Gestión del agua, consumo y sostenibilidad

La opinión de…

 

Graciela Arosemena Díaz

La sostenibilidad de una ciudad está condicionada directamente por la capacidad de carga del territorio del que obtiene recursos para funcionar y abastecer un número de habitantes: materia, agua y energía. De manera que en el último mes, el agua ha puesto a prueba la sostenibilidad de la ciudad de Panamá y no ha aprobado.

La falta de control del crecimiento de la ciudad, la falta de modernización de los servicios de agua potable y la deforestación de las cuencas, junto con la acción de eventos climáticos extremos ha desestabilizado el sistema. Pero hay un tema que es crucial en la gestión sostenible del agua: la cultura en su consumo.

Panamá es el mayor consumidor per cápita del vital líquido en Latinoamérica, a razón de cerca de 350 litros/persona/día. Cuando en países desarrollados se consumen unos 200 lts/persona/día, considerados ya un despilfarro. La ciudad de Panamá hasta ahora había vivido bajo el espejismo de que el agua que consume es un recurso ilimitado, cuando no es así. Hoy ha escaseado porque ha llovido en exceso; mañana puede ser que no llueva suficiente. Así es la dinámica del cambio climático. Y lo ocurrido recientemente evidencia que este cambio ya es una realidad en nuestro país, pero también que nuestro sistema urbano no se está preparando para adaptarse a los efectos del cambio climático.

No olvidemos que las ciudades son los sitios de mayor vulnerabilidad ante este fenómeno. Las ciudades distorsionan los ciclos naturales, como el del agua. Toda el agua lluvia que cae sobre la ciudad de Panamá, ¿a dónde va a parar? Se pierde en el alcantarillado, o peor aún, es responsable de inundaciones; dependiendo entonces de un agua potable que debe recorrer kilómetros hasta llegar a nuestra ciudad. Si este sistema falla, la ciudad se desabastece por completo. Panamá no puede perder más tiempo. Mientras que ciudades del mundo están desarrollando planes para adaptarse al cambio climático, aquí estamos pensando en torres financieras…

¿Qué es lo más inmediato que se puede hacer? Pues comenzar por cambiar el modelo de consumo de agua, mediante campañas de sensibilización. A mediano plazo, establecer normativas urbanísticas que exijan medidas de ahorro y de reciclaje de agua en los diseños constructivos de viviendas y comercios; disposiciones que no representan una mayor inversión en los proyectos.

Por otro lado, promover sistemas de captación de agua lluvia y almacenamiento para el consumo local. En resumen, integrar la gestión del agua en las políticas urbanas. Estas medidas, que podrían reducir el consumo en más de un 40%, son ya una realidad en otros países, cuyo desarrollo no se basa en las apariencias sino en el fondo.

Estas estrategias deberían aplicarse paralelamente a la modernización de los servicios públicos de agua potable. Lo que no podemos hacer es poner todas nuestras esperanzas en una nueva potabilizadora, de lo contrario, en poco tiempo quedará también obsoleta y no sólo seremos más insostenibles, también seremos irremediablemente más vulnerables al cambio climático.

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Este artículo se publicó el 19  de enero de 2011   en el diario La Prensa, a quienes damos,  lo mismo que a la autora, todo el crédito que les corresponde.

Caminante, no hay camino…

La opinión de…

Graciela Arosemena

Ir a pie es el más antiguo de los modos de transporte y,  sin embargo, es una alternativa de movilidad sostenible que parece haber sido dejada de lado a la hora de planificar el transporte urbano.

Ese “olvido” tiene como consecuencia que caminar por cualquier acera de Panamá sea un verdadero sorteo de obstáculos, que bien podría ser tema para desarrollar un video juego.    Hay que esquivar alcantarillas abiertas, basura de diversa índole, aguas estancadas, o tal vez uno se puede aventurar a caminar por una “no acera”.

También debemos lidiar con los vehículos que van a toda velocidad, sufrir el tormentoso ruido de sus motores y bocinas, y respirar los gases contaminantes de sus tubos de escape. Y, por si fuera poco, cruzar una calle o avenida es una labor casi kamikaze.

