Identidad y números

La opinión de…..

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Daniel V. Velarde Garrido

La identidad del hombre contemporáneo es extremadamente compleja, incluso polimorfa, siempre asolada por los vientos de la historia y la globalización. Sin embargo, el concepto es preciso: es una conciencia, una afirmación del ser. En un grupo no es más que la organización espontánea que produce la interacción de individuos actuando según sus identidades particulares.

Como mestizo, desciendo de incontables laberintos genéticos y culturales que me llevan hasta el África ancestral, sin erosionar mi identidad monolítica. No necesito la confirmación del número. El aferrarse a la patética excusa del derecho a la identidad y cultura para justificar la inclusión de una pregunta sobre “raza” en el Censo Nacional de este año me parece indignante, más en Panamá, nuestro crisol de razas.

Un crisol no es una flor con pétalos de tonalidades independientes, un crisol es el recipiente de una fundición, donde una mezcla precisa de elementos se convierten en aleación. Y así como el bronce es mucho más noble que el cobre y el estaño separados, mucho más noble hace a Panamá nuestra tácita abolición del concepto de raza, nuestra rarísima capacidad de enriquecer esta aleación.

Este es el país en donde el indígena es panameño, el afrodescendiente es panameño y el asiático es panameño, también; viendo cada uno en el otro a un compatriota.

Pero cometimos un error al gastar millones y, aún peor, energía de nuestra sociedad en “contar” a un grupo específico de panameños, no por su identidad, no por su etnia, ni su cultura, sino por su “color y textura de cabello”, como se ha dicho y repetido en algunos medios.

¡Hemos decidido que esa proporción, que no representa a nadie realmente, es requisito para el desarrollo de la identidad y la cultura nacional! Buscar dicho “desarrollo” obligaría al ridículo de repetirlo para una infinidad de apariencias irrastreables en el poligenismo de nuestro panorama. Ningún desarrollo se obtendrá. El conocer la composición exacta de la población de un país no ha librado a ninguno de los serios problemas de racismo, al contrario, fortalece la cultura de prejuicio cromático, quizás no radical, pero sí del tipo pasivo–agresivo.

Mezclar el nocivo concepto de raza con estadísticas y aspiraciones frustradas (culturales o individuales) sólo lleva a la imposición de la cultura mayoritaria a fuerza de números. Ese es el precio de la democracia, la complacencia de los políticos a los caprichos de la mayoría, siempre que distraigan la atención sobre las cosas importantes.

La corriente cultural dominante del país debe surgir como fenómeno emergente; no ser el artefacto de un gobierno intervencionista, lo último es propaganda, no cultura. Pero esa pregunta no trata sobre identidad. Tampoco es un problema de salud, porque las enfermedades comunes entre los afrodescendientes son las mismas que dirigen las políticas de salud de Panamá: obesidad, hipertensión, etcétera.

Tampoco afectará su participación política. Una medida de discriminación positiva en los partidos políticos sería tan inefectiva como la existente para las mujeres.

¿Para qué, entonces? Para beneficio de los proponentes.   Ganan visibilidad y probablemente una plataforma política para sí mismos, quizás con una organización no gubernamental o una secretaría. No me contradigo en este punto. No son los afrodescendientes quienes ganan participación política, son los afro–activistas quienes obtienen influencia.

Ese, al menos, sería el propósito más digno. Existe otro, uno tan triste que no me atreví a considerarlo hasta ahora. Temo que estos activistas estén buscando refugio en los números. Temo que esperen que el “ser mayoría” los libre de complejos anacrónicos, construyendo todo un castillo de humo en sus mentes para justificar esta empresa; y que todos hayamos pagado por ello.

Concluye el censo, suficiente daño se ha hecho ya por las ambiciones y complejos de unos pocos. No desgarremos más el tejido de la identidad panameña por contar las hebras de cada color.

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Este artículo se publicó el 22   de mayo de 2010 en el diario La Prensa, La Prensa, a quien damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.