Un lamento por el pasado

La opinión de…

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Pedro Luis Prados S.

Con estupor, pero más que todo con gran tristeza, presencié por los medios el pasado 30 de octubre la visita al país de un equipo de evaluación del Comité de Patrimonio Mundial de la Unesco, para determinar la permanencia de los conjuntos monumentales del país en la lista de dicho organismo.

Tristeza sobre todo porque ese día se conmemoraría el septuagésimo octavo aniversario del natalicio de esa extraordinaria panameña que fue la Dra. Reyna Torres de Araúz, forjadora del gigantesco proyecto de rescatar, clasificar y ordenar jurídicamente el Patrimonio Nacional de Panamá.

El Patrimonio histórico–cultural de un país lo constituyen todos aquellos bienes muebles o inmuebles que son parte del pasado de los pueblos que forman la nación y que son elementos de identificación y cohesión colectiva.

Dentro de los mismos debemos reconocer los grandes conjuntos ceremoniales y arquitectónicos, o aquellas viviendas solitarias testimonio de un acontecimiento memorable; los bienes arqueológicos, artísticos, literarios, folclóricos, culinarios y la indumentaria de cada etnia; las costumbres, tradiciones, mitos, relatos y leyendas transmitidas de una generación a otra.   El patrimonio cultural es, en definitiva, todo lo que una sociedad ha hecho desde sus orígenes para hacer sentir su presencia en el mundo, pero, sobre todo, para reconocerse a sí misma. Cuando una nación pierde esa irremplazable herencia, pierde su rostro; deja de ser un país para convertirse en un negocio.

La energía de la Dra. Reyna Torres de Araúz la llevó a la creación de 14 museos en la geografía del país, entre ellos el Museo Antropológico que hoy lleva su nombre –lamentablemente reducido a una vitrina de artefactos arqueológicos sin ninguna lectura museográfica–, la mayoría de ellos en pésimas condiciones o clausurados por inseguros.

Desde la vicepresidencia del Comité de Patrimonio Mundial impulsó la declaratoria de los Conjuntos Monumentales de San Lorenzo de Chagres, Portobelo, Panamá la Vieja y el Parque Nacional del Darién como Patrimonio de la Humanidad; promovió la creación del Museo del Canal con apoyo de ese organismo, y obtuvo el financiamiento y apoyo técnico para el rescate de las riquezas arqueológicas y sacramentales del país.   Sustentó, en susúltimos días de vida, ante la Asamblea Nacional la Ley para la Administración y Protección del Patrimonio Histórico, hoy violada con toda impunidad por propios y extraños.

Investigadora incansable hurgó los orígenes, costumbres y creencias de los grupos indígenas del país compilados en una monumental obra. Con igual vehemencia negociaba con un cacique ngäbe o kuna, en sus lenguas nativas, un proyecto arqueológico; o bien sustentaba en la Unesco una ponencia en varios idiomas. Un empeño de vida soterrado por la ignorancia, el oportunismo y la negligencia en el cual se repite una vez más esa actitud tan panameña de medir todo con la marea política.

La temprana desaparición física de la gestora de estos grandes proyectos precipitó la custodia del patrimonio histórico en el vértigo de la política partidista y con ello desapareció el criterio técnico de su administración. Al igual que su obra, su figura fue sumida en el olvido y el pasado del país en un lamento de cosa perdida.

Por eso, miro con escepticismo el revuelo mediático sobre características y manejo de los símbolos patrios, no porque carezcan de importancia, sino porque empeñados en la pantalla sólo vemos las imágenes que los medios nos venden y olvidamos los empeños, desdichas y frustraciones de quienes hicieron posible su creación.

Nadie recuerda a don Manuel Encarnación Amador, creador de la bandera nacional, destituido por el presidente Arnulfo Arias como cónsul en un país europeo en el ocaso de su vida; sin pensión se ve obligado a impartir clases de dibujo en un zaguán de la Escuela Nacional de Pintura, deambulando en las tardes en los cafés de la Plaza Cinco de Mayo, con el desgastado traje de lana, los viejos zapatos que apenas podía amarrarse por la hinchazón de la gota, esperando que un amigo lo invitara a un café.

La figura de don Nicanor Villalaz, creador del escudo, obligado a trasladarse con su arte a Centroamérica, en donde realiza la mayor parte de su obra y en donde muere a temprana edad, por la carencia de espacio para la actividad creadora.   O el triste drama de don Santos Jorge, destituido como director de la Banda Republicana, puesto concedido por el presidente José Domingo de Obaldía como agradecimiento del país, y remitido con una beca a tomar clases de armonía en el Conservatorio Nacional por imposición de Narciso Garay Díaz, un muy culto, pero arrogante Secretario de Instrucción Pública.

Por eso siempre pensamos que era cuestión de tiempo. Borrada la pasión por el patrimonio nacional, olvidaremos igualmente a sus gestores. Sencillamente, está en nuestra naturaleza.

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<> Este artículo se publicó el 6  de noviembre de 2010  en el diario La Prensa, a quienes damos,  lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.
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Refugios y conflictos

La opinión de…

Pedro Luis Prados S.

La aviación cambió todo el escenario espacial y táctico en los conflictos bélicos. La tradicional trinchera y el parapeto fueron reemplazados por los refugios contra bombardeos y las balas de cañón por las bombas de penetración.   Aquellos países que se prepararon para la guerra, el caso de Alemania e Italia, previeron la construcción de grandes refugios para sus dirigentes y los otros, el caso de Inglaterra, se conformaron con los túneles del metro.   En 1936, tres años después de su ascenso al poder, Adolf Hitler ordenó a su arquitecto, Albert Speer, el diseño y construcción de la Gran Cancillería y con ello el primer búnker desde el cual planificó las campañas iniciales para la conquista del mundo.

Los días de gloria del Tercer Reich –también su derrumbe y tragedia – están vinculados a la historia del führerbunker de la Calle Voss, ampliado en 1943 al entrar Estados Unidos al conflicto.    De allí salieron las campañas victoriosas de la invasión a Polonia, Checoslovaquia y Francia, la anexión de Austria y la ocupación de los Países Bajos.