Este es el resultado de vivir bajo la dictadura del transporte motorizado, y si bien es cierto que existen graves problemas de tránsito, potenciar el transporte peatonal para desplazamientos cortos de hasta 800 metros, no solo ayudaría a descongestionar sino que además se reducirían las emisiones nocivas, entre ellas las de efecto invernadero asociadas al transporte.

De manera que el gran protagonista de esta ciudad son los vehículos, haciendo gala de nuestro insostenible modelo de ciudad.   Pero, ¿y dónde están las personas? La mayoría ha sufrido una mutación de tal forma que el automóvil se ha convertido en una extensión de ellas, y las pocas que se ven caminando son aquellas que no tienen la capacidad monetaria para comprar un automóvil, dejando en evidencia un inaceptable clasismo en la movilidad urbana.

Por otro lado, los proyectos estrella de transporte público, orquestados por el Gobierno, son el Metro y el Metro Bus, y se espera que alivien la congestión vehicular;   pero no debemos olvidar que las personas para poder utilizarlo necesitan ser primero peatones, ¿cómo se puede concebir que la gente se juegue la vida en aceras tercermundistas, para poder acceder a un transporte público de primer mundo?   Es una incongruencia absurda.

Se requiere, con urgencia, una equidad en la gestión de la movilidad, que sea democrática y que todos los modos de transporte sean considerados, incluyendo el peatonal. Pero esto implica construir aceras cómodas y suficientemente amplias, deben ser generosamente arboladas para proteger de la radiación solar, y, también, para romper la intensidad de las gotas de agua lluvia y minimizar su efecto sobre los peatones. Las aceras deben ser seguras, y conviene definir un programa de educación vial y peatonal, acompañado de un sistema de sanciones efectivo.

Es preciso, por lo tanto, pensar no solo en las necesidades de los conductores que desean viajar más rápido, sino en los peatones y en los usuarios del transporte público.

Las políticas urbanas tendrían que potenciar el transporte peatonal a través de un plan de movilidad peatonal. El peatón debe recuperar el espacio urbano y exigir su lugar para poder circular.    No hay otra ciudad que represente mejor el poema de Machado que dice: “Caminante, no hay camino”.

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<> Este artículo se publicó el 29  de noviembre de 2010  en el diario La Prensa, a quienes damos,  lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.
Más artículos del autor  en: https://panaletras.wordpress.com/category/arosemena-diaz-graciela/

Ciudades, la clave del cambio climático

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La opinión de….

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Graciela Arosemena
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Desde el año 2008, por primera vez en la historia, más de la mitad de la población mundial vive en las ciudades, y la tendencia es que este fenómeno vaya en aumento.

Esto nos debe preocupar, ya que las ciudades y su actual modelo insostenible, son responsables de gran parte de los problemas ambientales del planeta, incluyendo el cambio climático.

A pesar de los escépticos, los informes del panel intergubernamental sobre cambio climático (IPCC, por sus siglas en inglés) sostienen que hay evidencias concluyentes como para constatar la influencia del dióxido de carbono (CO2) antropogénico sobre el cambio climático, y las ciudades son responsables de generar cerca del 70% de ese CO2.

Irónicamente, las ciudades son vulnerables a los desastres naturales asociados al cambio climático que ellas mismas están provocando. Y el riesgo es aún mayor en ciudades costeras como la nuestra. Las urbes son, entonces, relevantes en la implementación de estrategias contra el cambio climático, de hecho a través de la planificación urbana pueden reducirse las emisiones de CO2, a la vez que se resuelven problemas ambientales y urbanos como la contaminación, los residuos y el transporte. El reto es vincular el cambio climático con las prioridades ambientales y el desarrollo local.

Una ciudad que tienda a reducir la dispersión urbana, que posea un transporte público eficiente, que defina una normativa de eficiencia energética en la edificación, puede reducir la huella de carbono de la ciudad y al mismo tiempo mejorar el funcionamiento y la calidad de vida de los ciudadanos.

