Ser considerado

La opinión de la rotariana….

LIDIA  DE  SAMUDIO

Para ser considerados tenemos que adelantarnos mentalmente a las consecuencias. Es decir, prever lo que ocasionarán nuestras acciones. Pensar en el prójimo. Muchas veces reaccionamos impulsivamente ante lo que hacen otros sin pensar las consecuencias que causaremos a terceros.  Un ejemplo diario es cuando en el semáforo, el chófer del carro de adelante, cansado igual que uno de esperar el cambio de luz de roja a verde, comienza a textear en su móvil y se olvida de estar atento a moverse cuando ponen esta última.

Después de haber esperado cuatro luces avanzando como tortugas dentro de una fila que parece interminable de carros, con prisa de llegar puntuales a donde nos dirigimos, se nos termina la paciencia y pitamos como si el mundo estuviera en llamas, a ese ‘fresco’ que no se apura; sigue deteniéndonos aún más tiempo. También cuando vamos con prisa por llegar y unos amigos se encuentran a hablar de carro a carro, deteniendo la fila de todos los demás en ambas vías. ¡Claro está que tenemos razón de azorarlos!  Ellos están siendo desconsiderados.

Lo que olvidamos al sonar esa bocina es que todo alrededor está lleno de edificios residenciales o de oficinas, con personas descansando o trabajando, a quienes vamos a irritar con nuestra bulla, y quienes no tienen nada que ver con el distraído que no acelera. Tomemos en cuenta a los que no vemos al momento de actuar.

Ser considerado es tener en cuenta a los demás. No haga a otros lo que no quiere que le hagan a los suyos. Si deja una basura en el piso, sabe que alguien tendrá que recogerla por usted. Si deja mojado el lavamanos de un baño público, sabe que incomodará al que lo use después de usted. Por lo menos avise para que lo vengan a secar.   Si anda amargado, los demás tendrán que aguantarle.

Cuando en una fila nota a alguien que lleva más prisa que usted, déjelo pasar, pero tome en consideración y pida permiso a quienes vienen detrás, porque los afectará a ellos también.

Cuando en el auto va pasando por la derecha y se mete delante de otros que llevan tiempo esperando, es igual que ‘colarse’ en una fila de a pie.   Es falta de consideración y respeto. Una regla fácil de seguir es preguntarse en cada situación si se lo haría usted a sus abuelos o su madre.   Si la respuesta es negativa, no se lo haga a otros. Esmérese y tenga una atención con el prójimo. Qué bien se sentirá después. Y créame, alguien lo hará por su abuelita o por su hija en otra ocasión.

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<> Este artículo se publicó 2  de diciembre de 2010  en el Diario La Estrella de Panamá, a quienes damos,  lo mismo que al  autor,  todo el crédito que les corresponde.
Más artículos del   autor  en: https://panaletras.wordpress.com/category/samudio-lidia-de/

Dar las gracias y ser agradecido

La opinión de un miembro del Club Rotario de Panamá…

Lidia Samudio

De pequeños, entre las primeras cortesías sociales que nos enseñan nuestros mayores es a “dar las gracias’. Cuando preguntábamos que quiere decir? Nos explicaron que venia de formalismos antiguos en los que uno le deseaba “gracias” (bendiciones) a la persona a quien se las dedicaba. Recuerdo en mi infancia cuando después de un cumpleaños nuestra madre nos perseguía hasta que hubiéramos llamado a cada uno de nuestros tíos y otros allegados, para agradecer el regalo recibido.

Tendemos a confundir una cortesía con un compromiso moral. Si alguien nos regala una flor, chocolates, un libro, damos las «gracias» -es una cortesía-.    Cuando alguien hace algo por nosotros, nos da su tiempo, sus contactos, su energía, nos ayuda a cruzar una calle, nos da un trabajo, nos consigue una entrevista, nos beneficia con sus conocimientos, nos saca de un aprieto, debemos además de dar las gracias, ser agradecidos.

Es una obligación humana. Al «dar las gracias» le reconocemos verbalmente a quien nos entrega algo, que nos agrada el gesto o lo recibido. En el momento en que una persona nos da su tiempo, se sale de su camino, se arriesga o quema sus contactos por nosotros esta dando de sí un regalo que merece una apreciación mucho mas allá del instante en que le decimos «Gracias!».

Ser agradecido es hacerse leal a quien nos ha beneficiado. Es tener un compromiso de consideración hacia la persona que nos ha favorecido. Es tratar de reciprocar en la medida de nuestras posibilidades. Es desear sinceramente poder retribuir en la misma medida o más de lo que hemos recibido. Aunque nunca suceda, lo importante es sentirlo y no olvidar. Tantas veces que alguien hace algo por nosotros pensamos que decir gracias no logra abarcar el sentimiento profundo de agradecimiento que nos embarga. Ser «Agradecido» es conservar y recordar el momento de ese sentimiento profundo.

Y en un plano más personal, hay tanto por lo que estar agradecido en la vida.

Levantarnos sin dolores. Tener un trabajo. Poder ver a través de nuestros ojos. Oír y disfrutar una canción que probablemente nos trae recuerdos. Y recordar es también una bendición.

Tener siempre cosas o momentos que anhelar. La posibilidad de alegrarle el día a otra persona, así solo sea saludándole. Poder sonreír. La sonrisa depende de usted. Está bajo su control. Úsela y es un regalo que le dará a otros.

