Radiografía de nuestro sistema de justicia

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La opinión del Abogado…

ALBERTO ISAAC SITTÓN REYES 
El título de este artículo inicia con la palabra radiografía y no retrato o fotografía, pues, las fotografías y los retratos son demasiado superficiales para ver la ruina que puede haber tras las remozadas paredes de un edificio, o para detectar el cáncer que puede estar minando el cuerpo de una persona bien acicalada. Eso es justamente lo que pasa con nuestro sistema de justicia, que tras las bellas fachadas de los nuevos edificios que alojan los numerosos despachos, nuestras instituciones se encuentran en ruinas, completamente minadas por un cáncer llamado corrupción.

La progresiva decadencia del Órgano Judicial y el Ministerio Público, es un fenómeno ante el cual no concibo que algún panameño pueda mostrarse indiferente. Desgraciadamente la indiferencia no solo proviene de parte de algunos individuos, si no de casi todos los ciudadanos, autoridades, gremios, entidades e instituciones educativas, que solo se refieren a casos aislados, evadiendo hablar sobre el masivo alcance del problema.

Señores no vayamos más por las ramas. El Órgano Judicial y El Ministerio Público han sido minados de tal forma por la peste de la corrupción, que más que estructuras al servicio de la sociedad, se han convertido en el andamiaje a través del cual la corrupción y el tráfico de influencias han escalado probablemente al más alto grado de organización y sofisticación, que jamás tuvieron en nuestro pais. Y ésto queda en evidencia ante el hecho de que cada vez es más frecuente que funcionarios de los despachos judiciales y de instrucción, por encargo de sus jefes, se acerquen a las partes interesadas en procesos con cierto potencial económico, para tantearlas con ofrecimientos de colaboración o promesas de autos y resoluciones que les favorezcan a cambio de sobornos, para luego acabar beneficiando a la parte que ofrezca mejores dividendos. Por esto resultaría más apropiado decir que en este país, en vez de impartirse justicia, se vende justicia, al mejor postor.

A pesar que ésta es una práctica muy extendida en todo el territorio y que la mayoría de los litigantes de este país han recibido este tipo de ofrecimientos, prácticamente ninguno ha presentado las denuncias ante las autoridades competentes, o los medios de comunicación. Esto se debe por una parte, a que hay un grupúsculo influyente de malos profesionales del derecho a quienes no les interesa dar a conocer la problemática, pues no se identifican con ese ideal del abogado, como hombre o mujer de letras, de principios y de leyes, si no con este nuevo modelo de mercenario, que desdeña el profesionalismo, el desarrollo intelectual, humanístico y sobre todo el ideal universal de justicia, porque están perfectamente adaptados a este sistema donde todas sus deficiencias profesionales y humanas, se suplen con el dinero de los sobornos que sus clientes pagan para poder hacer valer sus derechos o para privar a otros de ellos.

La otra razón de la poca divulgación de esta problemática es que los profesionales del derecho honestos prefieren guardar silencio, porque saben que si denuncian a los corruptos, más temprano que tarde, éstos obtendrán sendos sobreseimientos, cortesía de correligionarios que laboran en los tribunales. Mientras que como denunciantes tendrán que afrontar represalias por desafiar a la clase corrupta, como el sabotaje de la mayoría de los procesos y los trámites que realicen en los diferentes despachos, aislamiento en el los ámbitos gremial, político y docente, para sumir al disidente en la decadencia profesional y económica.

Este documento pretende ser un llamado para esa mayoría de abogados honestos, para que en vez de matizar la terrible degeneración por la que atraviesa el sistema judicial, del cual como auxiliares de justicia formamos parte, llamemos a la corrupción así como a los corruptos por su nombre y desterremos definitivamente de nuestra conciencia individual y colectiva la idea de someternos, a los dictámenes de este sistema corrupto. Pues es, la valentía, el idealismo y el arrojo y no el traje costoso, el auto de lujo, ni la oficina ostentosa, es lo que hacen que una persona de entre muchas otras, pueda presumir de llamarse a sí mismo abogado, o abogada.

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<>Artículo publicado el 27  de noviembre  de 2010  en el diario El Panamá América,   a quienes damos,  lo mismo que al autor,  todo el crédito que les corresponde.