También allí se diseñaron desastres, como la Batalla de Inglaterra;   la estrategia de Von Paulus para el frente ruso;  la campaña de Rommel en el norte de África y las instrucciones a Guderian para detener la invasión de Normandía. Sus siniestras salas escucharon los susurros de Heinrich Himmler para la “solución final” de judíos y gitanos y las instrucciones de Hitler a Speer para la destrucción de Berlín.   Fue escenario del fallido atentado del coronel Claus von Stauffenberg, del suicidio colectivo de la familia Goebbels y de la inmolación del Führer y su amante Eva Braün.    Grandezas y miserias en un lapso de 100 meses de un régimen que duraría mil años.

La Guerra Fría extendió la fiebre por los refugios perfeccionados para eventuales ataques nucleares. Estados Unidos y la Unión Soviética desarrollaron modernos sistemas no solo para la protección de su dirigencia, sino también para instalar tecnologías defensivas, comandos tácticos y armas sofisticadas.

La conquista del espacio tuvo como contraparte la conquista del subsuelo, al punto que el presidente Kennedy al visitar un búnker construido para su protección señaló: “… lástima que el Pentágono se empeñe en abrir huecos, si nuestro interés son las estrellas”.   A esa fiebre del gusano barrenador del subsuelo no escapó la faja canalera, sitio estratégico por excelencia para los intereses norteamericanos.

La caída del muro de Berlín puso fin a la histeria de los refugios, gran cantidad fueron convertidos en depósitos para chatarra bélica y algunos, como muestra de creatividad, han sido convertidos en millonarias viviendas.   La reversión del Canal y el maltrecho Pacto de Neutralidad inutilizaron de igual forma los búnkers defensivos de la Zona,  muchos de ellos abandonados antes del año 2000, quedando en la memoria de los panameños los supuestos recorridos de los mismos.

Cuando los tambores de guerra han sido acallados por el resonar de las cajas registradoras a nivel mundial y las bases militares han dado paso a zonas inmobiliarias y centros de comercio mundial, ¿qué sentido tiene para los panameños rehabilitar esos recovecos del temor?, puesto que en mi humilde opinión, nadie aspira a establecer en este inestable terruño un régimen que dure mil años.

La rehabilitación del búnker de Quarry Heights es una rememoración perversa de un pasado de temores que todos queremos olvidar y su presencia revierte una cadena de conflictos a los que estuvimos ligados contra nuestra voluntad.   Por eso no nos explicamos que una propuesta gubernamental basada en el cambio quiera traernos de vuelta ancestrales incertidumbres.

Eso me hace pensar, muy malsanamente, que dicha rehabilitación es por la necesidad de un refugio por aquellas cosas que aún no han hecho y que podrían hacer, y por las cuales necesitarían protegerse de una masiva reacción popular o, muy a la ligera, se trata del afloramiento de lo que Erick Erikson llamó en psicología “moratoria adolescente”, comportamiento en que el adulto retiene muchas de sus conductas y fantasías de ese periodo entre la pubertad y el adulto.

Tal vez algunos de los proponentes sueñe aún con épicas batallas, ilusorias tropas y uniformes orlados; es posible que haya quienes tengan juegos imaginarios planeando batallas aéreas contra los ngäbe, dirigiendo divisiones “panzer” contra el Suntracs o la “solución final”para los nasos.   Y… si los locos son más, también están en todas partes.

<> Este artículo se publicó el 28 de septiembre de 2010 en el diario La Prensa, a quienes damos,   lo mismo que al autor,  todo el crédito que les corresponde.

Un año en la Alcaldía

La opinión de…

Pedro Luis Prados S.  —

El más reciente sainete político me hace recordar aquella vieja ranchera de Vicente Valdés, cantada por mi madre durante los quehaceres matutinos:

“Hace un año que yo tuve una ilusión

Hace un año que hoy se cumple en este día

Recordando que en tus brazos me dormía

Y yo inocente, muy confiado te entregué mi corazón”.

Solo un año, no hubo paciencia para más. Si hubiera sido todo el quinquenio diríamos que estamos acostumbrados al sufrimiento o, por el contrario, inmersos en un jolgorio donde prima la diversión y la chabacanería.

Afortunadamente solo fue un año y suficiente para que el Presidente –que tiene una gran capacidad de tolerancia para asimilar los desbarres de sus acólitos– haya dado por terminada la pantomima escénica de la administración de Bosco Vallarino al frente de la Alcaldía capitalina.

Y como nuestra Constitución sirve para arropar todos los fracasos e incompetencias, el defenestrado personaje alude haber sido electo por la voluntad popular y, por lo tanto, no puede ser removido del cargo si no es por una revocatoria de mandato.

Pero lo que no entiende, o no puede entender, es que esa revocatoria ha sido dada ya en múltiples ocasiones por los comentarios de sus propios colegas, la repulsa demostrada en innumerables encuestas, la burla de sus electores ante sus descabelladas ideas, los fracasos de proyectos inconsultos y, sobre todo, el delirante ridículo de sus argumentos defensivos.

Lo que ha hecho el Presidente, esta vez con un verdadero apoyo popular, es hacer efectiva esa revocatoria tácita dada por la inmensa mayoría ciudadana, mediante una comedida solicitud de renuncia.

Como todo tiene su final, ahora resulta que en el cierre del acto el culpable es la víctima y los chicos malos, como en todas las escenas anteriores son los demás.

Al igual que la obligada adopción de la ciudadanía norteamericana cayó sobre las espaldas del presidente Pérez Balladares; la culpa de la emisión del cheque para el viaje de su esposa cayó sobre un pobre funcionario de tesorería; el fracaso de contrataciones de las villas navideñas cayó sobre los concejales del PRD; el problema de la basura fue culpa del alcalde anterior y el de las placas del funcionario que no hizo la contratación, ahora la culpa del fracaso de su gestión son los funcionarios del aliado Cambio Democrático por su incompetencia.

E. Jones en 1908 llamó esta conducta racionalización y la definió como: “procedimiento mediante el cual el sujeto intenta dar una explicación coherente, lógica o aceptable moralmente, a un acto, idea o sentimiento, etc., cuyos motivos quiere encubrir mediante el convencimiento personal. Un mecanismo lógico que parte del justificarse a sí mismo para engañar a los demás”.

En otras palabras, una forma de mentirse a sí mismo para luego intentar convencer a los demás con un argumento en apariencia racional. El autoengaño y la racionalización no es nada extraño entre los panameños, forma parte de la patografía nacional a la par del “juega vivo” y otras pequeñas manipulaciones. Por nuestra mente pasan personajes abanicándose con billetes de cien ante las cámaras; fotos seriadas de una docena de legisladores beneficiarios de inversiones sociales destinadas a niños y madres solteras; contratos leoninos de proyectos dudosos y concesiones amicales de prebendas estatales y todo… absolutamente todo, debidamente justificado en el nombre del pueblo, por las necesidades del pueblo y el inevitable bienestar del pueblo. De manera que el Sr. alcalde no es una excepción y su malestar no es más que una proyección de ese extendido mal nacional.

