Falacias en torno a las sociedades anónimas

La opinión de:

Ana Elena Porras

El escándalo ocasionado por la divulgación de archivos del estudio de abogados Mossak Fonseca, por el volumen y gravedad de la información ventilada en medios internacionales, alerta sobre algo que no habíamos pensado: que el sistema jurídico de las sociedades anónimas, en general, y de las fundaciones de interés privado y los fideicomisos, crea un doble sistema jurídico, un blindaje legal para un grupo económico privilegiado, contra los derechos de terceros, en especial, de las clases populares. Y que la confidencialidad entre el abogado y su cliente que ahora defiende el Colegio Nacional de Abogados, citando una cadena de leyes (creadas por ellos y aprobadas por diputados) debe ser revisado frente a las múltiples evidencias sobre el carácter de interés público de gran parte de la información que se esconde tras esta “confidencialidad”.

Aparto de esta reflexión los casos más sonados de compañías offshore utilizadas para el blanqueo de capitales y corrupción internacional (con demasiada frecuencia como para decir que fueron prácticas excepcionales), porque incluso los abogados están de acuerdo en que deben ser castigadas una vez se comprueben sus faltas. Cuestiono otros argumentos pendientes de profunda revisión, porque todavía hay quienes defienden la moralidad de las sociedades anónimas, el secreto profesional de los abogados, la evasión fiscal y otras alimañas, arropándose en la soberanía nacional.

1. Con frecuencia vemos que la legalidad y la ética están en contradicción. Decir que algo sea legal no equivale a que sea justo, ético, democrático ni honorable. La esclavitud, la servidumbre, el derecho de pernada, las indulgencias, la decapitación, entre otras, fueron prácticas legales en tiempos pasados de la civilización occidental, a pesar de que hoy nos parezcan salvajes, indignas o reprochables.

2. Insistir en que evadir impuestos no es delito penal en Panamá, según declaraciones de la procuradora de la Nación, a pesar de que este acto hurte dinero al Estado y, en consecuencia, a obras sociales, equivale a una condescendencia inexplicable, y hasta auspiciadora, en beneficio de quienes evaden impuestos porque no están en planilla y compran sociedades anónimas.

3. Afirmar que las sociedades anónimas son un instrumento legal para protegerse contra la inseguridad por posibles secuestros de familiares a cambio de dinero es un argumento flojo, porque saber quién tiene dinero y quién no es fácil, basta una simple mirada a las mansiones de la ciudad y la playa, a los autos, yates, aviones o helicópteros privados de quienes buscan ocultar su dinero, dizque por miedo o, incluso, por pudor.

4. Defender la intimidad de las personas bajo la confidencialidad abogado-cliente con el argumento de que la privacidad es un derecho humano debe llevarnos a preguntar: ¿Cuál es la naturaleza del secreto de las sociedades anónimas que se guarda con tanto celo? Buena parte de la confidencialidad profesional de los abogados esconde información de interés público y de terceros, en la medida en que encubre a últimos beneficiarios de las sociedades anónimas y el origen, la cantidad y resguardo del capital del cliente. Las sociedades anónimas se convierten en un instrumento para esconder al cliente y su capital, lo que permite, entre los daños menores y menos escandalosos: evadir impuestos en caso de herencias y evadir posibles reclamaciones de esposas divorciadas o compañeras unidas, hijos ilegítimos, trabajadores, entre otros, en defensa de sus derechos sobre el capital del cliente amparado en una sociedad anónima. En estos casos, la sociedad anónima actúa como una entidad legal superpuesta dentro del sistema jurídico, creando una especie de doble sistema, una fortaleza jurídica para blindarse de obligaciones legales frente al Estado y frente a terceros. En analogía con una sociedad medieval, crea una especie de fortaleza intramuros para su nobleza, separada del territorio extramuros para campesinos. Es decir, blindan a sus clientes como si fueran los habitantes de una fortaleza y los sitúan en un subsistema legal por encima del jurídico general de los Estados, que sí aplican a la población “extra muros” de la clase media profesional y los trabajadores. ¿Es esto ético y democrático? No contamos con normas que estipulen la forma en que se procesa penalmente a las personas jurídicas, apenas permiten que se ordene la declaración indagatoria de su representante legal.

