Capital social panameño

La opinión de…

Eduardo Espino López

Algo no anda muy bien en nuestro país cuando conductas y hábitos como los enumerados a continuación se apoderan de la convivencia diaria, veamos:

1. Espectáculos públicos pésimamente organizados con dos y tres horas de retraso, falta de orden al entrar y apoderamiento de los puestos de más valor por quienes no pagaron por ellos; balaceras a la salida del evento y tranque vehicular descomunal, porque a “alguien” se le “olvidó” abrir las puertas de salida o “se quedó la llave”.

2. Murmullos y tertulias continuas en varias bibliotecas universitarias, sin consideración a quienes están realizando un trabajo de investigación. No hay autoridad para llamar al orden.

3. En congresos, seminarios, simposios o conferencias de lugares lujosos y frente a invitados internacionales, los asistentes se levantan hablando en voz alta sin parar, interrumpen el paso en la salida y entrada, hay una ruidosa competencia a ver quién llega primero a comer y se sirven los refrigerios a horas no contempladas en el programa; expositores que se pasan más de media hora de su tiempo e inicio con dos horas de retraso, porque es “a la hora panameña”.

4. Personas que usan siete veces a la semana, o más, los servicios de salud pública.

5. Reuniones de vecinos de una propiedad horizontal que se efectúan a la tercera convocatoria y acude solo el 5% del total de los propietarios; área sociales vacías, poca participación en actividades comunitarias; críticas malsanas a quienes salen a asumir responsabilidades y discusiones extensas en las asambleas de vecinos sobre temas insustanciales sin llegar a ningún compromiso concreto. También alta morosidad de cuotas de mantenimiento.

6. Indiferencia ciudadana generalizada, pésima atención en oficinas públicas y privadas, incumplimiento reiterado de compromisos, desconfianza y descalificación a priori a las opiniones de las demás personas. Miedo a opinar y pereza para debatir y trabajar en grupo.

7. Empleadas domésticas que roban, mienten y trabajan con desgano, siendo necesario contratar entre 55 y 60 diferentes empleadas al año, para realizar las labores más elementales de un hogar. Cuando se van, cobran lo que no han producido y se llevan lo que no deben.

8. Vandalismo estudiantil y padres que lo apoyan, porque “en otras escuelas han hecho lo mismo y no les hicieron nada”.

9. Queremos “marea roja” invicta en sus presentaciones deportivas, pero sin permitir una sólida trayectoria de talentos gracias a egoísmos estrechos.

Así mismo, encontrar un trabajador para que coloque una tuerca es una proeza en este pequeño pero difícil país, cada vez más violento y fétido de basura. Todo este repertorio de comportamientos al que estamos ya acostumbrados y al que reaccionamos, en mayor o menor frecuencia, de la misma manera hasta los más diligentes ciudadanos, indica que hay un paradigma mental compartido con certeza entre los panameños: “lo que haga o deje de hacer dará lo mismo”.

Y es que en Panamá no prevalece el esfuerzo y el mérito en cualquier labor o actividad; ni la transparencia como principio rector de los actos de una cada vez mayor proporción de personas indisciplinadas y despreocupadas (con o sin títulos universitarios). En esto ha influido mucho la manera como se relacionan la sociedad y el Estado, a través de la política.

Lo informal y el personalismo–amiguismo toman un carácter muy prominente, permeando las conductas sociales en nuestro medio. Este clima de tolerancia a lo chabacano y ordinario e intolerancia y envidia a los que buscan destacar por sus esfuerzos, hacen de Panamá un pobre país rico; en el que un creciente porcentaje de su población vive desconfiando de todo y trata de sacar provecho con el mínimo esfuerzo. Todo esto propiciado por un clima institucional endeble y falto de ecuanimidad que fluctúa entre la improvisación, la impunidad y la represión de las libertades.

El capital social es la red de apoyos voluntarios a nivel de la sociedad, su nivel general de educación y cultura, así como la capacidad global de los ciudadanos junto a sus instituciones políticas de fomentar el trabajo comunitario para fines productivos específicos; preservando las iniciativas individuales de provecho común que al final de cuentas es lo que hace que una nación supere las dificultades que se le presentan.

La psicología del “juega vivo” obra en contra de lograr el pleno desarrollo de los potenciales de Panamá: los miles de millones que genera el Canal y su ampliación, las tierras revertidas con sus multimillonarios precios y la economía transitista. El “pro mundi beneficio” de nuestro lema patrio es en la práctica servir para que otros se sirvan de nuestra nación, a través del Estado.   Es que el factor humano o el capital social en nuestro país parece estar en proporción inversa a la cantidad de dinero circulante.