Lo realmente ponderable es que el Sr. Martinelli se haya dado cuenta de que “algo podrido huele en Dinamarca”, como dijo Shakespeare, y que todas las cosas no marchan como un megadepot utópico. Que todo no es perfecto y sus funcionarios no son la crema de la intelectualidad.

Que la calificación de las encuestas de su primer año de gestión no alcanza un puntaje para la rehabilitación en nuestro sistema educativo. Y, sobre todo, que haya iniciado una depuración que permita a los más capaces y no a los más vocingleros en la campaña, asumir los cargos de responsabilidad y decisión en su gobierno.

Importante, además, que se haya dado cuenta de que a pesar de que los locos son más, no puede mantenerlos a todos en la misma nave (me refiero a la “Nave de los locos” del Bosco, el pintor flamenco, no el saliente) por riesgo de naufragio, y aquellos de los que no puede deshacerse mantenerlos en una jaula que pueda llevar en sus viajes.

Pero sobre todo, y sería lo más valioso, que deje de echar la culpa a los demás de las limitaciones de sus colaboradores y emprenda un programa intensivo de administración moderna de la gestión pública a su equipo de gobierno.

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Este artículo se publico el 10 de julio de 2010  en el diario La Prensa,  a quienes damos, lo mismo que al autor,  todo el crédito que les corresponde.

La espiral de la historia y otras minas

La opinión de…

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Pedro Luis Prados S.

Un desaparecido político nuestro dijo en una ocasión: “la historia se repite en espiral”, no sé si previendo un tercer golpe de Estado o porque leyó algún texto de Nietzsche, anunciando el eterno retorno.

Aunque no soy de los que creen en la repetición de los ciclos históricos, por lo atroz que sería revivir algunos de ellos, no deja de asombrarme la similitud de hechos, personajes y consecuencias de algunos eventos que reiteran ominosas experiencias pasadas.

El pasado 14 de mayo se firmó, en la ciudad de Ottawa, el Tratado de Libre Comercio (TLC) entre Panamá y Canadá, que se venía fraguando con el gobierno anterior desde octubre de 2008 y suspendido por las vicisitudes electorales, pero que fue retomado de inmediato por el nuevo gobierno que cerró negociaciones durante la visita de Stephen Harper, primer ministro canadiense, el pasado 11 de mayo.   Finalmente, el tratado fue suscrito por los ministros de Comercio de ambos países.

Una de las cosas más inquietantes en la firma de la negociación son las declaraciones del ministro de Comercio canadiense Peter Van Loan, quien señaló: “Algunos de los elementos de protección de las inversiones extranjeras [en el tratado] ayudarán a proyectos mineros”.   El ministro canadiense explicó que esos proyectos podrían generar pedidos de equipos mineros y que el TLC permitirá a las empresas canadienses competir con Estados Unidos en un mercado que ha sido tradicionalmente suyo.

Por su parte, su homólogo panameño Roberto Henríquez dijo que la llegada “de inversión canadiense a Panamá con seguridad va a crecer de manera explosiva”, principalmente ahora que el país “ha decidido desarrollar una política seria en el sector de la minería, ya que Canadá es el minero del mundo”.

Reitero lo de inquietante, porque no está clara la naturaleza ni la ubicación de esas concesiones mineras, las áreas de afectación, la tecnología a utilizar ni el impacto en el precario ecosistema de un país tan pequeño y limitados recursos como el nuestro.

Sabemos, no por información gubernamental, sino por un programa del Grupo Albatros, entidad con respaldo internacional y muy seria en sus investigaciones, que en Panamá hay por el momento 109 solicitudes de explotación minera que alterarían 2 millones 400 mil hectáreas; que se han aprobado hasta el momento nueve de ellas con una afectación de 154 mil hectáreas y que las mismas abarcan el Corredor Biológico Mesoamericano, zona de frágil equilibrio ecológico, al igual que zonas importantes de la región montañosa del Darién, de igual riqueza ambiental.

El rechazo a la minería en otros países del continente debe mantenernos muy alertas sobre su instalación en el país. La experiencia de La Alumbrera, en Argentina, puso a las comunidades en contra de las concesiones a las canadienses Meridian Co. y Río Tinto, S.A.; en Arequipa, Perú; Baja California, México, Esmeralda, Ecuador y, más recientemente, en Santa Cruz Quiché en Guatemala, las comunidades han rechazado con movimientos y consultas populares las minas en sus territorios.

Empresas mineras y petroleras han sido demandadas en los tribunales de Estados Unidos y otros países por la violación a los derechos humanos. Tal es el caso de Chevron en Ecuador, Nigeria y Burma; Río Tinto en Papúa Nueva Guinea; Shell en Nigeria; Freeport McMoran en Indonesia; Drummond Coal en Colombia y Exxon Mobil en Indonesia.

Las empresas extractivas contribuyen directa o indirectamente a la violación de los derechos humanos, cuando no generan, conjuntamente con los gobiernos, procesos de consultas adecuados en las comunidades, las desalojan de las tierras reclamadas por las empresas y contaminan los recursos de las comunidades, como son el agua y la tierra, de los que dependen para su vida.

Ahora que el señor Ricardo Martinelli ha sometido a debate un proyecto de ley que garantiza la consulta popular en las decisiones importantes del Gobierno, sería oportuno que encabece su agenda con una consulta a las comunidades en peligro de afectación, para determinar si estas quieren o no los proyectos.   De lo contrario, ese tratado sería una imposición que pasaría de forma expedita en una Asamblea Nacional que, sabemos, toma decisiones unánimes, como otro que ya solo la perversión de la memoria se empeña en recordar en un cíclico retorno y que padecimos casi un siglo.

La espiral de la historia me trae a la memoria una anécdota de triste recordación para el pueblo boliviano sobre el dictador Mariano Melgarejo (1864-1871), según la cual él, deslumbrado por un magnífico caballo blanco obsequiado por el emperador Pedro I del Brasil, tomó una pata del equino, la colocó sobre un mapa de Bolivia y regaló en reciprocidad el área marcada por el casco del animal y, con ello, la región de Acre, de 150 mil km2, un rico yacimiento de gas y carbón mineral, parte de la Amazonia brasileña.

