Reflexión en el Te Deum

Reflexión en el Te Deum  por el  Arzobispo de Panamá,

José Domingo Ulloa Mendieta  

en la Catedral Metropolitana de Panamá, el  3 de noviembre de 2011 .

Su Excelencia Reverendísima Mons. Andrés Carrascosa Coso   Nuncio Apostolico.

Su Excelencia, Ricardo Martinelli Berrocal, Presidente de la República de Panamá y señora.

Su excelencia, Juan Carlos Varela, Vicepresidente de la República de Panamá.

De acuerdo a una larga, noble y hermosa tradición, las puertas de nuestra Iglesia Catedral se abren nuevamente para acoger como siempre a los hijos e hijas de esta tierra panameña quienes, encabezados por nuestras autoridades aquí presentes, quieren orar y entonar un canto de Acción de Gracias al Padre Dios, por Jesucristo en el Espíritu Santo, al conmemorar los 108 años de vida independiente y soberana de nuestra República.

Hoy es el día en que Panamá ruega a Dios por Panamá. Porque desde 1903, hombres y mujeres intuyeron que la patria, su grandeza, su libertad y su unidad, son al mismo tiempo tarea humana y don divino. Así ha sido desde la llegada de la fe a este Istmo.

Por ello, la historia de la Nación Panameña se ha escrito paralela a la de la Iglesia. Fue aquí donde se instituyó la primera diócesis de Tierra Firme, la de Santa María La Antigua, cuyo Quinto Centenario conmemoraremos en septiembre del 2013.

En este día de la Patria, Panamá comienza sus festejos con una plegaria, en la que ponemos a Panamá en las manos de Dios.   Confiar en Dios no significa abdicar de la propia responsabilidad en la construcción de la historia.   Significa hacer la historia junto con Dios, interpretar en ella sus designios y ser protagonistas de la construcción del reino en la Tierra.

Deseamos compartir con ustedes, unas reflexiones con amor verdadero, con una intensa pasión por nuestro pueblo, proponiendo la visión de persona y sociedad derivadas del Evangelio. Sabemos que el Evangelio de Cristo ha sido anunciado para la felicidad de todos y para ir alcanzando la plenitud humana. “La gloria de Dios consiste en que su creación preferida, el ser humano, tenga vida en plenitud, desarrollando sin cesar la imagen misma de Dios impresa en lo más íntimo de su ser”.

Hermanos y hermanas: Lograda nuestra soberanía en todo el territorio nacional a finales del siglo pasado, gracias a la lucha de muchos panameños, y el luto de tantas familias, debemos preguntarnos: ¿Cuál es el ideal o el sueño que une al pueblo panameño hoy?; ¿seguimos teniendo anhelos comunes, un ideal que una nuestras almas, que nos haga caminar hombro a hombro cada día hasta lograr ese objetivo?

Antes de contestarnos estas preguntas, quizá nos hace falta primero redescubrir el significado de la palabra Patria.

La Patria no es lo mismo que la Nación o el país. La Patria no es sólo el territorio, tampoco la sangre o el idioma. Pues individuos y familias de diversos orígenes y lenguas pueden convivir en una misma tierra, y constituir una misma patria debido al espíritu que los une. La Patria es algo todavía más profundo y más sublime. Si vamos a su significado etimológico, Patria procede del latín “patria”, que significa “familia”, y del griego “patris”, es decir, “descendencia de padre”.   Patria es, pues, paternidad, y toda paternidad es venerable.

Cuando hablamos de patria asumimos la herencia de los padres. La Patria es el acerbo moral que se ha venido acumulando desde los orígenes, es la convivencia compartida en las luchas y en el estilo de vida.   Es el tesoro de las mismas tradiciones.   Es la comunión en las mismas creencias.

La Patria es también una misión, un destino, una empresa colectiva en este mundo y en la historia. Para los cristianos y personas de buena voluntad, significa además, trasmitir y hacer perdurar los valores que hemos recibido, y no dejar que nos impidan vivirlos.

Hermanos y hermanas:  La Patria es un don;  la Nación, una tarea”. ¿Cuál es esa tarea que debemos emprender para reconstruir la nación?

Como Pastor los exhorto a que empecemos por la reconciliación social entre todos los sectores y el fortalecimiento de la capacidad de diálogo: Reconociendo que la reconciliación social no consiste en enfrentar la historia como si nada de lo acontecido hubiera pasado; es un proceso por el que las partes que viven situaciones de confrontación deponen una forma de relación destructiva y sin salida, y asumen una forma constructiva de reparar el pasado, edificar el presente y preparar el futuro.

