La opinión del Abogado…..
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Enrique M. Illueca
La sociedad panameña está comprometida a promover la práctica de los valores éticos y morales, que es el objetivo fundamental y creó la Comisión de Valores del Club Rotario de Panamá, en coincidencia con el criterio del Teórico de la Nacionalidad Panameña, don Justo Arosemena, quien afirmaba que “lo que nos despedaza, lo que cancera el seno de la sociedad, es la falta de moralidad pública”.
Lógicamente la moral pública exige de parte de gobernantes y gobernados, en aras de un buen gobierno, el cumplimiento de deberes morales que tienen como motivos o sanciones, aquellos definidos por la Conciencia y el Honor. La Conciencia que nos produce la Reprobación de las malas acciones y el Honor que nos hace sentir el efecto denigrante de la Reprobación.
Los valores éticos y morales que predominan en la práctica de los adultos son determinados por los conceptos de la Conciencia y el Honor. Muchos seres humanos se abstienen de delinquir, no tanto porque quieran evitar el castigo de la ley, sino para escapar a la desaprobación moral de sus semejantes. Sin entrar a la distinción entre los principios del Derecho, la Moral y la Religión, es evidente que la reacción moral contra la conducta inmoral mantiene sus efectos al reflejarse en las vitrinas de la Conciencia y del Honor.
A raíz del Centenario de Rotary en 2005, el primer club de servicio del mundo, no podemos dejar de reconocer que nuestro país está constituido por una sociedad configurada por aportes de distintos grupos humanos, con una cultura que hemos sido capaces de crear como descendientes de indígenas, negros y europeos; advirtiendo Carlos Fuentes que la participación europea comprende la presencia ibérica que incluye la presencia mediterránea, romana, hebrea, griega y árabe.
Con base en nuestros antecedentes históricos, cabe señalar que la manera panameña de pertenecer a la cultura occidental es una manera panameña de estar en el mundo y una manera del mundo de estar en Panamá. Creo que a aquellos antepasados, a aquellos panameños y panameñas que nos precedieron y que en muchos sentidos nos superaron moralmente, las actuales y futuras generaciones pueden rendirle tributo a través de la conformación –individual y socialmente– de una ética del porvenir, una ética de lo que está aún por hacerse, una ética de lo que debemos hacer. Si esa ética estuviera ausente entre nuestros gobernantes y gobernados, tendríamos que pagar un precio que equivaldría a hipotecar el futuro de nuestros sucesores, de los integrantes de nuestras generaciones venideras.
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Este artículo se publicó el 3 de junio de 2010 en el diario El Panamá América, a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.
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