La opinión de…
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Johnny Sáurez Sandí –
Hablar de solidaridad no es necesariamente hablar de algunos componentes muy cacareados por las ideologías socialistas o comunistas, donde todo supuestamente era para todos. Muchos creen que asumir posiciones solidarias en temas generales que interesan a las sociedades, tales como la salud universal, la educación, el medio ambiente, la vivienda, el empleo para todos, etc. es propio de seguidores de ideologías izquierdistas, de posiciones sindicalistas o semejantes; pero en realidad practicar la solidaridad es asumir causas comunes y construir vínculos fuertes entre las responsabilidades individuales y las colectivas, contando con la mediación y el impulso del Estado en sus diversas facetas como legislador, juez y ejecutor.
Recientemente, a raíz de la crisis financiera mundial, vimos cómo el gobierno de Estados Unidos en la meca del liberalismo debió asumir posiciones de control y regulación para ponerle las riendas a la bestia desbocada en que se había convertido el juego financiero de Wall Street; juego peligroso ese que como quedó demostrado necesariamente arrastraría al resto del mundo.
Vimos asombrados como hace apenas unos meses el presidente Obama, a pesar de las férreas posiciones contrarias de los conservadores, firmó una ley que universalizó los seguros sociales y el acceso a la salud para todos los ciudadanos norteamericanos. Nos recordó los buenos tiempos de la socialdemocracia europea.
Quedó patente a partir de esos casos mencionados que el Estado, aún en aquellos países más liberales, debe asumir posiciones de control, de árbitro y de regulador de todos los juegos financieros y de las demás relaciones que se dan en una sociedad.
Quedó claro que también es función del Estado decirle a los individuos y a las diversas corporaciones hasta dónde pueden llegar. Debe el Estado asimismo exigir y recolectar los tributos de cada uno según sus posibilidades, debe necesariamente repartir la riqueza, dado que la codicia individual humana no da para tanto y posiblemente nunca por sí sola “la copa se derramará”.
Los límites y las regulaciones, amparadas al poder del Estado son precisamente la manera de reducir a los impetuosos, avaros, egoístas y ególatras para recordarles que existe algo que se llama solidaridad, término temido por muchos y deseado por los más, que solidaridad es algo que simplemente significa bien común, que se trata de lo recomendable y aceptable para la mayoría de los miembros de la sociedad.
La solidaridad es también el deber y el derecho a compartir los bienes que por su naturaleza genera el planeta, los bienes que crea la sociedad y los que producen los individuos. El Estado está llamado a acudir a una coerción controlada, blanda y no a los métodos que utilizó el socialismo o el comunismo que anulaban y aún hoy en algunos lugares anulan la creatividad y la iniciativa individual.
Países ejemplares, desarrollados, como los escandinavos, albergan pueblos que gozan de riqueza, prosperidad, educación, pueblos que son saludables y se encuentran en la línea del primer mundo, gracias a la solidaridad con que impregnaron sus legislaciones nacionales.
Estos países no limitaron a sus gentes el acceso a la riqueza, pero tampoco descuidaron a ese grupo de ciudadanos que por diversas circunstancias, como en toda sociedad, van rezagados y cuentan con menores oportunidades de lograr sus metas o cubrir sus necesidades.
Con acciones solidarias se pueden lograr grandes cosas, basta con revisar el libro de la historia de la India, con Gandhi a la cabeza; o de Polonia, con Walesa al frente. Ambos pueblos asumieron grandes retos que lograron vencer, unidos en un monolítico y solidario espíritu de cuerpo.
<>Artículo publicado el 5 de septiembre de 2010 en el diario La Prensa, a quien damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.
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