Saber elegir es vivir responsablemente

La opinión de…

José María Estrada Solórzano

Todas las cosas que hacemos y pensamos están guiadas por la profunda necesidad de satisfacer necesidades percibidas como imprescindibles o para curar dolores insoportables. Si bien es cierto que en la mayoría de los casos la lógica convence,  es la emoción y la pasión la que nos motiva a actuar.

En el proceso de actuar solo unos pocos prefieren la verdadera libertad de pensamiento y acción; la mayoría no busca más que amos.   A tal efecto la persona está dispuesta a entregar su libertad a cambio de que el amo perdone sus pecados por intermedio de unos cuantos ayunos, unos cuantos padres nuestros y ave marías, unos cuantos ritos diarios o anuales y la nunca olvidada limosna o dádiva, contante y sonante o en especies, vía el representante local o vía teletón.

Es cierto que se hace necesario aceptar la imperfección de los sentimientos para poder arriesgarse a sentirlos y vivir con ellos, aunque sea por el tiempo necesario para lograr cambiarlos.

Pero por otro lado las personas no se arriesgan a sentir porque temen ser heridos emocionalmente. Necesitamos aceptar y encontrar los valores que nos importan aun en las imperfecciones de los demás, por la sencilla razón de que este es el estado natural de los seres que nos rodean. Y que demás está decir, tenemos que convivir con ellos so pena de quedar aislados emocionalmente en el tiempo, en el espacio, en el conocimiento y en el sentimiento.

La necesidad de saber elegir es un imperativo irrevocable e irrenunciable.  Un ser humano ignorante y hambriento es fácilmente manipulable.   Es un hecho comprobado que el ser humano desde su primera crisis existencial necesita del componente espiritual para tratar de entender lo que no puede explicar racionalmente.

El tupido velo de la ignorancia académica, la incapacidad de ejercer libremente el pensamiento crítico, la conveniencia de transferir sus pecados a un ser supremo que todo lo perdona y promete la vida eterna a cambio de la esclavitud emocional que no cuesta nada al pecador, atizada convenientemente por la religión, es el caldo de cultivo de la irresponsabilidad y la falta de respeto del ser humano para con el prójimo. La venta y compra de indulgencias tiene hoy en día muchas máscaras.

La búsqueda del Dios de cada uno es un desafío individual. Cada persona es responsable de su propia búsqueda, pues si bien es cierto que un hombre con sabiduría puede compartir sus experiencias, jamás podrá compartir sus resultados.

La educación hace al individuo fácil de guiar, pero muy difícil de manipular; hace al individuo fácil de gobernar, pero muy difícil de convertirlo en esclavo. Y la educación, tanto la del hogar como la académica, son las cosas más importantes que los padres responsables pueden heredar a sus hijos. No olvidemos que lo más importante en la vida no es lo que se ha perdido en el camino, sino lo que se logra hacer con lo que nos queda. Es oportuno recordar la expresión del filósofo: “He sido un hombre afortunado; en la vida nada me ha sido fácil”.

Es bien conocido que el dinero puede comprar un libro, pero no el conocimiento dentro del mismo; el dinero puede comprar la mujer que nos parió, pero no la madre dedicada y responsable; el dinero puede comprar un reloj, pero no el tiempo que marca ni el perdido; el dinero puede comprar al hombre, pero no a un padre con ataduras inquebrantables; el dinero puede comprar una casa. pero no un hogar responsable; el dinero puede comprar el espejo, pero no la conciencia que nos mira; el dinero puede comprar una noche de pasión, pero no un día lleno de sacrificio y paciencia; el dinero puede comprar la tecnología, pero no más tiempo con la madre inolvidable.

Según Aristóteles: “Todos los seres humanos tienen naturalmente el deseo de saber”.   Y no hay religión alguna que pueda impedirlo. Según san Agustín: “He encontrado a muchos que querían engañar, pero ninguno que quisiera ser engañado”.   Los obispos, jeques y rabinos deberían tomar nota.    Según Einstein, “La ciencia sin religión está coja, la religión sin ciencia está ciega”. Yo añado. Los buenos ratos hay que fabricarlos porque los malos llegan solos.