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<> Este artículo se publicó el 15 de diciembre de 2010  en el diario La Prensa, a quienes damos,  lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.

Democracia y sociedad civil

Una opinión en busca de la madurez social y política por…

Eduardo Espino 

Importa mucho para el sistema democrático de convivencia social el que este sea lo más participativo.   Esta necesidad se ha hecho gradualmente más palmaria en la medida que nuestro medio social se impregna de un abundante y cada vez más acelerado flujo de información, a través de los medios de comunicación y la democratización en el uso de las tecnologías de la informática.

La democracia en su perspectiva política y conceptual es erosionada irónicamente por la democratización y popularización de las tecnologías de la información, al trascender a los actores clásicos de la política como parlamentos, gobiernos y demás entes públicos de gobernanza. El riesgo de vivir en una sociedad virtual implica que un minúsculo grupo de interés distorsione percepciones, irrumpiendo hábilmente en los medios de comunicación; esto ya se vive a nivel mundial en donde grandes iconos empresariales, religiosos, deportivos y demás modelos sociales se ponen en la palestra y son vapuleados intensamente, derrumbando mitos e imágenes fuertemente arraigadas en la mente de miles de millones de habitantes del planeta.

Los riesgos de una sociedad teledirigida, como explica Giovannni Sartori, son palpables hoy en día en la que se crean y se destruyen, con facilidad pasmosa, líderes sociales y políticos así como opiniones y conceptos.

La crisis política golpea el cimiento de la democracia representativa, y ante ello, salen llamados desesperados que traen su desgajamiento con la excusa de mejorarla, o bien, llamados sensatos de perfectibilidad por medio del apoyo de los órganos de representación democrática con los grupos organizados de la llamada “sociedad civil”, la cual entra en la agenda política sin aspirar en principio a obtener posiciones de política partidista o beligerancia para ocupar cargos públicos.

La sociedad civil, entonces, es una herramienta de primer orden en el mundo contemporáneo para organizar el sistema democrático, siempre y cuando se haga con el propósito de fortalecerlo por medio de la consolidación de las libertades, en especial la de expresión y participación.

Ya las variantes anglosajona y nórdica de la democracia nos llevan décadas de evolución en este tema e incluso las mismas sufren embates por la trivialización de la política en los medios y redes informáticas. Es como un “humor histórico” de este siglo.

Los componentes de la sociedad civil representan a su vez distintos intereses, velados o manifiestos. Son aspiraciones legítimas dentro del marco del ejercicio sano de las libertades de una sociedad civilizada. Constituyen en realidad la base misma de la convivencia democrática, si hay tolerancia. No obstante, existe el riesgo de su tergiversación o parálisis dependiendo de factores de tipo cultural y psicológico como educativos e institucionales.

La inercia social y el desmembramiento son consecuencia y no causa de una sociedad civil maniatada o manipulada desde el poder político. Cada grupo propugna desde una base pequeña su punto de vista muy particular y hasta personal cuando vemos que algunos de estos grupos son apenas capillas de narcisismo y ambiciones personalísimas en el que solo uno es el que lleva toda la carga de su supuesta representación. A veces, la respuesta que se recibe al buscar entrar en algunos de estos grupos “democráticos” es: “tiene que poner dos mil dólares porque esto cuesta”.

La pasada crisis bocatoreña dejó gravemente cuestionada la imagen del Gobierno por un manejo hábil de la información por grupos minoritarios que se conducen con el discurso de victimización. Es decir, provocan para desencadenar una respuesta que al final es lo que se fija en la mente como imagen perdurable en la opinión pública sin perjuicio de la propia dosis de culpa del gobierno.

La democracia representativa no se caracteriza por un “gobierno del saber” sino como un “gobierno de la opinión” (Sartori). Es así, como en países subdesarrollados los gobiernos hacen ingentes esfuerzos de dirigir la opinión pública y no de tomarla en consideración. En Panamá vimos cómo la llamada “sociedad civil” quedó desarmada luego de un caótico “diálogo” que se diluyó desordenadamente como un show de egos.

El diagnóstico sociológico de la sociedad civil panameña es que, fuera de reconocer su gran importancia y potencial democratizador y pacificador, ha caído en la atomización sectaria en el que cada secta llena una necesidad de pertenencia a un grupo especial de “salvados o superiores”.

Estas sectas se separan del resto (“los otros”), debilitando a la comunidad más amplia (Drane, 2006). Esto puede llevar al prejuicio, un autismo social cuya seña fundamental es una mezquina barrera cultural. Encima de ello vemos como desde el poder público se premia el protagonismo violento de grupúsculos que con secuestros, torturas y vandalismo son tomados en cuenta para “dialogar”.