Con la misma celeridad cedió regiones del altiplano a las mineras inglesas, desalojando a sangre y fuego a miles de comunidades indígenas.   Sin embargo, como ahora le toca al pueblo y esto no ocurrirá, puedo seguir leyendo mi periódico al revés, como lo hacía el sátrapa del altiplano –que no sabía leer– y responder a quien me haga ver el error como aquel inoportuno soldado del palacio:  ¡Carajo, el que sabe leer, lee!

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Artículo publicado el 2  de junio de 2010  en el Diario La Prensa, a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.

Hacia una educación planetaria

La opinión de…..

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Pedro Luis Prados S.


Señala Shirley MacCunne, una de las figuras más relevantes en el proceso de modernización educativa en Estados Unidos, que el problema de la educación radica en la doble función que le toca cumplir.    Por un lado, conservar y transmitir los conocimientos del pasado como sustento de los valores y la memoria colectiva, y en este sentido como conservadora de las instituciones.   Por otra, prever el futuro, traducido en conocimientos, habilidades y comportamientos que los jóvenes necesitan cuando asuman roles de adultos.

La transmisión de ese pasado es más fácil de lograr si tenemos claras las proyecciones futuras y, de manera inversa, ese futuro es más accesible si tenemos bien fundados los valores del pasado.   El equilibro entre cultura pasada y demanda futura es crucial cuando se aspira a una reestructuración educativa cuyo producto sea cónsono con las demandas de la sociedad y con la realización del individuo.

La educación no es ruptura del pasado para imponer nuevas formas de desempeño, pero tampoco es la persistencia de la memoria en un anclaje inmutable. Ese pasado cimenta lo que somos hoy, pero también es referente de los paradigmas que nos impongamos para el futuro. Establecer los conectivos que ambos desempeñan en la formulación de la educación que queremos es una tarea difícil, de mucha prudencia y sobre todo de conocimiento, por lo tanto no es cuestión del azar ni de ensayo y error; no es una cuestión del “yo quiero” o “yo puedo” emanado de la voluntad gobernante. Es un producto del consenso racional de toda la sociedad, de la medición científica de las posibilidades y, sobre todo, de la buena voluntad de las partes involucradas en llevar adelante una nueva forma de pensar, de vivir y de actuar que tomará mucho tiempo de gestación y crecimiento.

Memoria del pasado, decisiones del presente, perspectiva del futuro, son instancias que los panameños, desde hace mucho tiempo, no tenemos muy claras.   Ocupados por las tendencias de la oferta y la demanda, la inclusión en el libre comercio, la venta de los recursos estatales y las facilidades a la inversión extranjera, no formulamos las preguntas: ¿quiénes somos y qué queremos? Ansiosos por ser un buen producto en los mercados del planeta perdimos nuestra visión planetaria; más interesados en los indicadores de inversión olvidamos la necesidad de un Plan de Desarrollo Nacional que incluya a la educación como un modelo que nos devuelva el país y a los hombres y mujeres perdidos en la competencia por la globalización.

Si aspiramos a una educación cuya carácter científico sea garantía de una sociedad sana y ciudadanos responsables y productivos, debemos ser vigilantes de que no sea utilizada más como el instrumento histórico de manipulación política por la parte gubernamental, ni de presión consuetudinaria por los gremios. La educación del hombre panameño es responsabilidad de todos los panameños y su dimensión particular y universal corresponde a lo que queremos hacer de nuestro futuro como nación. Asfixiada por los intereses particulares, de autoridades y de los gremios; sometida a los caprichos de ortodoxias ideológicas; campo de experimentación para teorías excéntricas y mercado cautivo para empresarios, nuestra escuela se asemeja más a la isla del Dr. Moreau que a la academia de Platón.

Lograr la educación planetaria –según expresión del filósofo Edgar Morin– que forme a un sujeto capaz de participar en un mundo globalizado dentro de las dinámicas socioculturales, económicas, tecnológicas y políticas no es posible con una transformación curricular que modifique tangencialmente algunos planes y programas de estudios, ni de simple adecuación de infraestructuras o dotación de útiles escolares. Además de las cuatro fuentes tradicionales del currículo –socioantropológica, pedagógica, epistemológica, psicológica–, una transformación curricular que permita colocar a nuestros jóvenes en una escala óptima de desempeño profesional y ciudadano en un término prudencial, requiere de cambios sustanciales dentro y fuera del sistema educativo. Cambios que van desde las orientaciones gubernamentales en proyectos de largo alcance a través de un Plan de Desarrollo Nacional que indique qué queremos y hacia dónde vamos, pero también cambios en la figura del docente como responsable primario del proceso.

Un Plan de Desarrollo Nacional que establezca indicadores claros de nuestras expectativas y proyecciones a mediano y largo alcance, debe ser el producto del consenso racional de todos los sectores de la sociedad involucrados en los procesos de cambios sociales, productividad, desarrollo sostenible y democracia participativa.

Un documento orientador que propicie la creatividad y las formas innovadoras de la gestión pública, pero que cierre el paso a la improvisación y al desgreño. Una formación docente que se sitúe más allá de la simple capacitación o actualización de contenidos y sea la entrada a una innovadora forma de reconversión educativa capaz de cambiar los esquemas de conocimiento, percepción de la sociedad y comprensión de la realidad; que sea cónsona con los grandes cambios en materia del saber y que involucre todos los niveles de educación formal, desde el docente de preescolar hasta el catedrático universitario. Es un buen momento para empezar:  Hagamos camino al andar, ¡ahora o nunca!

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Este artículo se publicó el  1  de mayo de 2010 en el diario La Prensa, a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.

La barba en remojo

La opinión de……

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Pedro Luis Prados S.

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial el clérigo Martin Neimoller (1892–1984) fue liberado del campo de Dachau y por la firmeza en sus creencias durante los ocho años de cautiverio es proclamado presidente del Concilio Mundial de Iglesias Protestantes en la Semana Santa de 1946.

En su discurso pronunció unas palabras muy breves –equivocadamente atribuidas después al dramaturgo Bertolt Bretch– que lo eternizaron en la mente de los hombres libres: “Primero los nazis vinieron por los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista. Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío. Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista. Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante. Luego vinieron por mí, pero para entonces ya no quedaba nadie que dijera nada”.

