Neutralidad heredada

La opinión de….

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Mario Calvit


Hace ya algún tiempo observé que había heredado una de las grandes pasiones de mi madre: el amor por la historia.   A pesar de ser amante de la lectura de diversos géneros, pude observar que mi verdadera predilección se centraba en todo lo referente a la historia de nuestra civilización.

Cuando hace algunos años celebramos el centenario de nuestra independencia me dediqué con gran afán a documentarme sobre los acontecimientos que rodearon el nacimiento de nuestra pequeña Nación. Como el gran general estadounidense George Patton, que utilizaba las antiguas glorias de otras batallas para planificar sus futuras estrategias militares, me pude percatar cómo nuestro país está destinado a jugar un papel dentro de la historia que, una y otra vez, se podría repetir en espiral.  Tal vez pocos recuerdan el tratado Mallarino–Bidlack, suscrito entre Estados Unidos y Colombia cuando aún pertenecíamos a esta última Nación.  Este tratado suscrito con una finalidad comercial, en su cláusula XXXV, mencionaba algunos puntos que deberían respetarse para garantizar el libre desembarco y tráfico de los norteamericanos a través del istmo.

Pues con esta sola cláusula los norteamericanos justificaron múltiples intervenciones militares al istmo, siendo la primera de ellas el famoso e infame episodio de la tajada de sandía. ¿Recordar aquel episodio nos hace recordar la historia reciente? ¿Es aceptable que para que una gran potencia invada un país baste invocar determinada cláusula en algún tratado que así lo permita? ¿O, simplemente, bajo la arbitrariedad que arropa una invasión lo hace, y después los justifica? ¿Bajo qué cláusulas de qué tratado se justificó la invasión de 1989?

Estas son preguntas que me dejan más interrogantes que respuestas, pero dentro de las respuestas lo que sí me queda patente o logro encontrar es el hecho de que la neutralidad del istmo y el libre tránsito a través del Canal son requisitos fundamentales para que Estados Unidos nos permita seguir viviendo como una Nación soberana. No nos llamemos a engaño. Nuestra soberanía tiene un precio.

La enorme responsabilidad de conducir a nuestro país a través de una diplomacia que guarde un perfecto equilibrio con todas las naciones del mundo es una obligación que han heredado nuestro Presidente y su canciller.   No se puede ni se deben ocupar tan importantes cargos sin el previo conocimiento de los datos históricos que involucran a nuestra Nación. La neutralidad no es una opción. Mantenerla es obligación de los gobiernos de turno; en asuntos de Estado debe prevalecer lo que el cargo impone, en este caso, la neutralidad que nos garantice seguridad y la paz de la Nación. Los criterios personales del gobernante deben quedar fuera en este y otros aspectos.

Denotan falta de asesoramiento diplomático y un pobre conocimiento de política internacional las recientes declaraciones desacertadas del presidente Martinelli en su viaje a Israel; la postura de nuestro país en las Naciones Unidas frente al conflicto israelí-palestino; y de nuestra Nación frente al conflicto armado en la hermana Colombia. Por sus implicaciones y posibles consecuencias, tanta imprudencia ha comenzado a provocar serias inquietudes en los verdaderos entendidos de la materia.

Nuevas realidades geopolíticas se ciernen sobre nosotros. Es una de las principales funciones de nuestros mandatarios descifrarlas y adaptarlas a nuestra realidad y a nuestras necesidades. ¿Cómo afecta la situación de Honduras nuestra neutralidad? ¿Cómo afectan las relaciones bilaterales de Colombia y Venezuela nuestra política exterior? ¿Cómo afecta el terrorismo islámico la seguridad de nuestro Canal? Estas son algunas de las preguntas que nuestros mandatarios deben plantearse y que, en mi opinión, deben ser respondidas colocando siempre a Panamá como país amante de la paz, y promotor de la cordialidad y el diálogo entre las naciones.

Como lo mencioné al inicio de este artículo, la historia es una espiral y debe servirnos de espejo para mirar el futuro. Para ello debemos conocerla y recordarla.

Siempre hay tiempo para corregir el rumbo, sobre todo cuando se está al comienzo de un viaje. Pero lo más importante es saber que en este viaje existen cosas que no podemos cambiar y en este caso, es la posición de neutralidad. Ese es el compromiso histórico adquirido con nuestra patria, con las nuevas generaciones, y con el mundo. Eso hay que respetarlo.

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Artículo publicado el 10 de Marzo de 2010 en el diario La Prensa, a quienes damos, lo mismo que a la autora, todo el crédito que les corresponde.