La opinión del Educador…
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Fredy Villarreal Vergara –
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Que la educación panameña está sumida en una crisis, es una información poco novedosa con la que ya llevamos conviviendo varias décadas, tiempo en el que hemos visto pocos o ningún cambio positivo. Los males de este sistema anacrónico aparecen por doquier: problemas de infraestructura, organización curricular obsoleta, falta de una verdadera capacitación del docente, alejamiento escuela–sociedad, poco apoyo de los padres de familia en las tareas educativas y un largo etcétera que ya hemos repetido demasiadas veces.
Por ello, prefiero dedicar estas líneas al verdadero centro de todo proceso educativo: el estudiante, cuyo día de homenaje se celebra cada 27 de octubre.
La vida me ha dado la oportunidad de laborar como docente en una escuela nocturna que además tiene una extendida, donde cada noche he podido observar los auténticos sacrificios de estudiantes que se empeñan con ahínco en demostrarse y demostrar a los demás que la firme convicción que tienen de que la educación es el mayor instrumento transformador de la calidad de vida de las personas, es valedera.
Una noche cualquiera, tras la sesión de trabajo, hay estudiantes que se trasladan a sus casas a caballo o a pie sorteando monte y quebradas, ríos embravecidos y la más absoluta oscuridad, en recorridos que pueden durar hasta dos horas.
El estudiante de la nocturna para quien el sistema no regular representa una segunda oportunidad, casi siempre ocupa el día en su trabajo cotidiano, y dispone de muy poco tiempo para estudiar o elaborar trabajos, y aún así, en la mayoría de los casos cumplen con sus deberes escolares, precisamente porque están comprometidos con su aprendizaje.
Esta experiencia me ha dado la ocasión de presenciar una situación que no podría verse en el sistema regular: madres e hijos como compañeros de clase, donde cada mamá que asiste, de vez en cuando se ve impulsada por el instinto maternal no solo a tratar de captar una lección o de obtener una buena calificación, sino a estar pendiente de lo que hace el hijo, de cómo rinde, de cómo aprende, de ver en qué puede colaborarle; y al contrario, también sucede: a algunos hijos que aprenden sin problemas y a una mayor velocidad que sus madres, los he visto expresar alguna preocupación cuando éstas –convertidas en compañeras de clases– no mantienen el ritmo de aprendizaje que él lleva, olvidando quizás que pertenecen a generaciones diferentes, y que eso en tareas de aprendizaje a veces marca diferencias.
Ante un panorama como este, en el que los estudiantes son realmente inspiradores, uno se pregunta, ¿qué es lo que debemos hacer para que nuestros estudiantes en general sientan esta necesidad de aprender más allá de la simple promoción o consecución de títulos? ¿Qué hay que hacer para desarrollar primero la cultura del aprendizaje y después la de la promoción? Esta es una cuestión sobre la que tenemos que reflexionar. Mientras tanto, en el mar picado de nuestro sistema educativo, seguiré navegando con la infalible convicción de que en educación nada está perdido, mientras expreso mi admiración por estos estudiantes que, como en Tonosí, sé que existen en otras latitudes de la patria istmeña, y que han de ser fuerza impulsadora para la larga travesía que nos espera.
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<> Este artículo se publicó el 1 de noviembre de 2010 en el diario La Prensa, a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.
Más artículos del autor en: https://panaletras.wordpress.com/category/villarreal-vergara-fredy/
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