El valor de una persona

.

La opinión de…..

.

Ida Arosemena


Una sola persona ya es el resultado de otras tantas, previamente, y la causante de muchas otras, posteriormente; por ende, una sola persona es el resultado exponencial de la vida y su desaparición afecta a muchas otras, en un efecto mariposa.

Leía hace unas semanas un artículo de opinión que criticaba la disparatada afirmación acerca de la desaparición física de cien mil personas en la invasión a Panamá de 1989.  Ahora bien, lo que me gustaría llamar la atención es de la falta de un criterio oficial sobre las consecuencias de la agresión norteamericana la noche de la invasión, lo que ha provocado entre otras cosas que hoy nos estemos peleando los muertos.

Los organismos pro derechos humanos hablan de una cifra, los norteamericanos hablan de otra, los que defienden la intervención militar en Panamá manejan otra y los deudos, evidentemente, van a dejarle flores a sus cifras al cementerio.

A falta de una comisión de la verdad, integrada por personas ajenas a cualquier partido político o grupo ideológico, no habrá una sola versión de aquello que, al parecer en Panamá, es mejor no hablar.   Mientras no exista un informe oficial que esté al alcance de todos, la muerte siempre pertenecerá al grupo que la reclama y no al país entero, quien es finalmente el mayor deudo que dejó la intervención armada.

En otros países esta práctica ha legado informes que han dado a sus pueblos los elementos históricos para no dejar que quienes detentan el poder cometan los excesos que llevaron a sus gobiernos a graves crisis políticas e institucionales, lo que ha permitido que la tolerancia y el pluralismo político sean elementos armónicos del imperio de la ley.

Países como El Salvador han llevado estos ejercicios históricos a su máxima expresión. El Salvador reescribe su historia y ahora está documentada la pérdida de 100 mil personas en 12 años de guerra civil, la violación de derechos humanos por parte de gobiernos autoritarios, el reconocimiento por parte del Estado del asesinato de monseñor Oscar Arnulfo Romero en 1980, de seis padres jesuitas su empleada doméstica y la hija de ésta, asesinados por el Estado en 1989.

En el museo Monseñor Romero, ubicado en la Universidad Católica José Simeón Cañas, lugar que evoca un sitio de oración y de memoria al mismo tiempo, pensé en la carencia de una sola memoria en Panamá que recoja todos los excesos de 21 años de dictadura militar y que relate la aplastante agresión extranjera que no solamente exterminó el quiste armado de la sociedad panameña, sino que también provocó una ruptura histórica en nuestro país, que dé la pauta para que se erijan los monumentos a las familias que sufrieron la guerra que no pidieron ni provocaron, que se encarcele en las rejas de la historia a los dictadores para que las generaciones futuras sepan quiénes fueron los victimarios y quiénes las víctimas. Solo así volveremos a una sola historia en un territorio liberado

<>

Publicado  el   10  de  enero  de 2010  en   el  Diario  La  Prensa, a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.