Nueva York, Milán, Singapur, son algunos ejemplos de ciudades que han tomado en serio el cambio climático; Panamá tiene todo por hacer, en un momento en el que el modelo de ciudad es determinante para el planeta.

En diciembre próximo se celebrará la reunión de Copenhague contra el cambio climático, donde 180 países se esforzarán en conseguir un acuerdo, en medio de sus propios intereses políticos. Mientras el mundo decide, el calentamiento global está en marcha y si no actuamos rápidamente, además de provocar graves desajustes ambientales, la merma de especies y el aumento del nivel del mar, el mundo perdería hasta el 20% del PIB anual indefinidamente, según el Informe Stern sobre la Economía del Cambio Climático. En cambio para prevenirlo se necesitaría un 1% del PIB mundial.

Aunque este fenómeno climático es de carácter global, su prevención sólo puede alcanzarse mediante acciones locales, y las ciudades son un escenario local que puede actuar sin esperar a pactos globales, convirtiéndose en poderosos agentes de cambio.

Es imprescindible introducir el criterio de vulnerabilidad y riesgo climático en el diseño de políticas urbanas, y orientarlas para la reducción de emisiones de CO2 y la prevención de los efectos del calentamiento global. Es especialmente preocupante que hasta ahora Panamá esté haciendo todo lo contrario, desconocer el medio ambiente en favor de una política urbana cuyo principal criterio es el desarrollo inmobiliario.

La ciudad de Panamá necesita urgentemente un plan de acción en materia de cambio climático, cimentado en la seguridad de nuestra ciudad y del planeta, de lo contrario seremos víctimas de nuestra propia imprevisión.

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Publicado el 26 de noviembre de 2009 en el diario LA PRENSA, a  quien damos, lo mismo que a la autora,  todo el crédito que le corresponde.

La cenicienta de la agenda política

Medio Ambiente
LA CENICIENTA DE LA AGENDA POLITICA


Graciela Arosemena Díaz

Recientemente el Laboratorio de Investigación del Sistema de la Tierra, de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos (NOAA), que depende del Departamento de Energía, elaboró un informe sobre el cambio climático, en el que se advierte a los políticos que ahora es el momento para remediar los daños causados por la contaminación, “de lo contrario, lo peor está por venir”.

¿Son conscientes nuestros candidatos a la Presidencia de esta advertencia?

El cambio climático no es una predicción apocalíptica, es un hecho real. Las emisiones de CO2 de origen humano están cambiando los patrones de precipitaciones en el planeta. Según la ONU el año 2007 tuvo un número récord de inundaciones, sequías y tormentas en el planeta, previendo un “cambio climático desastroso”. Bocas del Toro aumenta la estadística de 2009.

Otro indicador es la alarmante declinación de las poblaciones de anfibios, asociados al cambio climático, incluyendo nuestra ranita dorada.

Por otro lado, es posible dimensionar el impacto sobre el planeta de nuestro modo de vida, a través de la huella ecológica. La cual es definida como la superficie de territorio ecológicamente productivo necesario para producir los recursos utilizados y para asimilar los residuos producidos por una población dada. Según estimaciones del World Wildlife Fundation en su Living Planet Report de 2008, Panamá tiene una huella ecológica de 3.3 hectáreas globales/persona, de las cuales una hectárea es de emisiones de CO2. Una huella sostenible exigiría limitarse a 1.8 hectárea. ¿Qué quiere decir esto?, que si toda la humanidad consumiera como los panameños, se sobrepasaría la capacidad de carga del planeta, se requerirían dos planetas Tierra.

Panamá, está entregada a un modelo de sobrecrecimiento económico a imagen y semejanza de países del norte que ahora se encuentran en graves problemas económicos y que son máximos responsables de los problemas ambientales globales. Convendría ser conscientes de que la finitud de la Tierra es un hecho ineludible y ni el capitalismo, ni la globalización lo pueden cambiar.

