La opinión de….
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Alfredo Spiegel Calviño –
Hace días, caminé frente a una construcción cuando me dirigía a hacer una diligencia; iba a mi lado una jovencita, de pronto oí a los trabajadores de la citada construcción gritarle “piropos” absurdos y groseros, que rayaban en el acoso sexual. Por supuesto, la joven salió despavorida, ni siquiera volteó a verlos.
¿Qué pretende un individuo cuando profiere a una mujer esas vejaciones verbales? ¿De verdad cree que una mujer va a sentirse halagada, homenajeada o a dirigirles siquiera una mirada? ¿Acaso cree que esa es una táctica de conquista eficaz?
El piropo, “del latín pyropus que a su vez deriva del griego, es una piedra fina de color rojo de fuego, variedad de granate. También se le llama así al rubí. Del significado literal de la palabra deriva su sentido coloquial como lisonja, requiebro o frase ingeniosa que se lanza a una persona (tradicionalmente a una mujer) para adularla con el propósito de cortejarla o enamorarla. Los piropos suelen resaltar la belleza de la mujer o del hombre.
A veces pueden resultar ofensivos y materializar la dominación simbólica masculina. Los piropos pueden llegar a ser tan ingeniosos, pícaros y originales que podrían llegar a ser considerados como un “subgénero popular”. Pudiéramos definir que la palabra piropo (del griego pyr: fuego y de ops: vista o mirada), puede significar “enviar fuego con la mirada”.
Supongo que un piropo inteligente, respetuoso, elegante o romántico y, sobre todo, espontáneo dirigido a una dama, debe levantarle la autoestima; la puedes hacer sentir linda, deseada y, si no lo espera, la puedes sorprender gratamente.
Recuerdo que en la Escuela Normal de Santiago era muy común que las “normalistas” en su mayoría, tuvieran un “diario” en donde le pedían a los compañeros, amigos y profesores que escribieran un pensamiento o un piropo. El piropo bien dicho, sin menospreciar a la persona ni caer en la vulgaridad que los muchachos decían o escribían en los diarios de las compañeras, era casi un arte, algunos casi poesía. Recuerdo como si fuera hoy, el que le escribí a mi novia “normalista” (hoy mi esposa) y que decía: “quisiera ser un mosquito para entrar en tu mosquitero, y decirte al pie del oído, Gloria cuánto te quiero”. ¡Abuelo, así cualquiera cae!, me dicen mis nietas.
Porque piropear con elegancia o con poesía es mucho más bonito, inocente y romántico. El piropo moderno, poco romántico, no deja de ser ingenioso, y uno que oí o leí reza así: “Quisiera ser computadora para verificar tu sistema”. Es muy probable que algunos echen piropos solo para demostrar su machismo; otros, porque de verdad quieren mostrar su interés por la mujer y sus sentimientos.
El piropo, ese arte español por excelencia, está de “capa caída” y hasta se le acusa de machista. La iniciativa partía siempre del hombre, pero hoy parece que también pertenece a ellas. Lo cierto es que el piropo no es nada más que la expresión del sentimiento espontáneo, que generalmente busca halagar o hacer sentir a una persona hermosa y apreciada. Muchas veces puede ser primer paso de una relación amorosa.
<>Artículo publicado el 3 de septiembre de 2010 en el diario La Prensa, a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.
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