Otra de nuestras tareas es volver a creer en el otro, y recuperar la confianza que nos permita relacionarnos, respetando las diferencias, basando ese encuentro en la verdad y no en las imposiciones, a través de un diálogo transparente y sincero. Entendiendo que el diálogo no significa convencer, sino consensuar para garantizar el bien común.

También, nos urge creer en la libertad como un principio esencial del hombre, como un don inherente a la persona humana, necesario para la realización de su vocación trascendente a través de la historia.

Esa misma libertad nos lleva a la participación ciudadana.   Una participación efectiva en el orden económico, social y político.

Permítanme profundizar sobre el valor de la verdad. La verdad es esencial para la justicia y la reconstrucción de la sociedad. Esto lo confirma el Santo Padre Benedicto XVI cuando nos dice: “donde se siembra la mentira y la falsedad, florecen la sospecha y las divisiones, y socavan las posibilidades de relaciones sociales pacíficas”.

Tenemos que volver a entender que Panamá no es un pedazo de tierra, ni solo un puente que une al mundo, es mucho más: es la gente que aquí nace o que libremente ha aceptado nuestra Patria como suya.

La Patria es la gente y sus valores, su dignidad y sus derechos. La patria eres tú, tus hijos y los que vendrán.    Nos ha pasado que por limitar la Patria a la noción de gobierno, hemos perdido mucho, en nuestro aprecio, respeto e identidad como Nación y, por ende, en nuestro compromiso ciudadano.

Tenemos que animarnos a pensar y trabajar en el Panamá de los próximos años; necesitamos un proyecto de país, que reafirme nuestra identidad común; que establezca políticas públicas con consensos y acuerdos que puedan subsistir más allá de los cambios de gobierno y que se conviertan en referencias para la vida de la Nación.

Para ello, hay que mirar el pasado de nuestra historia para proyectar un futuro, pensando en todos los panameños sin exclusión.

Hay dificultades, no las negamos. Y frente a ellas tenemos que superar la tentación de la queja inútil, de la protesta por la protesta.   Debemos reaccionar como Jesús, amando a la Patria, como exigencia del mandamiento que nos pide honrar al padre y a la madre; porque la patria es el conjunto de bienes que hemos recibido como herencia de nuestros antepasados, es un bien común de todos los ciudadanos, y como tal, también es un gran deber.

Ante la indiferencia y desamor a la Patria, la respuesta es cultivar entre nosotros el patriotismo, virtud olvidada y callada, que procura recuperar el respeto y amor que le debemos a la misma. El verdadero patriota busca y se compromete en contribuir a hacer una gran Nación, mediante su trabajo honesto y la contribución personal al bienestar común.

Todos, sin excepción, debemos preguntarnos qué puedo, y qué debo hacer para cooperar con el bien de nuestro querido Panamá. Cada uno de nosotros somos constructores y responsables del futuro de la Patria. No esperemos a ver que hacen los otros, no miremos con indiferencia lo que no me toca, despertemos de la inmadurez de pretender tener un Estado paternalista.

Panamá es una obra de todos, que se hace con el deber de cada día, hecho con esfuerzo, con honestidad pensando más en los otros que en el propio interés. Actitud que supone heroísmo para no cansarse, para no claudicar, para comenzar cada mañana, en nuestro lugar, para creer y esperar que con la gracia de Dios otro Panamá sea posible legar a nuestros hijos.

Pero no nos quedemos solo en palabras y sueños. Como Iglesia, hemos iniciado una propuesta del PANAMÁ QUE QUEREMOS, surgida de un movimiento de profesionales católicos, que como pastor estamos acompañando.   Esta es una propuesta basada en el ideal cristiano, pero impregnado de panameñidad; abierto a la vez a todos, inclusive a los no cristianos, porque estamos seguros que servirá para reinventarnos, para mejorarnos, para reconstituirnos como nación, y recuperar los sueños, sin dejar de encontrar los caminos para hacerlos realidad.

Panamá necesita de sus mejores hombres y mujeres en este momento de la historia de nuestra Patria.

Ruego a Dios Padre que con la ayuda de Santa María la Antigua, que ha acompañado el caminar de nuestro pueblo, bendiga siempre a nuestro país y a nosotros sus hijos nos haga dóciles a la acción del Espíritu para que podamos entonar siempre en paz y armonía el canto de alabanza que nos recuerda el coro de nuestro himno nacional:   “Alcanzamos por fin la victoria/ En el campo feliz de la unión;/Con ardientes fulgores de gloria/Se ilumina la nueva nación”.

