El abogado y el derecho
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AGUSTÍN SANJUR OTERO
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El natalicio de Justo Arosemena, el día 9 de agosto, sirve de marco para la celebración del Día del Abogado y a la vez reflexionar sobre una de las profesiones que debe rendirle culto a la verdad, inspirarse en los principios éticos y morales que la rigen y, sobre todo, buscar incansablemente la justicia.
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La institución de la abogacía tiene orígenes grecorromanos. En Caldea, Babilonia, Persia y Egipto los sabios hablaban ante el pueblo congregado patrocinando las causas. Es en Grecia donde empieza la abogacía a adquirir forma como profesión. Fue Solón quien primeramente reglamentó la profesión, dando a la abogacía el carácter de función pública y Pericles es señalado como el primer abogado profesional.
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En el mundo de habla hispana fue a mediados del siglo XVI cuando los abogados se empezaron a reunir en colegios (collegium togatorum, nombre que deriva de la toga blanca que debían vestir) y en España, en el año 1495 se dictan las primeras ordenanzas de los abogados. Es a mediados del siglo XVI cuando los abogados empiezan a reunirse en Colegios, siendo el primero el de Madrid en 1595.
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La abogacía, si bien se entiende en sus nobilísimos fines defensivos y mejor se practica dentro de sus naturales tendencias hacia la justicia, es una de las profesiones liberales que más rectamente se dirige al procomún, al beneficio colectivo. Su ejercitante legal, el abogado, desempeña en el seno de la sociedad humana el “sacerdocio del derecho“ , según la elevada frase del Digesto; y sabido es que el derecho, desde su propia natividad, vive, evoluciona y se torna en normas positivas, al calor de aquel supremo principio tripartito que condensa la más perfecta ideología de la felicidad entre los hombres: “vivir honestamente, no hacer mal al prójimo y dar a cada uno lo suyo”. ( “Honeste vivere, neminen laedere, suum cuique tribuere” ).
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El abogado es el perito en derecho que se dedica a defender en juicio, por escrito o de palabra, los derechos o intereses de los litigantes (el abogado litigante) y también a dar dictamen sobre los intereses o puntos legales que se le consulten (el abogado asesor).
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El derecho es un conjunto ordenado y coherente de normas (reglas de obligatorio cumplimiento) que tienen como fin servir y realizar el valor de la justicia, la libertad, el orden, la seguridad, la paz; para lograr la convivencia armónica de los asociados. De allí que el alemán Goldschmit sostiene que el derecho tiende a regular conductas humanas, por medio de normas , buscando la realización de la justicia.
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Cuando el letrado tiene como principal misión o cometido la defensa de los intereses del Estado y el asesoramiento administrativo, entonces estamos frente al abogado oficial. También tenemos los abogados de oficio, los que defienden y representan a las personas de escasos recursos (pobres) en el juicio, principalmente penal.
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El abogado es un cultor del derecho, en todas sus ramas, por lo tanto cualquier acción ilícita riñe, como la que más, con sus altos y nobles principios.
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Tal es la catadura moral que deben tener y ostentar los profesionales de las leyes que Giuratti, en su obra Arte Forense ha dicho lo siguiente: “Dad a un hombre todas las dotes del espíritu, dadle todas las de carácter, haced que todo lo haya visto, que todo lo haya aprendido y retenido, que haya trabajado durante treinta años de vida, que sea en conjunto un literato, un critico, un moralista, que tenga la experiencia de un viejo y la inefable memoria de un niño, y tal vez con todo esto forméis un abogado completo“.
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El hombre vive y actúa en la sociedad sujeto a ciertas normas y reglas; el derecho es, pues, ese conjunto de normas y disposiciones para lograr la convivencia segura y pacífica de los asociados.
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Indudablemente que el hombre no es perfecto y viola constantemente las reglas y los cánones establecidos, y es aquí donde el abogado desempeña un papel de colaborador y restaurador del ordenamiento jurídico violentado, precisamente para lograr el restablecimiento del orden y la paz.
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Se sostiene que la función del abogado en la sociedad, por ser una de las más nobles, por estar colocada jerárquicamente por encima de las demás profesiones, por ser este el custodio del orden jurídico del Estado, de la libertad y del derecho, requiere de parte de los llamados a ejercerla una conciencia definida de sus obligaciones y derechos y una perfecta formación ética. Como lo resume Bielsa: El atributo esencial del abogado es su moral. Es el substratum de la profesión. La abogacía es un sacerdocio; la nombradía del abogado se mide por su talento y por su moral.
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Las bases para el ejercicio de la abogacía, de modo que sea ejemplo para la comunidad, están en “la vida virtuosa, el estudio, el sacrificio, la entrega, la laboriosidad, un estilo decoroso para nuestra profesión”.
Todos los abogados debemos sentirnos orgullosos de ostentar la toga, porque se ha dicho que “de todas las carreras, es, sin duda, la abogacía la que mayor número de conocimientos necesita, la de cultura más amplia y recta, la que mayor y más constante estudio requiere, pues para ser un buen abogado no basta ser un buen legista”.
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El derecho regula la vida del hombre en la sociedad antes de su nacimiento, después de su nacimiento e incluso hasta después de su muerte; y es que el derecho es la fuerza que coordina todas las actividades sociales del hombre; es la síntesis de todas las incontables energías de la sociedad, porque todas ellas se destruirían mutuamente y matarían el organismo social si el derecho, como fuerza soberana, no interviniera para conciliar en una suprema síntesis de equilibrio todas esas corrientes impetuosas de la vida humana.
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Nada mejor que resumir cuanto queda dicho que recordar las palabras de Salustiano Olózaga: “Los que en nombre de la Ley han de defender en los tribunales los derechos, la libertad, la honra, la vida de sus conciudadanos, tienen que distinguirse principalmente por la solidez de su instrucción, por la sobriedad en el deseo de manifestarla, por la elevación de sus sentimientos, por el santo amor de la verdad, y de la justicia, y sobre todo, por el temple y la energía de un alma superior que desprecia los peligros que puede acarrearle su defensa”.
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En tan especial ocasión mis saludos fraternos al nuevo presidente del Colegio Nacional de Abogados de Panamá, Rubén Elías Rodríguez Ávila, jurista comprometido con los problemas fundamentales del gremio, quien hace honor a las palabras de Jiménez de Asúa “el abogado debe saber derecho, pero principalmente debe ser un hombre recto”.
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Salud abogados de mi patria.
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Publicado el 8 de agosto de 2009 en el diario La Estrella de Panamá, a quien damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que le corresponde.
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