Vemos a anarquistas y ex funcionarios públicos mediocres que quieren imponerse a los demás, firmando comunicados de defensa de la democracia y los derechos humanos.   Y es que para empeorar las cosas, la violencia viene desde arriba, bajo el uso arbitrario de mecanismos de “consensos políticos” y énfasis en la conculcación de preciados bienes jurídicos como la libertad de expresión.

Ojalá se logre revertir este proceso de retroceso, y la sociedad civil panameña sea un foro de madurez social y política como en otras latitudes.

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Este artículo se publicó el 27 de agosto de 2010  en el diario La Prensa,  a quienes damos, lo mismo que al autor,  todo el crédito que les corresponde.

El extravío ‘ecomisionero’

La opinión de…..

Eduardo Espino López
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El extravío ‘ecomisionero’

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El planeta Tierra surgió hace 4 mil 500 millones de años. Siempre ha estado en constante evolución climática. Se han sucedido múltiples períodos de tiempo conocido como “eras geológicas” en las que las condiciones ambientales han sido diferentes. No todo el tiempo la composición atmosférica de nuestro planeta ha sido la misma ya que la proporción de oxígeno y dióxido de carbono junto a otros gases ha variado.

A nivel internacional, el movimiento ecologista radical promueve la idea de que el clima planetario es el resultado directo y proporcional de las actividades humanas relacionadas con la economía desarrollada y que esto finalmente traerá el fin del planeta Tierra. Que si no se detienen las actividades económicas desencadenadas por los seres humanos, la Tierra desaparecerá.

La verdad se acerca más a un “punto medio” contrario a que esto sea producto solamente de la economía capitalista. Y es que el asunto del calentamiento del clima terrestre es uno en el que se trasponen la ciencia y la política; en el que una gran cantidad de grupos y organizaciones anticapitalistas se escudan para negar y desestimar todos los beneficios y adelantos que este sistema económico trajo y ha traído a una proporción amplia de la humanidad; reflejado en las mayores esperanzas de vida y el acceso a tratamientos que crecientemente han ido eliminando enfermedades del mundo.

Una cosa es el ecologismo o la politización de la ciencia; y otra, muy distinta, la cultura ecológica o enfoque ecológico del desarrollo.   La cultura ecológica es una actitud positiva hacia el cuidado y consideración del medio natural con el fin específico de lograr un desarrollo adecuado en los espacios vitales humanos, en consonancia con un nuevo estilo de consumo y producción.

El ecologismo es una versión politiquera e ideológica, anticapitalista, que no lleva a nada que no sea atraso y radicalismo fatuo.   Según Alvin y Heidi Toffler, la ciencia es distorsionada para fines políticos, porque “padece simultáneamente el ataque de elementos del movimiento ecologista, movimiento que en sí mismo cada vez adquiere un carácter religioso”.

El ecologismo aboga por una negación del orden económico; y la vuelta a “un pasado más feliz” que no toma en cuenta las grandes hambrunas por las que pasó la humanidad antes de poder tener las tecnologías que hacen posible multiplicar por factor de decenas la producción de alimentos y el tratamiento de las aguas.

El problema ahora es de voluntad política para desarrollar a nivel mundial una nueva etapa de “economía verde” (“ecocapitalismo”); basada en mecanismos de mercado que sustituyan los patrones de consumo de combustibles tradicionales que sustentan nuestro modo de vida actual.

El ecologismo tiene un mensaje central antiempresa, un relato de caída de la humanidad, es decir, “una visión laica de la expulsión bíblica del Jardín del Edén”. Entre los grandes pontífices de este movimiento están algunos premios Nobel de la paz que usan jets obsoletos que contaminan el ambiente cuando viajan a dar sus sermones político-ambientalistas.

No hay un acuerdo total respecto a cuánto porcentaje de la mano del hombre es causante del calentamiento global, ya que algunos científicos le dan más importancia a los cambios en las corrientes oceánicas o de las variaciones temporales de las emisiones de energía del Sol que influyen en el planeta.

Lo cierto es que algunas medidas que pueden ponerse en práctica a nivel mundial eliminando el surrealismo de Kyoto son:   Cambios en la matriz energética, compatibilidad de las conductas de consumo con la preservación del medio ambiente, prevenir y eliminar la contaminación del aire, suelos y fuentes de agua así como desarrollar tratamientos eficaces de las aguas residuales, cambios en el modelo empresarial con respecto a sus estrategias de inserción en la comunidad de consumidores que incluyan comunicación y gobiernos corporativos acordes con una sociedad y una economía basada en la información y el conocimiento.