Que viva Panamá.   ¡Que Dios y la Patria así lo quieran! Amén

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Publicado hoy 3 de noviembre de 2011 gracias a la gentileza de la Psicóloga Especialista de la Conducta Humana  Dra. Geraldine Emiliani que lo envió a nuestra redacción.

Mensaje de Año Nuevo

De parte de Monseñor  

José Domingo Ulloa

Mensaje de Año Nuevo

Al iniciar este nuevo año, te quiero saludar con la misma bendición que el Señor ordenaba para su pueblo, ya que hoy nosotros somos el nuevo Pueblo de Dios:

“El Señor te bendiga y te proteja, haga resplandecer su rostro sobre ti y te conceda su favor. Que el Señor te mire con benevolencia y te conceda la paz” (Núm 6, 24-26).

Tenemos que hacer que en este año 2011 cada persona, desde su lugar, y todos unidos, mejoremos en nuestras relaciones sociales, políticas, eclesiales y familiares.  Esforcémonos por eliminar de nuestra vida las divisiones tanto de grupos como de personas.

No caigamos en los insultos y amenazas, en las descalificaciones de unos contra otros; no difundamos verdades a medias o medias mentiras.

Que sepamos escuchar mejor las razones de los demás, que defendamos nuestras ideas con argumentos y no con prejuicios; busquemos la convivencia y no la intransigencia; la reconciliación y no la agresividad; seamos críticos con los demás, pero también con nosotros mismos cuando sea necesario.

Hagamos del año 2011 un año reconciliador, en el cual “las voluntades se dispongan a la reconciliación, los enemigos vuelvan a la amistad, los adversarios se den la mano los pueblos busquen la unión, que las luchas se apacigüen y crezca el deseo de la paz; que el perdón venza al odio y la indulgencia a la venganza”.

Este es un día también para dar gracias a Dios. Gracias por todo lo que hemos vivido en este año que terminamos, gracias por lo que viviremos en el año que comienza, gracias por todo lo nuevo que aparece en nuestra vida.

Le pido a Dios que todos los buenos deseos que tienes y que nos deseamos en el Nuevo Año sepamos hacerlos realidad. Hagamos el propósito de favorecer todo lo que ayude a que haya más felicidad para todos, amigos y desconocidos.

Hermanos: Este año apenas estrenado no será más feliz porque los acontecimientos nos resulten favorables,  sino porque miramos y sentimos las cosas desde el corazón de una manera nueva y favorable.

La felicidad no está fuera, en lo que pasa o nos pasa… sino dentro, en mí mismo. La felicidad no está en la salud, la suerte, el éxito o la riqueza, sino en el modo de situamos ante ellas, en lo que hacemos con cada cosa que nos viene.

La felicidad, la paz del corazón, la ilusión, el equilibrio, el estar bien no dependen fundamentalmente de los otros, de lo otro sino de mí mismo,  de lo que yo hago con todo eso, de cómo me tomo las cosas.

Por eso hagamos nuestro los deseos de la bendición que Dios ofrecía a su pueblo:

«Que el Señor te bendiga y te proteja, ilumine tu rostro y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz».

Por eso más que un «feliz año» les quiero desear  un corazón como el de María, la Mujer fuerte, la Madre de Dios, para vivir cada momento, un corazón en el que quepa y esté a gusto Dios, porque «si Dios está con nosotros, ¿quién podrá con nosotros?». Cuando el corazón humano se limpia de basuras, hierbajos y pedruscos siempre acaba apareciendo el Rostro de Dios sonriendo, iluminando, protegiendo, creando comunión, haciendo posible que fructifiquen la paz, la justicia, la rectitud, la alegría…

Cuando el corazón humano está atento y «guarda las cosas en él»,  se hace dócil a los gestos de Dios: he aquí la esclava del Señor.

Feliz año nuevo 2011

Mons. José Domingo Ulloa

 

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<> Publicación compartida con este medio el 31 de diciembre de 2010 por la Dra.  Geraldine Emiliani, a quien le damos las gracias y el crédito que le corresponde

Carta en el Día de los Abuelos

La opinión del Arzobispo Metropolitano de Panamá…

Mons. José Domingo Ulloa Mendieta

El día 26 de julio, con motivo de la fiesta de San Joaquín y Santa Ana, abuelos del Niño Jesús, se viene celebrando el “Día de los abuelos”.   Los invito, a que este día, hijos y nietos, realicemos un esfuerzo de cercanía hacia ellos y celebremos de la mejor forma posible esta fiesta, tal y como nuestros abuelos se merecen.

