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La opinión de….
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Prácticamente podríamos hacer un gráfico de líneas (o polígono de frecuencias) y plantear un paralelismo entre los cambios de gobierno, las entradas/salidas de los ministros de Educación y los intentos por reformar la educación. El hecho es que alegremente enunciamos que la educación panameña necesita una reforma en función de los pésimos resultados de los estudiantes en las escuelas públicas.
Pero cuando resaltamos el hecho de que las escuelas privadas panameñas generan una calidad tan enorme que gana premios con la participación de los estudiantes en concursos internacionales de debate (en inglés), física, química, matemáticas e inclusive superan con amplios márgenes los exámenes más complejos como el Toefl, el Sat y muchos otros más, al punto de que los examinados consiguen becas directas de las mejores universidades de mundo (logradas por el desempeño de estos estudiantes en sus examinaciones y por sus índices académicos), nos preguntamos si la idea de buscar un modelo educativo en el extranjero tiene algún sentido.
Con un enfoque en las áreas rurales, los defensores de las recurrentes iniciativas para renovar la educación suelen aducir que los resultados de las escuelas privadas no tienen nada que ver en la realidad nacional. Pues reitérese (ya se sabe) que estos “súper–estudiantes” de las escuelas privadas, que ganan becas y concursos, son panameños; que muchos de ellos viven en los mismos barrios que los estudiantes que asisten y reciben educación deficiente en las escuelas públicas; que muchos de los profesores que les enseñan provienen y fueron extraídos de las escuelas públicas; que sus planes y jornadas de estudio son muy similares; que los planteles públicos y privados en las áreas urbanas cuentan con tamaños similares y con instalaciones deportivas muy parecidas.
Tenemos un problema, pero no es el modelo educativo. A simple vista podemos determinar realidades que nadie quiere oír, en variables como: el compromiso de los padres y los clubes de padres en las escuelas privadas es otro (la decisión de sacrificio monetario refleja una alta valoración de la educación); el apego del profesor a su vocación está en correlación directa con su desempeño (si no rinde, se le despide); el sacrificio de los padres va más allá de las mensualidades (extendiéndose a libros, uniforme, actividades extracurriculares y profesores especiales); las autoridades de los colegios son seleccionadas con estrictos currículos éticos y de excelencia (y destituidas a la más mínima falla); los modelos educativos en los colegios privados son los tradicionalmente rigurosos, con baja tolerancia hacia la indisciplina y el fracaso (la expulsión es una práctica factible, que genera vergüenza); el joven es consciente del sistema en que se encuentra, su objetivo final y sus deberes hacia el plantel (creando un ambiente favorable para la docencia), y existe una competitividad académica “de excelencia” no escrita entre los planteles privados.
Deducimos entonces que la esencia de la mayor parte de las diferencias educativas son culturales. No necesitamos un modelo educativo, sino una cultura hacia la educación.
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Publicado en 1 de enero de 2010 en el diario La Prensa a quien damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que le corresponde.
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