Sea agradecido. No olvide.

<> Artículo publicado el 30 de septiembre de 2010 en el diario El Panamá América, a quienes damos,    lo mismo que al autor,   todo el crédito que les corresponde.

La honestidad se enseña en casa

La opinión de la integrante del Club Rotario…

Lidia Stec de Samudio

Mediante el discurso y el ejemplo.   Sí, es cierto que nuestros padres se desviven orientándonos y nosotros a nuestros hijos en el valor de la honestidad.   No obstante está en nosotros, que desde niños nos atrae la excitación de tomar lo ajeno o copiar en un ejercicio sin ser descubiertos.   Muchas veces no por el interés de lo obtenido sino por la emoción y la sensación del éxito de nuestra habilidosa travesura. Por retar al miedo de hacer algo que sabemos está mal.

El problema es que algunos no superan esa etapa. Se convierte en una costumbre decir mentiras, medias verdades, omitir la parte de la verdad que pudiera perjudicarnos ante la mirada de otros. Está en nosotros convencernos de que no se debe cruzar la raya y menos hacer de ello un hábito. En ese caso la sensación que se siente es más pasiva pero igual gratificante al saber que, pudiendo haber engañado, haces lo correcto.

La honestidad se mide en el diario quehacer. A grandes escalas y en pequeñitos detalles: Por ejemplo en la forma de realizar tu trabajo. Lo puedes hacer honestamente, dando todo de ti, o haciendo el mínimo necesario para ser remunerado por el menor esfuerzo. Si te dan un carro para diligencias del trabajo y mientras trabajas paras a recoger un amigo, o a comer, o a hacer tus compras en el vehículo ajeno y en el tiempo que te pagan, eres deshonesto.

Si haces compras para tu empresa y de paso recibes un ‘incentivo’, éste le corresponde a la empresa, no a ti hasta que los jefes sean informados y lo aprueben. No se trata de quedarte o no con un ‘vuelto’, de llevarte o no los útiles de tu oficina para el uso de tus hijos en la escuela o de pasar e imprimir las tareas de ellos en el equipo y tiempo de la empresa. Es más profundo. Es a conciencia ser y hacer con rectitud. Si al actuar sientes que te daría vergüenza que alguien te descubriera en lo que haces y continúas sin pensarlo, créeme que eres deshonesto y desleal a tu propio juicio.

Si piensas: “que no me vean ahora mismo”. “Que no pase un compañero en este momento y se entere”. “Si el jefe me descubre, que pena”. Escúchate. Nuestra conciencia nos lo hace saber claramente y siempre. Es uno mismo que se engaña para hacer lo que prefiere y lo justifica con cualquier excusa que sabemos no tiene peso.

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Este artículo se publicó el  19  de agosto de 2010 en el diario  El Panamá América,  a quienes damos, lo mismo que a la autora, todo el crédito que les corresponde.

El respeto es fórmula de la paz

La opinión de…

Lidia de Samudio 

Mientras más lo pienso, el respeto es la fórmula de la paz y de la sana convivencia. Cuando uno analiza las causas que llevan a una crisis en las relaciones personales, un 95% se deben a la falta de respeto de uno hacia otro o de ambos hacia ambos.

Esto se da en casos diarios como entre marido y mujer: El hombre que llega exigiendo en su casa ‘asumiendo’ que su mujer se abanicó todo el día porque el único que se zurra trabajando es él. La mujer que desquita en sus hijos las frustraciones de su relación matrimonial o el exceso de trabajo al que se siente sometida. Los niños son también personas sólo que de menos edad y menos defensas. Se les debe respeto desde que nacen. El niño que tortura un animal, su forma de sentirse superior y descargar las injusticias de que se siente objeto. Los animales en su mayoría son seres pensantes y hasta sentimentales.

Profesores que se vengan en los alumnos haciéndolos sentir inadecuados y exhibiéndolos frente a los compañeros. La persona que le pita al chofer del carro de enfrente cuando no sabe si este acaba de dejar a su hijo en el hospital y está saliendo medio aturdido a conseguir unas medicinas.

Para empezar, si respetas, no juzgas. Si respetas, tratas de entender y ponerte en los pies del otro antes de opinar. Si respetas no asumes; primero preguntas. Si respetas no rompes la confianza que otros han depositado en ti. Tampoco humillas a tus semejantes. Eso es denigrarlos y si no lo harías con tu madre, no lo hagas contra nadie.

Cuando faltamos al respeto, dejamos en evidencia nuestros complejos, las limitaciones y la falta de sensibilidad humana. Prueba tangible de la incapacidad de ver las situaciones en perspectivas diferentes a la nuestra. Esto si es una deficiencia social reprochable que hemos de corregir en nosotros mismos antes de tachar a otros. No hay que esperar vivir una experiencia para entender sus resultados. Hay que adelantarse con la imaginación y medir las consecuencias que traerán nuestras reacciones.

Recordemos, toda persona tiene su historia. En la mayoría de la gente, después de raspar un poco la superficie encuentras a un héroe cotidiano. Respeta a todos: grandes, chicos, indigentes, jefes, animales y plantas. Cada uno es un regalo de Dios.

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Este artículo se publicó el  8  de julio de 2010 en el diario  El Panamá América,  a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.