¿Qué medidas de reducción de nuestra huella ecológica proponen los candidatos a la Presidencia? ¿Cómo plantean que podemos reducir nuestras emisiones de CO2? Las soluciones a los problemas ambientales hace mucho que dejaron de ser únicamente conservar espacios naturales. Se necesitan cambios en nuestro modelo de crecimiento, de consumo y del uso de recursos. Precisamos de un plan ambiental ya que los cambios requeridos son estructurales, más allá de los insuficientes mecanismos de desarrollo limpio.

Debemos exigirles a los candidatos a Presidente que definan propuestas sustanciales en el tema ambiental, que todavía es concebido como un asunto ornamental, cuando realmente es un tema central. La Tierra es un macrosistema integrado que no conoce fronteras ni líderes políticos, pero necesita que estos dejen de ignorarla.

El próximo Presidente/a de Panamá, tiene una responsabilidad moral, lo que haga o deje de hacer será crítico, y de ello depende cómo pasará a la historia, como un dirigente estratégico y previsor, o como un irresponsable ignorante de los retos ambientales que nos esperan.

Este artículo se publicó el 19 de febrero de 2009 en el diario La Prensa

Panamá, la ciudad de plástico

Falso progreso
PANAMA, LA CIUDAD DE PLASTICO

Graciela Arosemena Díaz

En Panamá se está abusando de la explotación inmobiliaria. La cómplice permisividad de las autoridades ha descontrolado el crecimiento urbano, de tal manera que Panamá no es una ciudad, es un conglomerado de urbanizaciones en donde los principios de bienestar y de funcionalidad son soslayados.

Sin embargo, sorprende ver cómo se vende Panamá en el extranjero, como una gran ciudad. ¿Pero qué tiene que ver Panamá con auténticas ciudades como Barcelona o Curitiba? Nada. Una “gran ciudad” tiene resueltos temas básicos como la movilidad y un sistema de espacios libres, que Panamá tiene pendientes.

El hacinamiento de edificios insostenibles del desarrollo inmobiliario no resuelve estos problemas, sino que los empeoran. Pero la iniciativa privada per se no es mala, puede ser positiva, siempre que sea orientada y coordinada por las autoridades públicas, cosa que no ocurre.

Y no es que no tengamos profesionales del urbanismo capaces, sino que son usualmente ignorados. Simplemente, ejecutar planes urbanos con un carácter integral no es un negocio, lo que sí es negocio es recalificar zonificaciones lote por lote. Es una irresponsabilidad por parte del Municipio, amparado por el Ministerio de Vivienda.

Por otro lado, abusar de la explotación inmobiliaria como máximo motor del crecimiento económico, tal como está ocurriendo en Panamá, es peligroso, si no pregunten a estadounidenses y españoles, que viven sendas crisis económicas desencadenadas por inflar la burbuja inmobiliaria hasta explotar.

Las ciudades son una ventana de la sociedad, dicen mucho de su idiosincrasia. Si observamos a Panamá se puede ver en su paisaje urbano grandes rascacielos de lujo, importados del norte y desconectados de nuestro ambiente, testimonio de un deseo de aparentar lo que no somos. Esta es la máscara de Panamá, pero detrás de ella se pueden encontrar las “casas brujas”, bolsas de pobreza que la ciudad no quiere ver, pero que se hacen notar a través de la delincuencia; también se palpa un colapso vehicular, la falta de espacios verdes, etc.; son los verdaderos dramas urbanos que no se atienden eficazmente. Esta es la falsedad de nuestra urbe, y de un engañoso crecimiento económico, asociado al despilfarro energético y a una insostenibilidad urbana.

Pero se nos quiere dar a entender que construir unos cuantos edificios de lujo es progreso. Qué visión más superficial de lo que es progreso. Verdadero progreso, es planificar una ciudad con un modelo urbano definido, revertiendo el crecimiento económico en calidad ambiental y equilibrio social.

Nunca ha estado tan vigente la canción de Rubén Blades que reza: “era una ciudad de plástico, de esas que no quiero ver, de edificios cancerosos y un corazón de oropel…”. Panamá no es una ciudad, es una ciudad de plástico que necesita poner los pies en el suelo y aterrizar su falso progreso.

Articulo publicado el 21 de noviembre de 2008 en el diario La Prensa