5. Ningún panameño desea que el escándalo de los Papeles de Panamá lleve el nombre del país. Sin embargo, continúa siendo política del Estado amparar una legislación que sigue protegiendo a corruptos.

6. Analicemos otra tesis: Que los paraísos fiscales responden a los infiernos fiscales. Si a los defensores de paraísos fiscales les parece que algunos de sus Estados cobran una proporción demasiado alta de los ingresos de sus ciudadanos en calidad de impuestos, ¿por qué no debaten sus leyes fiscales en las instancias políticas correspondientes, sea Asamblea, Parlamento u otros para defender el sistema fiscal que piensan más justo? ¿Y por qué ampararse en sociedades anónimas que los proteja solo a ellos? ¿Acaso es justo que esa misma proporción de impuestos sea pagada por los demás ciudadanos trabajadores? ¿Y les parece bien que los evasores de impuestos se beneficien de las obras públicas financiadas por quienes sí tienen que pagarlos?

7. La propuesta de limitarnos a crear o depurar leyes que regulan las sociedades anónimas para poder oxigenarlas y mantenerlas vivas es una solución cosmética que no resuelve el problema de fondo que identifica a ese instrumento o subsistema jurídico como fortaleza intramuros que protege y, por tanto, genera castas, al blindarlas y situarlas por encima del sistema legal que aplica a las mayorías. Este problema no se resuelve con aplicar una técnica legal más refinada para resolver los vicios más groseros de nuestra debilitada institucionalidad. Si bien el uso de una buena técnica legal es necesaria, el problema principal que enfrentamos es que carecemos de visión de país y, en consecuencia, de visión de nuestro país en el mundo, que defienda principios de solidaridad y derechos humanos.

El escándalo de los Papeles de Panamá permite entender mejor los mecanismos legales que conducen a la desigualdad, la impunidad, la injusticia y la concentración de la riqueza, al esconder el origen del dinero de las sociedades anónimas y a sus beneficiarios.

<> Este artículo se publicó en el diario La Prensa el 28 de mayo de 2016.  Panaletras le da al medio al igual que al autor todo el crédito que les corresponde.

¿Futurismo o patrimonio histórico?

La opinión de…

 

Ana Elena Porras

El desarrollo inmobiliario y urbano de la ciudad de Panamá acecha, con su vorágine de rascacielos, al patrimonio histórico y cultural urbano de los panameños.

En este escenario urbanístico subyace un importante dilema que recuerda a Hamlet: ¿ser o no ser? ¿tradición o modernización? ¿patrimonio histórico o futurismo? La preferencia de nuestras autoridades y empresas inmobiliarias, evidentemente, favorece a una modernización a ultranza, con una proyección futurista de alta densidad y grandes torres.

Pero ¿es, acaso, necesaria la oposición entre modernización y desarrollo contra la preservación de nuestro patrimonio histórico?

El presente artículo adopta el paradigma ecológico del desarrollo sostenible respecto al medioambiente, extrapolado al escenario del desarrollo urbano y el patrimonio histórico. En efecto, el paradigma de la sostenibilidad indica que modernización e historia no son inherentemente excluyentes entre sí. Y que la destrucción de nuestro patrimonio histórico y cultural no es intrínsecamente necesaria para el desarrollo y modernización de nuestra ciudad.

Indica además el paradigma de la sostenibilidad, en el marco del desarrollo respecto a la historia en este caso (de igual manera que del desarrollo con el medioambiente), que la preservación de monumentos y edificios iconográficos construyen la memoria colectiva de nuestra historia y fortalecen la identidad nacional.

Los edificios, como las casas, las calles, los parques y las plazas, son como los documentos escritos o los testimonios orales, en el sentido de que ellos también son históricos. Ellos nos cuentan, con su presencia yestilos, historias sobre nuestros antepasados. Constituyen evidencias del recorrido histórico de los panameños. Como los álbumes de fotografías familiares, sólo que, en este caso, los edificios ofrecen imágenes del pasado de la familia panameña en su conjunto.

