro, Fundamentos de Análisis Económico, cuando dice que “si el hombre pierde su brújula, es decir, desconoce el criterio moral que debe servirle de guía, el propio progreso material se le vuelve en contra”.

Y en seguida Lynch usa el ejemplo de la tecnología de informática que utilizan algunos Estados no para aligerar la carga “burrocrática” y fiscal del ciudadano sino para satisfacer el insaciable apetito de controlar al prójimo.

¿En qué hemos logrado diferenciarnos del hombre de antaño? Definitivamente que en lo tecnológico, pero en lo moral quizás andamos peor que hace cientos de años; sumidos en un materialismo relativista que nos aplasta y amenaza con sumir al mundo entero en una crisis jamás vista.

Lynch también nos recuerda el respeto al prójimo, que no debemos imponerle gustos y preferencias y de combatir el complejo de “zar”. Cuando el ser humano no se siente artífice de su propio destino se siente desamparado y angustiado.

La verdadera educación, esa que no se imparte en nuestros centros de embrutecimiento, está en el desarrollo de una capacidad crítica que nos permita autonomía en nuestras vidas. Y vuelvo a citar a Lynch cuando señala que “así, el hombre, paulatinamente, va transformándose en un pigmeo espiritual incapaz de enfrentarse a sí mismo para evitar el vértigo que le produce su vacío interior que va aumentando a medida que abandona su propia dirección, para acatar las reglamentaciones que desde afuera le impone la ingeniería social”.

A través del tiempo hemos ido perdiendo el control de nuestras vidas al delegarlo a tristes políticos; y bien lo señala Goethe al decir que “nadie está más condenado a la esclavitud que aquel que falsamente cree que es libre”.

Nuestra sociedad camina por sendas de permisividad, situación que se aprecia con facilidad por todos lados.  No hace falta conocer los laberintos del devorador monstruo estatal, ya que lo podemos ver todos los días en sitios como el “Urinal Norte” que antes conocíamos como Corredor Norte. En un hermoso país que ya no podemos ver porque lo tapa un triste tapiz de horribles anuncios comerciales y así. La cultura no solo se lleva por dentro sino que también debemos verla.

Debemos estar atentos en reconocer líderes ensimismados en construir pirámides a sus egos que en la obra de enaltecer al hombre y mujer de la calle. De crear un sentido de amor por la aventura de libertad que constituye en campo fértil para el auténtico desarrollo y no un ambiente en donde le tenemos tal pánico a la autodeterminación del pueblo que preferimos construir infranqueables barreras.

Pareciera que estamos más preocupados por lograr un buen índice de inversión, sin ver que las inversiones sin base moral sólida se pierden en muy poco tiempo.

Todo ese juega vivo que a diario vivimos en las calles, en nuestras relaciones con el Gobierno, y aun con nuestros vecinos, anula el anhelado desarrollo. Si nuestros líderes verdaderamente quieren cumplir con el mandato que les fue entregado en las urnas, necesitan hacer mucho más que obras civiles; tal como la obra de la justicia que como todos sabemos está en mora.

Y hasta en cosas que tristes gobiernos han descuidado al punto que ya la mayoría se resigna a que el conductor vivo se pase toda la fila de ciudadanos respetuosos; frente a una supuesta Autoridad de Tránsito que no tiene la posibilidad de poner en práctica sus programas porque dependen de policías que no responden ante su jerarquía.

En nuestras calles el desordenado es rey; entre otras cosas, porque se identifica mejor con el policía coimero que el ciudadano probo que no está dispuesto a semejante corrupción.

Todas estas y más son las obras humanas que están pendientes y constituyen el mayor reto administrativo del momento. No es nada fácil deshacer el daño de tantas administraciones de desidia, pero es imperativo. No podremos disfrutar un progreso material que vaya desasociado del espiritual. Esta es la mayor obra del gobierno de turno; pero más aún, es el gran reto que tenemos por delante los ciudadanos a título individual y colectivo.

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Este artículo se publico el 5 de julio de 2010  en el diario La Prensa,  a quienes damos, lo mismo que al autor,  todo el crédito que les corresponde.

Problemas sociales: Origen

La opinión del Empresario…

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JOHN A. BENNETT NOVEY

Los problemas sociales invariablemente están asociados al deseo de unos de coaccionar a otros, ya sea por medio de la violencia y también por el fracaso estatal de cumplir con el artículo 17 de nuestra Constitución, que establece que las autoridades están instituidas para proteger en su vida, honra y bienes a los nacionales y extranjeros.

Existen muchas maneras de fracasar en esta misión, desde que el gobierno extiende sus funciones más allá de lo que le es propio, al punto que ni hace ni deja hacer. Hablo de gobernantes que ven su función más como un mandato de interferencia en la vida de los ciudadanos que el de custodios de las normas constitucionales.

Cualquier examen concienzudo de las acciones de nuestros gobernantes a través del tiempo denotará una marcada tendencia intrusiva en la vida ciudadana. Nos dictan precios, salarios, horarios, relaciones laborales, días feriados, currículos, impuestos, depuestos, malignos subsidios, seguros inseguros, y mucho más; como tampoco faltará algún gobernante que le deleite la idea de reinstituir el derecho de pernada.

¿Cuántas veces hemos visto desaparecer de las farmacias algún medicamento porque se le agotó la certificación? ¿Cuán difícil es entender que la esencia natural del ser humano está en su capacidad de cognitiva y de discernimiento entre lo que le conviene o no?  Sí, ¡claro! que es función de gobierno vigilar los abusos; pero… ¿acaso eso es lo que hacen?   A juzgar por la forma en que se desempeñan los agentes de tránsito en las calles, diría que definitivamente, ¡no!

Una de las tretas favoritas de muchos mandatarios es la de hablar del igualitarismo, cuando la realidad anda muy distante de ello.   La verdadera igualdad debe ser ante la Ley y eso se denota con hechos y no con palabras. Si existe una máxima para el desarrollo humano es que sus facultades intelectuales y morales sólo pueden florecer cuando la asociación entre los ciudadanos es pacífica; lo cual excluye la intervención coercitiva indebida del gobierno.

Los gobiernos deben ser fuertes, pero no en contra del ciudadano en su faena del día a día, sino en contra de quienes quieren pelechar a costillas de otros.

El Estado es, por su propia naturaleza, un ente de coerción y compulsión; lo cual se denota en las armas que portan los policías en las calles y todos los lujos y desmanes con que se distinguen demasiados funcionarios.

Frente a esta realidad los ciudadanos debemos estar muy conscientes de la necesidad de ponerle frenos al gobierno y de limitar el alcance de sus funciones; precisamente para ello es la Constitución. Le hemos dado al gobierno la facultad de actuar con violencia, pero sólo en contra del violento.

Cada vez que el gobierno se excede en sus funciones y en vez de vigilar en contra de los abusos, se convierte en el abusador, surgen los problemas sociales. Bajo semejante esquema no existe igualdad, sino la supremacía del poderoso al amparo del rey y la corte de turno.

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Artículo publicado el 22 de junio de 2010  en el  Diario La Estrella de Panamá , a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.