En Argentina, con la supuesta contaminación de aguas de la empresa finlandesa Botnia, y en Panamá, con las penurias que pasan grupos mal informados que abogan por continuar en la marginación y las posturas mercantilistas de Estado, tenemos dos ejemplos palmarios de lo que puede hacer la fe nihilista del “ecomisionerismo”.

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Publicado el 31 de octubre de 2009 en el diario LA PRENSA, a  quien damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que le corresponde.

Odiosa comparación

La opinión de….

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Eduardo Espino López

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Odiosa comparación

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Todavía es muy prematuro para decir si el recién estrenado gobierno será de beneficio para el desenvolvimiento de nuestro país.   Lo cierto, y los hechos lo revelan, es que este gobierno lo está haciendo mejor en comparación con los tres anteriores, que tomaron la administración del Estado desde 1994 hasta 2009, que crearon una espiral lenta pero sostenida de deterioro en todos los ámbitos de la vida nacional. Principalmente lo fue en el terreno institucional (aplicación de la ley y transparencia). Y es que este último aspecto de la vida estatal es el más importante; porque es el que brinda estabilidad y garantía de progreso al resto de los ámbitos.

Hay que tener claro que un gobierno no es la solución de todos los problemas de la sociedad, más bien, los gobiernos se constituyen en obstáculos al desarrollo cuando no cumplen con el objetivo central de proveer un marco político y legal que facilite la acción del sector privado, desde el limpiabotas de la calle hasta la más cotizada transnacional.

El Gobierno ha empezado mejor que los tres gobiernos mencionados, pareciéndose, en algunos casos, a la manera como arrancó el gobierno Endara. Las medidas tomadas en seguridad, transporte, educación y muchas acciones en el terreno económico (con excepciones), auguran superación en la sociedad.   Falta profundizar más en el aspecto institucional para que ese estilo “efectista” presidencial no se pierda en exabruptos, confusiones o parálisis.

Hay que trabajar en la continuidad, la estabilidad política y en la aplicación de la ley.   No obstante la miopía de sectores políticos que acaban de dejar el gobierno o que desean tomar el poder, guiados por la envidia, el egoísmo y la rabia que les causa el cómo se desnuda la incompetencia y corrupción de sus actuaciones, pueden traer el empantanamiento de la acción gubernamental por el solo prurito y afición deportiva de lograr notoriedad.

El “progreso” que se ha dado en los últimos años ha sido en gran parte a pesar de los gobiernos: el turismo ha creado trabajo en el interior del país, pero ello fue por la afluencia de turistas con poder adquisitivo que también inflaron las cifras del turismo en casi todo el mundo, hasta en los países inestables del cono sur y Centroamérica.

La expansión del Canal es una necesidad que viene del sector comercial internacional que necesita una vía para su desarrollo.   Los trabajos creados en los call center son aprovechados por extranjeros que han emigrado a Panamá.   A pesar de que estuvimos íntimamente ligados a la gran potencia norteamericana por más de 100 años desde la construcción del ferrocarril en 1855, es increíble que no seamos un país bilingüe.

Los empleos que se han creado están en el rango medio-bajo, que tomando en cuenta el costo de vida, duplicado en los últimos cuatro años producto de varios factores, resuelven parcialmente la precaria situación de miles de panameños.  El desempleo juvenil entre 18 y 30 años, segmento que crecerá notablemente hasta 2020, es altísimo y puede agravarse si no se siguen tomando medidas.   Allí es donde el gobierno actual parece tener un enfoque empresarial (palabra odiada por la psiquis colectiva de gran parte de la academia panameña), que puede facilitar en vez de obstaculizar.

Panamá no es una “república comercial”, es un territorio de enclaves comerciales (Zona Libre, banca, puertos y Canal); que están hipertrofiados y no “permean” mucho al resto de la economía por haberse tomado medidas antimercado en agricultura e industria y sin abrir los mismos dotándolos de tecnología y capacitación efectiva.

Panamá no está peor que otros países por el sector servicios que nació con el proyecto del 3 de noviembre de 1903 bajo el amparo de Estados Unidos de América (la verdadera independencia). Este sector en vez de “jalar” (en tiempos de globalización donde todo el mundo afina su sector financiero y de servicios), funciona como “compensador” para que no desmejore tanto la situación.