En este marco conceptual, la torre financiera propuesta por el actual gobierno responde a un proyecto futurista de Panamá, concebida como una torre iconográfica del futuro económico de Panamá como país del primer mundo. Lamentablemente, tan interesante propuesta choca con la preservación del edificio de la antigua embajada norteamericana y del entorno urbano del hermoso edificio del Hospital Santo Tomás. ¿Por qué no buscarle a la nueva torre un espacio urbano más coherente para su estilo, concepto y función?

El Hospital Santo Tomás, conjuntamente con el Barrio de la Exposición, fue construido durante la tercera administración presidencial de Belisario Porras. Estos edificios fueron construidos como un acto de reafirmación del Estado–nación emergente de la República de Panamá, frente a los desafíos políticos y simbólicos de la construcción de la Zona del Canal, que amenazaban la propia existencia de nuestro Estado. En consecuencia, el edificio del Hospital Santo Tomás representa la dignidad y voluntad de autodeterminación del Estado panameño, durante los años de 1920, como también simboliza su política interna como Estado de bienestar social. Por su parte, la Embajada de Estados Unidos, como monumento histórico y símbolo, cuenta historias de neocolonialismo, prepotencia e intervención de ese país en la República de Panamá.

Estos edificios–símbolos, con sus historias, deben conservarse en la cinta costera convertidos en importantes centros culturales: la Embajada de Estados Unidos podría convertirse en el Museo de Arte Contemporáneo, mientras que el edificio original del Hospital Santo Tomás ofrecería el lugar perfecto para el Museo Antropológico de Panamá, con sus respectivas exhibiciones, bibliotecas, cines de arte y cultura, cafeterías, restaurantes, miradores, dignos de la modernización de Panamá ¡una modernización sostenible y no destructiva de su historia! De esta manera, contribuirían ambos edificios a definir y planificar la cinta costera como un espacio urbano amigable, coherente con el deporte, la recreación, la historia y la cultura; el descanso, la reflexión y los encuentros de los habitantes y visitantes de la ciudad.

<> Artículo publicado el 12  de octubre de 2010 en el diario La Prensa, a quienes damos,    lo mismo que a la autora,   todo el crédito que les corresponde.

El tambor de la alegría

La opinión de…..

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Ana Elena Porras

En días pasados, hemos celebrado en Panamá el centenario de nuestros carnavales. Lo que resaltó inmediatamente fue la continuidad, organización y éxito de los carnavales del interior que contrastaron con las celebraciones de las de la capital y Colón, donde la celebración se realizó de una manera deslucida, improvisada, conflictiva entre sus autoridades y bajo un control policivo inusual sobre la población.

¿Son importantes los carnavales? ¿Qué función desempeñan? ¿Merece la pena que el Estado los organice y promueva? Estas son algunas preguntas a las que intentaré referirme en este escrito, tomando como referencia la teoría antropológica del Carnaval, como ritual popular, brillantemente analizado por el antropólogo brasileño Roberto Da Matta en su ya clásico libro Carnavais, malandros e herois (Zahar editores, 1979).

Para comenzar, el autor sitúa los carnavales en la misma categoría de otros rituales sociales como son las marchas del Día de la Patria y las procesiones religiosas, respectivamente. Rituales sociales que, en cada caso, construyen momentos especiales, pero no distintos, de la vida cotidiana de una sociedad, donde sus actores sociales dramatizan, amplían y replican el drama social y los valores de una comunidad nacional determinada.

Desde esta perspectiva, los rituales populares expresan y representan a su sociedad. Los carnavales utilizan una narrativa jocosa, la del disfraz, la broma, la fiesta. Las marchas del Día de la Patria utilizan el lenguaje autoritario y militar del Estado nacional y las procesiones religiosas utilizan el discurso dogmático de la fe por el temor de Dios y la esperanza de salvación eterna. Así queda establecida entonces la importancia teórica del Carnaval, aunque, desde luego, en la práctica, es el pueblo quien decide.

