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La opinión de…
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Jaime Cheng Peñalba –
Los desaciertos políticos son los causantes del aislamiento entre los gobernantes y su población. Muchos jefes de Estado en la historia de la humanidad se sintieron tan inamovibles que desoyeron los reclamos de la población en momentos oportunos para corregir el rumbo de sus gestiones desacertadas. Todo parece indicar que el encerramiento en el poder llega a poner sordos a algunos gobernantes a quienes solo les parecen creíbles los consejos de desfasados asesores.
El caso de Egipto, como ejemplo más dramático, nos enseña que aun el ejército mejor dotado en tecnología no es capaz de detener una rebelión nacida legítimamente como producto de años de sufrimiento y abuso ocasionados por quienes detentaron el poder de turno y, precisamente, no hicieron o no se atrevieron a ejecutar las reformas sociales que la población les demandaba.
No hay mal que dure cien años ni pueblo que lo aguante. Así ocurrió con Baby Doc Duvalier, Manuel Antonio Noriega y Nicolae Ceausescu, entre otros. Llegó un momento en la historia de estos dictadores en la cual se encontraron tan aislados y embriagados de poder que no supieron aprovechar las oportunidades que se les presentaron para hacer su retirada en la coyuntura oportuna.
Luego de ser removidos del poder por la acción de revoluciones, golpes de Estado o salidas negociadas, al cabo de algunos años, muchos de estos dictadores llegaron a añorar tanto los momentos de gloria y de reverencias que un buen día, creyéndose todavía imprescindibles en sus países deciden regresar, dejando la comodidad forzada del exilio, como es el caso de Duvalier en Haití y Fujimori en Perú. El poder despierta tal pasión en el momento que se tiene que llega a convertirse en una obsesión que dura mientras se viva. Son como esas historias de amores no correspondidos en las que el pretendiente llega a suicidarse o asesinar a su amor no correspondido como única salida a su obsesión patológica.
No hay nada más asfixiante que la añoranza de los años dorados en el poder. Así nos lo relata Gabriel García Márquez en el relato del “señor Presidente” contenida en los Siete Cuentos Peregrinos en el que un dictador del Caribe exiliado en Francia solo vive para extrañar su futuro regreso al terruño natal, porque mantiene la fe en que sus coterráneos lo necesitan de vuelta.
Al parecer, la riqueza no es el factor determinante para el retorno de estos ex mandatarios, sino el deseo de sentirse vigentes y creerse que son la solución verdadera a los problemas de sus sociedades.
Existe un fenómeno curioso con relación al destierro y regreso de algunos de estos dictadores y es el hecho de que la memoria histórica de muchos de nuestros pueblos es tan frágil que al cabo de algunos años parecen inclinarse a alternativas anti-democráticas, precisamente, porque el proyecto “democrático” que se inaugura después de estos regímenes no ofrece reales alternativas de solución a los problemas y suelen re-editar los mismos males del pasado. Ante el grado de desesperación y frustración, la salida directa suele ser mirar al pasado, y se piensa que aunque no fue tan bueno, por lo menos guarda aspectos que la gente común reivindica. Esta forma de pensar colectiva no es beneficiosa para un país que debe buscar mejores alternativas.
Espero que las lecciones vividas en estos países, y las mejores expectativas de una sociedad que desea realmente perfeccionar una democracia legítimamente popular y eliminar los vestigios de una práctica cultural verdaderamente discriminadora, sirva para rechazar la vuelta de estos regímenes a Egipto, Sudán, Túnez, Yemen y ¿en Panamá?
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Este artículo se publicó el 3 de febrero de 2011 en el diario La Prensa, a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.
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