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La opinión de…
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Víctor J. Fábrega V. –
Cuando algo les sale mal o algo les molesta, muchos corren a cerrar las vías públicas, creando descomunales tranques con graves consecuencias para Raimundo y todo el mundo.
Cerrar calles es una de las cosas que de inmediato les sale del alma hacer para desahogarse y llamar la atención sobre sus problemas, sin percatarse de que no importa cuán grave o cuán justos sean sus reclamos, eso es exactamente lo que no deben hacer.
Eso no solo no los ayuda a resolver su situación, si no que se perjudican ellos mismos; perjudican la economía del país, causan problemas de todo tipo y disgustos a la gran mayoría de nuestros compatriotas y visitantes que acaban odiándolos; mas aun si tomamos en cuenta que ellos nada pueden hacer al respecto y no tienen nada que ver con el precio de los guineos ni con sus problemas. En pocas palabras, sin razón, injusta e inútilmente hacen pagar a justos por pecadores.
En los países un poco más civilizados que el nuestro, permiten utilizar plazas y lugares especiales para que todo el que tenga una queja vaya con su cartelón en la mano a que todo el mundo lo vea y los periodistas pueden ir a entrevistarlos y filmarlos. Sin embargo, a ninguno de esos quejosos se les ocurre trancar una calle, porque de inmediato las autoridades despejan la vía a como dé lugar, los llevan presos y los multan. Estas penas aumentan cuando la persona o personas son recurrentes. En Panamá debemos hacer siempre eso mismo y sin excepciones.
Nuestros derechos terminan donde empiezan los de los demás. El derecho al libre tránsito es uno de ellos y su guardián somos todos. Esto es algo elemental y necesario para nuestro rápido desarrollo y convivencia pacífica.
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<> Este artículo se publicó el 24 de noviembre de 2010 en el diario La Prensa, a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.
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