A juzgar por la historia panameña del Carnaval, la tradición oral sugiere que el pueblo sale a las calles a manifestar su alegría, su jocosidad e, incluso, su hostilidad verbal (y hasta su violencia) así como también sus frustraciones, durante esos días.

Cuentan los cronistas del Carnaval panameño que, en 1910, se iniciaron los primeros carnavales de la República, con ordenamiento y formalidad, por parte de las familias ricas de San Felipe. La historia oral del Carnaval también indica que hubo dos interrupciones importantes de su celebración oficial: la primera, inmediatamente después al golpe militar de 1968 y, la segunda, luego de la invasión norteamericana de 1989.

Esto sugiere que la celebración del Carnaval es importante para el pueblo panameño, para tomarse las calles y expresarse y que sus interrupciones representan intervenciones traumáticas en las costumbres populares de la Nación. Más importante aún: que los carnavales son una expresión de la sociedad republicana de Panamá y su suspensión se corresponde con intervenciones autoritarias, militares, que violentan la soberanía popular y el orden social del Estado nacional.

He leído a muchos intelectuales panameños que se refieren con sorna y desprecio a los carnavales, con un tonito esnob. Tal vez no han tenido la oportunidad de ilustrarse sobre el hecho de que los carnavales de un país, y de los panameños específicamente, forman parte de nuestro folclor.

El Carnaval panameño presenta dos modalidades: el privado y el estatal. Ambas presentan sus fortalezas y debilidades. La modalidad privada es más organizada y lucida. Es más profesional y tradicional. Pero requiere de reinas con dinero y, por tanto discrimina con base a la clase. La modalidad estatal es más amplia y popular, pero es politizada, clientelista, improvisada y casi siempre corrupta. Los carnavales vienen indicando uno de los dilemas sociológicos más importantes de los panameños, cuestionándonos: ¿cómo lograr la eficiencia con equidad?

A los carnavales panameños les falta un Ministerio de Cultura y/o Turismo, con expertos en historia, folclor, empresas del espectáculo y entretenimiento, música, artistas plásticos y artesanos, que velen por la realización sostenida y profesional de una fiesta nacional de excelencia: con concursos de disfraces, de coreografía y cantos de comparsas, de temas originales, de artísticos carros alegóricos, polleras, orquestas nacionales, tunas y murgas. Que le devuelva al folclor su lugar enaltecido: con diablos y resbalosos, cantaderas, tambor de orden y punto, con fuegos artificiales, máscaras y disfraces. Donde participen todos los barrios, las empresas, las colonias, en los desfiles de disfraces.

Donde por las noches se pueda ir a bailar a los hoteles, los jorones y ranchos donde hay bebidas, mesas, comida y sanitarios. Las tarimas deben estar mejor repartidas por todo el país y no deben ser monopolio de nadie. Debe escucharse la salsa, el merengue, el pindín, la décima, el reggae, el jazz, el bolero… Las reinas deben vestir con disfraces diseñados por nuestros mejores artistas, inspirados en temas originales nacionales y no copiarse de las vedettes de clubes nocturnos o de los carnavales del Brasil. La seguridad es importante, pero debe dársele a la Policía de Turismo: orientadora, gentil, sin rebusca…

Debe haber diversión para todos. El desfile del Carnaval, en las tardes, ha sido siempre el momento para chicos, ancianos y adultos. Donde todos pueden participar como actores o como observadores en un ritual colectivo de la alegría de ser panameños. Carnavales que no separen a los panameños. Lo que en teoría antropológica se llama communitas, que construye identidades (nacional, regional, etnicidad, género, de clase, etc.) sentido de pertenencia, amor a la cultura y a los panameños con nuestras virtudes, contradicciones y diferencias.

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Publicado el 22 de febrero de 2010 en el Diario La Prensa, a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito de les corresponde.

¿Afroantillanos, afrocoloniales, afrodescendientes?

La opinión de la Doctora en Antropología y Docente Universitaria….

