A propósito del Censo 2010

La opinión del Sociólogo…

CARLOS CASTRO GÓMEZ

Así como algunos ciudadanos suelen afirmar alegremente que… ‘el Estado es un pésimo administrador’, igualmente, frente a un singular hecho reciente, otros se habrían visto, posiblemente, tentados a decir que… ‘la empresa privada es una pésima organizadora de los censos nacionales’.

Ambas expresiones, sin lugar a dudas, ligeras, especiosas y poco esclarecedoras podrían ser útiles para justificar, en un momento dado, un cierto estado de cosas. Sin embargo, su capacidad explicativa la pondríamos en duda. A pesar de eso, las mismas podrían ser oportunas, por lo menos, para entender, parcialmente, algunas situaciones en apariencia caóticas.

Obviamente, el censo es un mandato constitucional, cuya responsabilidad recae fundamentalmente en el Estado.

En este sentido, la función básica del Estado es la de administrar y esto está fuera de toda discusión. Si lo hace bien o lo hace mal es un asunto a debatir.

Esto quiere decir, igualmente, que la planificación, administración y ejecución de los censos está también fuera de los cálculos del lucro o el beneficio personal propio de la iniciativa privada y del mercado.

Sin embargo, dado el entusiasmo generalizado que tiende a calificar las acciones de la actual gestión gubernamental como empresarial, habría que pensar en aislar, como dicen los técnicos y analistas, el factor cálculo/beneficio. No obstante, debatir sobre estas responsabilidades, en este momento, sería un hecho colateral y no apuntaría a lo fundamental.

Lo fundamental es que mientras se deslindan responsabilidades, en mi opinión hay dos situaciones cuyo esclarecimiento ayudaría mucho a entender lo que ocurrió el 16 de mayo. En primer lugar, la confiabilidad de los censos, que ha sido cuestionada en razón de circunstancias reales y objetivas que no se han podido ocultar. En segundo lugar, la polémica generada sobre la identificación y/o autoidentificación étnica de los afropanameños. Lo primero es un asunto técnico que deberá esclarecerse cuanto antes, y que no solo comprometería al INEC, sino también, de paso, a organismos como el CELADE, ALAP, el Banco Mundial y otras instituciones que certifican proyecciones de población y que tendrían algo que decir al respecto.

Con relación a la autoidentificación étnica, habría que señalar que quizás nos encontramos frente a otro de los muchos cuellos de botella que nos imponen los organismos internacionales. Es bien conocido que la ‘label’ o etiqueta distintiva que utiliza la Asamblea General de las Naciones Unidas, a través del PNUD, para referirse a la población negra, principalmente en Latinoamérica, es la de ‘afrodescendiente’.

En mi humilde opinión, considero que este término es muy neutro, distante, displicente y hasta cierto punto eurocéntrico. No implica ningún compromiso, no es explicativo; a duras penas es descriptivo. Recordemos que los negros no solo tienen una historia en África, también la han tenido y siguen teniéndola en Latinoamérica y el Caribe. Así, tenemos afrochilenos, afroperuanos, afrocolombianos, afrocubanos, afrouruguayos y, desde luego afrolatinoamericanos y afrocaribeños. Creo que las cosas habrían sido diferente si nos hubiéramos identificados como ‘afropanameños’ y no como ‘afrodescendientes’.

No se trata de un problema semántico. Se trata simplemente de conocer la historia y saber para qué sirve. Esperemos que para el próximo censo alcancemos a comprender la importancia de la autoidentificación, que hoy se ha puesto en evidencia a propósito de un censo.

Pero que en otros países ha salido a relucir solo después de sangrientas guerras civiles y largas jornadas de lucha por el respeto a los derechos civiles de negros, indígenas, mestizos y cholos.

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Artículo publicado el 19 de junio de 2010  en el  Diario La Estrella de Panamá , a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.

La historia oficial… y otros demonios

La opinión del Sociólogo…

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Carlos David Castro Gómez
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La historia oficial… y otros demonios

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Omar Jaén Suárez, alta cifra de la intelectualidad panameña, historiador y agudo pensador social, acaba de publicar un interesante artículo en el cual se refiere de manera despectiva y derogatoria a una noción que, para sectores muy importantes de la comunidad académica e intelectual del país, se resume en el concepto de “etnia negra panameña”.

De no ser por el hecho de que este artículo, en nuestra opinión, representa un monumental retroceso en el proceso de visibilización de temas tan álgidos como los de género, etnia o, raza, hubiéramos asumido esas afirmaciones como una suerte de delicatessen intelectual apoyado en la erudición y capacidad ex-cátedra del Dr. Jaén para referirse con solvencia y autoridad sobre temas nacionales. Pero además de un retroceso, estas afirmaciones parecieran revelar lo distante que se encuentra la comunidad culta de Panamá para debatir y abordar con seriedad temas emergentes y complejos en el contexto de la erupción de nuevos interlocutores sociales.

Debemos convenir en que las ideas expuestas no son exclusivas del Dr. Jaén, de hecho las mismas son ciertamente compartidas por un selecto núcleo de intelectuales panameños formados en importantes y exclusivas universidades de Europa y Norteamérica.   A su vez, como distinguido miembro de la academia panameña sus puntos de vista han sido endosados por las elites económicas y políticas del país.   Pero no nos engañemos, no caigamos en la elementalidad de pensar de que se trata solo de las ideas de un “intelectual orgánico” de las clases altas y adineradas del país.   Las opiniones del Dr. Jaén, al igual que muchas ideas relacionadas con nuestra cultura e identidad, esbozadas por otros autores, son el producto de siglos de dominación colonial y, en consecuencia, han sido producidas y reproducidas por el imaginario colectivo independientemente de la clase social a la cual pertenezcan.

El problema es  ¿Quién decide quién o quienes forman parte de una etnia? Por lo menos, los españoles durante la Colonia tenían resuelto este problema. De hecho, el conquistador español borró las diferencias étnicas de los pueblos originarios y los etiquetó con el término genérico de Indígenas.   De esta forma, se fueron perdiendo, sin menos cabo de la resistencia cultural, durante siglos, las diferencias entre Aztecas, Incas, Mayas, Olmecas, Zapotecas, Toltecas, Arawakos, Emberás, Kunas, Guajiros, Aymaras, Jíbaros, Otavalos, Mapuches, Chipayas, etcétera.

Igual ocurrió con los esclavos africanos que llegaron al continente, los cuales fueron invisibilizados con el término de Negros.   De esta manera, desaparecieron las diferencias culturales y ancestrales entre Yorubas, Carabalíes, Mandingos, Masais, Congos o Bakongos, Sanes, Awases, Nubas, Acholis, Afares, Tureges, Dukas o Akwases. Al igual que los pueblos originarios, los africanos también ingresaron al cartel de los invisibilizados.

Sospecho que en esta oportunidad, al cuestionar el derecho de un grupo a proclamar su propia identidad como “etnia negra panameña”, estamos reproduciendo un vicioso mecanismo colonial. En pleno siglo XXI, la etnografía o descripción desde afuera, sobre quien pertenece o no a una etnia, esta fuera de lugar.  Esta “antropología etnográfica de vitrina” hace tiempo entró en crisis. Cada grupo tiene el derecho a reivindicar su origen, pero desde su intima identidad y no desde afuera y menos por otra etnia.   ¿A qué grupo étnico pertenece el Dr. Omar Jaén Suárez?

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Publicado el 21 de septiembre de 2009 en el diario El Panamá América, a quien damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.