Esta fiesta de gratitud humana es una ocasión propicia para que los abuelos puedan volver a sentirse verdaderos protagonistas. Es una fiesta de agradecimiento, un acto de amor, una acción de gracias, respetuosa y alegre, para hacerles arrancar a nuestros abuelos su mejor sonrisa y la chispa de viveza en sus ojos fatigados por la vejez.

Gracias a nuestros abuelos vinieron a la vida nuestros padres y hoy nosotros vivimos en este siglo XXI. La figura de los abuelos es realmente una figura singular en la familia: es la prolongación de la propia existencia en la vida y en la historia. Es la viva voz que resuena en todos los hogares durante siglos.

Acércate a ellos y verás los ojos de los abuelos, que aunque cansados por el peso de la vida, miran con un amor especial la figura y presencia de los nietos; los nietos al besar y abrazar con un tierno e inmenso cariño a los abuelos les están expresando que quieren vivir juntos siempre; los latidos del corazón de los abuelos son los mismos latidos del corazón de los nietos; los abuelos merecen la expresión más delicada, fina, gentil y cariñosa de los nietos. Los nietos y los abuelos unidos en ese amor recíproco son auténticos mensajeros de esperanza, alegría, amor y paz.

Acerquémonos a los abuelos, con ellos podemos sentir mucho más de lo que podamos imaginar: ellos son ricos en sabiduría, maestros de la vida y testigos admirables. Ellos son un factor integrador de la vida familiar; ellos, con sola su presencia, sostienen y fortalecen un clima de afectividad, cariño y comprensión; y con su equilibrio emocional permiten obtener la madurez en la formación de los nietos.

Dice el libro del Levítico: “Ponte en pie ante las canas y honra el rostro del anciano” (Lv. 19,32). Honrar a los abuelos supone acercarse a ellos, acogerlos con cariño, asistirlos en sus necesidades y valorar sus cualidades.

Hoy en muchos ambientes se tienden a considerar a los abuelos como personas ya “acabadas”, con los que ya no se cuenta para nada. Es preciso recordar que es propio de una civilización plenamente humana y cristiana respetar, amar y valorar a los abuelos, ya que ellos sienten, a pesar del debilitamiento progresivo de sus fuerzas, ser parte viva de la familia y de la sociedad.   Los exhorto a todos y, sobre todo, a los jóvenes a que se acerquen a sus abuelos, de ellos van a recibir mucho más de lo que ustedes pueden pensar.

Este es un día que nace del amor cristiano y de la gratitud humana.   Elogiar a los abuelos es tributar un cariño particular por las personas más queridas de nuestra infancia.

Los exhorto a poner ilusión y cariño en la celebración de esta fiesta; rindamos un tierno homenaje a estos hombres y mujeres que juegan un papel tan importante en nuestras vidas, sobre todo en esta época en la que nos ha tocado vivir y en la que todos estamos de acuerdo que la familia es la base y el fundamento de nuestra sociedad. Decía en este sentido el Papa Juan Pablo II: “Es importante que se conserve, o se restablezca donde se haya perdido, un pacto entre generaciones, de modo que los padres ancianos, llegados al término de su camino, puedan encontrar en sus hijos y nietos la acogida y la solidaridad que ellos le dieron cuando nacieron” (Juan Pablo II, Evangelium vitae”).

Gracias abuelos por esa sabiduría acumulada con el paso de los años y que no se aprende en los laboratorios sino en la vida. Sabiduría que nos ayuda a relativizar las cosas superficiales, y a la larga estériles, y a ir a lo esencial (cf. Juan Pablo II, Encíclica Evangelium vitae, 1995).

Ustedes, queridos abuelos, nos ayudan a descubrir que las cosas importantes para ser felices son pocas y, aunque es inevitable que cada uno recorramos nuestro camino, aprendiendo de errores, ustedes siempre están ahí para acoger y comprender, para dar aliento y, cómo no, para decirnos qué es lo más fácil y lo mejor. Gracias, mil gracias, queridos abuelos, y sigan adelante con vuestra valiosa misión hasta que Dios los invite a su casa para siempre.

Felicito de corazón a todos aquellos que tienen la dicha de ser abuelos y les deseo que este día sea inolvidable para todos ustedes.

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Este artículo se publicó el  26  de julio de 2010 en el diario  El Panamá América,  a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.