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ANA ELENA PORRAS

Gracias a los estudios antropológicos y a las estadísticas económicas y sociales de nuestro país, podemos entender mejor la complejidad de Panamá, una sociedad pequeña abigarrada, debido a su intensa diversidad cultural y racial, como también por su desigualdad respecto al género y las clases sociales.

¿Dónde se encuentra la población negra panameña con respecto a nuestro entramado económico y social? Esta será una de las interrogantes que intentarán despejar los Censos de mayo del 2010 al incorporar la variable étnica, pues en un arco iris racial como el de Panamá todos los colores cuentan.

En el contexto de esta nueva pregunta en el próximo censo, resulta pertinente definir conceptos tales como raza y etnia , en términos generales y, de manera particular, el de la etnia negra o afrodescendiente. De esta manera la coyuntura censal se convierte en una oportunidad didáctica y de reflexión sobre los temas de nuestra identidad nacional y de la ética de nuestras políticas públicas.

El concepto de raza , por su parte, tiene dos dimensiones. Una biológica, según la cual, las razas son variaciones de frecuencia genética debidas a mutaciones y adaptaciones al medioambiente, por parte del Homo Sapiens itinerante, quien migró desde el continente africano a poblar el resto del planeta. La segunda dimensión del concepto de raza es la cultural, la cual señala que la raza es un constructo, es decir, una elaboración sociocultural, del imaginario colectivo. Con base al color de la piel, la clase social y la cultura, se construyen (que equivale a decir se imaginan ) valores, jerarquías, atributos e identidades respecto de cada grupo humano, con intención de interactuar, negociar o imponer relaciones de poder y estructuras económicas. La esclavitud impuesta a los indígenas de América y a los africanos vendidos en el Nuevo Mundo, así como los contratos laborales de largo plazo y baja paga a los chinos durante la construcción del ferrocarril interoceánico y del Canal de Panamá, son casos históricos de esta dinámica. Y las ideologías sobre superioridad—inferioridad y pureza de las razas hacen parte consustancial de este escenario y dan sustento filosófico a la sociedad de clases sociales del Estado moderno desigual y racista. Panamá no ha escapado a esta realidad.

Del concepto de raza social, como construcción sociocultural, surge la etnicidad.  Ésta se puede definir entonces como una estrategia grupal, que opta por la diferenciación frente a la opción de la asimilación cultural. En consecuencia, una etnia se puede definir como un grupo humano con sentido de pertenencia, el cual se construye con base a una identidad cultural compartida, historia común, con prácticas endogámicas. Un grupo étnico es también, por otra parte, subalterno o subordinado a un Estado nacional y su cultura dominante. Puede o no tener un territorio común y un idioma diferenciados de otros grupos. Tiene funciones de estrategia política con base en la diferenciación social y cultural que, al mismo tiempo, se integra como una parte diferenciada y subordinada al Estado—nacional. La categoría étnica es, en consecuencia, una elaboración o reinvención de la identidad. Puede surgir como iniciativa colonizadora de grupos sociales y culturales dominantes (como fue el caso del sistema de castas colonial hispánico en las colonias de América o de la India tradicional) o, como iniciativa de los grupos minoritarios, en un intento por fortalecer su capacidad de negociación política con el Estado moderno por una cuota de poder y su movilidad social ascendente.

¿Qué es la etnia negra o afropanameña ? La antropología panameña del siglo XX siempre distinguió dos grupos afropanameños, histórica y culturalmente diferentes entre sí. El grupo afrocolonial tiene origen africano, traído a Panamá desde el siglo XVI, durante la colonia hispánica, habla español y es católico. El grupo afroantillano tiene igualmente origen africano, pero su jornada histórica hasta Panamá está mediatizada por el colonialismo británico en las Antillas, de manera que llega a Panamá durante la construcción del Canal a principios del siglo XX, habla inglés y es protestante.