El silencio siempre ha sido el principal instrumento utilizado para someter a los pueblos.   Esa bella actitud en la poética amorosa se convierte en torturante herramienta cuando se impone en la vida política.

No denunciar aquello que consideramos injusto o bien callarlo porque no nos conviene o favorece a aquellos por los que no sentimos simpatía, equivale a hacerse cómplice de la injusticia y lo que es peor, a la violación de la ley, ese caro principio de convivencia por el cual han luchado todas las sociedades civilizadas.

Luego de los pasados comicios electorales, los panameños nos sumimos en un letargo mediático en espera de los cambios anunciados y expectantes por una transición que auguraba más rupturas que continuidad en los proyectos estatales.

En los primeros tres meses se le dio al Ejecutivo todas las facilidades para que diera rumbos a la administración pública con nuevos criterios gubernamentales, pero lamentablemente los primeros cien días que estremecieron el país no lograron lo esperado, pues la bilis del resentimiento se esparció sobre los empleados públicos, los políticos salientes y sobre los proyectos ejecutados o pendientes. Como la Inquisición, el afán de quemar pecadores estaba por encima de la misión de predicar la palabra.   El pueblo panameño, como buen rebaño, aguardó paciente.

Pasados ocho meses, el panorama es más atemorizante. Una cadena de acontecimientos ha puesto a prueba la solidez de nuestras instituciones y la firmeza de sus funcionarios y sumido al país en un permanente estado de zozobra. No se trata solo de equívocos por inexperiencia, muchos son actos impositivos con claro conocimiento de la norma y a contrapelo de ella. Todo parece orientarse a establecer controles sobre los otros órganos del Estado haciendo uso de mecanismos de presión o de desestabilización de las fuerzas actuantes, pero también de mantener un estado de sitio sobre los adversarios políticos con procesos reales o incoados sobre expedientes inconclusos.

Desde la comedia que significó la escogencia de los magistrados de la Corte Suprema, en donde se hizo escarnio de la sociedad civil, hasta el kafkiano drama de la separación de la procuradora y el nombramiento del suplente, hemos seguido un guión concebido para que nuestro sistema de justicia responda directamente al teclado del Palacio de las Garzas, en el cual la confusión y la distorsión de los preceptos constitucionales ha sido el recurso de la trama, con la consecuente pérdida de credibilidad y crisis de idoneidad.   El resto de la sociedad, distante y silenciosa, ha presenciado los eventos con la configuración mental de quien dijera “la Corte Suprema solo le importa a los ricos”.

El afloramiento de las atávicas prácticas de desviación de fondos, comisiones y prebendas del Legislativo y el sesgo que se le diera al manejo del informe del FIS y la difusión de los actos de corrupción, nos hace pensar en una cuidadosa selección de “chivos expiatorios” con la cual se dará paso a la designación de suplentes comprometidos de forma efectiva con los lineamientos ejecutivos.

Defenestración selectiva que sin duda será expedita por la efectividad demostrada de la Corte Suprema en el caso de la procuradora, pero que también coloca una espada de Damocles sobre el resto del organismo. Con recursos así, no es necesario el incendio del Reichstag.

Sumado a lo anterior, sufrimos el despliegue policivo para protegernos de la delincuencia en los cuales los retenes, requisas y vigilancia reforzados con recursos tecnológicos en cada esquina nos hacen sentir atrapados en un mundo robotizado, como personajes de la novela de H.G. Wells.

Mientras ponemos nuestra barba en remojo seguimos escuchando la matraca inquisitorial que precede las grandes quemas.

Si un mérito tiene el gobierno electo en los pasados comicios, es el haber resucitado la Cruzada Civilista después de veinte años de inacción tras el derrocamiento de la dictadura de Manuel Antonio Noriega.

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Publicado el 10 de febrero de 2010 en el Diario La Prensa, a quien damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que le corresponde.

En la nave de los locos

La opinión de……

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Pedro Luis Prados

Hyeronimus Bosch, mejor conocido como El Bosco (1450-1516), pintó a principios del siglo XVI una de las obras más representativas del renacimiento en la que se pone de manifiesto la naturaleza humana. Sátira cruel, “La nave de los locos” es la simbología de la marginalidad de los enajenados mentales en una época en que los avances médicos eran nulos y la superstición y el fanatismo religioso dominaban el conocimiento.

Dicha nave nunca existió ni recorrió el Rin y sus afluentes sin detenerse, como lo demuestra Michel Foucault en su Historia de la locura en la época clásica, pero lo cierto es que los orates eran víctimas de masivas expulsiones en las ciudades de la Edad Media y deambulaban en los campos formando hordas con leprosos, venéreos y supuestas brujas.

Mucho ha cambiado el tratamiento de la locura y el perfil que figuras como Kreapelin, Bleuler, Freud, Jung, Jaspers y Bateson, entre muchas otras, han dado al estudio y tratamiento de la esquizofrenia es alentador.

Los dementes ahora son objeto de cuidados especiales en que los encerramientos, ataduras y baños de agua fría son cosas pasadas e incluso social, religiosa y penalmente se les exime de responsabilidad por actos que afecten las normativas sociales o legales.

La experiencia clínica y ética en el tratamiento de los pacientes mentales ha logrado niveles insospechados de calidad y que, sin duda, deben ser perfeccionadas. La demencia implica un alto grado de pérdida de realidad y la inmersión en un mundo de fantasías que generan actos irreflexivos, en que los impulsos y la fragmentación de la conciencia son dominantes, de allí que la libertad y la responsabilidad no son categorías para evaluar su comportamiento. El cuidado, protección y sobre todo la exclusión de tareas con excesivas responsabilidades son medidas para proteger a los demás y a ellos mismos de la irracionalidad de sus actos.

Cuando en la pasada campaña electoral observamos que uno de los lemas del actual grupo dominante era “Los locos somos más”, me pareció original y pensé en entusiastas seguidores de Cervantes o de Erasmo de Rótterdam que esgrimían la locura como una forma metafórica de criticar el sistema. Imaginé Quijotes, Hamlets, Werthers, tratando de mantener a flote la nave del Estado, pero en verdad no creí en ningún momento que el libreto se llevara a escena.

Error de apreciación porque la historia del siglo XX está llena de estos casos de locura colectiva en que las masas al son de un jingle, una jaculatoria, una imagen o un mito étnico-racial se desbordan en frenéticas persecuciones contra sus semejantes. Pasé por alto que napoleones indianos, histriónicos fürhers y pequeños duces deambulan insomnes por estas latitudes.

