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La opinión de…
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Rafael A. Fernández Lara –
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Sin duda existen distintas definiciones sobre la sensibilidad, pero la más sensata es la que nos proporciona el Diccionario de la Real Academia Española: “la propensión natural del hombre a dejarse llevar de los efectos de la compasión, humanidad y ternura”; o, según Laurence Sterne: “la sensibilidad es uno de los primeros bienes de la vida y el más bello ornato del hombre”.
Cuando somos sensibles tenemos intuición u olfato para notar en su actitud cómo se sienten los demás, sabiendo o no los pormenores de sus condiciones, para así actuar y favorecerlos de acuerdo a nuestra voluntad y posibilidades.
Aunque algunos no lo quieren reconocer, en el transcurso de nuestra vida todos, sin excepción, hemos necesitado ayuda en algún momento, no hemos querido que nos ignoren y mucho menos sentirnos invisibles por la actitud de otros frente a nuestras dificultades.
La esperada mano amiga, el afecto, la compresión y el apoyo son valores que requieren recibir los necesitados de sus semejantes.
Frecuentemente, algunos individuos se muestran insensibles ante el dolor ajeno. Exteriorizan un sentimiento insensible ante el sufrimiento del prójimo, con un poco importa, no es de mi incumbencia, no debo involucrarme en otros asuntos, basta con los míos para ahora asumir los de otros, rechazando todo aquello que origina fastidio e incomodidad.
Se ve, con frecuencia, apatía de los padres hacia los hijos y viceversa; hombres pudientes que esquivan al humilde, avaros con su acumulamiento de riqueza y deplorable indiferencia hacia sus semejantes, como si aquella fortuna pudieran llevarla después de su muerte. Patrones totalmente ajenos a lo que acontece a sus empleados, sin importarles en lo más mínimo que quizás su rendimiento laboral está siendo afectado por enfermedad, asuntos familiares y otros tantos más. ¿Acaso es esa pasividad indignante signo de fortaleza?
Ante esta cruel realidad cabe preguntarse si el ser sensible es ser débil. Si desde el ver una película triste hasta presenciar el deterioro de alguien querido nos provoca lágrimas, ¿somos por ello endebles?
Creo que la sensibilidad nos hace ver la vida con luces largas, con ella recordamos lo que hemos sentido y sufrido y despierta la voluntad de ser solidario con los que más padecen.
Recientemente, cuando estaba en un supermercado en el exterior, un niño obeso y enfermo de alguna manera, que no llegué a observar, quedó tirado en el suelo ante la mirada angustiada de su humilde madre, que no podía levantarlo. Mientras me acercaba al niño pasaron decenas de personas que no se detenían a ayudarlo. Mi hija, quien me acompañaba, profundamente conmovida me pidió el favor de levantarlo y ponerlo en la silla que sostenía la madre, lo cual hice sin dudarlo un segundo. Reflejando satisfacción en su rostro, ella dijo “gracias papá”, a lo que yo respondí: “Hija, si las personas fueran más sensibles, estoy seguro que viviríamos en un mundo mejor”.
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Este artículo se publicó el 9 de febrero de 2011 en el diario La Prensa, a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.
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