Día del Padre

Carta,   con motivo del Día del Padre, del Arzobispo Metropolitano de Panamá….

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Mons. José Domingo Ulloa Mendieta o.s.a.

Queridos Padres:

Este domingo 20 de junio celebramos el Día del Padre. Hace tiempo estoy convencido de que ser obispo es ser padre. Y parece que muchos de ustedes también, porque muy seguido me llaman “Padre Obispo”. Y como Obispo y Padre quisiera compartir algunos sentimientos y convicciones con todos los papás.

Quisiera tener en mi corazón sus diversas situaciones, a aquellos padres que tienen casa y también a los que aún la sueñan, a los que trabajan y a los que esperan todavía por un empleo digno, a los papás sanos y a aquellos que están enfermos, a los que sonríen con frecuencia y a los que les cuesta un poquito más, a los que tienen a su compañera de la vida al lado y a los que la han visto partir, a los que viven con su mujer y a los que están separados, a los padres del campo y a los de las ciudades, a los que viven en los barrios más pudientes y a los que no tienen donde vivir, a los papás de hijos adictos al alcohol o las drogas, a los papás que tienen un hijo muerto y siguen remando la vida con esperanza, a los que tienen hijos lejanos y hace mucho que no ven, a los padres que no van nunca a la Iglesia y a los que participan activamente, a los que tienen una estampita vieja en su cartera, a los papás jóvenes y a otros que ya son abuelos, viendo la maravilla de la propia simiente dando fruto en otra vida pequeña, a los que han adoptado la vida ya iniciada para ser papás toda la vida, a aquellos que miran a su alrededor y ven a su familia, fruto del amor, y tantos más…

A ellos, a todos, quiero hablarles al corazón: por su intermedio Dios regala vida; y esa vida no se agota en esta tierra. Llega hasta el cielo. Ustedes y sus hijos tienen vida para siempre. En esa vida hay amor. Podemos andar por caminos diversos, unos y otros, pero vamos hacia el mismo gran amor de Dios Padre.

Se es «progenitor» en segundos, pero “ser padre” es cosa de toda la vida.   Gracias por «estar» allí.  Presentes como padres. Con cantidad y calidad de tiempo. Es el gran reclamo de los niños y adolescentes: que «estemos» para acompañar y que nos encuentren disponibles y dispuestos a escuchar, jugar, alentar, tomar unos minutos y conversar. Y también sabiendo compartir los silencios.

Los hijos necesitan del ejercicio de la autoridad para ayudarlos a crecer. Autoridad que pone límites pero no cierra horizontes: los abre. Y todos sabemos que sin límites no hay dirección en el crecimiento. Sin la guía junto al tallo joven no se crece erguido sino torcido, y no hay de dónde aferrarse frente a los vientos, hasta que las raíces sean fuertes para sostenerse por sí mismas. A veces se pasa de ser modelo, a ser cuestionado. Nadie aprende a ser papá de un día para otro, ni tampoco en los libros.

El día del padre es una fecha y una oportunidad para «dejarse querer», dejarse amar. Experimentar lo que está en los sentimientos pero no se expresa cotidianamente por timidez, por respeto humano, o falta de sinceridad simplemente. Es bueno escucharlo o animarse a decir «ya sabes que te quiero».   Y a los que se nos pasó la oportunidad porque partieron, hacerlo oración cuantas veces nos lo pidan los recuerdos.

Es un día también para valorar la «gratuidad del amor», el servicio oculto, el amor desinteresado, el compartir familiar y el saber renunciar por amor al otro, sin reclamos.

También tomar conciencia de que somos o debemos ser, padres e hijos de la Patria, que necesita de un amor renovado y expresado: educándonos en el diálogo, la verdad, la sinceridad, la humildad, la solidaridad. Sabemos que hay cosas mucho más importantes que el dinero. Todas estas virtudes y valores los aprendemos y practicamos primero en casa como escuela de vida, Patria e Iglesia domésticas.

Seguramente deben de tener muchas ganas de darle cosas a sus hijos y familias. Y algunos todavía están esperando el momento de poder darles mayor bienestar. Pero estén felices de darles la fe para poder caminar en esta bendita tierra. Bendigan a sus hijos. Enséñenles a rezar y pidan a Dios por ellos.

Quiero que les llegue mi bendición. Rezo a la Virgen María y a San José por sus familias. Confío en que me enseñen todos los días a ser obispo y padre entre ustedes.

¡Feliz día para todos los papás de nuestra Panamá!

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Este artículo se publicó el  20  de junio de 2010 en el diario  El Panamá América a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.