Atónitos contemplamos seis meses de megalomanía, oligofrenia, delirios paranoides, caprichos hebefrenicos, racionalizaciones, mitomanías y alguna catatonia que no transmite ni recibe, extenderse en oficinas públicas sembrando el desconcierto y la inseguridad.

Para satisfacer delirios de grandeza vimos la infantil vehemencia por villas navideñas para el récord Guiness, gigantescas piscinas de arena y el sueño de una babilónica torre en tierras de relleno. Alguna obsesión de santidad, como las purificaciones de Savonarola, tuvo como escenario el asalto delirante a impíos lugares —aunque faltó una buena quema de libros—, seguida por la demolición con pico y retroexcavadoras de muelles y estructuras sin echarle un ojo a los contratos: una dosis de valium y algunas demandas calmaron los ánimos.

Vemos a diario funcionarios culpar a los adversarios, subordinados o contratistas de acciones irresponsables con racionalizaciones próximas al delirio y luego, con lógica aberrante, inculparse ellos mismos; otros en manifiesta colusión, que también es pérdida de realidad, esconden informes y documentos para protegerse ellos o sus socios. Acto seguido, con irrefrenable fobia, se ha procedido a expulsar supuestos fariseos de las instituciones públicas sin contar años de servicio, capacidad, carrera administrativa o cuadro social.

Como en este país de zambos, negros, indios y ñopos no se puede argumentar la pureza de raza se tomó como referente la pertenencia al partido de oposición para ser relevado o de vacaciones y después “ver qué se hace”. Esta obsesión se extendió con las investigaciones de funcionarios de la pasada –no de la antepasada- administración, provocando histeria en todo el sistema judicial y extenderla luego al legislativo con la “coronación digital” de dos magistrados, salpicados por el capricho de un avión nuevo, las contrataciones a voluntad y el mito de la inagotable arca del Estado

El nuevo año nos ha traído, para calmar delirios persecutorios, retenes y cámaras en las principales vías de la ciudad con el pretexto de frenar la violencia, mientras los delincuentes tiran balas en toda la periferia. Y para abreviar, entre planos y fantasmagóricas licitaciones se moderniza el transporte con metrobús, metromito y nuevas rutas en el “lego” de sus creadores; mientras chatarras, canarios, piratas y usuarios se despanzurran en las paradas y carreteras para poder ganar el pan de cada día.

Por el momento han tomado la iniciativa de usar por fuerza camisas del mismo modelo, de manera que todo será más fácil si la cosa se agrava. Mientras, y como siempre hay excepciones, pedimos al ala cuerda del gobierno que sirva de contrapeso y frene al ala demente del mismo, no sea que terminemos todos en la Nave de los Locos bogando a la deriva en las contaminadas aguas de la bahía.

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Publicado  el   27  de  enero  de 2010  en   el  Diario  La  Prensa, a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.

El ABC del Puente Centenario

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La opinión de…..

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Pedro Luis Prados S.

La inauguración del Puente Centenario fue motivo de orgullo para los panameños.   Premiado entre las 10 mejores obras de ese tipo a nivel mundial en ese año, anunciaba nuestro ingreso al primer mundo y sus vías de acceso descubrían a propios y extraños la riqueza de nuestro paisaje en la cuenca canalera.

Pasado un lustro vemos que nuestro entusiasmo y orgullo eran transitorios, pues rápidamente se le impuso a la preciada ruta el ABC que refleja todo espacio habitado del país: anuncios, basura y caliche.

La carencia de programas estatales y municipales encaminados a la protección de sitios públicos, en especial de aquellos ecosistemas de los cuales depende el equilibrio urbano, convierte las iniciativas de unas gestiones en botín de las que le suceden.

Así, el propósito de la anterior administración municipal, de mantener libre de vallas publicitarias la citada vía, ha sido totalmente ignorado por la actual, al permitir la saturación con monstruosas atalayas publicitarias.

Vallas, caliche y basura –en el fondo son los mismos contaminantes– comparten los espacios ante la impotencia de miles de panameños que por allí transitan.

No hay vereda, servidumbre o explanada que no sea utilizada para arrojar el caliche sobrante del crecimiento urbano.  Irresponsablemente los contratistas, constructores y empresas de demolición vierten sus desperdicios en carreteras y vías sin que autoridad alguna se tome la tarea de hacer cumplir la ley; mientras camiones de algunas empresas y recolectores aprovechan cualquier camino vecinal para arrojar su basura y evitar el pago en el vertedero de Cerro Patacón.

Así las cosas, la iniciativa para paliar las angustias de nuestro diario vivir se reducen a una quincena de fantasías navideñas que entre villas y villancicos nos hagan olvidar la miseria cotidiana.

Como extensión de la penuria, todas las carreteras que conectan las ciudades principales o el interior del país han sido invadidas por el ABC –ya no incluimos la letra Ch porque la chatarra tiene mercado –, a tal punto que viajar es recorrer un túnel de vallas descomunales que interactúan coquetas con cúmulos de basura y caliche en natural paridad de condiciones.

Embrutecidos por lo cotidiano no nos percatamos de la curiosidad mórbida conque cientos de turistas recogen en sus cámaras nuestro laberinto de iniquidad.  Extasiados con la aldea global ignoramos los resabios de la aldea tribal.En otros países, España es caso meritorio, las vallas publicitarias han sido reducidas a cero.

El agreste paisaje ibérico, que en mucho tiene que envidiar la exuberancia del nuestro, deja correr la mirada en espacios ilimitados; con muy poco que mostrar quiere mostrarlo todo, en contraste con la perversión de la lógica a que estamos acostumbrados.

Enajenados por la panorámica de lo aberrante ya ni siquiera nos damos cuenta de los mensajes, pues la saturación sólo deja percibir masas cromáticas, algún fragmento de texto e imágenes en precario juego compositivo. Allí donde la creatividad ya no crea y la estética ha sido exiliada, sólo queda el tamaño, la imposición y el terrorismo visual. A todo esto nos preguntamos ¿cómo los anunciantes no se percatan de su mala inversión?

El volumen de los basureros, de los túmulos de caliche y de las vallas publicitarias hace del otrora plácido viaje al interior una experiencia intimidante, pues sólo a un par de metros del borde de las carreteras, gigantes de hojalata y desperdicio forman amenazantes murallas.

