La opinión del Docente Universitario………
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Miguel Ángel Canales Flaaut
Paradoja: el panameño de hoy tiene más escolaridad que el de generaciones anteriores. No obstante, se hace más inculto, o dicho de manera más piadosa, no crece culturalmente. Muchos profesionales, incluyo a los docentes y los periodistas – ya se verá por qué los señalo especialmente– son coleccionistas de títulos universitarios, de posgrados, maestrías y doctorados, para exhibirlos en sus currículos. ¿Es malo eso? Claro que no. Pero esta formación cultural no es completa.
Aclaro: hablo aquí de la cultura bajo los aspectos del conocimiento propiamente dicho, y del comportamiento como ente social.
Mucha tela se ha cortado a cuenta de la joven que no tenía claro quién fue Confucio. Bastante leña sacaron de ese árbol comunicadores que no quedarán menos confundidos si alguien les pregunta por Las Analectas de Confucio. Como quedó un presentador de televisión al escuchar, en un debate que él conducía, el término progrom”.
Es lamentable que el conocimiento sea deficiente, al punto del ridículo, entre quienes se dicen orientadores de la opinión pública que, si así fuera, deberían mostrar una capacidad intelectual por lo menos básica. Claro está, uno puede excusar la temeridad de quienes se atreven a hablar de cualquier tema sin desparpajo alguno, a condición de que al abrir la boca no digan otra cosa que sandeces. Y los mismos que destruyen a otros por cualquier error, justifican sus metidas de pata con aquello de que “uno no tiene que saberlo todo”. Esto lleva preguntar si para conducir un programa de opinión hace falta algo más que la audacia criolla.
De igual modo, impera la cultura de llevarse por delante lo que sea; se trate de los demás, o de las leyes. Por eso, a altos cargos les importa un pito hacer o deshacer, si es el caso, con los recursos del Estado, porque se sienten por encima del resto de la humanidad. Y no es distinto a la hora de conducir un vehículo o de simplemente desplazarse entre congéneres con aires de matón, porque la intimidación vale más entre nosotros que las trasnochadas o desconocidas cortesía y amabilidad de épocas pérdidas. ¡Ah, y no son sólo los hombres! El repertorio verbal de algunas damas al volante no tiene nada que envidiar al de los machos más curtidos y tatuados de la cancha.
La confrontación es otro signo cultural de la época. El disenso ya no sirve para enriquecer el debate. Ahora es sinónimo de deslealtad entre pares, amigos o copartidarios. Y prueba suficiente de extremismos condenables. El consenso se impone a rajatabla. Olvidamos, o ignoramos, que el pensar diferente nos sacó un día de las cavernas.
Perdemos la capacidad de reflexionar. Tal vez en futuro muchos desconozcan el arte y el placer de hacerlo, que es una de las maravillas de la individualidad humana. Pero, para qué perder tiempo en tonterías, ¡si las respuestas a todo, todas, están en la web! Como sea, cada vez es más escuálida y paupérrima la matrícula en nuestras facultades de filosofía y de artes creativas, mientras nuestra flamante titular del sector proclama –sin que se sepa en que dirección marchamos– “ya está bueno de hablar; ya llegó la hora de actuar”.
A mi manera de ver, uno de los factores en todo esto es que, en cuanto a educación, se hace mucho énfasis en tecnología empresarial, poco en investigación científica y nada en promoción de la ética. El Estado educa a los individuos para que se formen como empleados. ¿Para qué perder tiempo en reflexión filosófica o siquiera en conocimiento cultural? La prioridad es el inglés como requisito insalvable para el empleo. Se prepara profesionales para la competencia, cada vez más exigente; cada vez más salvaje. La solidaridad no tiene cabida. Además, dogmatizamos la tecnología al grado de generar una nueva categoría social, objeto de discriminación, como toda minoría: los discapacitados informáticos.
Nunca dejaremos de necesitar, y consecuentemente de merecer, una educación que privilegie valores fundamentales y promueva la búsqueda de conocimientos que hagan del individuo un ser socialmente participativo y solidario. Ello comporta el desarrollo en nuestra colectividad de conceptos culturales trascendentes. Buenos para todos; indispensables para “orientadores” de la opinión pública. Y todo, asignatura pendiente para el Gobierno: con los ministros de Educación a la cabeza.
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Publicado el 4 de febrero de 2010 en el Diario La Prensa, a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.
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