Con la nacionalización del Canal de Panamá y la desaparición de la Zona del Canal, a finales del siglo XX, se comienzan a observar iniciativas como la Panameñísima Reina Negra, Congresos del Negro Panameño, debates, publicaciones y noticias en los medios sobre “ la etnia negra de Panamá ” o “ la etnia afropanameña ”. Esta iniciativa proviene de líderes e intelectuales afroantillanos y afrocoloniales quienes, conjuntamente, intentan reposicionarse en el escenario panameño actual, soberano, sin norteamericanos y con una visión de un Estado moderno y desarrollado. ¿Es esto válido? Perfectamente, tanto desde el punto de vista de la teoría antropológica de las identidades como de las prácticas sociales y, además, es inteligente. Su éxito dependerá de su capacidad de concientizar a los individuos mayormente asimilados y mestizos respecto a la cultura hispanopanameña de las clases dominantes.

Sin duda, la fusión de grupos étnicos de origen africano en Panamá (etnia afrocolonial +etnia afroantillana), como propuesta innovadora, afropanameña, enfrentará desafíos importantes como la reformulación y creación de una identidad afropanameña nueva, especialmente atractiva para generaciones de jóvenes panameños de ascendencia negra, que revalorice su origen y raza africana, su experiencia colonial (anglosajona o hispánica) y la discriminación racial en la Zona del Canal y República de Panamá. Deberá plantear su proyecto de fusión étnica como una estrategia de empoderamiento para panameños afrodescendientes, a través de la perspectiva sociocultural, competitiva, y con ventajas comparativas frente a la opción de asimilación con desigualdad, por parte de la cultura dominante de la sociedad panameña actual.

Por todo lo anterior, pienso que para la sociedad panameña, como un todo, apoyar el ejercicio estadístico que representan los censos que se desarrollarán el próximo domingo 16 de mayo de 2010, aparte de constituir un imperativo ético de solidaridad, permitirá conocernos mejor y adoptar políticas más equitativas que permitirán la integración más justa y feliz de todos los panameños, pertenecientes a los distintos grupos étnicos, clases sociales y género. Solo así podremos hablar de unidad en Panamá, en la diversidad, y avanzar hacia la modernización y desarrollo humano de nuestro Estado—nación. En los censos, todos contamos.

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Publicado el  14  de enero de 2010   en el Diario La Estrella de Panamá , a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.

Hablemos de raza en Panamá

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La opinión de la Doctora en Atropología y Docente Universitaria….
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ANA ELENA PORRAS
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El tema de la raza en Panamá se ha convertido en una especie de tabú, debido a una interesante combinación de factores. El predominio del análisis económico que prefiere el paradigma de las clases sociales (el cual invisibiliza la inequidad por género y por grupo étnico), sumado a las experiencias históricas y sociológicas del mestizaje en Panamá, combinado con racismo y asimilación cultural, los cuales dan por resultado una preferencia por no hablar de raza.

Apenas se la menciona, levanta cejas y suspicacias. No son pocos quienes se abalanzan, lanza en ristre, sobre unos cuantos osados, a quienes se les acusa, injustamente a mi modo de ver, de intentar “dividir a la sociedad panameña”. Otros, sin pudor, se regocijan en una narrativa obsoleta sobre supuesta jerarquía entre las razas (porque imaginan pertenecer a una raza “superior” y, cuando se refieren a las razas, lo hacen en voz baja y con códigos de signos de manos.

Hoy, sabemos ya que en los próximos Censos del 2010 se incorporará la cuestión negra como variable que será objeto de medición. Concuerdo con la Secretaría Ejecutiva del Consejo Nacional de la Etnia Negra en que la importancia de este hecho radica en que contribuirá a visibilizar a la población afrodescendiente en Panamá; a fortalecer el carácter identitario de los afropanameños; incrementará los índices de apropiación de sus derechos ciudadanos y permitirá obtener datos oficiales para el diseño de políticas públicas para la población negra del país. Entonces, ¿por qué no?, revisemos nuestras creencias, ventilemos nuestros prejuicios y hablemos del tema.