La violencia, señala Jürgen Habermas, no sólo se expresa por el uso de la fuerza, en su forma más sutil se ejerce por medios persuasivos para dominar las conciencias, con la intimidación latente en cada símbolo y la amenaza subliminal veladamente impuesta; la reacción ante ella suele ser terrible y avasalladora.

Si en verdad existe la voluntad de cambiar aquellas cosas que aquejan a los panameños, es el momento que el Ministerio de Obras Públicas, ante la incompetencia de los municipios, asuma la responsabilidad y el control de los bienes que jurisdiccionalmente le corresponden y haga el debido usufructo de sus utilidades.

Es imperativo promover una ley que otorgue a esta institución el control de los permisos publicitarios en servidumbres y pasos peatonales; que regule su tamaño, cantidad, altura y ubicación; que se establezca tarifas por pie o metro cuadrado y se proceda a liberar el paisaje que es lo único gratuito que tenemos los panameños como patrimonio de la naturaleza.

Que esos impuestos sean el capital para mantener carreteras, caminos, veredas y servidumbres libres de desperdicios; en fin, para que la D signifique realmente democracia y no ditirambo navideño.

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Publicado el  19 de diciembre de 2009 en el diario LA PRENSA, a  quien  damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que le corresponde.

El lugar donde se habita

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La opinión de….

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Pedro Luis Prados S.
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El pasado mes de noviembre, conmemorativo a la patria, ha sido igualmente dedicado a la exaltación de la ética y los valores para inculcar en los panameños principios morales. Esta doble conmemoración, que parece una simple casualidad, tiene vínculos más profundos en el origen de los conceptos y su significado en las primeras civilizaciones occidentales. Patria procede del latín patrius (patrio) que significa tierra de los padres y deriva en femenino por tener tierra como sujeto, de allí la expresión “madre patria” que encierra la noción de “patria potestad o patrimonio” como suma de bienes materiales y espirituales que identifican la comunidad familiar o social.

Ética deriva del vocablo griego êthos que en su acepción más primitiva significa “lugar donde se habita o morada” y hace referencia a la pertenencia a un territorio. Posteriormente, durante el siglo V a.C, toma dos acepciones de conformidad como se escriba. El término êthos (con e breve) significaba “costumbre o hábitos de hacer las cosas”; mientras que la palabra eêthos (con e prolongada) se refería a “carácter” o modo de ser, tal como lo concebimos actualmente, y tenía connotación política como miembro de la polis o ciudad. Posteriormente, durante la Edad Media, la palabra ética es utilizada por la filosofía para designar la disciplina que tiene como objeto de estudio las normas y la vida moral, y que aún prevalece en nuestros días.

Por otro lado, la palabra moral, de origen latino, procede del vocablo mos que declina en mores que significa costumbre y del cual Cicerón deriva el neologismo moralis, para definir las normas y costumbres que regulan la vida del ciudadano.   La tendencia a utilizar ética y moral como sinónimos es producto de una de las acepciones dadas por los griegos y que aún es aplicada en el presente, pero que en estricto sentido académico tiene sustanciales diferencias.

La iniciativa de hacer coincidir el mes de la patria con el mes de la ética –pues en origen ambos conceptos están vinculados a la relación del hombre con el lugar que habita y comparte con sus semejantes– nos lleva a examinar cómo entre los panameños estas nociones se relacionan con la vida práctica. Si nos empeñamos durante toda nuestra vida republicana por recuperar la soberanía integral en todo el territorio; si luchamos para que nuestra bandera flameara en la Zona del Canal; y si inculcamos en la sucesivas generaciones el respeto y amor por las cosas que nos representaban, ¿por qué la experiencia revela que esos propósitos no son suficientes para hacer a los panameños querer aquello que nos identifica?

Es difícil comprender una situación que revela un acelerado proceso de disolución moral, en donde las formas elementales de convivencia se han perdido en beneficio de un estado de guerra de todos contra todos y de la voracidad del oportunismo y el juega vivo; en donde el espacio que habitamos sufre las más repugnantes formas de contaminación y el carácter (êthos) de los responsables de regentar la polis está en dudoso cuestionamiento. Ese lugar donde se habita y que recibimos en herencia patrimonial es, al igual que nuestro cuerpo, una morada del espíritu colectivo que demanda como el primero amor propio, autoestima y salubridad, el valor de lo que somos sólo se revela por la forma como vivimos.

La campaña de ética y los valores desplegada en el mes de noviembre debe ser una actividad permanente, una forma de vida ética y patriótica de ciudadanos y gobernantes, y una reeducación constante de hombres y mujeres de todas las edades lanzados a las calles de la aldea global sin siquiera haber recorrido los trillos de la aldea rural. Construir una sociedad que responda a nuevos modelos requiere de principios éticos que la orienten en esa difícil formación debe abarcar todas las definiciones que los antiguos daban al concepto:  Respeto al lugar que se habita; carácter individual que consolide una personalidad colectiva digna y responsable, y conocimiento de las normas y costumbres que posibiliten la pacífica convivencia. Lo demás son sólo expresiones que el folclore proporciona a los mitos cotidianos.

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Publicado el  2 de diciembre de 2009 en el diario LA PRENSA, a  quien damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que le corresponde.

El malestar de la cultura

Según opina…

Pedro Luis Prados S.
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El malestar de la cultura

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Los gobiernos en los últimos años y sin distingos de procedencia, han hecho esfuerzos para minimizar el papel del Instituto Nacional de Cultura. De manera solapada en algunos, abiertamente otros, han recortado presupuestos y atribuciones con la excusa de lograr niveles de competencia o de canalizar mejor los recursos.

Es comprensible que cada cual se inclinara a una actividad específica y no necesariamente hacia la cultura, pero debemos preguntarnos por qué todos han propiciado el desmembramiento de esta institución para llevarla a la postración?

Debemos reconocer a Joseph Goebbels, ministro de Propaganda de Hitler, el valor de expresar públicamente su aversión al declarar: “Cuando escucho la palabra cultura saco mi pistola”. Pero dar la cara es un problema de cultura y principios a los cuales los panameños no estamos acostumbrados, de manera que el anonimato orla los autores y el proyecto que pretende anexar el Instituto de Nacional de Cultura al Instituto Panameño de Turismo.

