Somos el producto de nuestros padres

La opinión de la Odontóloga Pediatra…..

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Itzela De Obaldía

Hace poco alguien me comentaba, «somos el producto de nuestros padres», para señalar que mucho de lo que somos hoy, nuestro comportamiento afectivo, social, logros y fracasos está directamente relacionado con lo que influyeron nuestros padres o tutores en nuestra formación.

A nosotros como padres nos preocupa que nuestros hijos asistan a los mejores colegios según nuestras posibilidades, que les brinden información académica actualizada, que conozcan la tecnología de punta, que participen en actividades culturales y deportivas, en fin todo lo que contribuya a su formación, y es nuestro deber alentarlos para que aprovechen todas éstas disciplinas, apoyándolos para que den lo mejor de sí.

Todo esto lo procuramos con un objetivo: que se conviertan adultos responsables y triunfadores, pero al final lo que realmente nos interesa es que sean felices.

Estas experiencias de hecho son fundamentales y positivas en la formación integral de nuestros hijos, pero podrían llegar a ser como piedras echadas en un saco roto, si no las complementamos con otras no menos importantes, aprendidas desde nuestros hogares y que serán decisivas a la hora de definir su personalidad y carácter.

Precisamente la personalidad y carácter del individuo, pesan cada día más a la hora de elegir a los mejores profesionales.

Un triunfador no es solo aquel que obtiene las mejores notas en la escuela, y títulos de las mejores universidades, o quien tiene más dinero, propiedades y un carro último modelo.

Esos son sólo atributos que pueden o no, acompañar a un triunfador, pero que no lo hacen un triunfador. Un verdadero triunfador es aquel que además de haber aprovechado todo el conocimiento que en su momento y dentro de sus posibilidades pudo obtener, sabe quién es y adonde va porque se conoce y está satisfecho con su vida.

Un triunfador sabe que al formar parte de este planeta, tiene una responsabilidad con éste y con todos los seres que viven en él;  no es un ente aislado, es sensible a las necesidades de los demás, sabe tomar las riendas de su vida  y es capaz de enfrentar los problemas con valentía y entereza; y sobre todo, es aquel que es capaz de levantarse cuando se cae.  Es alguien capaz de ser feliz y de hacer felices a quienes le rodean.

Osvaldo Moreno, destacado autor de «Cómo educar hijos rebeldes», menciona la importancia de cultivar en los hijos aspectos importantes como son: fortalecer su carácter con autoridad, entrenarlos en la precariedad, enseñarles a ser parte de un equipo donde todos cooperan, así como también a afrontar los fracasos como algo positivo que los enseña a crecer.

Sobre el ejercicio de la autoridad, Moreno señala que es mejor el “exceso” que la “falta de”, y que la regla para ejercer la autoridad es «no humillar».

Yo puedo añadir, que además la disciplina se debe ejercer con amor, que los hijos sepan que los límites que les imponemos no son producto de nuestro capricho o querer hacerlos sufrir, por el contrario, que tengan muy claro, que aunque les castiguemos por comportamientos inadecuados, no dejamos de amarlos, y decirles que los queremos, no sólo cuando lo hacen bien si no precisamente cuando lo hacen mal, que aprendan a discernir qué es lo conveniente para ellos, y que el amor no significa consentir todo lo que ellos quieren.

En el caso de los adolescentes, puede ser más complicado, pues empiezan a desarrollar sus propias ideas y cuestionan todo, por ello en muchas ocasiones no estarán de acuerdo con nosotros sobre qué es lo que más les conviene. No cedamos ante esas insinuaciones, recordemos que el adolescente, lo es precisamente porque «adolece»,  o sea que le falta, no ha madurado aún, y nuestro criterio, y hasta nuestra intuición de padres deben prevalecer.

El hecho de que los padres ejerzan con firmeza la disciplina, muchas veces les traerá sufrimiento a los hijos. He aquí una buena noticia: el sufrimiento no es malo, de alguna forma puede ser bueno, y además es conveniente. Podemos comparar al sufrimiento con el fuego donde se acrisola un metal precioso, que mientras más encendido, mejor se funde para formar así una joya extraordinaria; de la misma manera el sufrimiento bien enfrentado será capaz de modelar individuos valiosos.

Por duro que nos parezca, no estemos siempre evitándoles sufrimientos a nuestros hijos. En la vida real, y el mundo que les tocará vivir abunda el sufrimiento, y si se lo evitamos, cuando tengan que enfrentarlo, no estarán preparados, y serán como un soldado que no se ha adiestrado para la guerra, y por lo tanto, una presa fácil en manos del enemigo.

Deben saber que no importa cuántas veces tengan que caer, que lo importante será que se puedan levantar, y por paradójico que parezca, mientras más veces tengan que levantarse de una caída, mejor estarán preparados para enfrentar la próxima. Los sufrimientos y fracasos de los niños, manejados con los consejos de unos padres amorosos, desarrollarán en ellos la capacidad y la fortaleza para enfrentar los retos que le esperan en el futuro.

