¿Por qué sigo siendo sacerdote?

La opinión del Sacerdote….

Teófilo Rodríguez Díaz

Hace algunos años, cuando aparecían en Estados Unidos las primeras denuncias por pedofilia contra sacerdotes, participaba en un programa de televisión y se me pidió que opinara sobre la materia. Entonces dije, y lo sostengo hoy: “Todo esto Dios lo permite para purificar su Iglesia”. Y lo vemos cuando los ataques han llegado con saña y odio hasta la más alta figura eclesiástica, el papa Benedicto XVI.

Su lema episcopal era “cooperador de la verdad” y al asumir el cargo de sucesor de Pedro, continúa utilizándolo, porque lo hace vida. Ante estas calumnias todo el cuerpo de Cristo se ve estremecido y lacerado.   Aquí se cumplen las palabras del Señor a sus discípulos: “si el mundo los odia, sepan que me ha odiado a mi antes que a ustedes” (Jn 15, 18).

Su valiente postura para asumir los casos más espinosos que en los últimos años afectan a la Iglesia, dan muestra de su temple y son testimonio de un Papa que desea caminar en la verdad, cueste lo que cueste. La historia se encargará de juzgar sus acciones y Dios premiará sus servicios a su Iglesia.

He querido partir desde lo que sufren el Papa y la Iglesia hoy para cuestionarme, en mis 29 años de servicio a esa misma Iglesia, el porqué sigo siendo sacerdote. En la década de 1970 pertenecí a esa juventud idealista y combatiente forjada en las aulas del colegio Abel Bravo.   A punto de iniciar mi carrera universitaria descubrí dos obras que transformarían mi vida: las Sagradas Escrituras y las Confesiones de San Agustín. Seguí el llamado de Cristo y fui ordenado sacerdote el 2 de mayo de 1981, en Colón, consciente de que Dios puede hacer de un gran pecador un gran santo, pero que también el precio de la santidad es la crucifixión; en el lenguaje del mundo esto no es bien entendido.   Dice el libro de los Proverbios: “Hijo mío, si te decides servir al Señor prepara tu ánimo para la prueba”; así ha sido en todos estos años. Y a pesar del sufrimiento agradecemos al Señor su amor, ternura y fortaleza que hemos sentido en esta desolación.

Hace más de dos años que la Ciudadela Jesús y María, la Fraternidad de la Divina Misericordia, el obispo de Colón y este su servidor somos objeto de las más despiadadas campañas de desprestigio.   Durante todo ese periodo nos hemos mantenido alejados de los medios, sin emitir opinión alguna. Y no ha sido por omisión a la verdad ni por miedo: por obediencia y la espera a que los procesos legales emitidos en nuestra contra y la providencial intervención e investigación de la Santa Sede dieran sus dictámenes.

Soy un fiel partidario de que si un religioso, sacerdote u obispo comete una falta grave o delito penal, debe asumir las consecuencias ante las leyes eclesiásticas y civiles. Así lo hicimos con el triste y desafortunado incidente de uno de nuestros religiosos.   Sin embargo, si algunos sacerdotes y obispos han traicionado su misión y la confianza depositada en ellos, eso no da pie para condenar a toda la Iglesia.

En nuestro caso, contamos con el testimonio de una joven que fue instruida para levantar una falsa acusación contra la Ciudadela, con promesas de bienestar material para ella y su familia; el peso de su conciencia le llevó a retractarse de esas acusaciones. Ha habido también jóvenes que pertenecieron a la obra social de Ciudadela que nos han relatado cómo se les instaba a levantar acusaciones falsas contra miembros de la fraternidad. Todos estos casos se han ido cerrando por falta de pruebas.

¿Qué encontró el visitador apostólico? Nada que impida a la fraternidad continuar su servicio a la Iglesia. Sus ordenanzas se dirigen a la estructura misma de la fraternidad: de comunidad mixta nos convertirnos en dos institutos separados, regidos por el propio carisma y espiritualidad que siempre nos ha animado.

Sí, soy sacerdote y sigo siendo sacerdote, porque creo en la fuerza del amor que es más grande que el odio. Hemos perdonado de corazón a nuestros detractores y a los que en su momento juraron destruir la Ciudadela y a su servidor. Sigo siendo sacerdote porque creo en la Iglesia de Cristo que camina en la historia para señalar a los hombres el puesto seguro para la salvación.

Sigo siendo sacerdote porque creo en la figura de Pedro como signo de unidad y de comunión que hace posible la confirmación de sus hermanos. Hoy veo plenamente a San Pedro representado en Benedicto XVI. Sigo siendo sacerdote porque creo en la santidad de los miembros de la Iglesia, aunque todos hayamos nacido pecadores, y busco esa santidad con la ayuda de Cristo.

Finalmente, sigo siendo sacerdote porque creo en la resurrección a la vida eterna y en todos los sacramentos de mi madre la Iglesia. He comprendido que de ninguno de los personajes de la historia que en su momento admiré, se puede afirmar que su sepulcro esté vacío, como el de Jesucristo mi señor y mi Dios, que verdaderamente vive y que estará con su Iglesia hasta el fin del mundo.   Sí, soy un feliz sacerdote en busca de la santidad.

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Este artículo se publico el 19 de junio de 2010 en el diario La Prensa, a quienes damos, lo mismo que al autor,  todo el crédito que les corresponde.