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<> Este artículo se publicó el 25 de diciembre de 2010  en el diario La Prensa, a quienes damos,  lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.

El poder de uno es hacer algo

La opinión de…

José María Estrada Solórzano

Vivir la vida responsablemente es una proposición muy seria y que a menudo pasa desapercibida. Sus implicaciones son vastas y sus consecuencias producen mucho dolor y profundas satisfacciones, que no son apreciadas en su justo valor en el momento en que ocurren.

Vivir la vida responsablemente significa una búsqueda continua del equilibrio entre el pensamiento y los sentimientos. Es un proceso de integración inaplazable de los distintos componentes de cada experiencia.

La verdadera experiencia es un encuentro dinámico. No es lo que le ocurre a una persona, pero más bien lo que esta persona hace con las lecciones vividas y aprendidas. Como decía un distinguido filósofo de la antigüedad: “la última prueba de una experiencia, es, una vez que se vive, usarla”. Nosotros humildemente nos atrevemos a añadir: “usarla en el lugar adecuado, en el momento preciso y con la persona apropiada”.

Las lecciones aprendidas no se pueden desperdiciar, pues las interacciones interpersonales requieren y consumen tiempo y energía. Cada momento vale su peso en oro. Se hace necesario vivir cada instante como si fuese el último en el sentido de no dejar para mañana lo que se puede hacer hoy. Hay que vivir impecablemente, lo cual no significa perfección. Eso no existe. Vivir impecablemente significa: no mentir; realizar las actividades laborales y profesionales con cariño sin necesariamente crear vínculos emocionales; cumplir con sus responsabilidades vitales sin esperar algo a cambio; entregarse sin temor, con honestidad y sin recato, cuando llegue el momento; ser humildes en la adquisición y jerarquización de los valores éticos y morales y ser consistentes y continuos en la aplicación de los mismos; no ser esclavos del dinero ni de la religión; entender la verdadera amistad como si fuese una sola alma ocupando dos cuerpos distintos; poder y querer ver el éxito detrás de cada fracaso; vivir con temor pero sin temor a vencerlo; que haya congruencia entre la acción, la verbalización, el pensamiento y el sentimiento de cada vivencia. En resumen: ser íntegro, que significa hacer lo correcto cuando nadie nos está mirando.

Un comentario final. Recientemente hemos leído en este prestigioso diario, cuatro o cinco artículos sobre el “fundamento religioso de la ética y la moral”. Este es un tema para otro artículo, pero no podemos evitar un comentario inicial. Es absurdo sostener la tesis de que la ética y la moral requieren de un fundamento religioso. La ética y la moral están fundamentadas en la búsqueda sin fin de la verdad de las cosas; unos lo llaman conocerse a sí mismo.

Cada individuo tiene la responsabilidad de la búsqueda de sus propias verdades, proceso en el cual puede fallar, en cuyo caso se convierte en un enano emocional, que lo empuja irremediablemente a la muleta religiosa. Este es un individuo que no llegó a conocer a su dios, ese conjunto de valores morales y éticos que son los que nos impiden que nos ahoguemos cuando la cuerda aprieta. Después de todo, es de sabios retirarse de toda compañía, cuando se necesita reflexionar.

A este punto el lector debe comprender que estamos proponiendo la necesidad inherente del ser humano de la búsqueda de su propio dios, una búsqueda sin fin en nuestro criterio. Es cierto que para que las cosas tengan sentido y propósito en el diario vivir necesitamos objetivos. Pero debemos entender que este objetivo no es un fin ni el fin, pues se sabe que una vez que el objetivo se alcanza, deseamos otro objetivo.

Deseamos, pues, establecer una separación clara entre el dios de cado uno (aproximadamente 7 billones de dioses) y el Dios de cada religión (ponga usted el número), cualquiera que este sea. Una lectura desapasionada de la historia demuestra los múltiples errores y crímenes realizados por los creyentes y representantes de la religión, todos cometidos en el nombre de Dios, cualquiera que este sea. No olvidemos, como dijo un filósofo, que no es difícil tener éxito, lo difícil es merecerlo.

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<> Este artículo se publicó el 30  de noviembre de 2010  en el diario La Prensa, a quienes damos,  lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.