El estribillo “país de servicios” es más un mito que una realidad.   No es momento de autocomplacencia de que somos el ombligo del mundo y todos quieren venir aquí.   Para que realmente seamos una “república comercial” hay que desechar la mentalidad de enclave (nichos o colonias internas); creadoras de apartheid preferenciales de comercio semicerrados que garantizan una reserva de mercado libre a sus participantes, pero discriminando el acceso, en nombre de los pobres, de más ciudadanos a esa ventaja competitiva creada en 1855 y reforzada en 1903.

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Publicado el 23 de septiembre de 2009 en el diario La Prensa, a quien damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.

El lado intangible de la salud

El lado intangible de la salud


Eduardo Espino López

La salud es uno de los componentes del bienestar económico. No dice nada si nos aferramos a la concepción predominante de salud que la define como la falta de enfermedad. El número de vacunados, los partos atendidos por médicos, la tasa de enfermos por tuberculosis son indicadores fáciles de medir y son importantes para dar una idea del estado de salud general de una nación.

Sin embargo, han cobrado más importancia otros intangibles relacionados a la salud y al bienestar humano que no son de fácil medición cuantitativa.

Son aquellos componentes como el grado de bienestar subjetivo que implica el sentirse bien con su medio, no experimentar fluctuaciones e inestabilidad en la vida personal, familiar y laboral, así como en el nivel de convivencia ciudadana.

Si vemos las estadísticas a nivel mundial, la tasa de infecciones y enfermedades que antes hacían estragos en la humanidad ya no son una amenaza tan amplia como antaño. En todas partes, gracias a la acción de agencias internacionales públicas y privadas, la esperanza de vida ha aumentado significativamente incluso en muchos países africanos.

La salud tiene mucha relación con el desarrollo porque no basta tener crecimiento o acumulación cuantitativa de bienes materiales. La gestión y asimilación de ese crecimiento es el desarrollo, el cual lleva implícito su sostenibilidad. Crecimiento en el que hay más edificios y más automóviles no es signo de desarrollo. El grado de malestar y estrés por no contar con libertad personal en la vida cotidiana es un ejemplo de cómo un intangible puede tener relación con el desarrollo económico.

En las estadísticas vemos las causas de enfermedad y muerte: accidentes, homicidios, suicidios, lesiones y padecimientos relacionados con el envejecimiento, como accidentes cerebrovasculares, infartos y cáncer. La violencia, un problema ético, moral y espiritual con grandes repercusiones políticas y económicas y la mayor longevidad resultado del control de enfermedades infecciosas son los principales problemas de salud hoy día en gran parte del mundo. Se busca afanosamente bajar costos y mejorar la cobertura; solo que en ciertos países ocurre esto junto a problemas administrativos crónicos asociados a la cultura política.

En Panamá, los servicios de salud estatal sufren graves problema administrativo y, a pesar de ello, tecnócratas con ansias de mantener el control burocrático y político, y también por razones de egolatría, proponen a estos problemas las mismas soluciones fracasadas: más leyes y más control estatal en la oferta de salud.

La educación, el transporte, la salud, son públicas desde que nació la república. Lo que debe primar es la coordinación y supervisión en el cumplimiento de la innumerable serie de decretos, leyes y programas de salud duplicados; esto involucrando al sector privado y la sociedad panameña sin interferencias políticas, gremiales, burocráticas y tecnocráticas. Las largas filas en la madrugada en centros de salud públicos no se van a acabar con más leyes que crean “autoridades” que traerían más caos administrativo y gastos de planilla para enclaves de poder y satisfacción de egos personales.

Si las personas que viven en áreas periféricas de la ciudad pudiesen acudir a centros médicos ubicados en la puerta de su casa para resolver necesidades básicas de salud, otro sería el resultado de la gestión de nuestro sistema sanitario. Quienes promueven las leyes muchas veces buscan enquistarse en las esferas del poder público, creando organismos burocráticos innecesarios bajo el ropaje de una postura de tecnicismos científicos.

La salud más que un derecho es un deber de la familia y la sociedad. La poca colaboración de la comunidad en la recolección de la basura y el combate al dengue son ejemplos de que el trabajo en educación y organización cívica es más importante que frías reglas técnicas de sanidad.

Lo que hay que buscar son fórmulas pragmáticas y sencillas de financiación sinérgica pública–privada, es decir, una mejor red de seguridad social y salir de encasillamientos de que la salud y otro tanto de tareas más le corresponden al Estado. El problema no es quién presta el servicio sino cómo lo presta al menor costo y si existen reglas que se cumplan bajo la fiscalización del ente que realmente le corresponde hacerlo.

Publicado el 21 de mayo en el Diario La Prensa