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La opinión de…
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Javier Comellys
Dentro de las necesidades básicas a que aspira todo ser humano, según la tesis formulada por el psicólogo humanista norteamericano Abraham Maslow en su escala piramidal, están las necesidades de mantener la salud fisiológica y mental, como la seguridad personal y de protección.
Estas son el principio de una serie de necesidades vitales tanto del individuo como de la población. Sin la satisfacción de estas necesidades, la salud dejaría de ser el estado completo de bienestar físico, mental y social o, lo que es lo mismo, la ausencia de enfermedad.
El concepto abarca el nivel de funcionamiento del organismo o el buen estado biopsicosocial, condiciones indispensables que le permiten a los seres humanos una mejor percepción del mundo y su entorno a discriminar en el momento oportuno lo bueno de lo malo, a conocer las causas y la solución de sus problemas, a identificar el significado de las cosas, sus fines, sus metas y objetivos. Un gobierno, como una sociedad sin rumbo ni metas, sin una visión y una misión, es como un barco a la deriva.
Para que los seres humanos aspiren a estas necesidades se requiere que la población y que cada persona pueda estar tranquila, moverse para cualquier lugar, caminar, sin temor a que un ataque certero de un delincuente le quite la vida.
El Estado es el garante de la la seguridad pública, y que esta se lleve a cabo con eficacia, eficiencia y calidad. No solo tiene como función la de evitar las alteraciones del orden público, y la represión del crimen y el robo, sino también salvaguardar la integridad física y de bienes de los ciudadanos, el régimen de seguridad jurídica, y el respeto a los derechos humanos.
De la salud y la seguridad pública depende, que cada ciudadano viva en armonía consigo mismo, con los demás, que el derecho al respeto humano del uno hacia el otro se convierta en una verdadera y duradera paz; cualidades que le permiten al individuo ser original, creativo, y desarrollar todas sus potencialidades productivas.
El Estado también es el garante de mantener la salud de la población, el control sanitario y de las enfermedades, la contaminación del ambiente, de las aguas, los ríos y los alimentos.
El velar porque los medicamentos que toma la población no estén alterados, falsificados o etiquetados fraudulentamente, ocultando su verdadera identidad y el origen de su fabricación, para que no ocurra una desgracia como fue el envenenamiento masivo de una parte de la población panameña al tomar un tóxico denominado dietilene glycol, de uso industrial y que generalmente es utilizado para matar ratas, ratones y hasta gatos; produciendo una paranoia colectiva, y cuyos responsables caminan alegremente por nuestras calles, a sabiendas que detrás de todo esto estaba la mano negra de un oculto terrorista bioquímico, hecho que aún no se ha investigado a plenitud.
Lo curioso de todo esto fue que cuando le preguntaron al ex ministro de salud Camilo Alleyne de por qué no renunciaba a su cargo, contestó: “Porque no puedo abandonar el barco en medio del vendaval”.
Prefirió que el barco naufragara en las aguas turbulentas de un mar implacable, para no asumir su responsabilidad, mientras que Martín Torrijos, presidente en ese entonces del país, mete la cabeza en la arena como el avestruz, para no herir la susceptibilidad de los funcionarios implicados en este hecho, a lo que podemos denominar un acto de terrorismo bioquímico.
Pero, lo más lamentable y triste de este macabro crimen, es que aún no se les ha hecho justicia a las víctimas.
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Este artículo se publicó el 14 de enero de 2011 en el diario La Prensa, a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.
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