Deben conocer lo que es la precariedad aunque vivan en la abundancia, sólo así podrán enfrentarla si les tocara vivirla, y no sólo eso, sino que también les enseñará el valor de las cosas.

Tenemos también la tentación de darles todo lo que nos piden, y en esta sociedad de consumo, donde nuestros hijos están expuestos al bombardeo comercial, pareciera que nada es suficiente para satisfacer sus gustos.   También la presión social les hace creer que necesitan cosas y si no llegan a tenerlas se sienten desdichados.

¡Qué engaño!, lo peor es que nosotros también llegamos a pensarlo… y muchas veces, sintiéndonos culpables por no pasar todo el tiempo que quisiéramos con ellos, por lo que el trabajo nos exige, caemos en ese juego dándoles cosas, pensando que así los hacemos felices.

Sé muy bien la satisfacción que se siente, cuando vemos en sus caritas, la alegría que les produce recibir algo que estaban esperando. Pero si los llenamos de cosas, sin que se esfuercen por conseguirlas, esa alegría pasará a ser algo rutinario, incapaz de sorprenderlos, y pensarán que todo está allí a su disposición, y se lo merecen.

Deben aprender a ganarse las cosas, digo bien, las cosas, porque nuestro afecto y atención, deben estar seguros de que los tienen siempre.

Por eso dice Moreno en su artículo,» debemos darles un poco menos de lo que piden», para que sepan que todo en la vida merece un esfuerzo.

También hay que entrenarlos en el hábito de compartir, ser solidarios y considerados. Deben saber que hay quienes no tienen nada, que hay quienes pasan hambre, que lo que a ellos les puede sobrar a otros les falta. No hay que perder ninguna oportunidad para enseñarles a ayudar a otros.

En nuestra casa asignarles deberes, aunque tengamos quien se encargue. Esto les ayudará a saber que todos deben ayudar y que no son el centro del mundo. En el mundo real es así, en cualquier empresa, y hasta en las prácticas individuales es necesario que todos aporten, y necesitamos de los demás.   Enseñarles a cuidar no solo sus cosas, sino también las de la naturaleza, porque el mundo también es su casa.

Debemos enseñarles a amar a Dios y a ser humildes. Tienen que saber que aunque sean capaces de obtener logros dignos de ser aplaudidos y que sus acciones en la vida los hagan merecedores de respeto y admiración, que con sus esfuerzos y sacrificios sean capaces de lograr muchos bienes, por encima de ellos está un ser todopoderoso, que les ha creado, y que absolutamente todo lo que tienen es regalo de Dios, que les ha dado dones y talentos para que sepan administrarlos en función de los demás; para poder reconocer eso es necesario ser humildes.

La humildad no es un atributo necesariamente de los que tienen poco, de hecho hay quienes no tienen nada y son muy orgullosos, ser pobre de bienes no te hace humilde, la humildad es otra cosa.  Ser humilde es pensar que el otro es mejor aunque tú tengas más bienes materiales o espirituales. Es saber que te puedes equivocar, que no eres dueño de la verdad, saber que aunque quisieras no eres perfecto. El humilde disfruta de las cosas sencillas porque sabe que los bienes materiales no dan la felicidad y son efímeros.  Es aquel que se solidariza y compadece del necesitado porque sabe que lo que tiene es para compartirlo. El humilde puede perdonar porque sabe que muchas veces necesitará ser perdonado.

Enseñar estas virtudes no es tarea fácil, porque solo se pueden enseñar si se predican con el ejemplo, y tomaré aquí las palabras de Severn Suzuki, una niña canadiense que sorprendió al mundo con su discurso ante la ONU, tratando de exhortarlos a que la ayudaran en su lucha ambientalista: «….mi padre siempre decía, eres lo que haces no lo que dices».

Nuestros hijos no aprenderán a actuar con determinación, a saber lo que quieren y hacia donde van, a ser sensibles, solidarios, cooperadores, responsables, fieles a sus sentimientos e ideas, comprometidos, humildes, en fin, verdaderos triunfadores, si no lo ven en nosotros…y esto cómo decía no es tarea fácil, pero tampoco imposible.

Nunca es tarde para comenzar, aprendamos de nuestros errores con hidalguía. De hecho mis propios errores me han llevado a escribir este artículo. En esta ardua tarea de ser padres, la recompensa a nuestro esfuerzo, se prolongará en el tiempo y dará sus frutos, lo que nos permitirá descansar con la alegría, la paz y la satisfacción que nos da la certeza del deber cumplido.

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Artículo publicado el 29 de marzo de 2010 en Facebook por la autora, a quien damos todo el crédito, el mérito y la responsabilidad que le corresponde.