Revisemos primero los paradigmas de las ciencias biológicas y sociales que, durante el siglo XX, han experimentado cuestionamientos y avances significativos. En efecto, hasta hace muy poco predominó un consenso entre los académicos respecto a que las categorías raciales habían caído en descrédito como instrumentos analíticos confiables, debido a que se basaron originalmente en la clasificación de poblaciones humanas con base en características del fenotipo (color de piel, forma de ojos, textura de pelo, grosor de labios, etc.). Estos criterios construyeron categorías con clasificaciones imprecisas para agrupar a los humanos, incapaces de incluir a todos los grupos humanos del planeta. Por ejemplo, dejaron por fuera a los nativos de la India, los aborígenes de Australia, los polinesios, los amerindios, etc., porque sus características de fenotipo eran mixtas y no calificaban en ninguno de los tres grupos raciales originalmente identificados: Asiáticos o amarillos, africanos o negros y europeos o blancos. También excluyeron a las innumerables mezclas entre los distintos grupos humanos.

A pesar de estas limitaciones originales, los estudios raciales se han reactivado y actualizado en las últimas décadas, desde la perspectiva genética, nutriéndose con las investigaciones más recientes del genoma humano. Me refiero a las investigaciones realizadas a partir de los años 80, en universidades tales como las de Berkeley, Pensilvania y Rutgers, principalmente. Estas investigaciones han logrado avances revolucionarios en este campo. Entre las conclusiones más destacadas alcanzadas se pueden mencionar:

(1) Que el código genético humano, o genoma, es 99.9% idéntico en todas las personas del mundo. Lo que resta es el ADN, responsable de nuestras diferencias individuales.

(2) Que el hombre moderno conocido como Homo Sapiens, especie a la que pertenecemos todos los humanos del mundo, descendemos de una madre común, o “Eva mitocondrial”, de origen africano y

(3) que la diversidad racial responde principalmente a mutaciones biológicas del Homo Sapiens, ocurridas durante su larga travesía migratoria por todo el planeta Tierra, en respuesta adaptante a los ecosistemas específicos de los nuevos hábitats ocupados, las cuales generaron variaciones genéticas de frecuencia (es decir, raciales) que no afectan estructuralmente al fondo genético común.

Por otra parte, los científicos más destacados del mundo durante la década de los años 60 (científicos naturales, sociales, humanistas, etc.) aportaron las conclusiones de sus estudios, las cuales fueron sintetizadas en una Resolución de la UNESCO, sobre los aspectos biológicos de la raza, emitido en 1964.

En vista de que su contenido está vigente frente a los nuevos descubrimientos de la genética y la antropología, hasta nuestros días, forman parte de esta disquisición. En efecto, este valioso documento señala que:

(4) Los pueblos del mundo tienen igual potencial biológico para alcanzar cualquier nivel de civilización.

(5) Las diferencias en los logros deben ser atribuidas solamente a su historia (como el imperialismo, la esclavitud, la colonización, etc.) y experiencia socio cultural (como, por ejemplo, alimentación, acceso a la riqueza, la salud y el poder).

(6) En razón de la movilidad de las poblaciones y de factores sociales, el apareamiento entre distintos grupos humanos ha ocasionado una gran diversidad genética entre todas las poblaciones, eliminando la existencia de razas puras en la especie humana, en el sentido de poblaciones genéticamente homogéneas.

(7) Las variaciones genéticas raciales no afectan el fondo genético común del Homo Sapiens, por lo cual es errado hablar de superioridad o inferioridad de cualquier raza conocida, desde el punto de vista biológico.

(8) La procreación interracial no ocasiona perjuicio alguno a la humanidad, por el contrario, existen evidencias de que fortalece los sistemas inmunológicos contra enfermedades. Sobre este último tema, se suman las investigaciones del genoma humano realizados por el panameño Tomás Arias.

Como podemos ver, no hay razones para alarmarnos cuando escuchamos referencias al tema de razas en Panamá ni en ninguna parte del mundo. Tampoco veo sustento para pensar que las voces que colocan sobre el tapete nacional su condición étnica, a fin de obtener su inclusión social plena, no sean más que la de una pila de “ acomplejados ”.

