La opinión de…
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Magaly Janneth Castillo —
En los primeros meses de Gobierno se realizó una reunión de la Comisión de Estado por la Justicia en la que el ministro de Gobierno hizo señalamientos difíciles de olvidar. Dijo: “Este es un Gobierno que no va a andar de diálogo en diálogo, ni de concertación en concertación. Este no será el estilo de gobernar de este Gobierno. Fuimos electos para gobernar y lo vamos a hacer. No vamos a cogobernar con la sociedad civil”.
Posteriormente, vimos cómo era su estilo de gobernar. La Comisión de Estado por la Justicia no volvió a ser convocada, la Concertación Nacional para el Desarrollo fue poco a poco desconocida y se inició una campaña contra las organizaciones de la sociedad civil más activas en temas de democracia, justicia y lucha anticorrupción; luego siguieron su ataque al movimiento sindical, gremios magisteriales y ambientalistas, entre otros.
Seguidamente se dijo que “cuatro gatos” tenían secuestrada a la sociedad civil y que el nuevo Gobierno quería una comunicación directa con el pueblo. Para ello se organizó un cabildo abierto en el que se intentó opacar a las organizaciones de la sociedad civil que cuestionaban al Gobierno.
Las reformas legales, igualmente, daban una idea de los planes de gobierno: la ley que penaliza la protesta, la reciente “ley 9 en 1” que es un golpe al movimiento sindical y un retroceso en materia de derechos humanos, y finalmente el decreto ley que busca ejercer mayor control sobre el financiamiento de las ONG, todas aprobadas a pesar del rechazo de sectores importantes del país. Estas leyes tienen un fin: debilitar a las organizaciones sindicales y de la sociedad civil.
La forma como fueron aprobadas demostró el irrespeto a la consulta y al diálogo por parte de la Asamblea Nacional y del Consejo de Gabinete. Se trataba de medir fuerzas con el movimiento sindical, ambientalista y la sociedad civil. El discurso de los voceros del Gobierno ha sido de confrontación, con dosis de irrespeto contra toda la dirigencia social del país.
Durante la semana del 5 de julio se iniciaron las protestas en Changuinola y los preparativos de una huelga nacional. Con ello, se producen medidas represivas, entre ellas las órdenes de detención contra dirigentes de los grupos que llamaban a la huelga. Las detenciones arbitrarias ordenadas por los estamentos de seguridad del Estado pusieron en entredicho el sistema de justicia y levantaron aún más el descontento del sector obrero.
No estamos de acuerdo con las huelgas, con la suspensión de clases, ni con los cierres de calles, pero mucho menos podemos estar de acuerdo con gobiernos que, con sus actitudes radicales, crean el escenario propicio para la confrontación y las medidas de fuerza. Nuestro país necesita gobiernos democráticos que fortalezcan los espacios de diálogo, el respeto por la ley y que enseñen, con el ejemplo, la cultura de la legalidad. No puede ser que nuestros diputados y el Gobierno aprueben leyes o tomen medidas contrarias a la Constitución y acuerdos internacionales sobre derechos humanos. ¿Cómo pueden pedir respeto a la ley, si irrespetan la Constitución, si irrespetan al poder judicial, si irrespetan los derechos y garantías fundamentales?
Si no queremos anarquía; si no queremos que se fortalezcan los grupos radicales y si no queremos desorden, entonces dejemos los discursos prepotentes y autoritarios. Promovamos el diálogo, una Asamblea con capacidad para discutir de manera democrática las reformas que el país necesita y fortalezcamos la separación de poderes del Estado. La administración pública no sólo es responsabilidad de gobernantes o funcionarios. Los ciudadanos tienen el deber y el derecho de participar; de “formar parte” de las decisiones que afectan el manejo de los recursos estatales; esta es la clave del buen gobierno. Si nuestros gobernantes no lo entienden, están desubicados y demuestran una gran ignorancia.
El Banco Mundial planteó que la inclusión y participación efectiva de los ciudadanos en el proceso político democrático fortalece la gobernabilidad y permite un buen ejercicio del poder. Es así como surge la necesidad de buscar mecanismos y procesos que permitan el diálogo entre ciudadanos, sindicatos, partidos políticos, empresarios y el Gobierno, abriendo paso a las mesas, comisiones presidenciales, foros nacionales y pactos de gobernabilidad. Estos mecanismos promueven la cultura de rendición de cuentas y con ello un mejor ejercicio del poder. En definitiva, el diálogo siempre es importante y nunca puede ser considerado una muestra de debilidad. Dialogar no es cogobernar, es abrir caminos hacia el entendimiento, la tolerancia a las ideas distintas y a la paz.
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Este artículo se publicó el 22 de julio de 2010 en el diario La Prensa, a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.
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