Tal iniciativa revela el desconocimiento de la complejidad del tema y pone sobre el tapete una agenda oculta que han manejado los gobiernos de turno para despersonalizar la sociedad panameña y adecuarla al proyecto neoliberal. Reducir la cultura a expresiones de las Bellas Artes, manifestaciones folklóricas o precarios monumentos históricos para sustentar esta fusión, manifiesta la ignorancia del hecho cultural como núcleo de la cohesión social. Parece que la cultura causa malestar y no por las explicaciones de Freud.

El concepto “cultura” comprende las expresiones creativas, materiales y espirituales, pasadas y presentes, de una sociedad como parte esencial de su articulación y dinámica de comportamiento. Desde los monumentos históricos, bienes arqueológicos, diversidad étnica, la creación literaria y de Bellas Artes, hasta las tradiciones, costumbres, formas de vida, creencias religiosas, artesanía, habla, vestimenta, hábitos culinarios —el ceviche peruano ha sido declarado Patrimonio Histórico del Perú y la comida mexicana incluida como parte del Patrimonio Mundial— y sobre todo los valores que regulan la convivencia, son unos de la innumerables elementos que identifican una sociedad y contribuyen a su permanencia.

La defensa, preservación y sobre todo la difusión de la cultura es un compromiso primario en toda nación madura, porque se concibe la identidad cultural como basamento de la identidad nacional.

Cultura y Nación son inseparables como partes del Estado Nacional, la rigurosidad de las normas que la protegen y el fortalecimiento de los organismos responsables de su difusión es política de Estado. Entre nosotros la inversión de categorías es escandalosa, pues no sólo se estrangula la institución limitando recursos y la injerencia en su especialidad, sino querer subordinarla a los intereses económicos del turismo como componente de las noches de casino y torneos de pesca.

La despersonalización del panameño con una educación enajenante y las aberraciones de los medios de comunicación, culmina con la destrucción de los referentes históricos-culturales que evocan situaciones y valores diferentes a las “competencias” necesarias para un buen productor de bienes y servicios y el consumidor ideal requerido por el mercado.

Los discípulos del ideólogo nazi no sólo han usado sus 11 reglas de la propaganda, sino que han dado facilidades para borrar edificios icónicos del Casco Viejo, caricaturizar la museografía del Museo Antropológico, arruinar los museos regionales, pauperizar las escuelas y centros de arte y sumir en el abandono los sitios arqueológicos y conjuntos monumentales, sin contar con la impunidad por el robo y trasiego de bienes arqueológicos.

Todo está consumado. Disolver al Instituto de Cultura en franquicias hoteleras y noches de discotecas no es difícil. Ya veremos al Ballet Nacional distraer las cenas de convencionales europeos o a la Orquesta Sinfónica acompañar turistas japoneses en la chiva parrandera. Todo es posible en esta tierra de “la pollera, el tamborito y el Canal de Panamá”. Sólo me queda una “propuesta a los proponentes”: fusionar el Instituto de Cultura con la Dirección de Aseo o la Autoridad del Ambiente, posiblemente logremos ciudadanos amantes de la limpieza o ecologistas convencidos, eso también es cultura.

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Publicado el 12 de agosto de 2009 en el diario LA PRENSA, a quien damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que le corresponde.

¿Para qué lado salto?

¿Para qué lado salto?


Pedro Luis Prados S.

Las postrimerías del actual mandato ha revivido una ancestral práctica entre los servidores públicos en todos los niveles, consistente en saltar al otro lado del charco en busca de una laja más segura. Pero en esta ocasión el salto no solo va acompañado de un nuevo croar, sino del lodo que intencionalmente echan sobre sus viejos socios en el descomunal brinco de sus patas traseras.

Con perplejidad hemos contemplado en los últimos meses –con mayor persistencia en los últimos 15 días– los movimientos de aproximación de funcionarios públicos de todos los niveles a los estamentos del próximo grupo gobernante, para mostrar su disponibilidad y buena voluntad en la gestión que éstos acometerán el primero de julio. Naturalmente que eso está muy bien, pues hay que darle continuidad a los proyectos gubernamentales y la entidad nacional es solo y a ella todos pertenecemos.

Lo lamentable del asunto es que ese acercamiento, que debe ser expresión de la convivencia como auténtica virtud democrática, está empañado por las oscuras prácticas del oportunismo y el juega vivo, genéticas taras del panameño. Comprendemos que lo hagan trabajadores y funcionarios ubicados en las escalas más bajas de los niveles de mando, puesto que de esa humilde posición depende el pan que deben llevar a diario a sus casas y que la contracción del mercado laboral solo ofrece incertidumbre y nuevas necesidades.

Pero hay otros, ¡y de todo hay en la charca del Señor!, que luego de haber detentado cargos públicos de relevancia nacional por distinción del partido o el gobernante saliente, no escatiman esfuerzos para demostrar su valía y tenacidad llevando su obsecuencia a los niveles más degradantes. Para ello a diario se obstinan por investigar, regular, rectificar o proponer medidas o acciones que nunca se preocuparon en hacer durante los años que detentaron sus cargos, sino que empañan, distorsionan o tratan de enlodar la capacidad o desempeño de sus propios copartidarios o aliados en el poder con el propósito de justificar su nueva posición.

Comprendemos que la justificación o racionalización de los actos es una conducta humana impulsada por la necesidad de compensar las culpas con explicaciones racionales, y entre ellas el descargar la culpa en los demás es una de las más frecuentes. Sin embargo, frente a ese impulso de eludir las responsabilidades y mostrar un rostro a los semejantes que refleje lo mejor de nosotros,están las implicaciones morales que se desprenden de estas actuaciones, y aunque pensemos que convencen fehacientemente a los demás, éstos desenmascaran entre risas y comentarios la “mala fe” encubierta tras el discurso.

Y es que el problema no solo está ceñido por los valores de ética personal que determinan la integridad y probidad del sujeto; también es un problema de valores estéticos, de la elegancia con que se hacen las cosas. Algunas personas pueden dejar entrever el diplomático manejo de Fouché tras la caída napoleónica, o el vulgar arribismo de Antonio Pérez en los entuertos inquisitoriales de Felipe Segundo. De suerte que se puede salir de la laguna con los brincos del sapo pringando de lodo a sus compañeros o se puede nadar con la elegancia y el cuello en alto de un cisne, todo depende de la calidad de personas que queremos ser, lo cual me recuerda las palabras de mi abuela a una muy poco agraciada prima: “¡Fea, pero decente, hija mía… fea pero decente!”.

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Publicado el 20 de junio de 2009 en el diario la Prensa, a quien damos todo el crédito que le corresponde.