Se nos presenta a todos los panameños una excelente oportunidad de hacer del 2010 el año de la inclusión étnica, acercándonos hacia nuestro ideal, el Panamá Crisol de Razas. Sigamos hablando del tema, sin tapujos.

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Publicado el  12 de diciembre en el diario La Estrella de Panamá, a  quien damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que le corresponde.

Raza, etnicidad y clase social

La opinión de la Antropóloga y Docente Universitaria…..
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ANA ELENA PORRAS
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Raza, etnicidad y clase social

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He leído recientemente, en los diarios locales, la interesante noticia de que un grupo de ciudadanos afropanameños promueve la campaña de incluir la pregunta racial sobre ancestros de raza negra en los Censos Nacionales de 2010, con la intención de visibilizar la presencia afrodescendiente en la sociedad panameña.

Hasta el momento, desde 1970, nuestros Censos Nacionales solo incluyen la pregunta étnico-racial cuando se aplica a los indígenas de Panamá con la intención de medir su población, evaluar sus características vitales, socioeconómicas y sus migraciones.

Las conclusiones que sugiere esta información estadística son brutales:

(1) que los focos de pobreza extrema están localizados en las comarcas indígenas,

(2) que el Estado y la Nación de Panamá sostienen prácticas sistemáticas de exclusión y discriminación de sus poblaciones indígenas y

(3) que las poblaciones indígenas, por su parte, necesitan plantear proyectos de desarrollo económico para sus comarcas.

Si bien estas experiencias censales servirán de referencia para la nueva propuesta de inclusión de la pregunta sobre ascendencia africana, ésta será inédita en el Panamá republicano y mucho más difícil, por cuanto no existen territorios comarcales para los grupos afrodescendientes ni idioma diferenciado de la cultura dominante (ante la pérdida creciente del inglés entre los afroantillanos), sumado con una sociedad racista que presiona culturalmente al afrodescendiente, a través de prácticas laborales, matrimoniales, sistemas de prestigio y exclusión económica, a despreciar y negar sus raíces africanas.

De aquí que, para obtener unos resultados razonablemente veraces, se necesitará de una campaña didáctica que explique los objetivos y beneficios de este Censo, tanto para propios como para ajenos. Habrá también que afinar la metodología de la clasificación por filiación, en casos de mestizaje y tomar decisiones respecto a seguir o no el modelo norteamericano de hipofiliación, donde solo uno de los ancestros, perteneciente a una minoría, en este caso de origen negro, definirá la clasificación de la persona censada.

En mi opinión, el Censo Nacional 2010, con pregunta racial, brindará a todos los panameños una oportunidad valiosa para reflexionar sobre la presencia y contribución socioeconómica de los grupos humanos afrodescendientes del Panamá del presente, así como contribuirá también a que todos los panameños recapacitemos sobre cómo somos y cómo anhelamos ser, como nación, en el siglo XXI.

Este ejercicio nos brindará la oportunidad de encarar la contradicción abismal que hemos creado entre la utopía de un Panamá diverso y pluralista, y el país más desigual del mundo (después de Brasil) en las prácticas de distribución de la riqueza. Cifras recientes y confiables (2008) fijaron la pobreza en Panamá en 32.7%. Creo que es absolutamente legítimo y pertinente indagar entre otras cosas ¿Dónde se sitúa la población afropanameña con respecto a esas cifras? ¿Existen relaciones socioculturales entre raza, etnia y pobreza en Panamá?

En el camino hacia los Censos de mayo de 2010, intentaré aportar a la campaña que busca visibilizar la presencia de la población afrodescendiente en Panamá, a través del examen de algunos conceptos en torno a los términos “Raza”, “Etnicidad” y “ Clase social ”, según los paradigmas vigentes de la antropología cultural y física, así como sus interrelaciones en las prácticas culturales de la sociedad panameña. Invito a la lectura de sucesivos artículos en los cuales iré abordando estos temas que, infortunadamente, en nuestro medio, aun reciben el trato que se le dispensa a los tabúes:  El silencio.

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Publicado el 16 de noviembre de 2009 en el diario La Estrella de Panamá, a  quien damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que le corresponde.